¿Fue J. R. R. Tolkien un escritor moderno?

¿Fue J. R. R. Tolkien un escritor moderno? El autor de El hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion es indudablemente “moderno” en cuanto vivió en nuestro mismo período histórico (murió en 1973). Además, su literatura es extraordinariamente popular entre los lectores modernos. Sin embargo, los críticos suelen sostener que no era moderno, sino más bien premoderno en su enfoque de la literatura, y ciertamente tienen razón en el sentido de que lo inspiraron especialmente antiguas tradiciones narrativas y literatura anglosajona como Beowulf. Su libro contenía muchos elementos arcaicos, pero en sí mismo no era arcaico ni premoderno. El Señor de los Anillos es una novela con elementos modernos. No podría haberse escrito en una época anterior. Contiene una crítica a la modernidad implícita, pero muy fuerte, de aspectos y tendencias del mundo moderno, como la globalización, el socialismo y la confianza en la tecnología. ¿Pero es regresiva o progresiva? Solo el tiempo lo dirá.

¿Quién era Tolkien?

¿Pero, en primer lugar, quién era este hombre, este escritor? Como todos nosotros, era más que la suma de sus partes. De niño, fue huérfano: su padre murió cuando tenía cuatro años y su madre (convertida al catolicismo y reducida a la pobreza al ser excluida de su familia por este motivo), cuando tenía doce. Posteriormente llegó a ser profesor de anglosajón en la Universidad de Oxford. Trabajó en el Oxford English Dictionary. Tradujo el Libro de Job para la Biblia de Jerusalén. Iba a misa en bicicleta casi todos los días. De noche, inventaba relatos para sus cuatro hijos. La gente dice que se disfrazaba de guerrero antiguo, con cuernos en la cabeza, empuñando una gran hacha para ahuyentar a los turistas de su jardín. Era en cierto modo como un hobbit de estatura excesiva, con sus chalecos de fantasía y sus pipas de tabaco (de hecho en una ocasión se describió a sí mismo como un “hobbit en todo menos en el tamaño”). Y en edad avanzada tenía mucho de mago, fascinando con sus palabras a millones de lectores.

En su juventud fue soldado —oficial de los Fusileros de Lancashire, combatiendo en las trincheras del Somme en 1916, donde el primer día murieron 60.000 soldados británicos y en total, entre ambos bandos, perdieron la vida más de un millón de personas. La experiencia le sirvió para llegar a ser escritor, al igual que a los poetas de la guerra, Rupert Brooke, Wilfred Owen y Siegfried Sassoon, y en la guerra siguiente al escritor de ficción T. H. White, autor de The Once and Future King (Camelot). En años posteriores, mirando retrospectivamente, Tolkien describía cómo las primeras obras escritas sobre la Tierra Media y parte de sus lenguajes inventados de duendes comenzaron como una distracción cuando supuestamente debía ocuparse de ser un buen oficial en la guerra: “en sucias cantinas, en conferencias con frías neblinas, en chozas llenas de blasfemia y obscenidad, o a la luz de una vela en tiendas de campaña, incluso algunas en refugios subterráneos bajo los cañoneos” (L. 66). [1] Escribía ficción —decía— para expresar sus sentimientos sobre el bien y el mal, lo hermoso y lo detestable, para comprender todo eso y evitar “puramente enconarse”.

Otro aspecto de Tolkien podría sorprender: Tolkien como enamorado romántico. A los 16 años de edad, en 1909, se enamoró de una linda chica llamada Edith Bratt, tres años mayor que él, también huérfana, pero protestante. Su tutor de esa época, el Padre Francis Morgan, del Oratorio de Birmingham, que era bastante estricto, le prohibió verla o hablar con ella hasta que llegara a ser mayor de edad, a los 21 años, y obedeció bastante bien, con excepción de dos reuniones clandestinas al comienzo, que le ocasionaron problemas, y algunos encuentros involuntarios posteriormente, y el resultado fue que en el momento de escribirle finalmente para proponerle matrimonio, en la noche en que cumplió 21 años, ella se había comprometido con otra persona pensando que Tolkien la había olvidado. Felizmente, todavía estaba enamorada de él y dispuesta a romper el compromiso. En 1914, se convirtió de mala gana al catolicismo (en esa época no se permitían los matrimonios mixtos en una iglesia católica), y en 1916 se casaron en la Iglesia de María Inmaculada, en Warwick. A pesar de ciertas tensiones ocasionales [2], fue un romance notable de toda la vida, que dejó su huella en la obra de Tolkien de distintas formas.

