Hay un juicio moral inexorablemente agudo en la poesía y la obra dramática de Paul Claudel.

A cumplirte agradecidos por tu milagro divino, venimos a tu presencia este baile andacollino. Canto a la Virgen de Andacollo 


Los actuales Santuarios de la fe católica en Chile (La Tirana, Nuestra Señora de Lo Vásquez, San Sebastián de Yumbel, Santa Rosa de Pelequén, Nuestra Señora del Rosario de Andacollo, entre otros) se rigen por los condicionamientos que el Derecho Canónico de la Iglesia exige para su reconocimiento como tales. Pero el Código llega después de la Teología y esta, a su vez, es reflexión y análisis del fenómeno religioso que ya existe. En este sentido, los “santuarios” no son creación de un pastor a cargo de esa porción de Iglesia, sino ratificación por parte de la autoridad eclesiástica de que la fe que ahí se expresa corresponde a una auténtica búsqueda del Dios de Jesucristo, aun cuando tenga aspectos que deben ser discernidos a la luz del Magisterio. La devoción mariana del Santuario Nuestra Señora del Rosario de Andacollo es una prueba de esto. Historia del Santuario En el año 1570, un lugareño encontró una imagen de la Virgen que pudo haber sido escondida o abandonada por algún cristiano que pasó por la montaña huyendo cuando los indígenas comarcanos saquearon la tierra y destruyeron La Serena.

Los cronistas de la época atestiguan que Andacollo era entonces un surtidor de oro. Los indígenas que laboraban las minas vieron en esa pequeña imagen una protección celestial contra las turbulencias de los encomenderos. Muy naturalmente empezaron a rendir a la Virgen los cultos y ritos que antes de la llegada de los intrusos buscadores de oro tributaban a las divinidades locales y al sol. En el año 1580, el padre Gaytán de Mendoza se había hecho cargo de la imagen levantando una capilla de coirones, barro y amarras de cuero seco. Datan de esta época, según la memoria local anotaba en el libro que posee el Cacique General sobre los “bailes” religiosos. Ochenta y ocho años después, en 1668, el lugar fue declarado parroquia, aunque el primer cura párroco encontró al llegar la capilla de Gaytán en ruinas y la imagen de la Virgen desaparecida. El padre Álvarez del Tobar levantó entonces una nueva capilla y encargó a Lima la actual imagen de María. En 1789, el padre Vicente Valdivia inaugura un nuevo templo (el actual templo chico), que cien años mas tarde sería insuficiente. Por ese tiempo, en 1873, el obispo de La Serena, monseñor José Manuel Orrego, bendice y coloca la primera piedra de un nuevo y colosal templo que se inaugura en 1893. Actualmente el Santuario se encuentra administrado por la Congregación religiosa “Corazón de María”, más conocidos como los Misioneros Claretianos. Las fiestas El 26 de diciembre de cada año se celebra la “fiesta grande” de Nuestra Señora del Rosario de Andacollo. También, desde comienzos del siglo XX, se empezó a celebrar el primer domingo de octubre la llamada “fiesta chica”, que tuvo dos motivaciones en su inicio: la primera

fue dar realce a la festividad de la Virgen del Rosario, que la liturgia de la Iglesia fijó para esa fecha; y la segunda fue dar oportunidad a los propios habitantes de Andacollo de celebrar en forma más familiar y participada la fiesta de la Virgen. Ya a comienzos de diciembre, el pueblo entero vive en función de atender a los peregrinos que llegan desde fuera. En ambas ocasiones el número de personas que sube a Andacollo pasa largamente de cien mil.

Para poder atender tal gentío se han venido levantando estructuras (espacios de alojamiento, postas de primeros auxilios, locales de comida, etc.) que han ido mejorando año tras año la atención a los peregrinos. También se ha logrado que el comercio ambulante que participa en todas las festividades populares, se limite a un determinado espacio dentro del pueblo, ya que antiguamente invadía todo, hasta las puertas mismas de los templos. 

