La Oficina de Prensa de la Santa Sede difundió la catequesis preparada por el Santo Padre para la Audiencia General del miércoles 2 de abril, la cual fue suspendida debido a la convalecencia del Obispo de Roma. En ella, el Papa reflexiona sobre el encuentro de Jesús con Zaqueo y exhorta a los fieles a no perder nunca la esperanza, incluso cuando se sientan incapaces de cambiar.

Foto de portada: Audiencia General del 12 de febrero de 2025 en el Aula Pablo VI.

Queridos hermanos y hermanas:

sigamos contemplando los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio. Esta vez me gustaría detenerme en la figura de Zaqueo: un episodio que me es particularmente querido, porque ocupa un lugar especial en mi camino espiritual.

El Evangelio de Lucas nos presenta a Zaqueo como alguien que parece irremediablemente perdido. Quizá nosotros también nos sentimos así a veces: sin esperanza. Zaqueo, en cambio, descubrirá que el Señor ya lo estaba buscando.

Jesús, de hecho, bajó a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una imagen de los infiernos, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se sienten perdidos. Y, en realidad, el Señor Resucitado sigue descendiendo a los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los inocentes, al corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres.

Zaqueo, en cierto sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida lo ha puesto en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste en describir las características de este hombre: no solo es publicano, es decir, uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los invasores romanos, sino que es incluso el jefe de los publicanos, lo cual es como decir que su pecado se multiplica.

Lucas añade además que Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de los demás, abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo probablemente se siente excluido, despreciado por todos.

Cuando se entera de que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin embargo, nuestros deseos también encuentran obstáculos y no se hacen realidad automáticamente: ¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra realidad, tenemos límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco su revancha.

Pero cuando se tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay que tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los niños y no preocuparse demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño, se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de observación, sobre todo para mirar sin ser visto, escondiéndose detrás del follaje.

Pero con el Señor siempre ocurre lo inesperado: Jesús, cuando llega allí cerca, alza la mirada. Zaqueo se siente descubierto y probablemente espera un reproche público. La gente tal vez lo habrá esperado, pero se sentirá decepcionada: Jesús le pide a Zaqueo que baje inmediatamente, casi maravillándose de verlo en el árbol, y le dice: «¡Hoy tengo tengo que alojarme en tu casa!» (Lc 19,5). Dios no puede pasar sin buscar al que está perdido.

Lucas destaca la alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado, reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de reproche, sino de misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a quienes, en nuestra opinión, no se lo merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de Dios.

En la escena en casa, Zaqueo, después de escuchar las palabras de perdón de Jesús, se levanta, como si resucitara de su condición de muerte. Y se levanta para tomar un compromiso: devolver el cuádruple de lo que ha robado. No se trata de un precio a pagar, porque el perdón de Dios es gratuito, sino del deseo de imitar a Aquel de quien se sintió amado. Zaqueo asume un compromiso al que no estaba obligado, pero lo hace porque entiende que esa es su forma de amar. Y lo hace combinando la legislación romana sobre el robo y la ley rabínica sobre la penitencia. Zaqueo entonces no es solo el hombre del deseo, es también alguien que sabe dar pasos concretos. Su propósito no es genérico o abstracto, sino que parte precisamente de su historia: ha mirado su vida y ha identificado el punto desde el que iniciar su cambio.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de Zaqueo a no perder la esperanza, incluso cuando nos sentimos marginados o incapaces de cambiar. Cultivemos nuestro deseo de ver a Jesús y, sobre todo, dejemos que nos encuentre la misericordia de Dios, que siempre viene a buscarnos, en cualquier situación en la que nos hayamos perdido.

 

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Fuente: Vaticano

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