Quienes hayan leído El Señor de los Anillos o visto la película, recordarán la historia de amor sobre Aragorn y Arwen. En la obra de Tolkien, esto se remonta a un romance anterior entre un hombre y una mujer duende, muchos miles de años antes, la historia de Beren y Lúthien, los antepasados de Aragorn y Arwen. Paseando en el verano por los bosques de Neldoreth — escribe—, Beren, el hombre, se encontró con Lúthien, la princesa de los duendes, “en un momento de la noche bajo la salida de la luna, en que ella bailaba sobre la hierba inmarchitable, en el claro umbroso junto a Esgalduin. Luego todo recuerdo de su sufrimiento desapareció en él y cayó en estado de encantamiento, porque Lúthien era la más bella de todos los hijos de Ilúvatar [nombre de Dios de los duendes]. Su vestimenta era azul como el cielo sin nubes, pero sus ojos eran tan grises como la noche estrellada; su manto estaba cosido con flores doradas, pero sus cabellos eran tan oscuros como las sombras del crepúsculo. Su gloria y su belleza eran como la luz sobre las hojas de los árboles, como la voz de las aguas claras, como las estrellas sobre la neblina del mundo, y en su rostro había una luz resplandeciente”.

Beren se enamora al instante y pide su mano en matrimonio. Su padre lo envía a una búsqueda aparentemente imposible, en la cual (si bien únicamente con ayuda de Lúthien) tiene éxito. Posteriormente, sin embargo, es asesinado y ella desciende a los infiernos para rescatar su alma. Canta tan bellamente al Señor de los Muertos que ambos son devueltos a la vida por un período breve. Es un hermoso relato, muy propio de la obra de Tolkien, pero el romance que estaba describiendo era en cierto modo el suyo, una especie de exposición mitológica sobre lo que se sentía al enamorarse a primera vista, cómo el amor puede moldear de nuevo toda la vida de uno y cómo el marido y la esposa llevan a cabo la búsqueda juntos o de lo contrario nada logran. Tolkien y Edith están enterrados juntos en Oxford, y en su lápida él hizo grabar los nombres de Beren y Lúthien.

Por último, por supuesto, Tolkien era un maestro de idiomas. En un obituario, su amigo C.S. Lewis incluso escribió que Tolkien, a diferencia de otros lingüistas más superficiales, viajó “al interior” del lenguaje, como un explorador que penetra ante una barrera y encuentra un lugar donde nadie ha estado antes. Él comprendía la música y el significado del lenguaje, y la forma en que evoluciona en el tiempo tal vez mejor que nadie antes o después. Siendo adolescente, ya conocía la mayor parte de los principales idiomas europeos antiguos y modernos. En los debates escolares, le gustaba hablar en latín, griego, gótico o anglosajón en vez de inglés. Posteriormente llegó a aficionarse especialmente al finlandés y al galés.

Y por supuesto pronto comenzó a elaborar idiomas propios, aun cuando empezó a visualizarlos no tanto como invenciones, sino como reconstrucciones de idiomas antiguos que podrían haber existido antes de los que conocemos, remontándose a una época mitológica anterior a la historia, en que los duendes y los dragones caminaban en la tierra. La Tierra Media, por así decir, fue construida en parte como ambiente para estos idiomas, para imaginar un mundo en el cual tendría sentido que las personas hablasen el idioma de los duendes y no el inglés.

Tolkien y la modernidad

Cada uno de los elementos que he estado describiendo en la caracterización de Tolkien —soldado, enamorado, lingüista y católico— contribuyó específicamente a su crítica de la modernidad, y me referiré brevemente a cada uno de ellos.

