Creo que todas las parciales verdades que Gabriela Mistral haya ido encontrando en la Teosofía y el Budismo quedaron eclipsadas por la vida y obra de San Francisco de Asís. Ya no será Buda, sino San Francisco su modelo.

Gabriela Mistral no pudo tener una completa educación fiscal. Cursó preparatoria en Vicuña; fue expulsada por el no comprobado cargo de ladrona del papel de clases; aprendió cuanto Emelina, su hermanastra, pudo enseñarle en Montegrande, y de allí en adelante desarrolló un autodidactismo heroico, que será su método de captación de lo humano y lo divino para enseñarse literatura, ciencia, historia, geografía y, en especial, religión.

Todo ello entraña una disposición de libertad en las búsquedas, y de aceptación o descarte de los hallazgos. Sin prejuicios, sin dogmas, sin criterios oficiales, avanza hacia la Belleza, la Verdad y el Bien, como una neoplatónica innata, y esa tríada conduce su vida y su arte hasta llegar, en 1927, a San Francisco de Asís.

El peregrinaje no fue deliberado o no fue consciente en su inicio. Había en 1922 criticado con deleite y admiración la novela El hermano asno, de Eduardo Barrios, con quien se carteaba, y allí tuvo una visión del franciscanismo en un fraile atormentado por «el hermano asno», es decir el cuerpo, como lo llamara el Santo. Además, en el traslúcido estilo de la prosa de Eduardo Barrios, encontró una sencillez verbal que espejeaba la sencillez moral del santo fundador de la Orden. Lo expresa así:

Eduardo Barrios ha publicado un nuevo libro, el libro de prosa más nítida y suave que se haya escrito en Chile. Una prosa como la hoja larga, del helecho flexible, exquisita y suave. Repulsión por lo brillante y lo ruidoso del lenguaje común, pero depurado de la escoria y podado de todo exceso. Una especie de franciscanismo artístico. En la frase, breve siempre, se recoge el paisaje o un estado de alma íntegra y ardientemente, como en el breve círculo de una pupila. El arte se esfuma. La transparencia de la palabra es tal, que hace olvidar la palabra. Así el cristal límpido da la ilusión de su existencia y se cree mirar directamente, cuando se mira a través de él. Desaparece el estilo por la perfección del estilo, y desaparece el artista. (El Mercurio, Santiago, 26 de mayo de 1922).

Allí no hay todavía una captación religiosa, sino una interpretación estética del «franciscanismo artístico,» que ella adscribe a la humildad del Santo: a lo que podemos llamar su humildad verbal, opuesta a la ostentación.

Gabriela Mistral estaba, antes de 1922, construyendo un arte intenso, mediante un léxico que transmitiera sus exaltaciones y, como todo autodidacta, manifestaba sus trofeos. Los poemas y prosas de la década de los años diez daban y dan un efecto extraño y hasta barroco con palabras como: frondazones, odorantes, febriciente, gemebundas, soñolencia, lobregueces, languidecente, murmurio, auricalco, enlutecida, adorancia, opalanada. Encontrarse con la modesta supeditación del modesto vocablo al profundo sentido que Eduardo Barrios gobernaba en esa novela, fue toda una revelación estética, cuyos visos religiosos no exploró por entonces, pues andaba en otras búsquedas: la teosofía y el budismo.

Pero el indeliberado peregrinaje hacia San Francisco, continuará, más allá de El hermano asno, más allá de Eduardo Barrios, y aun más allá de Chile. Viaja en 1922 a México, invitada por el Ministro de Educación, José Vasconcelos, con quien se había escrito y a quien la unía el interés por las religiones de la India. El Ministro encargó a una profesora universitaria, Palma Guillén, católica tomista, que le mostrara lo mejor y lo peor de México. Esta sabia cicerone, cuando pudo conocerle la espiritualidad, comenzó a cuestionar su orientalismo, mostrándole las fallas lógicas, las rarezas esotéricas, y de esta manera le fue socavando el budismo.

