Es por mediación de Pablo VI que la Iglesia latinoamericana toma autoconciencia histórica y actualidad histórica

Ante todo digamos que no es posible diferenciar la pastoral de Pablo VI con la pastoral que surge del conjunto del Concilio Vaticano II. Esta es la premisa fundamental. Si el Papa Juan XXIII fue el padre impulsor del Concilio Vaticano II, Pablo VI fue el hermano mayor del Concilio Vaticano II, y el Papa Juan Pablo II será el hijo del Concilio Vaticano II. Esto es el principio que nos ubica porque no hubo nunca una voluntad que no fuera unitiva de Pablo VI en su no diferenciarse del Concilio Vaticano II. Su pastoral es la pastoral del Concilio, que tomó ciertas especificidades en relación con América Latina. El otro punto es desde dónde reflexionamos. Parece indispensable indicar que las Iglesias de América Latina no fueron las mayores impulsoras del Concilio Vaticano II. Más bien se educaron en el Concilio Vaticano II acerca de qué era la gran revolución que fue el Concilio Vaticano II. Y solamente después hubo un proceso, que va desde el post-Concilio, la Conferencia Episcopal de Medellín y la Conferencia Episcopal de Puebla donde se logra una asimilación, una apropiación del conjunto del Concilio por las Iglesias de América Latina. Tuve la ventura de tener participación en esas instancias, especialmente en la última, y fue luego de la Conferencia Episcopal de Puebla, no por un análisis intelectual individual, sino como una parte de una experiencia colectiva, que experimenté y llegué a una comprensión del significado histórico profundo del Concilio Vaticano II, porque era el momento que colectivamente las Iglesias de América Latina habían recreado y cumplido en su seno ese proceso desde sí mismas.

Porque uno nunca es un individuo solo, uno es una parte de un pueblo que madura. Y en el pueblo universal de la Iglesia Católica los ritmos no son idénticos, sino múltiples y hay instantes que hay Iglesias que son el motor de un Concilio, como las de España e Italia en Trento, como las de Francia y Alemania, principalmente, en el Concilio Vaticano II. También la de Estados Unidos tuvo una importancia especial en algunos capítulos sobre, por ejemplo, la libertad religiosa.

El proceso de asimilación del Concilio fue conducido por Pablo VI en América Latina porque el marco de Medellín no fue solamente el Concilio ni la Gaudium et spes sola, sino que fue también, fundamentalmente, desde el marco de la Populorum progressio que vino a completar la Gaudium et spes en el sentido que la Gaudium et spes no había hecho un hincapié fundamental en la emergencia del tercer mundo, de los países en desarrollo. El Papa Pablo VI juzgó de importancia, dentro del marco de la Gaudium et spes, hacer como una ampliación de la cuestión social en el espíritu inicial y continuando la mundialización del enfoque de la enseñanza social que había hecho el Papa Juan XXIII en la Mater et magistra. Esta fue como apertura, como educación, a los episcopados para ubicarlos en la cuestión social que ya era mundial. Antes la Iglesia había sido muy eurocéntrica porque el mundo tenía un centro que era Europa que terminó solamente en el año ’45, que es cuando comienza nuestra época.

La Evangelii nuntiandi cumplió el rol de unificar muy íntimamente, en la Conferencia Episcopal de Puebla, las dos puntas fundamentales del Concilio que son la Lumen Gentium en una punta, y la Gaudium et spes en la otra. Medellín era hijo más de la Gaudium et spes y de la Populorum progressio y no había un suficiente énfasis eclesiológico, que era lo fundamental, que le daba sentido a todo el conjunto del Concilio. La Evangelii nuntiandi recentró.

La Evangelii nuntiandi fue como una síntesis excepcional, en pocas palabras, del conjunto complejo del Concilio. Pablo VI dio como una síntesis última del Concilio, sencilla. No editó un libro inmenso, sino una síntesis sencilla para el pueblo eclesial que estaba un poco desbordado por los acontecimientos post-conciliares. Y eso permitió a Puebla unificar, con hondura, la Lumen gentium y la Gaudium et spes, en el modo en que las Iglesias de América Latina con sus circunstancias lo asumían. Uno es hijo de ese proceso. Casi todos los que estamos acá, somos lo suficientemente otoñales como para que la experiencia de esos años haya sido la fundamental de nuestra vida y de la que no podemos hablar académicamente. Fue la revolución fundamental de nuestra propia vida este tiempo privilegiado del Vaticano II.

