Es singular que, en un país como Francia, cuna del racionalismo moderno, dos filósofos conocidos converjan –en momentos que la situación de protesta interior hace de esta nación la más agitada de Europa– en una común preocupación por la locura. Así, a la obra de Henri Hude, “Este mundo que nos enloquece - Reflexión filosófica sobre la salud mental” (Editorial Mame, París, 2019) cuya introducción extractamos en estas páginas, se agrega, también a finales de 2019, otra de Rémi Brague, respetado pensador, miembro del Instituto de Francia, premio Joseph Ratzinger de teología (2012).

En la huella de Chesterton, Brague plantea al inicio de su reflexión en “Des vérités devenues folles” (Ed. Salvator, París, 2019) que observa en los valores del mundo moderno “verdades cristianas enloquecidas”. No sabemos ya por qué perseguir el Bien, privados que estamos de toda referencia última. Los desarrollos positivos de la modernidad de que nos beneficiamos –la salud, la libertad, el conocimiento, etc.– no obedecen más a una dinámica racional, pues incluso la noción de naturaleza humana es puesta en duda.

Ello puede producir un sobresalto, pero la desesperación no equivale a una fatalidad. “Actualmente lo que hay que salvar no es más un sistema político, ni siquiera una civilización determinada”, concluye el libro. “Es a la humanidad entera, al animal que habla, capaz de desarrollar una conversación, que duda de sí y que necesita de razones para impulsar más allá la aventura humana”.

***

Jaime Antúnez — traducción y edición extracto libro HENRI HUDE, a seguir: 

 

Estas reflexiones parten de un importante problema de salud pública en nuestros países: la "crisis neuronal", cuyo núcleo más conocido es la epidemia de depresiones (...).

Los hechos son conocidos por todos. El aumento de la vulnerabilidad mental se manifiesta de muchas maneras: estrés, malestar en el trabajo, ausentismo, fragilidad, burn-out... En todas partes se reflexiona sobre la "resiliencia". Insomnio y uso masivo de somníferos, ansiedad y uso de tranquilizantes, hipocondría, drogadicción masiva (en el tema de "crisis de opioides", particularmente en los Estados Unidos, con alta mortalidad por sobredosis, a menudo equivalente a suicidios), sobre todo entre los jóvenes. Preocupantes también, en "sociedades deprimidas", son el miedo al compromiso y a la vida, con tasas muy bajas de nupcialidad y fertilidad. Observamos finalmente la auto-intoxicación por sobreconsumo excesivo de entretenimiento (cine, televisión, redes sociales, etc.), como si se necesitara un gran ruido de fondo y agitación intensa para reducir un grado anormal de angustia.

En resumen, las sociedades desarrolladas combinarían, en el siglo XXI, con el más alto nivel global e histórico de bienestar y salud físicas, un alto nivel –aparentemente en crecimiento– de malestar y de morbilidad psíquica. La Organización Mundial de la Salud está alarmada por un fenómeno masivo.

***

De la comprensión y explicación de los hechos de la crisis depende la curación y el alivio de los pacientes, pero también la funcionalidad de la cultura humanista y la racionalidad de las decisiones públicas. El sentido de esta responsabilidad compartida requiere colaboración, nos obliga a superar el particularismo de las disciplinas.

Cuando la epidemia neuronal continúa propagándose y sus efectos se extienden más allá del campo médico, no puede seguir siendo del monopolio de ciertas categorías de profesionales: médicos, psiquiatras, psicoanalistas, especialistas en neurociencia. La especialización radical, lejos de elevarnos a una mayor objetividad, nos encierra en creencias filosóficas particularmente subjetivas: materialismo, positivismo o nihilismo. Estos sistemas son ilusiones normales de razón especializada, las anteojeras del espíritu que sabe cada vez más y comprende cada vez menos. Además, estas ilusiones enferman al Hombre al frustrar su necesidad de significado. Por lo tanto, es necesario realizar avances conceptuales fundamentales, rupturas y, para esto tomar riesgos teóricos calculados.

Estimo que un filósofo cumple con su deber al expresar con modestia una opinión reflexiva sobre los problemas no resueltos, especialmente si son muy dolorosos y afectan el bien común.

Bergson pensó que el progreso de la ciencia pondría fin a su divorcio de la sabiduría (...). Si el diálogo funciona bien, el conocimiento humanista real eventualmente unirá con responsabilidad la ciencia, la sabiduría y la experiencia.

