«… De repente me tiran los deseos de usar los pinceles como si fuera casi mi profesión. ¡Puro atavismo familiar!»
(en carta a su hermana Margarita, 1980)


h87 griffin 01Describiendo una capillita que se levantaba junto al convento capuchino en la Giudecca, Venecia, donde su hijo se preparaba para su ordenación sacerdotal el 17 de marzo de 1934, Blanca Subercaseaux, su madre, escribe: «Mi Francisco, que posee manos de prolijo carpintero y ha fabricado con ellas lindas cosas, había hecho a esa capilla un zócalo de madera y un tabernáculo que llevaba en la puerta un precioso tallado”.

Sus palabras retratan la faceta de artista de fray Francisco Valdés (1908 – 1982), por cuya vida santa y admirable el Papa Francisco lo declaró Venerable el 7 de noviembre de 2014.

Hasta ahora, pocas personas identificaban como de su autoría la hermosa obra artística y religiosa del primer capuchino nacido en Chile y primer obispo de Osorno (1956), a pesar de enfrentarse frecuentemente con sus imágenes diseminadas por todo el sur del país en catedrales, iglesias, capillas y hasta en algunos caminos rurales.

Curarrehue, Almagro, San Juan de la Costa, Huelluzca, Imperial, y tantos otros lugares donde, en medio de un verdor que limpia el alma, a la sombra de enormes araucarias, se yerguen estos conmovedores testimonios de fe y de amor a un pueblo por el que Fray Francisco dio la vida y que hoy le venera como a un hombre santo.

Hoy, lo principal de su labor artística ha sido anotado por Iberia Torres Abelaira en su libro Íconos —El arte de Fray Francisco Valdés Subercaseaux (2016), que ha contribuido al registro de una producción desconocida, a demostrar su vigencia y a que se la pueda reconocer y admirar cuando nos encontramos frente a ella.

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Hijo de Horacio Valdés y de Blanca Subercaseaux, en su niñez todo parece confluir a definir la futura vocación de Francisco Valdés: capuchino, misionero en la Araucanía y también artista. En su hogar, se vivía un cristianismo de acendrada impronta franciscana. Se educó en el colegio San Ignacio Alonso Ovalle en Santiago. Los veraneos en la región de Nahuelbuta lo pondrían en contacto con la pobreza y el abandono de las familias araucanas. El amor por el arte lo imprimió en él su tío el monje y pintor Pedro Subercaseaux, fundador de los benedictinos de Chile.

“Pasaba largos ratos —escribe su hermana Margarita en el libro Fray Francisco Valdés Subercaseaux – Misionero de la Araucanía y primer obispo de Osorno (1985)— sirviendo de ayudante al pintor que a la sazón realizaba los grandes cuadros con escenas históricas que le encargaron los gobiernos de Chile y de Argentina, todo envuelto en ese olor a barniz y aguarrás tan caro a los pintores. A veces su tío le pedía que se subiera a los más altos peldaños de una escalera para rellenar espacios de las pinturas. El niño, con un gran delantal, se familiarizó así con los pinceles y los colores y con los personajes de nuestra historia patria.”

h87 griffin 03Al terminar sus estudios secundarios, viajó con su familia a Europa y en ese viaje decidió consagrarse a Dios en el sacerdocio. Ingresó al colegio Pío Latinoamericano de Roma. Pronto, su vocación se hizo más clara. Seguir las huellas y el espíritu de San Francisco de Asís en la pobreza, la mortificación y la donación de su vida a los más necesitados.

Movido por su amor al pueblo araucano, y en busca de su ideal franciscano que veía encarnado en la Orden capuchina, ingresó al Seminario de los Hermanos Menores Capuchinos de Baviera, Alemania, donde se formaban los frailes encargados de la evangelización en el sur de Chile.

Los capuchinos son una rama de los franciscanos que, en 1525, renovó el espíritu de heroica pobreza y contemplación tal como fue señalado por San Francisco de Asís. Los franciscanos ya estaban en Chile desde 1551, y en 1553 se habían establecido en Concepción. En cuanto a los capuchinos, los primeros llegan a Chile desde Italia en 1848. Luego vienen otros desde España y, en 1901, los venidos de Baviera. En esta cadena misionera se inserta Francisco Valdés.

En 1934, fue ordenado sacerdote y en enero de 1935 regresó a nuestro país para trabajar en el Vicariato de la Araucanía.

A partir de entonces, durante toda su vida religiosa, ya fuese en San José de la Mariquina, en Boroa, o en Pucón, como misionero, vicario parroquial, párroco y más tarde como obispo de Osorno, en medio de una actividad incansable y de una entrega sin límites por el bien espiritual y material de su grey, el Venerable Siervo de Dios se dio un tiempo que no tenía —pues a veces se negaba hasta el dormir por llevar adelante su donación permanente a los demás— para crear hermosas obras de arte que sirvieran para elevar las almas al Señor y en las que expresaba el fondo de su alma de franciscano y de artista.

La obra de arte de un capuchino

Cientos de obras brotaron de las manos del padre Francisco. Hoy se conocen al menos 19 cruces, casi todas pintadas sobre madera, además de esculturas, tallas de tabernáculos y de altares, y muchas acuarelas.