Este Concilio suscitó, a partir de la Conferencia de Medellín, lo que algunos comentadores contemporáneos llamaron la “mayoría de edad” de las Iglesias de América Latina. Edad turbulenta, necesaria, encauzada y sufrida por Pablo VI, profundamente la sintió y asumió con una decisión y paciencia extraordinarias. De tal modo, la Populorum progressio y Evangelii nuntiandi son las dos inflexiones capitales de Pablo VI para la asunción plena del Vaticano II por América Latina.

Hubo dos elementos que acompañaron el proceso del Concilio. Primero la recuperación de Europa, de los Estados Unidos, de Rusia, de los desastres de la guerra mundial. En cierto sentido Rusia atenuaba el estalinismo con Kruschev, los Estados Unidos y Europa Occidental ingresaban en la sociedad opulenta. Segundo, pero el otro rostro había ya comenzado: de la descomposición de los imperios coloniales europeos y de las viejas colonias emergía el tercer mundo con todo un proceso de liberaciones convulsivas. En América Latina algo que amenazó al comienzo del Concilio fue el gran conflicto entre Estados Unidos y Rusia por los misiles en Cuba, que hizo que el Papa Juan tuviera una importante participación en su lucha por la paz mundial, reconocida por el mismo Nikita Kruschev. A partir de allí comenzó una política de apertura del este soviético, que no se había podido hacer desde la década de los ’20. La repercusión de la revolución cubana llegó en América Latina a su paroxismo en los tiempos del post-Concilio entre Medellín y Puebla.

Un paroxismo que todavía en el Río de la Plata padecemos, el drama de los desaparecidos. Una especificidad de la acción valerosa de Pablo VI fue en el propio discurso de apertura de la Conferencia de Medellín (precedida por la Conferencia de las Olas que invitaba a la revolución continental), el negarse a la violencia revolucionaria como camino de los cristianos para el cambio, el desarrollo y la justicia en nuestras sociedades. Esto le costó mucho al Santo Padre y mucho a la Iglesia, porque hubo multitud de jóvenes católicos en América Latina entera que fueron a la guerrilla. Eso uno lo vivió y les podría hacer un recuento de muchachos que yo conocí: argentinos, peruanos, mexicanos, en Chile, en Uruguay, que están muertos o con sus vidas arruinadas. Esto ocurrió a todo lo largo y lo ancho de América Latina; y aún es una herida no subsanada en muchas de nuestras sociedades. Allí queda para siempre el testimonio valeroso de Pablo VI y su sentido de las urgencias, de las reformas que la Iglesia se comprometía a acompañar y a sostener desde la Populorum progressio en la apertura de Medellín.

Vamos a concentrarnos en el Concilio, uno de los más extraordinarios de la historia de la Iglesia del que aún no se ha hecho común una interpretación de la ubicación histórica, absolutamente fundamental para comprender el papel de Pablo VI, la pastoral de Pablo VI y el Concilio y su significado. Esto solo se puede entender a través de una lectura de los signos de los tiempos, que fue una palabra que puso en boga Juan XXIII, que usó otra palabra de gran eco: aggiornamento.

¿Qué significa que la Iglesia sea convocada para aggiornarse? Es que había un desfasaje entre la actualidad histórica y la Iglesia. Había un hiatus y había que saltar ese hiatus. ¿Cómo se había engendrado ese hiatus? El mismo Concilio nos va a dar la pista.

Desde el comienzo, ya en el espíritu de Juan XXIII estaba el impulso a la colegialidad episcopal que nos viene de las Iglesias del Oriente. Es un tema que vino a través de las relaciones con las Iglesias ortodoxas, con las que el Papa Juan XXIII había tenido vínculos en su acción anterior, y que desde Pío XI, se van a multiplicar. Esa atmósfera de la colegialidad iba a chocar, naturalmente, con el papel centralista a que el Papado se había visto obligado en un proceso defensivo en el siglo XIX. Además la dificultad de las comunicaciones acentuó un papel universal en la práctica relativamente sustitutiva de la Curia Romana por sobre el papel de los episcopados dispersos e incomunicados en el mundo. Solamente ahora, por las condiciones de la globalización, estos se pueden reunir de modo asiduo, y poner en una práctica efectiva el sentido de su corresponsabilidad en la conducción de la Iglesia junto al Santo Padre.