Soldado. En primer lugar, al combatir en la Guerra llegó a adquirir gran conciencia del repentino surgimiento de la era moderna, marcado por el uso de armas de destrucción masiva y la creciente mecanización de la lucha armada; pero al mismo tiempo aprendió a apreciar las virtudes morales del soldado inglés común junto al cual combatía, el soldado raso (“tommy”) inglés, como lo llamaban. En realidad, el personaje de Sam Gamgee, adorable, sencillo y sin embargo indomable, de la clase trabajadora es un retrato del hombre que llegó a conocer en las trincheras del Somme, en un paisaje arruinado, que tenía un gran parecido con los Pantanos Muertos en los cuales Frodo y Sam son conducidos por Gollum en camino a la Puerta Negra de Mordor. Su relato sobre la Caída de Gondolin, la ciudad oculta de los duendes, comenzó en esa época, y describe un asalto de Orcos y Balrogs, “dragones del fuego” y “serpientes de bronce y hierro”, bajo grandes vapores y humaredas que en parte deben haberse inspirado en sus experiencias en el frente de batalla. Posteriormente, El Señor de los Anillos fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial, en la cual participó en servicio su hijo Christopher, una guerra contra un gran dictador que procuraba poner a todo el mundo bajo su dominio, y sin embargo una guerra que se terminó ganando mediante el uso de una táctica y una tecnología aborrecidas por Tolkien, con el bombardeo de Dresden y las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo. Él la llama “la primera Guerra de las Máquinas”, que dejará a todos más pobres, con millones de muertos, “y lo único que triunfa: las Máquinas” (L. 96). Después de la Guerra, él profetizó: “Las Máquinas van a ser tremendamente más poderosas”, lo cual lo impulsó a preguntar: “¿Cuál es su próximo paso” (ibid.).

En sus Cartas publicadas, Tolkien se refiere a la “tragedia y a la desesperación” propias de la confianza moderna en la tecnología cuando nos aparta del mundo natural. En la novela, esta tragedia está vívidamente ilustrada de muchas maneras, entre ellas por el corrupto mago Saruman, con su “mente de metal y ruedas”. En el mundo moderno, con sus desastres ecológicos y sus granjas industriales, hemos visto los efectos devastadores y deshumanizadores del enfoque puramente pragmático de la naturaleza de Saruman. El movimiento romántico ingles, desde William Blake y Coleridge hasta los Inklings, creía que debe existir una alternativa. Al final de su maravilloso ensayo titulado La abolición del hombre, C.S. Lewis, amigo de Tolkien, alude con esperanza a un nuevo tipo de ciencia, una “ciencia regenerada” del futuro, que “no haría ni siquiera a los minerales y a los vegetales lo que la ciencia moderna amenaza hacer al hombre mismo. Al explicar, no se disculparía con explicaciones, y al referirse a las partes, recordaría la totalidad”.

En cuanto a la ciencia moderna, por otra parte, Lewis sostuvo que su objetivo, al igual que la antigua magia negra, que jamás dio realmente resultado, es el poder sobre las fuerzas de la naturaleza. Ese poder se busca por una serie de motivos buenos y malos. Podemos desear satisfacer nuestra curiosidad y aumentar nuestros conocimientos sobre la forma en que funciona el mundo. Podemos desear hacer cosas maravillosas con nuestro poder recién obtenido sobre la naturaleza, como prolongar la vida y curar las enfermedades. Podemos simplemente querer ganar un Premio Nobel. Pero lo que Lewis llama el “negocio del mago” nos dice cuál puede ser el precio de semejante poder: a saber, nuestras propias almas. En realidad —dice—, la conquista de la naturaleza resulta ser nuestra conquista por la naturaleza, es decir, por nuestros propios deseos o los de otros (aquellos que terminan controlando la maquinaria). Únicamente quienes dominan sus deseos y no son manejados por ellos pueden realmente llamarse poderosos o libres.