En estas destacan los paisajes sureños de pequeño formato que pintaba en sus largas caminatas misionales por la zona cordillerana.

Con el producto de su venta en exposiciones que organizaban familiares y amigos, se financiaba una parte de sus innumerables iniciativas en favor de los pobres.

“Cada acuarela vendida puede representar una cama”, comentaba un artículo de El Mercurio, reseñando una exposición que realizó en 1947 y cuyas humildes ganancias irían a la construcción del hospital de Pucón. El artículo también nos cuenta:

“(…) Lagos, volcanes, torrentes, montañas, son el escenario donde se desenvuelve la caridad del joven sacerdote franciscano que, a pie, a caballo, vadeando ríos, durmiendo tantas veces a pleno campo y envolviéndose, muchas otras, en el manto ceñidor de la ‘hermana lluvia’, preside una parroquia limítrofe con la Argentina y que integran siete capillas diseminadas a grandes distancias.

Una población casi primitiva ve aparecer de cuando en cuando a un hombre joven, rubio, de aspecto sereno, con pies desnudos y cabeza tonsurada que, en nombre de Cristo, les asegura que hay una fuente eterna donde serán saciados todos los sedientos de caridad y de justicia.

Vemos así que algo tan natural y frecuente como una exposición de cuadros puede tener, como los ensueños, varios sentidos. El más completo y trascendente hemos intentado insinuarlo. El más sencillo y próximo consiste en que se trata de un delicioso conjunto de acuarelas, muchas de las cuales son pequeñas, pero no por eso menos auténticas obras de arte.”

...

Esculpidas en madera o pintadas con óleo, las cruces del padre Francisco han brotado de su anhelo de predicar a Cristo en la cruz, que es el signo de la Redención.

Su inspiración artística procede en gran medida de los primitivos italianos que retrataron la vida del Santo de Asís, Giotto, Cimabue, Simone Martini. Son cruces que nos remiten a la Toscana y la Umbría del duecento y del trecento. Poseen gran dulzura y dignidad, sobrepasando en contenido emocional a las figuras rígidas y estilizadas de los íconos bizantinos. Su lenguaje es expresivo, simple, sólido. Los colores son intensos y radiantes. En algunas cruces, Cristo está acompañado por San Francisco, Santa Clara, San Juan evangelista, la Virgen María. O bien por una paloma que representa al Espíritu Santo. En todas ellas, el rostro de Cristo refleja paz y serenidad. El padre Francisco representa al Salvador en tres momentos: Christus dolens, mirando con amor y alentándonos a seguirle; Christus patiens, ya muerto y descansando en la eternidad del Padre; y Christus triumphans, resucitado y majestuoso.

El tamaño de las cruces que le conocemos fluctúa entre los 0,35 x 0,22 m de una cruz fechada en Eichstätt – Februar 1931 –cuando era estudiante de Teología– y que hoy pertenece a fray Juan Bauer OFM Cap, vice-postulador de su Causa de Beatificación, y la inmensa cruz de 4,60 x 3,50 m que está hoy día en la capilla de San Pedro y San Pablo en Osorno, y que el padre Francisco colgó en la catedral de Osorno hasta que fue reemplazada por el Cristo de madera que llegó de Alemania a presidir este santo recinto.

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Margarita Valdés recuerda cuando, en un enorme trozo de raulí, su hermano talló el que hoy conocemos como el Cristo del Tromen (1950) que se levanta en el paso fronterizo Mamuil Malal en Curarrehue, donde Chile limita con Argentina, para encomendar la paz entre ambos países:

“En sus años de cura párroco de Pucón, vimos los comienzos de la talla del inmenso madero en una sala de la escuela pública. Con qué amor y entusiasmo iba plasmando con sus manos la efigie del Crucificado, labor que, seguramente, era una oración, una conversación de persona a persona. Conociendo su vida, imaginamos con qué afecto tallaría cada uno de los detalles que hicieran aún más viva la figura del Redentor. Esa madera fue la confidente que conoció el fuego de un corazón amante y los sufrimientos de un alma que nunca encontró suficiente el hacer para llegar al Supremo Bien.”

Una evocación especial merece la Cruz de Chile, (1967) que se guarda en el Templo Votivo de Maipú y que cada año acompaña a la Virgen del Carmen en la procesión que se hace en su honor.

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Inspirada en nuestra bandera, Monseñor Valdés talló esta cruz en madera de árboles del sur. La pintó del azul transparente del cielo. Dispuso al medio una estrella so-litaria, realizada al fundir las monedas de plata que donó un minero del norte. La cinta roja que colgó del madero horizontal fue tejida a telar por artesanas de Doñihue. Norte, Centro y Sur de Chile están representados y el mensaje es evidente: nuestra patria hecha cruz.

...

El día antes de morir, sobre el sencillo velador junto a su cama en el hospital de Pucón había un libro con hermosas ilustraciones que poco antes estaba en sus manos: la Vida de San Francisco de Asís con acuarelas pintadas por su tío Pedro Subercaseaux. Estas acuarelas habían sido su inspiración al ingresar a la Orden capuchina, como lo dice él mismo en su carta pastoral Monjes hoy (1980). El padre Francisco contempló por última vez las acuarelas y después pidió permanecer en silencio. Quería preparar su alma en oración para el momento de su encuentro con el Señor.


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