San Francisco, digamos, colaborará a expulsárselo, y lo hará, como veremos, a su manera, dulce y sutil.

En 1924, José Vasconcelos obtuvo de su gobierno el primer viaje de Gabriela Mistral, acompañada por Palma Guillén, a Europa. Iba a conocer centros de educación experimental, y a entrevistar escritores. En Italia, acudieron a la Porciúncula y Asís.

El gran romántico, Liszt, había compuesto en 1863 la Leyenda número 1: San Francisco predicando a los pájaros. Se adelantará así al «descubrimiento» del Poverello que comenzará treinta y un años después, gracias a su primera biografía moderna, escrita por Paul Sabatier, y gracias al estudio de las fuentes franciscanas, efectuado por el centro franciscano de Quaracchi.

La Vie de Saint Francois d’Assisi, por Paul Sabatier, se publicó en 1894. Lo describe con perspectiva romántica y política, como un hombre liberal y liberado de la tiranía de Roma, víctima del poder absolutista de los pontífices Inocencio III y Honorio IV. Fundamenta su tesis citando el Testamento del Santo: «Nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test. 14). De esas palabras el historiador protestante infiere un reproche a la jerarquía eclesiástica, tanto de Asís como de Roma. La Curia vaticana incluyó su obra en el Índice de libros prohibidos. Más tarde, Paul Sabatier rectificará parte de sus opiniones para ediciones posteriores.

En Copenhague el año 1907, fue publicada otra biografía, El Pobrecillo de Asís, escrita por Johannes Joergensen. Todavía desde el ángulo romántico pero sin colorearlo de política, percibió en Francisco de Asís un convertido frente a las inquietudes juveniles del siglo XIII, un trovador en busca de la verdad y del bien, y un cantor de las maravillas de la Creación. Aclamada, la biografía fue inmediatamente traducida a varias lenguas; en castellano hubo dos versiones distintas: la de R. M. Tenreiro, en Madrid 1925, y la de A. Pavez, en Santiago de Chile 1913. Conjeturo que Gabriela Mistral la haya leído ese año.

Por efecto de tales biografías y sobre todo de Las Florecillas, los artistas europeos se maravillaron con el amigo de los animales, con el pariente de la Naturaleza. Chesterton, que había declarado que «solo la Iglesia Romana pudo haber producido a San Francisco de Asís», se convirtió en 1922 al catolicismo y publicó Saint Francis of Assisi.

El 24 de febrero de 1925, en El Mercurio se publicó la segunda parte de un artículo de Gabriela Mistral titulado «Respuesta a los italianos», en donde declara que para el próximo centenario franciscano estoy terminando una nueva vida de San Francisco, a fin de que en esa fiesta del Espíritu esté también la voz de una católica de habla española. Haría una interpretación religiosa y estética. La fue enviando a El Mercurio, bajo el título de Motivos de San Francisco, haciendo eco al título del poema de Rubén Darío, Motivos del lobo, en que se describe el pacto entre San Francisco y el lobo que devoraba las ovejas del desesperado pueblo de Gubbio.

Su compenetración con el pensamiento de San Francisco se comprueba en lo que le escribe a Juana de Ibarbourou, en marzo de 1925: «Pienso, Juanita, lo mismo que san Francisco, sobre su tristeza. Usted talvez lo sabe: que él la llamaba la enfermedad de Babilonia» [1].

De la gestación de los Motivos de San Francisco, tenemos referencias en su epistolario con Eduardo Barrios, cuya novela la había encaminado al Santo. En abril de 1923 le comenta: Yo no sé si es el San Francisco que comento el que me da humildad en el verdadero sentido de la palabra, o sea de reconocimiento de la pobre cosa que soy... le decía en mi carta anterior que usted contesta, el bien que estaba recibiendo al comentar a San Francisco: es un bien espiritual. El alma ha perdido en grosura, la siento más leve e infinitamente más dulce. Dudo mucho del valor artístico de estos comentarios y necesito que usted me dé la impresión desnuda, la impresión escueta que le han dejado los que mandé al Mercurio. Fueron ocho o nueve (son cincuenta). Los hice así sueltos; pero ahora quiero darles por fondo la biografía del santo, de la que ya tengo algo empezado. Le contaba que el libro de usted me avivó la figura mística a pesar de la ironía del fondo. Creo que tiene también reminiscencias desfiguradas de la forma suya. Dígame si las halla. (Carta conservada en la University of Notre Dame).