Tolkien explora dos tipos distintos de tecnología, dos maneras distintas de comprender la ciencia, mediante el contraste en su relato entre los Duendes y el Enemigo: la ciencia de los Duendes (llamada “magia”) no se ha separado del arte como ocurre en la actualidad. Ciertamente, debería llamarse una forma de arte. Mientras la meta de los Duendes es el Arte, el objetivo del Enemigo es lo que él llama la “dominación y la tiránica reconstitución de la Creación”. Los instrumentos de los Duendes, como el Anillo mágico usado por Galadriel para proteger a Lothlórien, son todos más o menos benignos. Operan “de acuerdo con la naturaleza” y no en contra de la misma. La ciencia del Enemigo, en el mundo de Tolkien, es muy distinta. Refleja un deseo de controlar. El deseo de poder —escribe— “conduce a la Máquina”, con lo cual se refiere al uso de nuestros talentos o instrumentos para imponer a otros la sumisión. El Anillo de Poder, “el Anillo para atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad”, es un ejemplo de este tipo de tecnología. Y es realista cuando muestra que quienes experimentan la mayor tentación de usar el Anillo son aquellos que se convencen a sí mismos de que desean hacer el bien y no el mal: convertir al mundo en un mejor lugar sometiéndolo a su propia voluntad.

Ciertamente, cuando emprendemos la tarea de “ubicar” el Anillo o lo que queda del mismo en el mundo actual, debo mencionar que Tolkien siempre insistió en que su fantasía no era mera alegoría. Mordor no era una Alemania nazi o una Rusia soviética ligeramente disfrazadas. En una oportunidad escribió: “Preguntar si los orcos ‘son’ comunistas es para mí tan sensato como preguntar si los comunistas son orcos”. Sin embargo, al mismo tiempo, no negaba que el relato fuese “aplicable” a los asuntos contemporáneos, y de hecho lo afirmaba. Es aplicable no solo por ser una parábola que ilustra el peligro de la Máquina, sino también porque muestra los motivos de ese peligro, es decir, los vicios siempre presentes de la pereza y la estupidez, el orgullo, la codicia, la insensatez y la avidez de poder, todos ellos ejemplificados en las diversas razas de la Tierra Media.

Esta importante lección obtenida por Tolkien de la Guerra —que no debe hacerse daño para obtener el bien— tiene muchas consecuencias importantes. También los Orcos, que parecen ser totalmente malignos y “deben ser combatidos con la máxima severidad —escribe Tolkien en uno de sus cuadernos—, no deben enfrentarse recurriendo a sus mismas formas de crueldad y traición. Los cautivos no deben ser torturados, ni siquiera para descubrir información para la defensa de los hogares de los Duendes y los Hombres. Si algunos Orcos se entregasen y pidiesen compasión, habría que concedérsela aun cuando eso tenga un costo”. En los últimos años y meses, hemos visto enjuiciarse a los servicios secretos británicos y estadounidenses por haber supuestamente pasado por alto este principio, torturando a los prisioneros. La parábola de Tolkien sigue siendo instructiva en muchos niveles. [3]

Enamorado. Señalé antes que el romance de Tolkien con Edith —su rol de enamorado romántico— constituyó en sí mismo una base para su crítica a la modernidad, y ahora debo explicar qué quise decir con eso. Consideremos que al escribir estos relatos él no estaba construyendo una forma de “escape” de la realidad cotidiana, como sostienen los críticos al llamar a este tipo de cosas literatura “escapista”. Él procuraba mostrar, si bien de manera exagerada e imaginaria, la manera en que el mundo realmente funciona, tanto moral como espiritualmente. El actor que hizo el papel de Aragorn en la película fue Viggo Mortensen, y cuando le preguntaron por qué la película y el libro eran tan populares, respondió que le parecía que eso se debía a que cuentan una “historia real”. Tenía razón. Hay verdad en la historia, y eso es lo que la hace ser tan interesante. Con todo, al construir el romance dentro de la mitología como él lo hizo —y esto solamente resulta obvio al leer tanto El Silmarillion como El Señor de los Anillos—, Tolkien estaba afirmando que toda la historia es en definitiva una historia de amor, que el amor es lo más importante del mundo; no es solamente lo que configura el mundo, sino aquello en virtud de lo cual todo sucede. No es únicamente el amor entre el hombre y la mujer, ciertamente, sino también el amor de los amigos y el amor a la belleza y el amor a la vida, que llegan a una especie de crescendo en el fructífero amor del matrimonio.