El problema de la salud pública, a partir del cual comenzamos, no puede ser resuelto independientemente del examen de un problema de sabiduría, cultural y existencial, muy vasto, que es el de la crisis del humanismo global, occidental y europeo. Permitir el buen desarrollo de la psique, o curarla, también significa superar esta crisis, sacar a luz un nuevo humanismo e inventar los modos científicos y técnicos, políticos y sociales capaces de expresarlo: una sociedad que no nos vuelva locos.

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Ante la extensión de la crisis neuronal y la relativa impotencia de la medicina para detenerla, los responsables de la toma de decisiones y todos los ciudadanos activos deben meditar sobre sus causas profundas. Su tratamiento efectivo supondría que se profundice y ataque las causas "profundas". Pero ¿qué significa "profundizar"? 

No solo para ir más allá de la medicina materialista a través del enfoque psicoanalítico: “Los debates sobre psicoterapias y medicamentos se estancan. Vagan de un dualismo a otro, alternando el todo psíquico sin cerebro y el todo biológico sin psique” (Jouvent)

La medicina, sobre todo utilizando farmacología, se justifica en la medida que los trastornos mentales graves se acompañan de desequilibrios en la química del cerebro. Los remedios pueden restaurar el equilibrio natural, restaurar la vida normal de los pacientes y eliminar los síntomas severos. Sin embargo, no pueden actuar sobre las causas. Los psicólogos o psicoanalistas con razón ven que el loco es paradójicamente "racional" (incluido el loco a diario que cada uno de nosotros puede ser). Adopta una estrategia costosa, pero que le parece "racional", la única que le permite sobrevivir a sus ansiedades, frustraciones y contradicciones. Está reaccionando ante un profundo estado de alienación, familiar, lingüístico, social, etc. Su "locura" tiene sentido y comunica con todos sus grandes intereses humanos y, desde luego, no se puede curar si a la persona no se le ofrece una mejor solución a su problema existencial –siempre que sea capaz de comprenderla y recibirla con confianza.

Es raro, sin embargo, que esto se dé, razón por la cual, si bien este tipo de solución es necesaria, no es suficiente. (...) También es necesaria una explicación "física" para dar cuenta de la alienación propiamente dicha, que no puede reabsorberse en una "normalidad excesiva" ni en un "sufrimiento ordinario". Y es muy probable que las terapias físicas no lleguen lejos si no se basan en una "física del sentido", una "neurología de la metafísica y de la mística". Es indispensable por lo tanto proponer una coordinación satisfactoria (...).

Además del olvido del cuerpo, la otra debilidad de las explicaciones psicológicas, que es común a las explicaciones materialistas, es, en general, el olvido de la metafísica.

La "psicología" de un ser humano es la de un animal metafísico. El problema humano existencial está en su trasfondo metafísico. Por ejemplo, muchos niños sufren ansiedad ante la idea de la muerte de sus padres, pero, fundamentalmente, se enfrentan al enigma de la muerte misma. Esto no tiene nada de patológico: es solo una prueba de inteligencia. Las causas profundas del malestar mental radican en una interpretación-comprensión insuficiente o defectuosa de la situación de la persona, tanto existencial-metafísica como familiar-social. Como la sabiduría estoica ya había entendido, cambiar esta forma de comprender es condición para sanar verdaderamente. Esto requiere una reflexión dirigida a redescubrir la verdad de la situación humana. Hay en ello una auténtica terapia cognitiva.

¿Tendríamos aquí los lineamientos de una nueva forma de medicina humanista? Cualquier perspectiva de sanación abierta por dicha terapia se agotaría si la idea del conocimiento metafísico y de una ética verdadera fuese a priori descartada. Porque desafortunadamente no es correcto que cualquier sistema sea suficiente para sanar, con tal que le dé sentido a la situación y que la persona esté suficientemente convencida de ello: "Se necesita de lo agradable y de lo real. Pero es también indispensable que esa necesidad esté preñada de verdad" (Pascal). El Hombre que quiere sanar no puede prescindir de una búsqueda que conduzca por lo menos a alguna verdad sustancial, incluso si el resultado sigue siendo parcial.