En esa nueva situación emergente se rompen los esquemas que se habían aprontado en el centro por la Curia, y los obispos empiezan a retomar su protagonismo propio y eso desconcierta un poco la primera sesión del Concilio. Es allí donde el cardenal Suenens apoyado por el cardenal Montini de Milán, proponen organizar el Concilio en función a un ad intra-ad extra. Una reflexión que fuera una respiración entre la Iglesia desde dentro, “ad intra”, y la Iglesia hacia el mundo, “ad extra”. Eso es lo que genera la estructura básica del Concilio que hace que sus dos pilares, sean la Lumen Gentium (el ad intra) y la Gaudium et spes (el ad extra). Y todo el conjunto de declaraciones y de resoluciones que tiene el Concilio se ordenan en función de estos dos puntos que le dan un orden y una lógica a todo el Concilio.

Esto, que sería un ordenamiento documental y de las comisiones y de la lógica documental, tiene, sin embargo, un significado histórico básico. Ese significado histórico coincide, en cierto sentido, con el ad intra y el ad extra. ¿Por qué?

Haremos una breve incursión histórica. Diríamos en forma sencilla, que la Iglesia desde su surgimiento en la Ecumene Helenístico-Romana, en cierto sentido, había ganado todos los partidos que la historia le había ido proponiendo en su dinámica evangelizadora, y por evangelizadora, civilizadora también hasta el siglo XVI. Podríamos decir, hubo una separación o cisma de Oriente, un poco hasta por incomunicación, por poca comunicación entre la Iglesia del Oriente y la del Occidente en el siglo XI. Pero en conjunto la Iglesia siempre había respondido a los diferentes retos que cada siglo le planteaba. Cada siglo tiene sus herejías, sus desafíos propios y hay que intentar nuevas respuestas para reafirmar lo permanente. Hasta el siglo XVI, la Iglesia en el Occidente había superado todos los conflictos, de una forma u otra. Unas mejor, otras peor, mas había ganado.

Desde el siglo XVI, cuando comienza por Europa, por Castilla y Portugal el proceso de mundialización, cuando un Papa para dirimir el conflicto oceánico entre Portugal y Castilla, sobre sus jurisdicciones, como Juan Pablo en el Beagle, entre Argentina y Chile, le pidieron el arbitraje y el Papa Alejandro VI hizo la primera divisoria mundial del globo terráqueo. Fue el primer acto jurídico de globalización, la primera línea global que se tendió sobre el planeta que se comenzaba a unificar desde el Occidente.

Pero en ese tiempo tan intenso se rompe la intimidad de la Iglesia y surge la Protesta, viene el vértigo de la Reforma. El Protestantismo, que no tiene la energía de transfigurar a la Iglesia; y la Iglesia que no tiene la energía de reabsorber al Protestantismo. Y eso termina en un empate histórico: media Europa al norte se hace protestante, y media Europa al sur se mantiene católica.

Y ese es el asunto ad intra pendiente. Ahí se resume una cantidad de problemas irresueltos que la Iglesia no resolvió a cabalidad, en los comienzos de la modernidad. La reforma protestante fue respondida pero a medias. Y la vida, tanto personal como colectiva, solo permite las buenas respuestas. Cuando no hay una buena respuesta completa y hay una respuesta a medias, aquello que uno respondió a medias le persigue por el resto de su existencia diciéndole: “Me tenés que contestar todo, tenés que saldar la cuenta”. Y la Iglesia no saldó la cuenta con el Protestantismo porque no lo pudo reabsorber. Y por algo fue algo que no comprendió. Aunque el Concilio de Trento fue un gran Concilio.

Y luego el ad extra que es en la historia la Ilustración. Hubo también un conjunto de situaciones que la Iglesia tampoco pudo responder a cabalidad. Le hizo críticas pertinentes a la Ilustración, pero no supo comprender a fondo sus nuevas exigencias.