En otra carta, infechada, le precisa lo siguiente: «Estuve un mes en Chapala; escribí treinta motivos franciscanos que luego serán mi librito…»

Y en abril de 1924 le cuenta: «acabaré mi San Francisco en Asís, para darle ambiente, si Dios no dispone otra cosa». Y Dios sí dispuso otra cosa. Pero antes abarquemos lo que escribió sobre el Santo.

Afirmó que eran cincuenta los «comentarios.» Hoy, puedo afirmar que conocemos cuarenta y uno. Han ido completándose a medida que eran encontrados. Es de lamentar que no haya resultado el proyecto de publicación que Gabriela Mistral menciona en carta de septiembre de 1927 a Benjamín Carrión: «Yo agradezco al Editor [Vuillermoz ¿de la Editorial Callejas?] su proposición para mí, en la que siento su esfuerzo amistoso en mi favor y procuraré darle el año próximo un volumen en las condiciones que me ofrece a través de usted. No sé cuál sea, si unos Motivos de San Francisco, si las Estampas completas, si los Elogios de las materias o una selección de artículos, fácil de hacer en el conjunto de cien que habrá luego».

La secuencia de la divulgación de los Motivos de San Francisco, comienza con 28 en la primera edición por César Díaz Muñoz-Cormatches (Santiago: Editorial del Pacífico, 1965); aumenta a 33 en la segunda recopilación hecha por mí, en Prosa religiosa de Gabriela Mistral (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1978); y crece a 36 en la tercera edición por Jaime Quezada (Santiago: Corporación de Las Condes, 1993), que añade tres Motivos no incluidos en las anteriores: Los sentidos, La red, Los escabeles; y finalmente llega a cuarenta y un Motivos en la cuarta, mía también: Recados para hoy y mañana, Tomo II, Editorial Sudamericana, Santiago, 2000, en la cual di a conocer cinco Motivos inéditos, heredados de Palma Guillén: La única vanagloria, La entrega, La oración, Otro Cristo, El lobo. En esos cinco Motivos, escritos en 1927 en el sur de Francia, se nota un mayor apego a la versión franciscana más auténtica: Las florecillas.

Falta hacer la edición crítica de los Motivos de San Francisco, incluyendo las variantes que se encuentran en la versión ulterior y hasta el momento «definitiva» de algunos Motivos publicados en España.

¿Cuál es la interpretación de San Francisco que nos comparte Gabriela Mistral.

La mejor respuesta la dan sus propias palabras:

¡Cómo hablaría San Francisco¡ ¡Quién oyera sus palabras goteando como un fruto su dulzura! ¡Quién las oyera cuando el aire está lleno de resonancias secas como un cardo muerto! Esa voz de San Francisco hacía volverse el paisaje sobre él, como un semblante; apresuraba de amor la savia en los árboles y hacía aflojarse de dulzura su abullonado a la rosa.

Era un acento quedo, como el que tiene el agua cuando corre bajo la arenita menuda. Y cantaba sus canciones con ese acento amortiguado por la humildad. (Cantar es tener un estremecimiento, más que una palabra en la voz.)

El hablar de San Francisco se deslizaba invisible por los oídos de los hombres. Y se hacía en sus entrañas un puñado de flores suavísimas. Y ellos no entendían aquella suavidad extraña que les hacía. Ignoran que las palabras son guirnaldas invisibles que se descuelgan hacia las entrañas.