Las fiestas de la Virgen, si bien están preparadas con esmero por los capellanes del santuario, “pertenecen” también a los bailes religiosos. El Cacique General, junto al Obispo Diocesano y párroco, preside en cierto modo las principales actividades no sacramentales, y es quien da inicio y término a la gran procesión, debiendo ordenar con rigurosidad la presentación de los más de ochenta bailes que se reúnen en esas ocasiones. Los bailes religiosos Estos nacen en Andacollo. Y cuando los mineros tuvieron que salir del pueblo por ausencia de mineral, llevaron con ellos su fe y todas sus tradiciones religiosas. Es lo que sucedió con el baile chino que por primera vez se bailó a la Virgen de la Tirana, al interior de Iquique: fueron los mineros andacollinos quienes formaron el primer Baile Chino de la Tirana. Los primeros bailes religiosos nacen a los pies de la Virgen de Andacollo a comienzos del año 1585. La fecha no es segura, pero algunos escritores coinciden en que se remontan a los mismos años del encuentro de la imagen de la Virgen. El tipo de baile religioso proviene de las danzas cultuales de los incas que se apropiaron del norte del actual Chile hacia el siglo XV. La costumbre continuó con los cristianos y en Andacollo fue tomando su propia identidad. El baile chino más antiguo, y por mucho tiempo el único que rendía honores a la Virgen, fue el que por 1585 acudía a la primitiva capilla del cura Gaytán. Con el paso del tiempo otros grupos de bailes organizados sobre la base de las familias se fueron creando entre devotos y peregrinos. En 1752 aparece un nuevo tipo de baile, con sus propios trajes, instrumentos y ritmos diversos al de los chinos; eran los bailes Turbantes, originarios de La Serena. A finales de 1798 aparece un tercer tipo de baile diferente de los anteriores:

SANTUARIO “NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO” DE ANDACOLLO LUGAR DE PEREGRINACIÓN, ENCUENTRO Y EVANGELIZACIÓN

En este año del Jubileo de la Misericordia se ha puesto relevancia en algunos signos que nos ayudan a vivir este especial tiempo de gracia. Resaltan la Puerta Santa de la Misericordia, la peregrinación, las obras de misericordia corporales y espirituales. Estas realidades manifiestan un gran contenido y son preciosas mediaciones, como también instrumentos inmensamente válidos para dar cumplimiento al compromiso de la nueva evangelización, con una renovada acción pastoral. En la Iglesia particular de La Serena, conformada por algunas ciudades y más de 480 pueblos, cada uno de ellos con una fuerte religiosidad popular en torno a los templos y capillas en los que se expresa una arraigada devoción a los santos, especialmente a la Santísima Virgen María, destacan por su larga tradición y la gran convocatoria que suscitan, los Santuarios Nuestra Señora del Rosario de Andacollo y El Niño Dios de Sotaquí. ¿Cuál es la motivación más profunda para que miles de fieles peregrinen cada año a Andacollo? ¿Qué ha hecho posible que generaciones de familias mantengan aún hoy viva la tradición de llegar hasta el Santuario? ¿En qué aspectos Andacollo es un paradigma para la nueva evangelización en nuestro medio? Constituye una hermosa tradición de quienes han sido nombrados obispos o arzobispos de La Serena consagrar su ministerio a la Virgen Santa, Nuestra Señora del Rosario de Andacollo. Tuve la gran bendición de subir a Andacollo el domingo 9 de marzo de 2014, un día después de haber asumido la misión que me encomendara el Papa Francisco en estas tierras. A las 11:00 horas se dio inicio a la procesión solemne con el traslado de la sagrada imagen desde el templo donde se custodia y venera a la gran Basílica, donde presidí la santa Eucaristía. Al ingresar a la Basílica pronuncié mi consagración a la Santísima Virgen María. La impresión es muy grande cuando se llega al Santuario; es aún mayor si se participa por primera vez de los actos con que se venera a la Virgen santa. A partir de aquel domingo soy testigo de que tanto en la fiesta chica (el primer domingo de octubre) como en la fiesta grande (los días 23 al 27 de diciembre) se manifiesta en Andacollo un fervor que conmueve profundamente y que es difícil describir. Honda vivencia personal y eclesial de la fe. Es nuestra gente la que encamina sus pasos hasta el Santuario, vamos también nosotros junto a ellos y en medio de ellos. Nos sentimos parte de una enorme procesión… Se cuentan antepasados, papás, abuelitos, parientes, delegaciones parroquiales, gente venida de distintas partes del país y también extranjeros. ¡Somos peregrinos! ¡Vamos a un lugar sagrado! ¡Vemos de lejos, desde lo alto, la imagen del santuario, así como el piadoso israelita! (Ps. 121, 1 – 4) Observo que la gente entra en silencio, anhelante, expectante porque lentamente sobrecoge al peregrino un clima espiritual. Los peregrinos se detienen ante la imagen de la Santísima Virgen que en su rostro manifiesta la cercanía del Padre Dios y de su Hijo Jesús. A Ella le manifiestan sentimientos de afecto y gratitud. Se les observa conmovidos expresándole a Ella sus anhelos y esperanzas. Encienden sus velas y disponen las hermosas flores que han portado, muchos de ellos en horas de viaje, para manifestarle también la súplica confiada y proseguir la marcha de la vida, en el nombre del Señor y en su fiel compañía. La peregrinación patentiza una realidad humana: “La vida es una peregrinación y el ser humano