Consideremos El Señor de los Anillos propiamente tal. La tentativa de Frodo de destruir el Anillo comienza con su deseo de salvar a su amado Shire de la Sombra que amenaza con absorberlo. El amor de sus amigos es precisamente lo que crea la Confraternidad mediante la cual se logra la tentativa. Cada miembro de la Confraternidad tiene un rol. En el curso de esa aventura, los Hobbits crecen. Aprenden las virtudes de la valentía, la fidelidad y la sabiduría requeridas para sanar al Shire del mal que lo infecta cuando regresan (muy desafortunadamente, esta parte del libro fue omitida en la película de Peter Jackson). Y Sam en particular —que es en cierto modo el héroe del relato, casi más que Frodo según el autor— adquiere con estas aventuras la madurez y la valentía para proponer matrimonio a su amada Rosie, y se establece en Bolsón Cerrado (Bag End) en calidad de heredero de Frodo, constituyendo al cabo de no mucho tiempo una gran familia. El Señor de los Anillos termina cuando regresa de los Puertos Grises:

Y siguió avanzando, y había una luz amarilla, con fuego en el interior, y la cena estaba lista, y lo esperaban. Y Rose lo hizo acercarse y lo ubicó en su silla, poniendo a la pequeña Eleanor en su regazo.

Él respiró profundamente.
“Bueno, estoy de regreso”, dijo.

Con este final, Tolkien estaba indicando que todas las grandes aventuras épicas en Rohan, Gondor e Ithilien, todas las batallas y tormentos que vivieron los Hobbits en manos de los Orcos y en los campos del Pelennor, fueron por el bien del Shire, para permitir a los Hobbits no solo defenderlo y sanarlo, sino también para que Sam pudiese asentarse en la vida doméstica común.

El Shire, por supuesto, representa la Inglaterra amada por Tolkien, los pueblos y campos donde jugaba de niño, y el horrible barrio pobre gobernado por Saruman que encuentran al regresar es una visión de lo que ha hecho la modernidad a ese idilio inglés.[4] Podría decirse que la lección del relato es que la vida común, y especialmente el matrimonio y la familia actuales, deben protegerse y apoyarse no solo mediante ejércitos exteriores, sino también desde adentro, con una vida de virtud heroica, o mediante virtudes cuyo carácter heroico se reconozca si se proyectan en la gran pantalla de una aventura lejos del hogar, porque ahí es posible visualizarlas como realmente son.

Lingüista. El amor de Tolkien por el lenguaje como fuente de su antimodernidad está ligado a su amor a la tradición, la historia y el folklore. La evolución de los idiomas no puede separarse de la evolución de las civilizaciones, y los términos que empleamos hoy nos dan claves sobre cosas que han ocurrido y la manera de pensar y actuar de la gente en el pasado remoto. Tolkien deseaba descifrar el lenguaje y viajar hacia atrás en el tiempo para ver un mundo perdido, donde antes sucedieron los relatos conocidos por nosotros, tan lejos en el tiempo que parecería mitológico, permitiéndole hablar de misterios como la creación misma y el origen del bien y el mal, y nuestro oscuro anhelo de un paraíso que de alguna manera nos parece que alguna vez existió en la tierra. “Todos lo anhelamos —escribió (L. 96)— y estamos permanentemente vislumbrándolo: toda nuestra naturaleza en su mejor estado y menos corrupta, en su máxima suavidad y humanidad, todavía está impregnada del sentido del exilio”.

El sentido del anhelo, de la nostalgia del paraíso, proviene —pensaba él— de la mejor parte de nosotros mismos, la parte que “recuerda” su Origen, cuando surgimos de la mano de Dios y por primera vez nos llenó el aliento de la vida. Era “antimoderno” en el sentido de que la modernidad suele oponerse a este tipo de anhelo con una especie de cinismo hastiado del mundo. Se nos dice que semejantes cosas nunca han existido ni podrían llegar a ser porque el hombre es puramente un animal como cualquier otro, pero más repulsivo y peligroso. Los relatos de Tolkien dicen: ¡No! Podemos mirar hacia arriba las estrellas, podemos aspirar a ser más grandes de lo que somos, y si lo hacemos, entonces la gracia divina nos ayudará. Nuestra capacidad misma de imaginar mundos como la Tierra Media y las Tierras Benditas del Oeste demuestra que somos algo más de lo que esos cínicos modernos optan por creer. En un poema titulado “Mitopoeia”, inspirado en una conversación con C. S. Lewis, que ocasionó la conversión de este al cristianismo, él hizo el siguiente resumen:

El corazón humano no está hecho de mentiras,
sino que obtiene sabiduría del único que es Sabio,
y al que todavía invoca. Aunque ahora hace ya tiempo exiliado,
el hombre no está completamente perdido ni del todo ha cambiado.
Puede que lo acose la desgracia, pero no ha sido destronado aún,
y lleva los harapos del señorío que poseyó,
su dominio del mundo por acto creativo:
no es propio de él adorar al gran Artefacto,
hombre, sub-creador, la luz refractada
a través de quien se astilla un único Blanco
en numerosos tintes que se combinan sin fin,
en formas vivientes que van de mente en mente.
Aunque llenásemos todas las grietas del mundo
con elfos y duendes, aunque nos atreviésemos a construir
dioses y sus templos de oscuridad y luz,
y sembráramos semillas de dragones, sería nuestro derecho (usado bien o mal). El derecho no ha decaído.
Creamos todavía por la ley con la que fuimos hechos.

La búsqueda de Tolkien del Comienzo de todas las cosas se expresó mediante la invención de la mitología; pero su deseo de esta fue despertado por el amor al lenguaje, o más bien dicho al Mundo —el divino Logos, la Segunda Persona de la Trinidad— que le parecía escuchar resonando como una especie de música distante en ciertas frases, en ciertos idiomas como el anglosajón.[5] Esto fue lo que en 1914 lo impulsó a comenzar a escribir, y nunca dejó de hacerlo hasta su fallecimiento en 1973. Su mitología expresa la intuición muy profunda de que la prosa comienza en la poesía, y la poesía en la canción, y la canción en la música, y que la música es equivalente a la luz, que es la vibración primordial producida por la voz de Dios en las aguas profundas de la existencia. Así, la totalidad de la historia, al igual que la totalidad de la cosmología, es el despliegue de la historia de la Luz y la Música, en el cual Dios expresa su alegría otorgando libertad a las criaturas que cantan y resplandecen con Él, y resaltando el bien en contraste con el mal que procura absorber la luz a cada momento.

Católico. Y así llegamos al cuarto y último punto, el catolicismo de Tolkien. ¿En qué medida se puede ser más antimoderno siendo un católico? O —mejor dicho— siendo un católico como Tolkien, tradicional, ortodoxo y devoto, en definitiva obediente a Roma incluso al cambiar la liturgia que él prefería, defendiendo fielmente el valor supremo de la Verdadera Presencia (L. 250), y también la enseñanza impopular sobre el matrimonio. Ciertamente, El Señor de los Anillos no se refiere a la religión, y no es tan obviamente una obra cristiana como las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis. Sin embargo, en 1953, Tolkien reconoció a su amigo jesuita Robert Murray que “El Señor de los Anillos es sin duda una obra fundamentalmente religiosa y católica, de manera inconsciente al comienzo, pero consciente al revisarse” (L. 142). Prosigue diciendo que no obstante ha eliminado “prácticamente todas las referencias a cualquier cosa vinculada con “religión”, en forma de cultos o prácticas, en el mundo imaginario”. Ha hecho esto de tal manera que “el elemento religioso esté incorporado en el relato y el simbolismo”.

Con todo, el autor dejó algunas claves. La fecha que señala para la destrucción del Anillo es el 25 de marzo, que en “el mundo real” es la fiesta de la Anunciación, el día en que los católicos celebran el comienzo de la Encarnación en el seno de María.[6] María fue preservada del pecado y fortalecida en su deseo del bien por la gracia que llegó al mundo (tanto hacia atrás como hacia delante en el tiempo) a través de la Cruz. Su “Sí” al Espíritu Santo fue por lo tanto el comienzo de la respuesta final a Sauron y el rechazo definitivo del Anillo (de hecho existe una antigua tradición según la cual la crucifixión también tuvo lugar el 25 de marzo). Y aspectos de Cristo y su misión se vislumbran claramente en varios pasajes del Señor de los Anillos como, por ejemplo, cuando Aragorn recorre los Caminos de los Muertos y regresa para reclamar su trono, y cuando Gandalf da su vida para abatir al Balrog en Moria y es “enviado de vuelta” a la Tierra Media resucitado como Gandalf el Blanco, dotado de nueva autoridad. El viaje de Frodo y Sam por Mordor hasta llegar junto al Monte Doom llevando el Anillo recuerda en gran medida el recorrido con tropiezos de Cristo al calvario llevando su Cruz. De estas y otras formas, se puede decir que Tolkien cree en Cristo y también cree que la misión de Cristo está destinada a enviar ecos y reflejos a lo largo de toda la historia humana y la mitología.