Hasta era mayor que el de las manos este milagro de la voz. Francisco no tocaba a veces el pecho de los leprosos: les hablaba con sus manos cogidas, y el aliento era el verdadero aceite que resbalaba aliviando la llaga.

«Y se hizo Francisco boca de canciones para ser boca de sumo amor. No quiso buscar al Señor con gemidos a la sombra como Pascal. Lo buscó en el sentido de sus canciones gozosas, semejantes al latido vivo de polvo dorado que hay en un rayo de sol.

¿Cuál es la mayor dulzura que has alcanzado allá abajo?, solían preguntar los ángeles al Señor. Y el Señor les respondía: No son los panales que se vencen; son los labios que están siempre henchidos de mi siervo Francisco, cantador.

Y como a pocos amantes te fue dado el saber nombrar, de precioso nombre, a las criaturas. Tu adjetivo es maravilloso, Francisco; llamas robusto al fuego, humilde y casta al agua. Otros santos no eran así, Francisco; descuidaban o desdeñaban su lenguaje con sus hermanos inferiores, cuidando solo el del Señor.

Los leprosos se mueven sin dureza de contornos, se atropellan incesantemente alrededor de Francisco; él sigue repartiendo. Pero cuando ha acabado, los mira y el frenesí que lo posee lo hace continuar. Ahora la otra limosna: él va a besar a cada uno la boca. Ellos tendrán su boca de veinte años como una caricia no conocida nunca, ellos, que desde el día en que se vieron la primera mancha, no han recibido sino el beso del sol que está ciego y distante y, por toda piedad, han sido lavados por otro con el rostro vuelto hacia atrás…

Los leprosos, aplacados por la limosna abundante, se han sentado y lo miran lleno de extrañeza. Lo miran hermoso, en sus miembros duros de juventud y le ven la sonrisa humana que casi han olvidado, porque ellos son esos que miden cada mañana el mal, en la mueca del enfermero que los odia. Cuando besó al otro en la mano, los huesos le fingían alguna firmeza; es otro este beso dado sobre los labios, grandes como un belfo, en que se siente la blandura indecible del gusano. Y al besar ellos también un aliento más caliente y más denso, como de fuente subterránea, sale de ellos y baña el semblante del que se ha vuelto en una hora loco de piedad. Entonces ha debido apagársele el mundo puro de Dios, su verde llanura Umbría, y desaparecer como si nunca hubiera existido. Más allá un leproso ya no tiene labios y pone para el beso la sequedad de la encía y el blanco árido de los dientes.

Nosotros, Francisco, entregamos lo que nos sobra. Estamos tan llenos, que nos cansamos un poco de la brazada de ricas mazorcas de la vida. Se nos rompen los sacos de oro del trigo y entonces cedemos, por no doblarnos a recoger lo caído. Tú te diste, te diste, te diste. Tú descubriste una verdad escondida; que no tenemos derecho a dar sino a nosotros mismos. Las demás cosas son de la tierra. Cuando regalamos cosecha de frutos, es el surco generoso el que da; y cuando regalamos vestidos, es el hilandero fatigado el que regala. Pero cuando nos damos a nosotros mismos, entonces sí, damos de verdad.

De modo que San Francisco es para ella un santo poeta. Un cristiano siempre en presencia de Dios. Un artista que celebra la Creación. Un poeta que ha alabado al sol, al agua, al fuego. Y un caritativo que en una hora sobrenatural se ha vuelto loco de piedad. De El hermano asno, a Las florecillas, yendo desde 1922 a 1924, su disposición se abre más y mejor hacia el Santo. Ya hemos visto la purificación psíquica que siente mientras lo comenta, la cual cumple uno de los mandamientos de su «Decálogo del artista», publicado en Desolación ese preciso 1922, año de plenitud y consagración:

Subirá de tu corazón a tu canto y te habrá purificado a ti el primero.

Lo que sube es la Belleza. Y en los Motivos, la Belleza divina reflejada en San Francisco.