Eso es lo que se llama la falta de aggiornamento. Era que la Iglesia no había terminado de asumir ni la Reforma ni la Ilustración cabalmente. ¿Por qué? Porque había tenido el acierto de rechazar los errores de la Protesta y de la Ilustración, pero no había comprendido a fondo que el error solo existe por la verdad que lleva en su seno. No había discernido las verdades que daban vida al error y lo potenciaban. Es lo de san Ireneo que cita Puebla: solo se supera lo que se asume, solo se trasciende lo que se asume. No supimos ver las verdades del error del Protestantismo, ni las verdades del error de la Ilustración y eso nos pedía cuenta, porque Dios quiere solo buenas respuestas, o sea totales, respuestas totales; y si no, persigue hasta un milenio porque todavía no hemos arreglado el cisma de Oriente, aunque está en vías desde Atenágoras y Pablo VI. Todavía no está totalmente saldado, está en vías, pero todavía falta.

Es fundamental ubicar qué significa el Concilio y el papel de Pablo VI en el Concilio y el significado histórico que tiene. Para mí, es el saldo de las cuentas de la Iglesia con la Modernidad. Es más que el fin de la cristiandad. El sentido es que por la Lumen Gentium hemos asumido lo principal, lo mejor de la Reforma protestante, que es el sacerdocio universal de los fieles, que está en el subsuelo de la Protesta. El Protestantismo fue una gran protesta laical contra el monopolio clerical. Se hizo una protesta contra el monopolio clerical, resultado de haber sido los únicos alfabetos durante siglos. Pero después vino la imprenta y los burgueses y artesanos empezaron a leer la Biblia directamente, y a reivindicar una participación que no habían tenido antes.

¿Qué pasó? Pasó que la verdad del sacerdocio universal de los fieles, del Pueblo Santo se oscureció por el rechazo al Sacramento del Orden, por el rechazo al sacerdocio ministerial, por el rechazo a la jerarquía, por el rechazo a la sucesión apostólica que todo esto implicaba y que abría las puertas a la multiplicidad infinita de Iglesias y sectas de manera amorfa. Un Pueblo de Dios estructurado, no amorfo, es el Pueblo de Dios. Entonces la Lumen Gentium reubica unas eclesiologías que habían insistido, como reacción al Protestantismo, al reafirmar lo que el Protestantismo cuestionaba, que era el Sacramento del Orden, la sucesión apostólica, la jerarquía. Habíamos terminado en una Iglesia jerarcológica, como se dijo. El rasgo es que en el siglo XX, y aun antes, se empezó a gestar el Concilio por el conjunto de la Iglesia y por la encíclica Mystici Corporis de Pío XII, y muchos otros antecedentes. Fructifican en el conjunto de la Iglesia, en la Lumen Gentium, que toma como centro la Iglesia como Pueblo de Dios.

En el ad intra está la gran respuesta a una historia, a los primeros dos siglos de la modernidad, al primer empate, al primer “no haber tenido la inteligencia suficiente”. Se podría ahondar más desde este ángulo, y ver qué es lo que la reflexión de la Iglesia sobre sí misma la lleva a responder bien al Protestantismo y a asumirlo. Recuerdo siempre una frase de Montesquieu, en el siglo XVIII, que decía: “Cuando la Iglesia se protestantice, el Protestantismo desaparecerá porque se ha cumplido”. La Iglesia como Pueblo de Dios, hace que la Iglesia trascienda por primera vez en el Concilio Vaticano II, la esencia de los desafíos fundamentales del Protestantismo. Lo mejor.

Luego algo similar con la Ilustración. Ahora es la otra punta de la Gaudium et spes y de la Dignitatis humanae (Sobre la libertad religiosa).

Hay, creo, tres puntos básicos con la Ilustración ad extra. La Ilustración es una gran protesta contra las hegemonías eclesiásticas, sobre lo temporal, sobre el Estado, y también sobre las ciencias de la naturaleza y de la historia. Entonces hay como una reivindicación de las autonomías temporales. Primer punto.

El otro punto es la afirmación de los derechos humanos en las Constituciones y en el ius-naturalismo individualista de la época, la reivindicación de las libertades políticas y de la libertad religiosa. La Ilustración quería resolver lo que las guerras de religión entre católicos y protestantes no había resuelto. Hubo como una especie de ecumenismo liberal masónico, que surge de la Ilustración, que es un nuevo ecumenismo de tendencia secularista. Ante todo esto, que suscitó los más hondos conflictos, la Iglesia no lo asumió hondamente, aunque le sobraban elementos para darse cuentan de que lo mejor de la Ilustración era hijo de la Iglesia, del ius-naturalismo eclesial, de la herencia bíblica de la dignidad del hombre, por ser el hombre imagen de Dios, que había sido afirmada en bulas pontificias como Sublimis Deus, cuando el descubrimiento de América, que reivindica los derechos de los pueblos gentiles, indígenas, con Francisco de Vitoria ,que no piensa en los derechos de los cristianos, sino de las sociedades paganas y ajenas a la evangelización.