Pero estas referencias a la cristiandad están ocultas muy profundamente, y no es necesario advertirlas para disfrutar el libro como tal (después de todo, la narración transcurre en una época anterior al cristianismo). Lo que es más importante y más evidente es el universo moral descrito por Tolkien, un mundo de virtudes, vicios y tentaciones. Los vicios se retratan vívidamente con los Orcos y Saruman —la codicia, la envidia, el orgullo, el odio, etc.— y en el caso de Denethor, el mayordomo de Gondor, la desesperación. En oposición a estos vicios, presenta las virtudes de la valentía y la cortesía, la amabilidad y la humildad, la generosidad y la sabiduría, en los corazones de la Confraternidad. Y muestra cómo el corazón humano suele oscilar entre las dos cosas, como en el caso de Boromir o Frodo, en que el Anillo sirve para representar la última tentación, la tentación de ejercer el poder sobre los demás.

La “chispa de fuego”

Espero haber dicho lo suficiente para sugerir algunas de las formas en que Tolkien puede considerarse antimoderno. Formó de muchas maneras parte del gran movimiento romántico de la literatura europea. El poeta romántico William Blake también escribió grandes obras épicas mitológicas, además de poesía, y criticó la revolución científica e industrial por sus efectos deshumanizadores en la sociedad. Los románticos creían menos en la razón y en la ciencia que en el sentimiento y la imaginación. Tolkien conservó esta creencia en la importancia de la imaginación, pero a diferencia de algunos románticos, también creía en la verdad objetiva, y como católico procuró integrar la emoción y la imaginación junto con el pensamiento racional en una visión amplia de la realidad.

Con todo, este hecho en sí mismo lo hace ser tan posmoderno como antimoderno, o más bien dicho, si se asocia el término posmoderno con el último resuello del modernismo y el “fracaso” de la Ilustración, podríamos llamar a las personas como Tolkien post-posmodernas, porque están mirando hacia atrás para avanzar. Siendo alumno de la Escuela King Edward en Birmingham, Tolkien forjó una estrecha amistad con otros tres muchachos, que juntos se llamaron a sí mismos la TCBS (Tea Club and Barrovian Society) (Club de Té y Sociedad Barroviana). Siguieron siendo amigos después de salir de la escuela e ir a Oxford y Cambridge, y luego al Ejército para combatir en la Guerra. A través de ellos, en la víspera de la Guerra, Tolkien descubrió en 1914 el sentido de su vocación de escritor. Consideraba que la TCBS “estaba destinada a dar testimonio de Dios y la Verdad de manera aún más directa que sacrificando sus vidas en esta guerra”, en una tarea que puede ser llevada a cabo “por tres o dos o un sobreviviente”, siempre inspirados en parte por los demás. Tolkien, por supuesto, era uno de los sobrevivientes.

Le parecía que a los cuatro miembros de la TCBS, con su refinado sentido del honor, la poesía y la belleza, “se había otorgado una chispa de fuego… destinada a encender una nueva luz, o —lo que es lo mismo— a volver a encender una antigua luz en el mundo” (L. 5). ¿Se advierte lo que quiero decir? La “antigua luz” que ellos deseaban traer nuevamente al mundo es la luz de la belleza y la verdad percibida por la imaginación romántica, una belleza de la poesía y el arte y un amor a la naturaleza que estaban siendo rápidamente eliminados por el consumismo y los medios de comunicación masiva, por el ruido, la contaminación y la tecnología que se están propagando en todas partes; pero esto es también como una “nueva luz”, porque en un sentido muy real es atemporal, y al percibirla comenzamos a crear una nueva civilización basada en un conjunto distinto de valores.

Creo y pienso que Tolkien creía secretamente que al escribir sus relatos había construido un vehículo literario con el cual podía transmitir la visión de la TCBS al mundo en general. Hizo vislumbrar a millones de personas la “antigua luz” de la belleza y la verdad, y para quienes permiten a esta luz penetrar en sus almas, nada sigue siendo lo mismo.