es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada” (Misericordiae Vultus, 14). El hombre está siempre en camino, en el tiempo y en la historia, es un peregrino en busca del sentido último de las realidades y de su propia vida. La revelación de Dios en la historia de Israel, y después principalmente en la historia de Jesucristo y del seguimiento de sus discípulos, muestra cómo el Señor mismo sea un viator, un caminante, en movimiento hacia nosotros y con nosotros, como lo hizo con los discípulos de Emaús. Es lo que se define como estructura exodal de la vida y la fe, que no nos concierne solo a nosotros como seres humanos, sino también a Dios como persona. Hacerse persona, es decir, existir como relación, presupone salir de sí mismo para encontrar al otro. Dios —del cual somos creados a imagen y semejanza— es el primero que para encontrarse con nosotros sale de sí mismo. Más aún, Jesús, su Hijo, entenderá su existencia humana como un camino, desde el Padre y hacia el Padre; Él mismo se definirá como camino (Jn 14,6). ¡Él se hizo y sigue siendo peregrino entre nosotros! Es interesante recordar que antes de ser llamados cristianos, los discípulos de Jesucristo eran conocidos como los del camino. Ser un viator, un caminante y peregrino, hasta llegar a la meta, es inherente a cada uno, dado que la vida es vocación, llamado. Y esto tiene que realizarse, cumplirse,… cada uno querrá ser lo que anhela, por ello las metas, sobre todo la gran meta, es un mirar más allá; ¡lo óptimo estará siempre en la esperanza! El detenerse, el parar —salvo para retomar fuerzas— es contrario a la naturaleza misma de la vida espiritual. Se presentarán siempre nuevas realidades, diversos contextos, otras personas, variadas experiencias. La peregrinación del creyente manifiesta esta dinámica de crecimiento en la fe. Si no la expresa, porque la fe en el peregrino pudiere ser incipiente, es probable que esté trasluciendo el deseo de búsqueda o la insatisfacción por el camino andado. El acompañamiento de esos procesos es, sin duda, un relevante desafío pastoral. La vida es peregrinación y estamos permanentemente “en salida”, como suele decir el Papa Francisco. La peregrinación puede ser para todos un verdadero paradigma en la evangelización. El Santo Padre, en la Exhort. Ap. Evangelii gaudium nos invita a impulsar una Iglesia en salida misionera. En su caminar, en ocasiones perplejo por la cultura actual, el hombre de hoy está llamado a descubrir el sentido último de la vida atravesando la Puerta que es Cristo, plenitud de nuestra vida. Se verifica, siempre de nuevo, lo que señala Aparecida: “el caminar juntos hacia los Santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia” (Documento de Aparecida, 264). La subida a Andacollo, el encuentro tanto en la peregrinación como en el templo y en las calles con los familiares, amigos y vecinos, la realidad de la Iglesia manifestada ante la imagen sagrada, la danza festiva de los bailes religiosos, la vivencia de la reconciliación, la celebración de la Eucaristía solemne y la bendición recibida con piedad hacen de este Santuario lugar privilegiado en que se manifiesta la “espiritualidad popular” (DA, 263), aporte significativo y fundamental para la nueva evangelización. RENÉ REBOLLEDO Arzobispo de La Serena