Tal práctica terapéutica merecería auténticamente el nombre de medicina humanista. Obviamente, esta cura más profunda requeriría una reforma de los marcos culturales y conceptuales dominantes. Sin dicha reforma, el escepticismo y la desconfianza pública solo podrían empeorar. El núcleo de dicha reforma es poner la ciencia médica –y primeramente la psiquiatría– en una relación esencial, intrínseca, con la sabiduría.

Las sociedades occidentales o parcialmente occidentalizadas necesitan así un nuevo pensamiento humanista, que reuna la ciencia y la sabiduría, y retome con nuevo vigor los problemas tradicionales de la unidad humana, y las relaciones del alma y el cuerpo, del mal y de la libertad.

Nueva sociedad humanista... donde no enloquecer

Sobre la base de tal pensamiento podrían llegar a renovarse las bases de las sociedades humanistas, cuya existencia es cuestionada por la crisis neuronal. Estas sociedades, habiendo alcanzado la etapa posmoderna de su evolución, deben preguntarse si acaso no están ellas locas y si su propia tipología no hace locos. Mi tesis es que vuelve loco en la medida que la cultura no es funcional y que la estructura es hobbesiana o kafkiana. La cultura no es funcional, pues impone creencias supuestamente no metafísicas sobre el Hombre –este animal metafísico– lo que le causa frustración y angustias que constituyen el terreno para las psicopatologías. La estructura lo violenta, porque impone de manera uniforme esta castración espiritual. Además, tiene el aspecto antiestético, amoral y a menudo absurdo (kafkiano) de una máquina impersonal, burocrática, automática, abrumadora, masiva, sin carácter propio, sin vínculo, sin amistad, sin la autonomía de la philia; sin profundidad histórica o espiritual, puramente formal, procesal, aseguradora, uniforme.

La sabiduría no está más allá de la razón, es su estructura misma, y como no puede haber ni humanismo ni libertad sin razón, tampoco lo puede haber sin una razón abierta a la sabiduría y sin búsqueda de la verdad en el campo de la sabiduría.

Las sociedades posmodernas, occidentales u occidentalizadas, poco a poco dejan de ser funcionales porque temen a la idea de verdad metafísica o ética, o de verdadera sabiduría. Temen porque inmediatamente visualizan un reino de intolerancia y un choque de civilizaciones. Pero un humanismo funcional no puede fundarse en tal miedo. Intelectualmente no es honesto, incluso si en una sociedad multicultural facilita la convivencia a corto plazo. El humanismo funcional del futuro se tendrá que basar, al contrario, en la tolerancia con relación a la búsqueda de la verdad universal y en el intento de integrar las funcionalidades parciales de las diversas sabidurías.

Tal reorganización de la relación entre el ideal de libertad y el de verdad lleva a una reforma de todas las instituciones características de una sociedad libre. Sin dicha reforma, las sociedades occidentales u occidentalizadas dejarían de ser sociedades civilizadas y luego sociedades libres. Es en un sentido amplio que hablamos de una "sociedad que nos vuelve locos", pero no sin rigor. La ciencia muestra que existe, en efecto, un continuo entre lo normal y lo patológico. Esto es indudable, por ejemplo, en los casos de angustia o de melancolía-depresión. Algunos incluso han hablado del "milagro permanente que, en la mayoría de los hombres, constituye su relativo equilibrio mental" (André Henry). Ir y venir entre lo normal y lo patológico es la mejor manera de conocer al Hombre. 

Este comentario redirige la atención del responsable de tomar decisiones, preocupado por una crisis neuronal, hacia el Hombre común y lo que podemos llamar su "normalidad de sufrimiento", hacia la sociedad humanista y el nuevo malestar de su cultura. 

Nunca desplazaremos la psiquiatría con la sabiduría, la espiritualidad, o la religión, pero debemos usar la búsqueda auténtica de la primera verdad para remediar los malestares que están siempre vinculados a un déficit cognitivo o para completar errores en esta área.

Existe aquí, para los responsables de la toma de decisiones, un tema de interés absolutamente general. Porque ya sea la medicina y la psiquiatría decidan o no cambiar los paradigmas, los responsables de la toma de decisiones siempre tendrán que conocer el corazón del hombre y conocer el suyo. No pueden perder confianza en las medicinas del alma.


Foto de portada: Fracción de Donde mora la locura A,  de Roberto Matta. Del ciclo: El proscrito deslumbrante. 1966. Óleo sobre lienzo. 205 x 203,5 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.

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