La Gaudium et spes rompe definitivamente la dicotomía Ilustración y Tradicionalismo. Ya Pío XII reconoce derechos inherentes a la persona en su mensaje del año ’43 en Navidad, y hay todo un proceso que culmina en Juan XXIII, en la Pacem in terris, que hace como una organización sistemática de los derechos humanos.

El hecho es que la Gaudium et spes asume y trasciende lo mejor de la Ilustración. Y al asumirlo y trascenderlo lo deroga como fue y lo vuelve a refundamentar. Porque hoy el drama de nuestra época es que la Ilustración en su post modernidad se ha vuelto escéptica de sí misma, multiplica derechos sin saber por qué. Hay derechos de las bacterias como de los hombres, pareciera. Nos encontramos en una sociedad hija de la Ilustración que ha caído en el relativismo, en el escepticismo de sí misma. A la vez y desarrollando su lógica, nosotros nos convertimos, a partir del Concilio Vaticano II, en los refundamentadores de una Nueva Ilustración. De una Nueva Reforma y de una Nueva Ilustración, desde la lógica interna de la Iglesia. Esta visión o perspectiva sintética querría conceptuar claramente la maravilla realizada por el Concilio Vaticano II, del que su protagonista mayor, por su suavidad y participación con la colegialidad episcopal, fue Pablo VI.

Otro rasgo esencial de la Ilustración fue la reacción contra un cierto ascetismo cristiano negador de la tierra, de la vida en la tierra. Un jansenismo que tuvo innumerables ramas, y también el protestantismo que tendía a una visión ultrapesimista de la naturaleza humana, y entonces la Ilustración sentía que el Cielo se oponía a la Tierra, y ellos reivindicaron a la Tierra contra esa espiritualidad que invadía a la Reforma y a la Iglesia Católica. Contra esa espiritualidad, hicieron que la tierra se pusiera contra el cielo, para afirmar su autonomía y su verdad. Dijeron no queremos saber nada con un Cielo que se vuelve opresor de la Tierra, hicieron la inversión pura del asunto. Y la Gaudium et spes trasciende porque en su esencia, en esa apropiación de una Nueva Ilustración, dice que la historia se mueve por el Cielo, el Cielo es lo que mueve la historia y permite la crítica de la Tierra. Es el Reino de Dios el que nos permite la crítica de la Tierra. No para matarla, sino para salvarla, para elevarla. La Gaudium et spes cumple una revolución gigantesca en relación a un cierto pesimismo integrista que la Iglesia venía soportando. Porque estaba a la defensiva, se autoafirmaba, y nada más. Hay que ser ortodoxo pero no operar ortodoxísticamente, que es otra cosa. El ortodoxo asume y supera, el ortodoxista solo rechaza. Pero no seamos injustos, los integristas en su momento tuvieron también valores positivos. Uno ha aprendido mucho de ellos.

Eso Pablo VI lo sabía también, y supo conducir a la minoría, no quiso que se le aplastara, quiso salvarla en sus intervenciones, continuamente, sin afectar el punto central. La primera encíclica de Pablo VI es Ecclesiam suam que es el diálogo, que se hizo símbolo eclesial de la época. “Del anatema al diálogo”, escribió un marxista. Es una exageración pero respondía a un cierto estilo: el que no estaba conmigo estaba contra mí. No había una diferenciación. Un matiz de cada uno con cada uno; es lo que se aproxima al eje esencial de Jesucristo y su Evangelio. Todo un discernimiento dialogal. Entonces: diálogo. Esa fue la gran palabra católica de la década del ’60; y la otra era “participación”. Las dos palabras que inundaron de golpe a la Iglesia: diálogo y participación. Era un acontecimiento único. ¿Por qué? Porque podíamos hacerlo, porque el Concilio había tomado lo mejor de la modernidad y la había transfigurado, había sabido heredarla, transfigurándola, no repitiéndola.