Notas:

[1] Referencias a las Cartas publicadas de Tolkien, editadas por Humphrey Carpenter en varias ediciones, conservan la misma numeración para las cartas, dispuestas en orden cronológico.
[2] “Casi todos los matrimonios, también los felices, son errores, en el sentido de que casi con toda certeza (en un mundo más perfecto o incluso con un poco más de cuidado en este mundo tan imperfecto) ambos cónyuges podrían haber encontrado una pareja más adecuada. Pero el verdadero ‘espíritu afín’ es aquel con el cual uno realmente se ha casado” (L. 43). En uno de los Cuentos Inconclusos , “Aldarion y Erednis”, él relata la triste historia del sexto rey de Númenor, cuyo amor por el mar y sus frecuentes viajes con largas aventuras lo hicieron llegar a apartarse de su esposa. A veces me pregunto si esto refleja el alejamiento que pudo haber sentido a veces de Edith, ya que cada vez más su marido dedicaba más tiempo a escribir y volver a escribir la gran saga (si bien este es el tipo de especulación que el mismo Tolkien habría desdeñado).
[3] En 1943, Tolkien escribió: “Mis opiniones políticas se apoyan cada vez más en la anarquía (entendida filosóficamente como abolición del control y no como hombres barbudos con bombas) o en la monarquía ‘inconstitucional’ ”(L. 52). La “mitad república y mitad aristocracia” del Shire (L. 183) tiene un alcalde elegido, pero al parecer funciona la mayor parte del tiempo suficientemente bien sin gobierno (salvo un rey distante que representa el principio de justicia natural), y su fuerza política de “Shirriffs” tiene muy poco que hacer, es decir, hasta el momento en que es preciso ocuparse del influjo del corrupto mago. En ese momento, un Gobierno con G mayúscula interviene con una venganza. Ningún sistema político como tal es inmune a la corrupción. “No soy un ‘demócrata’, —escribió Tolkien en 1956—, únicamente porque la ‘humildad’ y la igualdad son principios espirituales corrompidos por la tentativa de mecanizarlos y formalizarlos, y el resultado es que no obtenemos pequeñez y humildad universales, sino grandeza y orgullo universales, hasta que algún Orc se apodera de un anillo de poder, y entonces obtenemos y estamos obteniendo esclavitud” (L. 186). Tolkien no veía con optimismo las perspectivas de una civilización que había elegido el camino de Saruman en vez del camino de Gandalf (ver L. 53).
[4] El Shire ha sido descrito por los críticos como un paraíso imposible basado en recuerdos de infancia, bañado en el brillo rosado de la nostalgia sentimental. Esto no es en absoluto acertado. El Shire tiene imperfecciones también antes de la infiltración y la corrupción por parte de Saruman. La estrechez de miras de sus habitantes y el carácter desagradable de los Sackville-Baggins y Ted Sandyman no están presentes únicamente para producir un efecto cómico, sino que introducen una nota genuina de realismo propio del mundo primitivo.
[5] En 1914, Tolkien encontró un poema de Cynewulf titulado Crist (“Cristo”). Dos versos del poema lo impresionaron de una manera que jamás olvidó: Éalá Éarendel engla beorhtast/ ofer middangeard monnum sended! “¡Te saludo, Earendel, el más brillante de los ángeles, / enviado a los hombres sobre la Tierra Media!” Tolkien describe el primer impacto que le causaron estas palabras en la voz del personaje de Lowdham en su obra “Los papeles del Notion Club”: “Cuando encontré esa cita en el diccionario, experimenté una curiosa emoción, como si algo se hubiese agitado en mí, despertando a medias del sueño. Había algo muy lejano, extraño y hermoso detrás de estas palabras, si yo pudiese captarlo, mucho más allá del inglés antiguo ... No creo que sea en absoluto irreverente decir que su carácter curiosamente conmovedor podría provenir de algún mundo más antiguo”.
[6] Se elige el 25 de marzo para señalar el comienzo del nuevo año en Gondor, tal como en Inglaterra hasta 1751, motivo por el cual el año tributario comienza en abril y no en enero.

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