Alejandro Gómez Monteverde, director 

Rod Barr, escritor 

Angel Studios, 2024 

2h 25m 


Netflix puso en cartelera la película Cabrini (2024) con la dirección de Alejandro Gómez Monteverde y la actuación de Cristiana Dell’Anna como la madre Francesca Cabrini (1850-1917), una monja italiana fundadora del Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, canonizada en 1946 por Pío XII y declarada solemnemente patrona de los inmigrantes. Cabrini fue poco conocida en América Latina, en parte porque su misión principal estuvo originalmente radicada en inmigrantes italianos que llegaban en masa a Nueva York en el entrecruce de los siglos XIX y XX; en parte también, porque a pesar de que las Hermanas Cabrini se constituyeron como una orden mundial, sus fundaciones en esta parte del mundo fueron menores. 

El filme de Gómez Monteverde está centrado en su primera misión neoyorquina. Empeñada en misionar, algo impensable para un pequeño grupo de religiosas lombardas, Cabrini consigue a punta de terquedad el permiso del Papa León XIII para hacerlo entre los inmigrantes italianos que desembarcaban en Estados Unidos en condiciones de extrema pobreza y aguda discriminación. El tinte ligeramente feminista del filme de Gómez Monteverde está bien justificado. Cabrini, después de todo, hizo cosas inusuales para una monja católica: el empeño misionero estaba más bien reservado a las órdenes masculinas y la confianza para enfrentar tareas arduas y una vida áspera en medio de una diáspora italiana que desde temprano estuvo controlada por organizaciones criminales no era demasiado alta. También está el asunto de la discriminación, muy aguda respecto de inmigrantes que no hablaban inglés y no eran protestantes. El arzobispo de Nueva York representaba entonces el esfuerzo de la comunidad católica, a la sazón de origen irlandés, por obtener credibilidad y respeto social, un empeño que los italianos echaban por tierra, de una manera similar a lo que sucede hoy con la tercera oleada de inmigrantes católicos hispanos que entran masivamente a Estados Unidos. 

Los conflictos de Cabrini con el arzobispo constituyen el corazón del filme, que sirven, no obstante, para mostrar tanto la tenacidad y fortaleza de esta pequeña y singular monja católica (que recuerda por doquier a una madre Teresa de comienzos del siglo pasado), cuanto los intersticios que siempre deja la Iglesia católica para que prevalezca la verdadera santidad. Contra una monja que ayuda decidida y valientemente a los pobres, no existe poder ni eclesial ni secular que pueda doblegarla. 

De Cabrini se ha destacado su combinación de compasión, persistencia y espíritu práctico orientado a aliviar el sufrimiento y construir oportunidades reales: su empeño original fue construir un orfanato decente y bien provisto, para lo cual necesitaba fondos que fue a buscar decididamente donde estaban, en los todavía muy pocos italianos que habían prosperado (como el caso de un famoso tenor que tenía éxito con la ópera italiana, pero se resistía a ayudar a los suyos) y en los demás que no lo eran. Eso sí, esta película de Gómez Monteverde apenas deja entrever la visión mundial de Cabrini en modo alguno encapsulada en un pequeño orfanato en los barriales neoyorquinos. Detrás de los orfanatos vinieron los hospitales y clínicas, escuelas, hogares y diversos servicios sociales que se esparcieron por buena parte del mundo. 

Al morir, Cabrini dejó una orden de aproximadamente mil hermanas con alrededor de 70 obras de asistencia social, la mayor parte hospitalarias, que se diseminaban rápidamente incluso fuera de Estados Unidos. Las Hermanas Cabrini –como se las conoce coloquialmente– alcanzaron su punto máximo en la década del 50, con una dotación de más de tres mil monjas repartidas por doquier (nunca tuvieron una obra en Chile), aunque hoy día no pasan de trescientas y han seguido la pendiente de declive de muchas congregaciones femeninas dedicadas a la labor asistencial. 

En la congregación destacaron luego Giuseppina Ferrante (1861-1943), compañera del grupo fundacional de Codogno que toma el timón tras la muerte de Cabrini y guía su expansión de vuelta a Europa; Antonietta De Angelis (1893-1984), la superiora que le entrega a la congregación su máximo tamaño, y Patricia Spillane (n. 1942) que, en cierta medida, hace retornar a la congregación a su carisma original, el ministerio entre migrantes y refugiados. Convertida actualmente en una pequeña congregación religiosa, en comparación, por ejemplo, con las Misioneras de la Caridad fundadas por la madre Teresa (alrededor de 5.000 religiosas en todo el mundo), y todavía de las grandes congregaciones del tronco vicentino, las hermanas Cabrini honran, sin embargo, a una fundadora de talla universal que merece ser mejor conocida entre nosotros en un momento en que los desplazamientos humanos en condiciones adversas, sea por inmigración o refugio, están a la vista de todos.

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