Hubo equivocados que se dijeron: “Si asumimos la Ilustración, entonces la Iglesia estuvo equivocada” o “Como asumimos aspectos del Protestantismo, entonces Trento está mal”. Nada de eso. El Concilio Vaticano II fue posible por Trento y por el Vaticano I. Y aquellos que intentaron en la época separarlos eran reaccionarios, unos del Protestantismo y otros de la Ilustración antigua. Capitulaban ante la modernidad, no la recreaban.

Todo esto nos ubica, en la acción y la pastoral de Pablo VI, al nivel de una Iglesia que se ha “aggiornata”, ha recuperado actualidad histórica.

El Concilio Vaticano II, por primera vez, pone a la Iglesia en la postmodernidad verdaderamente superadora. Porque la postmodernidad de la que habitualmente se habla no es post, es mera descomposición de la modernidad, no es una postmodernidad. Nosotros somos la única postmodernidad porque hemos asumido lo mejor de la modernidad. Hemos terminado también con el tradicionalismo, no por supuesto con la tradición. No tenemos que defendernos ante todo. El Papa puede pedirle perdón a Lutero en paz, absolutamente en paz. Solo se pide perdón cuando se está en paz realmente. Esto nos muestra el significado mundial del Concilio Vaticano II, con sus dos alas, Lumen gentium y Gaudium et spes, en sus dos trascendencias, en la nueva época que pone a la Iglesia al nivel de la actualidad histórica, en el momento que las religiones seculares han entrado en agonía con el derrumbe del mito secular máximo que encarnó la URSS: el ateísmo mesiánico.

Quisiera hacer unos apuntes finales sobre la incidencia pastoral de Pablo VI en América Latina.

Los Concilios Provinciales de Lima y de México en el siglo XVI, en especial el III de Lima bajo el signo de Trento, arman el apostolado en el conjunto de lo que sería la América española. Mas tardíamente, en el siglo XVIII, en Bahía, los obispos de Brasil hacen la primera dirección evangélica, estructurante en el conjunto de la Iglesia de Brasil.

Luego tuvo lugar la reunión del Concilio Plenario Latinoamericano, que se reúne entre mayo y julio del año 1899. León XIII lo promulga el 1 de enero de 1900. El siglo XX se abre con la primera reunión de todo el episcopado de América Latina. A consecuencia del cuarto centenario del descubrimiento de América en 1892, el arzobispo de Santiago de Chile, Mariano Casanova, es el que propone a León XIII la convocatoria de un Concilio Latinoamericano. Es la primera vez que eso acaeció en la historia y que se sancionó en el primer día del siglo XX. Hace un siglo, estamos en su conmemoración. El conjunto de la Iglesia estaba disperso totalmente, se había desarticulado durante las guerras de la Independencia; la jerarquía se había comenzado a restablecer a partir de la cuarta década, a partir del reconocimiento de la Independencia por Roma allá por 1831. La Iglesia Latinoamericana estaba dispersa, sin cuadros intelectuales, o muy escasos. Lo de Juan Bautista Alberdi: los inmensos espacios nos incomunicaban. La primera reunión importante es a consecuencia del obispo chileno José Ignacio Eyzaguirre, que va con la iniciativa de fundar un seminario en Roma, en 1857, para que se reunieran los mejores alumnos de los seminarios, del conjunto de América Latina. Y que tuvieran un elenco de profesores en teología de lo mejor que no los podía facilitar América Latina. Pío IX lo funda y va a tomar el nombre en el año 1862 de Colegio Pío Latino Americano. Es la primera vez que una institución se llama latinoamericana. Y la primera reunión de un Concilio que se llamó latinoamericano lo hizo la Iglesia Católica. Eso está vinculado al surgimiento de la “Unión latinoamericana” de José María Torres Caicedo. Esto es quien empieza a usar el término latinoamericano.

El Concilio es en Roma, no solo por el centralismo, sino porque era el sitio más accesible para todos los episcopados. En aquella época era más fácil encontrarse en Roma que en algún punto de América Latina.

Ahí en Roma, con la publicación de las actas, el cardenal Gasparri introdujo una pequeña adenda que era la obligación de reuniones periódicas de Conferencias Episcopales en todos los países latinoamericanos. Lo que pasa es que no eran instituciones permanentes: eran reuniones ocasionales de obispos que en unos países ocurrieron a menudo y en otros casi nunca. Fue muy variado. También que en el Concilio Latinoamericano se hace expresa referencia a los antecedentes, especialmente, del III Concilio provincial de Lima, que fue el Concilio fundador de las Iglesias en América hispana como conjunto, con la misma pastoral básica.