Creo que todas las parciales verdades que Gabriela Mistral haya ido encontrando en la Teosofía y el Budismo quedaron eclipsadas por la vida y obra de San Francisco de Asís. Ya no será Buda, sino San Francisco su modelo. Y más que eso, su patrono, cuando cruce el umbral de su indeliberado viaje hacia el Santo. Un viaje que culmina en Asís, cuando ella entra a la Orden Tercera de San Francisco. Su cordón con los cinco nudos de los cinco estigmas, irá con ella a la tumba.

Tenemos un escueto relato de esa reconversión de la ex teósofa budista:

Llegué a México, y Vasconcelos me dio a Palma por Secretaria, y ella es católica como una india en lo absoluta y como una francesa en lo teóloga de la familia de Santo Tomás. Un día se dio cuenta y emprendió la tarea de convertirme: «Me da una pena inmensa que tú andes entre supersticiones asiáticas». Me discutió mucho, y me puso el budismo en irrisión, por donde me lo rompió mejor; y en nuestro primer viaje a Europa me hizo hermana tercera de San Francisco. (Carta a Gonzalo Zaldumbide)

Si ya antes de pertenecer a la Orden Tercera había estado en México «comentando» a San Francisco, ahora continuará esa biografía lírica. Aun más, inspirada en los cánticos de San Francisco, pasará a la alabanza de la Una breve antología de ellas, para que se aprecie la fina y tierna espiritualización de cosas y criaturas:Creación, comenzando la secuencia de prosas que llamará Elogios de las materias y Estampas de animales [2].

En arena les fue dada a los pobres la porción de dicha que los otros reciben en cubos de metales de piedra. Ellos hacen con arena la casa que se les tumba y los sueños que se les deshacen y por eso no tiene coyuntura la dicha de los pobres. En arena también escribió Jesucristo su único juicio, con el fin de que se deshiciese antes de ser acabado y no fuesen a trocarle el sentido los jueces y ellos también lo llamasen su patrono…

El agua es ágil y no lleva memoria consigo. El agua camina arrodillada, como deben ir allá arriba los ángeles de la Reverencia, corriendo hacia el mejor. El agua que va con los semblantes del paisaje, listada por el rostro de las cosas, como si fuese a dar testimonio de ellas, y que no se rinde, del peso, y sigue con su carga de semblantes sin que nadie vea quien se la recoge. El agua que se da sin romperse, única dación sin dolor, que puede ser en la altura la de los ángeles. El agua de las fuentes, que escucha hacia adentro como Ruysboeck, agua religiosa de labio más delgado que la daga. El agua de alguna fuente cuya mirada ahuecó mi ojo hasta la nuca y que me dijo una palabra en la cual entró la muerte en mí y no me deja más. El aceite, buen samaritano, que cura y vela como el otro, digno de haber participado en el Evangelio, siendo el treceavo apóstol. De haber seguido la Vía Sacra, el aceite lamiera las siete llagas como un perro divino y Cristo talvez no da al morir el grito que contó Mateo. El fuego del Espíritu Santo, fuego en dos brasas blancas que llaman Paloma, y que cayó sobre Pablo y fundió hasta los talones sus tuétanos. La harina grave, que hace la pesadumbre de la espiga del arroz o del centeno, tan grave colmo la tierra, tierra ella misma que podría hacer caminos lácteos para criaturas sin pecado original. Suelo sentir las plantas como emociones de la tierra: las margaritas son sus sueños de inocencia; los jazmines son un agudo deseo de perfección; los magueyes son versos de fortaleza, estrofas heroicas. El algodón redondo que es un resuello piadoso dentro de la llaga fea. El largo algodón de la venda parecido a la lengua del perro de Lázaro. El algodón de los hospitales (que pertenece a la Orden de San Juan de Dios) el santo algodón.