los Danzantes, provenientes de la estancia de Cutún, propiedad de la Marquesa de Piedra Blanca de Huaba. Este conjunto de expresiones ha recibido recientemente el reconocimiento de la Unesco como “Patrimonio intangible de la humanidad”* Más de cien años de la coronación de Nuestra Señora del Rosario (1901-2001) La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Andacollo fue coronada solemnemente el 26 de diciembre de 1901. El Decreto Pontificio estaba firmado por el Papa León XIII en la ciudad del Vaticano. El obispo Florencio Fontecilla había iniciado las gestiones un año antes, pensando en coronar la imagen al comenzar el nuevo siglo. Encargó a la Casa Biais, de París, una corona de oro puro, elegante y proporcionada, similar a la famosa corona usada por la emperatriz María Teresa de Austria. El trabajo de joyería se atrasó y la solemne coronación recién tuvo lugar en diciembre de 1901. En ese año el pequeño pueblo de Andacollo, entonces con unos 1500 habitantes, vio llegar ese día unos cuarenta mil peregrinos, autoridades civiles y numeroso clero. La espiritualidad mariana La fuerza mariana da frescura y vida a todas las manifestaciones de fe en Andacollo. Nutre por dentro los corazones y brota en cantos, bailes, discursos, plegarias, sermones y oraciones. Pero no se trata de una piedad desligada del centro de la fe cristiana: Cristo, el Señor, su mensaje y los valores del Reino de Dios. * Junto con la ciudad de Valparaíso, son las dos realidades patrimoniales que en nuestro país ostentan este reconocimiento de parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura, UNESCO.

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD: BAILES CHINOS DEL NORTE CHICO

El interesante y extenso libro* de los antropólogos Rafael Contreras Mühlenbrock y Daniel González Hernández aborda desde una perspectiva multidisciplinaria el origen, desarrollo y actualidad de los “bailes chinos”, presentes en la devoción católica popular de la zona norte y centro de nuestro país. La investigación tiene ocasión en un momento muy relevante del rescate del patrimonio cultural nacional. Desde el año 2008, Chile es parte de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, instancia que busca proteger el “patrimonio cultural inmaterial” de las naciones, el que no se remite a monumentos o colecciones de objetos, sino que está compuesto por expresiones vivas de la cultura, como “tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”. Tras incorporar a los bailes chinos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el libro de González y Contreras es la primera investigación que busca poner en valor el desarrollo de una tradición religiosa que cuenta con varios siglos de historia. El equipo de investigación estuvo integrado, además de los antropólogos Contreras y González, por Sergio Peña Álvarez, profesor y magíster en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural; Danilo Petrovich Jorquera, antropólogo; Agustín Ruiz Zamora, profesor y magíster en Artes; y Manuel Morales Requena, fotógrafo. Esta conformación multidisciplinaria permitió que la comprensión de los bailes chinos como un fenómeno histórico, religioso, social y cultural, fuese abordado desde ópticas diversas como la historia, la música, la etnografía, la memoria o la antropología. Junto a ello, la publicación cuenta con gran cantidad de imágenes y documentos que ilustran el pasado y la actualidad de esta tradición. El libro cuenta con veintidós capítulos organizados en tres partes, en los que se recogen las primeras manifestaciones de los bailes chinos en el siglo XVI y la mantención y expresión de sus tradiciones a lo largo de los años, con sus cambios y continuidades, hasta la actualidad. Esta división del libro permite indagar en el origen de los bailes chinos en Andacollo, pueblo que por siglos se ha erigido como el núcleo religioso y cultural de estas cofradías de músicos danzantes. Se afirma que en las asociaciones andacollinas se encuentra aquella “expresividad ritual y festiva única en el mundo que se desarrolla y consolida como la tradición que conocemos hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII”. Además, es posible comprender la organización de las cofradías de bailes chinos así como las festividades religiosas en que se expresan estas danzas. La elección de estos bailes como parte del “patrimonio cultural inmaterial” está más que justificada, en cuanto su desarrollo otorga identidad a las expresiones de religiosidad popular nortina y también al mundo popular del Norte Chico y de la zona central del país. En esta forma de religiosidad se asientan rasgos fundamentales de la identidad popular del Norte Chico, fundiéndose en ella elementos como la herencia indígena * Rafael Contreras Mühlenbrock y Daniel González Hernández, Será hasta la vuelta de año. Bailes chinos, festividades y religiosidad popular en el Norte Chico, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, Santiago, 2014, 873 p. 