En la primera mitad del siglo XX cada país estaba en sí mismo. Solo se tenía la percepción de cada país, de sus parroquias, de sus diócesis, pero no había ninguna visión de conjunto.

La nueva instancia comienza en el año 1952. En ese año Dom Helder Cámara se encuentra con Montini, que estaba en la Secretaría de Estado de Pío XII. Se encuentran en Río de Janeiro. Brasil era un continente inmenso y las Conferencias Episcopales eran discontinuas, ocasionales: eso no funcionaba. Acordaron, y eso fue refrendado por la Santa Sede, hacer un Secretariado estable, permanente. El primer secretario institucionalizado de una conferencia episcopal de forma permanente fue Dom Helder Cámara, gran amigo de Montini. Ese es el germen de las conferencias episcopales estables latinoamericanas, que van a tener el gran salto con Pío XII y Juan XXIII.

Aquí hay una visión de Pío XII muy fundamental de la Navidad del año 1945. Pío XII usaba especialmente los mensajes de Navidad durante la guerra para dar ciertas líneas básicas de su pontificado. Dice: ”En otros tiempos la vida de la Iglesia en su aspecto visible, desplegaba su vigor preferencialmente en los países de la vieja Europa, desde donde se extendía como río majestuoso a lo que podría llamarse la periferia del mundo. Hoy día se presenta, al contrario, como un intercambio de vida y de energía entre todos los miembros del cuerpo místico de Cristo en la tierra”. Europa dejó de ser el centro del mundo definitivamente en la segunda guerra mundial. Pasó el centro a la bipolaridad USA-URSS, y Europa quedó secundaria. Se cumplieron cuatro siglos y medio de ser Europa el centro mundial y la Iglesia tenía allí su centro, desarrollada mundialmente en forma muy dispar. Con esta frase de Pío XII más que un hecho consumado se planteaba un designio. Reconoce que Europa ya no es el centro, no solo del mundo sino en la Iglesia. Las Iglesias de Europa ya no son el centro y es indispensable hacer un intercambio común entre todas las Iglesias. Y su designio se cumple en dos campos. En un campo intentando apresurar y acelerar el pasaje de las misiones a las Iglesias indígenas. Son los ímpetus de fundar Iglesias de las misiones en Asia y en África. Comenzaba la descolonización y Pío XII quería que las Iglesias fue ran autocéntricas, que tuvieran su conducción indígena.

El otro campo muy distinto es América Latina, donde ya existían las Iglesias, en un continente donde multitudinariamente el pueblo se mantenía cristiano, a pesar de los embates ideológicos de un liberalismo anticlerical. La invasión masiva de predicadores del Protestantismo, que venían del Asia para América Latina al instaurarse Mao Tse-tung en China, planteaba un nuevo desafío. Pensando una respuesta es que el Nuncio en Bogotá, monseñor Samoré, se da cuenta de la desarticulación de las Iglesias que están cada una cerrada en su país e ignorando totalmente al resto. Samoré sugiere al Santo Padre, en el año 1955, la fundación de un organismo episcopal que unifique las perspectivas sobre América Latina en su conjunto.

Así Pío XII cumple con el otro campo de esa descentralización que era su designio a partir del final de la guerra, hacer la Iglesia mundial multipolar. Tal era el designio básico de Pío XII en la posguerra, ante la ruina del centro europeo. Entonces en el ’55, en ocasión del Congreso Eucarístico de Río, Pío XII convoca la Primera Conferencia Episcopal Latinoamericana. Envía a su delegado Samoré, Dom Helder organiza también esa Primera Conferencia de América Latina, la primera conferencia episcopal, que no tiene potestades legislativas como un Concilio. Ahí se discute, se conversa, en fin, es un encuentro raro porque los obispos tenían muy escasas ideas sobre América Latina como conjunto. Sabían sobre su país; sobre el resto, nada. Se realizaron allí varias disertaciones sobre diferentes temas. Hay una disertación significativa hecha por un padre francés, Eucaristía y liberación. Creo que es la primera vez que se dice “liberación” en el ámbito eclesial latinoamericano. En esa conferencia de 1955 se funda el CELAM. Vinculado a Samoré, es monseñor Larraín el que lo propone como iniciativa latinoamericana. Pero tan centralistas eran los obispos de América Latina, tan romanos, que deciden instalar el CELAM en Roma. Y el Papa les dice no, en Roma no, eso es convertirlo en un dicasterio romano. Él quería descentralizar. Entonces no acepta que sea Roma, y los obispos no tienen más remedio que elegir un sitio en América Latina. Y eligen Bogotá, que es un punto estratégico entre el norte y el sur. Y ahí nace el CELAM en época de Pío XII en cumplimiento de ese designio de una multipolaridad, en el final del centralismo europeo y de la Iglesia.

