Dos palabras destacan en la liturgia de hoy: “ciudadanía” y “heredad”. De ciudadanía nos habla la Primera Lectura de la Carta de San Pablo a los Efesios (2,12-22). Es un regalo que Dios nos hace el de habernos hecho ciudadanos, y consiste en habernos dado una identidad, un carnet de identidad. Dios en Jesús ha abolido la Ley para reconciliarnos, eliminando la enemistad, y “así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu”, o sea nos ha hecho uno. Así pues, “conciudadanos de los santos” en Jesús. Y nuestra identidad es precisamente ese ser curados por el Señor, ser construidos en comunidad y tener el Espíritu Santo dentro.

Dios, pues, nos hace caminar hacia la heredad, con esa seguridad, la de ser conciudadanos y que Dios está con nosotros. Y la heredad es lo que buscamos en nuestro camino, lo que recibiremos al final. Pero hay que buscarlo cada día, y lo que nos lleva adelante en el camino de nuestra identidad hacia la heredad es precisamente la esperanza, la virtud quizá más pequeña, quizá la más difícil de entender. Fe, esperanza y caridad son un don. La fe es fácil de comprender, igual que la caridad. Pero la esperanza, ¿qué es? Sí, es esperar el Cielo, encontrar a los santos, una felicidad eterna. Pero, ¿qué es el cielo, para ti? Vivir en esperanza es caminar, sí, hacia un premio, a la felicidad que no tenemos aquí pero la tendremos allá… es una virtud difícil de entender. Es una virtud humilde, muy humilde. Es una virtud que nunca defrauda: si esperas, jamás serás desilusionado. Nunca, jamás. Es también una virtud concreta. Pero, ¿cómo puede ser concreta, si no conozco el cielo o lo que me espera? La esperanza, la heredad nuestra que es la esperanza de algo, no es una idea, no es estar en un sitio hermoso… no. Es un encuentro. Jesús siempre subraya esta parte de la esperanza, ese estar a la espera, encontrar.

En el Evangelio de hoy (Lc 12,35-38) se habla del encuentro del dueño cuando vuelve de las bodas. Así que siempre es un encuentro con el Señor, algo concreto. A mi se me viene a la cabeza, cuando pienso en la esperanza, una imagen: la mujer embarazada, la mujer que espera un niño. Va al médico, le enseña la ecografía –“ah, sí, el bebé… bien”. ¡Está alegre! Y todos los días se toca la panza para acariciar al niño, vive esperando a ese hijo. Esta imagen nos puede hacer entender qué es la esperanza: vivir para ese encuentro. Esa mujer imagina cómo serán los ojos del hijo, cómo será la sonrisa, cómo será, rubio o moreno…, imagina el encuentro con el hijo. Imagina el encuentro con su hijo. Esta imagen de la mujer encinta puede ayudar a comprender qué es la esperanza y hacerse algunas preguntas: ¿Yo espero así, concretamente, o espero un poco difuso, un poco gnósticamente? La esperanza es concreta, es de todos los días, porque es un encuentro. Y cada vez que encontramos a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, estamos dando un paso más hacia ese encuentro definitivo. La sabiduría de saber gozar de los pequeños encuentros de la vida con Jesús, preparando aquel encuentro definitivo.

La palabra identidad es en referencia al habernos hecho una comunidad, y la heredad es la fuerza con que el Espíritu Santo nos lleva adelante con la esperanza. ¿Qué cristiano soy yo: me espero en heredad un cielo en abstracto o un encuentro?


Fuente: Almudi.org

Últimas Publicaciones

El sacerdote sirio Fadi Najjar visitó Chile para dar a conocer la dura realidad que vive su comunidad en Alepo: una ciudad marcada por catorce años de guerra, por la pobreza que afecta al 90% de la población y por la incertidumbre política que aún impide la reconstrucción. Conmovido, pidió a los chilenos no olvidar a Siria y sostener con oración y ayuda a quienes hoy luchan por sobrevivir, en una visita organizada por la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
Ha concluido el primer viaje apostólico del Papa León, que lo llevó a un destino establecido por su predecesor. Se trató de una peregrinación ecuménica a Turquía, para conmemorar los 1700 años del Primer Concilio de Nicea; y al Líbano, y así honrar una promesa hecha por el propio Francisco, la que no pudo cumplir por la guerra en Medio Oriente y su enfermedad.
Los manuales de historia de la teología tienden a presentar el desarrollo de las controversias del siglo IV y del Concilio de Nicea como una historia sin matices, en blanco y negro, con ciertos visos legendarios. Volviendo a las fuentes contemporáneas, el autor presenta las posturas en juego, los hechos que lo precedieron y la discusión que ahí se desarrolló. Nicea fue un hito central en la historia de la Iglesia, pues nos permitió afirmar no solo la divinidad del Hijo, sino también el mismo rostro del Padre que Jesús había revelado a sus discípulos. Humanitas 2025, CXI, págs. 370 - 385
Revistas
Cuadernos
Reseñas
Suscripción
Palabra del Papa
Diario Financiero