Se puede apreciar que la tríada Motivos de San Francisco, Estampas de animales y Elogios de las materias, constituyen una profunda compenetración en San Francisco mediante el comentario lírico de su vida y obra, y la alabanza de criaturas y materias. En estas últimas, sobre todo, al espiritualizar selectas materias, prosigue y amplía el ejemplo literario del Santo. Y no solo en esas obras. También en Tala: en la sección «América», con los poemas al sol, a la cordillera, al maíz y al mar Caribe; en la sección «Materias», con los poemas al pan, la sal, el agua, una cascada, el aire; en la sección «Tierra de Chile», con el Salto del Laja y el volcán Osorno; y en la sección «Saudade», con el poema «Cosas», que es un alucinado catálogo de cosas amadas y perdidas. En cuanto a Lagar I, en la sección «Naturaleza», con los poemas a la amapola californiana, un palmar de Chile y palmas de Cuba, una piedra, el ocotillo, una ceiba seca, la espiga uruguaya, el rosal y el almendro podados, el hijo árbol, una vertiente. Y en Lagar II, en la sección «Naturaleza», con los poemas al Monte Orizaba, las golondrinas, la lavanda, la montaña, el mar, las raíces, la reseda, el cactus. Su póstumo Poema de Chile también podemos abarcarlo como un cántico franciscano a lo que es la flora, fauna y geografía del país, mostrado y propuesto por una Gabriela fantasma a un niño indio, acompañados de un huemul, símbolo de espiritualidad, y no de un cóndor, símbolo de agresividad.

En 1938, hija espiritual de San Francisco, se declara incapaz de darse en plenitud de caridad. La confesión está en el «Nocturno de la derrota», de Tala, y expresa un lacerante sentido de fracaso en la imitatio de San Francisco, lo cual significa un agudo anhelo de llegar a Dios:

«Mis sentidos malvados no curan una llaga sin se estremecer; mi piedad ha volteado la cara cuando Lázaro ya es fetidez, y mis manos vendaron tanteando, incapaces de amar cuando ven.

«Yo no he sido tu Santo Francisco con su cuerpo en un arco de amén, sostenido entre el cielo y la tierra cual la cresta del amanecer, escalera de lino por donde ciervo y tórtola oíste otra vez».

Resumiendo, hemos visto dos tramos de la reconversión de Gabriela Mistral al catolicismo, gracias a San Francisco. Primero, por su ansia de belleza, verdad y bien, fue desde un libro, El hermano asno, hasta otro libro, Las florecillas, y compenetrándose en San Francisco, lo comentó en una meditatio lírica, purificándose al escribirla. Segundo, así bien dispuesta, fue de México a Italia, y en Asís entró a la Orden Tercera de San Francisco, con cuyo cordón fue enterrada.


NOTAS 

[1] Todas las citas epistolares provienen de Mistral, Gabriela, Antología Mayor (Santiago: Editorial Cochrane, 1992), excepto la carta a Gonzalo Zaldumbide, que se halla en Vargas Saavedra, Luis. Castilla, tajeada de sed como mi lengua, Gabriela Mistral ante España y España ante Gabriela Mistral, 1933 - 1935 (Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2002) 72.
[2] Los elogios y estampas habían comenzado en 1923, con «Croquis mexicanos:» El órgano (un cactus), El maguey, La palmera real. El 7 de noviembre de 1926 había enviado el último Motivo: La lepra. Y el 28 de noviembre inicia el envío de los Elogios de las materias: La harina y La ceniza. Después irán: El agua, El fuego. En cuanto a las Estampas de animales, comenzaron a partir del 29 de agosto: La cebra, El faisán dorado, El topo, Una serpiente de Java, Una lechuza, y después pasa a las estampas botánicas: La piña, El sauce, El higo. En la década del treinta continúa con La alpaca, Elogio de la Naturaleza, Elogio del cristal. El volumen Mistral, Gabriela. Elogio de las cosas de la Tierra (Santiago: Andrés Bello, 1979) contiene todos los elogios y estampas iniciales, más otros de la década de los cuarenta, sobre flora y fauna chilenas (el copihue, el alerce, la chinchilla), que pueden considerarse, todos ellos, una alabanza inspirada en San Francisco, y un desborde a prosa del Poema de Chile.

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