y mestiza, las actividades económicas y formas de sociabilidad familiar y comunitaria específicas. Se trata de una tradición popular ancestral que hunde sus raíces en el Chile indiano y se proyecta hasta la actualidad. Los autores han buscado indagar en la mantención de sus tradiciones a través de los siglos en su contacto con la modernidad, intentando examinar “desde adentro” la organización de los bailes chinos, el sentido que le otorgan las comunidades que participan en los bailes, su estructura, las características de su expresión en las distintas zonas del país. La veneración de la Virgen María ocupa un lugar central en la devoción popular, acudiendo a ella para agradecer o pedir favores, solicitar protección, realizar mandas, ofrendas o alguna mortificación por alguna causa puntual. Junto con comentar los orígenes y desarrollo de los bailes, se hace un seguimiento a distintas organizaciones de bailes chinos en La Higuera, La Serena, Ovalle, Monte Patria, Coquimbo, La Ligua. Combinando observación, levantamiento de testimonios, archivos, imágenes, documentos históricos y fuentes secundarias, los investigadores examinaron fiestas marianas como la Virgen del Rosario de Andacollo, la Virgen de la Candelaria de Copiapó, la Virgen de la Piedra de Cogotí, la Virgen del Palo Colorado de Quilimarí y la Virgen del Carmen de Cabildo. A estas, se suman otras, como la fiesta de San Pedro en Coquimbo, de San Isidro en La Serena, del Niño Dios en Sotaquí, de la Santa Cruz de Mayo de Illapel y del Señor de la Tierra de Chalinga. Cabe destacar que el libro cuenta con apéndices y anexos documentales de gran valor patrimonial: se enumeran 36 fiestas a la Virgen del Rosario de Andacollo en las regiones de Atacama, Coquimbo, Valparaíso y se ofrece un listado con 88 cofradías de bailes chinos actualmente vigentes. El libro cuenta, además, con una presentación de Claudia Barattini Contreras, Ministra Presidenta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, y con un prólogo de Agustín Ruiz Zamora, editor científico del Departamento de Patrimonio Cultural del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