De ahí viene el gran papel que tienen en el CELAM los “pío latinos”. Eran los únicos con mentalidad del conjunto. ¿Por qué? Porque no estaban en su aldea, sino que habían ido a Roma, se habían encontrado mexicanos, brasileños, argentinos, habían intercambiado y se habían hecho amigos. La oportunidad de reencontrarse con los amigos de la juventud del seminario era ir al CELAM. Ahí se reencontraban otra vez, y eran los que tenían más información sobre el conjunto. Los pío latinos son decisivos en la generación del CELAM, porque eran los únicos cuya formación se había hecho más allá de la Argentina, del Uruguay, de Chile. Eso forma a los obispos que van a darle vida al CELAM. Pío XII pide a las Iglesias de Europa, de Canadá y de Estados Unidos, que manden sacerdotes, porque quiere acelerar el despegue de las Iglesias de América Latina. Y vienen cientos de sacerdotes. Juan XXIII también pide más sacerdotes para América Latina.

En el Concilio son cuatro años que los obispos de América Latina se reúnen varios meses. Hay otro hecho básico. En la discusión de la primera sesión, hubo un momento en que el Concilio no sabía cuál era el rumbo que iba a tomar, y se decidió centrarlo en la Iglesia de Jesucristo ad intra y ad extra. Pero hubo una propuesta anterior. El cardenal Lercaro propuso que el hilo conductor fueran los pobres, recogiendo una frase que el Papa Juan XXIII había dicho antes de la apertura del Concilio: “Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos y particularmente de los pobres”. Lercaro propone que ese sea el hilo conductor del Concilio. Eso no fue aceptado. Pero tuvo ecos y la primera respuesta fue del padre Gauthier, en Nazaret, en Palestina, donde escribe un librito: Jesucristo, la Iglesia y los pobres, que se difunde en la primera sesión del Concilio. Y ahí lo toman los obispos latinoamericanos encabezados por Larraín y Dom Helder Cámara. Gauthier les da una serie de conferencias. Gauthier saca ese conjunto de conferencias en un libro al final del Concilio: La pauvreté dans le monde. Ahí se van a encontrar los temas fundamentales que se van a desarrollar luego en América Latina entera, inclusive en la teología de la liberación. ¿Y cómo se retoma luego del Concilio? Por la mediación de Pablo VI y su Populorum progressio.

Juan XXIII y Pablo VI inician la mundialización de la doctrina social de la Iglesia, que había sido europea. Allí había comenzado la industrialización. La enseñanza social toma perspectiva mundial con Juan XXIII en Mater et magistra, y luego lo sistematiza más ampliamente Pablo VI con la Populorum progressio, la antesala de las dos reuniones que él va a convocar, Medellín y Puebla, la mayoría de edad de ese intento de descentralización iniciado por Pío XII.

La conciencia histórica latinoamericana en la movilización de las Iglesias, en el CELAM, se fue haciendo exigencia eclesial. Ya no bastaba saber historia de la Argentina, o de Brasil o de Ecuador; había que saber la del conjunto, porque la Iglesia operaba en el conjunto. Esto se hizo carne en Puebla. Los esquemas de Puebla son de la Iglesia como Pueblo de Dios y en la historia de América Latina. Es por mediación de Pablo VI que la Iglesia latinoamericana toma autoconciencia histórica y actualidad histórica, por el hilo conductor de la Nueva Evangelización, que Juan Pablo II reconoce en la Evangelii nuntiandi.


Nota:

[*] Transcripción de la conferencia pronunciada por el autor en el simposio “Pablo VI y América Latina”, organizado en simposio por el Istituto Paolo VI de Brescia.

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