JOSÉ MANUEL CASTRO

A partir del Concilio Vaticano II, la preocupación de los capellanes del Santuario ha sido unir la devoción mariana a la fe de Cristo. Anunciar y proclamar el mensaje del Magnificat, por ejemplo, se ha convertido en un tema recurrente que pretende devolver a las gentes la fe y la esperanza en el poder de Dios “que levanta a los humildes y derriba a soberbios”, en sus propias posibilidades de desarrollo, en la búsqueda de caminos de superación y valoración de autoestima, de organización social para enfrentar los problemas que afectan a todos. Conscientes de esto, los rectores de Santuarios, desde 1980 en Caracupé —Paraguay—, se han organizado en una Confederación para ayudar a acompañar la fe de los peregrinos. No se trata de una piedad mariana descarnada y nebulosa. María como madre del pueblo pobre, enseña a mantenerse de pie “junto a la cruz” de la vida, fortalecida con una esperanza que se hace compromiso, solidaridad y búsqueda de oportunidades, y la obtención de un tiempo mejor. GUSTAVO VILLAVICENCIO**** El autor de este artículo, estudioso de la religiosidad popular, colaboró con HUMANITAS y en ese contexto publicó en los números de la revista 26, 27,28 y 29, correspondientes al año 2002, una serie sobre Santuarios chilenos. Reeditamos aquí su trabajo concerniente a Andacollo. Gustavo Villavicencio falleció el año 2013.

Por Alfonso López Quintás

En octubre de 1955 me trasladé a Múnich con el fin de preparar mi tesis doctoral. Unos días antes, el director de la editorial Guadarrama me había encomendado hacer gestiones con Romano Guardini para conseguir que levantara el veto que había impuesto a toda edición o reedición de sus obras al español en todo el mundo. Guardini era —con Karl Adam y Max Scheler— el escritor que había decidido mi orientación intelectual desde mis años de estudiante. Conocerle de cerca preveía que iba a significar mucho para mí. Pero ¿podría hacerlo?

Al llegar al Colegio Español de Múnich, mis colegas se rieron a gusto cuando les dije el primer día que tenía que ver a Guardini. «Llevo aquí diez años —me dijo un veterano— y jamás lo he visto a menos de cincuenta metros». La fama que tenía era de hombre inaccesible y un tanto hermético. Pero yo intuía, por la lectura de sus obras, que esta impresión era falsa. Y acudí a la guía telefónica, con muy leve esperanza de encontrar su teléfono. Pero allí estaba. «Buena señal de que no quiere aislarse, me dije para animarme». Hasta tal punto no lo quería, que él mismo cogió el teléfono. Me quedé mudo al oír su voz. «Soy un joven sacerdote español, y quisiera verle», fue todo lo que se me ocurrió decirle. Pero, aunque fuera bien escaso, fue justo lo que tenía que indicarle, porque —según pude saber más tarde— a él le encantaba recibir visitas de sacerdotes. Me respondió sin dudarlo: «Pues venga esta tarde, si quiere». No podía creerlo, y, para tomarme un respiro, le dije que iría al día siguiente.

Me fui a las afueras de la ciudad, donde él vivía en una sencilla casa de dos pisos. Me abrió él mismo la puerta y me saludó con un afecto singular. No había conocido nunca a una «persona inaccesible» que me recibiera de esa forma... Llegado el momento de plantearle el verdadero motivo de mi visita, le hice ver la tristeza que nos causaba su veto, pues la multitud de los hispanohablantes no teníamos acceso a sus libros. Se puso de repente muy serio, y se quedó pensativo. Yo, con el mayor respeto, le pregunté qué había pasado para que se viera obligado a tomar tal decisión, y me habló de ediciones pirata y publicaciones poco cuidadas. Entonces yo, de súbito, le hice la gran promesa: «Si me concede los derechos, cuidaré de por vida de que todo se haga en regla, las traducciones sean muy fieles y las ediciones como a usted le gustan: no lujosas, pero sí pulcras». Medio sonriendo, me preguntó si se lo decía en serio. Muy convincente debe de haber sido mi respuesta porque me concedió los derechos de todas sus obras. Llamó por teléfono a su editor Hans Waltmann y le dijo que yo iría a verle y que me diera un ejemplar de todas sus obras. Así comencé a formar la Biblioteca Guardini, que me ha permitido hasta hoy difundir el pensamiento del maestro y orientar a muchos editores en la edición de nuevas publicaciones.

Fue uno de los momentos más gozosos de mi vida. Me cargué con una gran responsabilidad, porque hasta hoy estuve dispuesto a cumplir la promesa exactamente. Presenté buen número de traducciones con amplios y documentados prólogos, corregí muchas traducciones, incluso las rehíce en más de una ocasión y cuidé, en cuanto pude, la presentación de los libros. Aunque todo ello me exigió tiempo y esfuerzo, sin apenas remuneración alguna —porque lo hacía en virtud de la promesa—, hoy día me siento sobradamente compensado al ver editadas en español buen número de sus homilías —sobre el padrenuestro, la sabiduría de los salmos, la primera epístola de San Juan...—, sus clases universitarias —por ejemplo, las incluidas en las magníficas obras La existencia del cristiano y la Ética—, y obras tan decisivas para tantos cristianos como El espíritu de la Liturgia, El sentido de la Iglesia, El Señor, La esencia del Cristianismo...

Guardini no era inaccesible, sino de natural tímido. Sus lecciones universitarias inauguraron un estilo poco usual en la enseñanza superior alemana, y Guardini tuvo siempre un cierto temor a no ser aceptado por sus colegas como auténtico catedrático. Pero la asistencia de una multitud de oyentes que le oíamos en el Aula Magna un día y otro con la mayor atención confirmaba a todos de modo creciente que la cátedra que regentaba a título personal tenía pleno sentido y daba a la institución universitaria una altura y un alcance extraordinarios.

Escogía los temas que él juzgaba de interés, confiando en que también agradarían a sus oyentes y lectores. Y solía acertar. Se le notaba que antes de exponerlos en público los meditaba a fondo. Advertíamos claramente que sus palabras provenían del silencio, del recogimiento de la contemplación. Uno de sus secretarios confesó que, cuando Guardini empezó a dictarle el manuscrito de El Señor, lo hizo con un respeto tan hondo y una emoción espiritual tan sincera que lo dejó conmovido.

A medida que fui conociendo mejor la figura de Guardini, sobre todo tras la publicación póstuma de su diario titulado Verdad del pensamiento, verdad de la acción, más me convencí de que su gran virtud fue la coherencia entre el pensamiento y el obrar, entre la razón y la fe, la vida intelectual y la vida cotidiana, la oración litúrgica y la oración popular.

Realmente, Guardini daba siempre la impresión de ser «verdadero» en cuanto hacía. Por eso le encantaba liberar a los jóvenes de los bloqueos espirituales a que los sometían los malentendidos de la época acerca de la Iglesia, y la errónea opinión general de que la libertad y las normas se oponen, y que la solidaridad está reñida con la autonomía...

A medida que fui conociendo mejor la figura de Guardini, sobre todo tras la publicación póstuma de su diario titulado Verdad del pensamiento, verdad de la acción, más me convencí de que su gran virtud fue la coherencia entre el pensamiento y el obrar, entre la razón y la fe, la vida intelectual y la vida cotidiana, la oración litúrgica y la oración popular. Con un tono muy cálido me dijo en una ocasión: «No olvide nunca, amigo, que estas dos formas de oración se necesitan porque se complementan». Decir esto en público le costó disgustos, pero no lo ocultó.

Guardini tenía un sentido especial para estudiar cada realidad y cada acontecimiento con los conceptos propios del nivel de realidad al que pertenecen. No escribió nunca un estudio sistemático de tales niveles —como el que sí hizo sobre los «contrastes»—, pero los captaba por intuición y se atenía en todo momento a la lógica de cada uno de ellos. Es una de las razones que explican la gran acogida que tuvo y sigue teniendo por parte de personas muy distintas en preparación académica.

Por último, quiero indicar muy gustosamente que, cuanto más ahondé en el espíritu de Guardini, más claro se me hizo que era, de verdad, un «hombre de Dios». Bien lo expresó la esquela mortuoria con estas sencillas y definitivas palabras: «ROMANO GUARDINI, SIERVO DEL SEÑOR». De ahí mi satisfacción al saber que, últimamente, en su tierra adoptiva se introdujo su Causa de Canonización.

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