El 6 de agosto en el Salón de Honor Alberto Hurtado Cruchaga se llevó a cabo la presentación de este libro que expone la investigación llevada a cabo por las académicas Ana María Stuven, Verónica Undurraga e Ingrid Bachmann en cárceles de mujeres. La ministra de la Mujer y la Equidad de Género, Sra. Antonia Orellana, y la rectora de la Universidad de Chile, Sra. Rosa Devés, expusieron durante el lanzamiento. Compartimos a continuación las palabras del rector de la Pontificia Universidad Católica, Sr. Juan Carlos de la Llera.
Ana María Stuven V., Verónica Undurraga Sch., Ingrid Bachmann C.
Editorial Planeta, 231 págs.
Santiago, 2025
Introducción y saludo
Quisiera comenzar agradeciendo sinceramente la presencia de quienes hoy nos acompañan. Saludar especialmente a las autoras de esta obra, Ana María Stuven, Verónica Undurraga e Ingrid Bachmann. Y con mucho afecto a la rectora de la Universidad de Chile, la profesora Rosa Devés, con quien tenemos el honor de participar en esta conversación en torno a un libro tan contingente y necesario.
Quiero agradecer, con especial emoción y respeto, la presencia de algunas de las 33 mujeres protagonistas de las historias que este libro reúne. Su presencia aquí, su valentía al compartir sus testimonios, y su humanidad al permitirnos entrar en sus vidas, son un acto de generosidad que conmueve e interpela nuestras conciencias, voluntades y acción. Gracias por abrirse, por hablar, por confiar.
Parte I. “Marcas que perduran”
Hay libros que abren una puerta, otros que conducen a un silencio. Salir del infierno, en cambio, abre una herida. Pero lo hace con el cuidado y el respeto de quien sabe que escuchar y relatar también puede ser una forma de hacer justicia.
Infancias marcadas por abusos impensables. Adolescencias interrumpidas por la maternidad precoz. Entornos sociales donde la calle, la droga o el microtráfico no eran opciones, sino sobrevivencia. Y, en medio de todo eso, el dolor invisible de sentirse sola, no querida, desplazada. Salir del infierno no es aquí una metáfora, sino una descripción literal del camino de tantas mujeres que, a pesar de sus historias y situaciones de vida, siguen de pie. Mujeres que saben que solo existe el presente.
Uno de los testimonios aquí relatados nos habla de una mujer víctima de abuso, y abandonada a los pocos meses de vida en casa de sus abuelos, por el rechazo de la pareja de su madre. Incursiona en el tráfico de drogas por la necesidad de darle los medios materiales a su hijo luego del suicidio de su esposo, quien además era alcohólico y la maltrataba. “Yo empecé a traficar cuando falleció el papá de mis hijos. Eso ya hace veinte años. Creí que era para mejor, para no dejar a mi hijo solo. Pero claramente no fue así, caí presa, y después él quedaría aún más solo, sin su papá ni su mamá”.
Estas palabras nos muestran con claridad que cuando la educación no llega, cuando el Estado te abandona, cuando la sociedad te estigmatiza, lo que queda es un vacío y una espiral de silencio, castigo y un profundo dolor que se normaliza. Gracias, queridas autoras, porque como universidad católica no podemos quedar ajenos a este dolor de nuestras hermanas.
Parte II. “Habitar la cárcel”
Si la primera parte nos muestra las marcas imborrables que preceden al encierro, en la segunda se nos sumerge con fuerza en la experiencia concreta de habitar la cárcel. Lo que se relata aquí no son simplemente condiciones carcelarias o testimonios sobre el sistema penitenciario. Son fragmentos de humanidad que revelan lo que significa vivir una condena –jurídica, social, emocional y personal de mente, corazón y manos– desde la crudeza del encierro.
Uno de los estremecedores relatos sobre la experiencia de habitar la cárcel habla de cómo, tras una larga condena, una de estas mujeres dejó de recibir visitas y fue testigo de un acto que marcó su vida: una compañera de módulo murió apuñalada mientras gritaba por ayuda… y nadie abrió su puerta. “En la cana uno puede gritar una hora y nadie escucha”. De lo que hablamos aquí no es solo de encierro físico, sino de deshumanización, indiferencia institucional, y una desafección completa incluso ante la vida y la muerte.
Estos relatos nos hacen ver un mundo con su propio lenguaje, sus propias leyes y geografías invisibles. Nos enfrenta al silencio, a la rutina vacía, al hacinamiento, a la precariedad, al estigma. Pero también nos
La primera parte de esta obra nos enfrenta a una secuencia de relatos estremecedores, pero muy necesarios para entender la envergadura del problema que tenemos como país y en todo lo que hemos fallado como nación. Testimonios que nos hablan de vidas fracturadas por la violencia, el abuso, la responsabilidad a una edad inadecuada, el abandono, la pobreza, la exclusión. No son solo historias de mujeres que por distintas razones cometieron un delito y fueron sancionadas con la cárcel. Son historias de mujeres que, mucho antes de cualquier juicio, ya habían sido condenadas por un sistema que les falló una y otra vez.
muestra, en medio del dolor, pequeños gestos de dignidad: amistades inesperadas, fortalezas ocultas, decisiones íntimas para resistir. Es una radiografía de la cárcel, de esa realidad de la que no se habla por vergüenza, desde quienes la vivieron en carne propia. Y esa mirada –con sus distintos matices, frustraciones, rabias y vulnerabilidades– es un testimonio que no puede quedar fuera de nuestras discusiones institucionales, sociales, políticas y humanas.
Leer estos capítulos es reconocer que la cárcel, muchas veces, no rehabilita, sino que destruye. Y que los sistemas actuales, en vez de abrir caminos, a menudo reproducen ciclos de exclusión. Pero también es reconocer que incluso en el encierro más duro, emerge la capacidad de transformación: en el dolor se siembra la conciencia, y en la escucha y el compartir se gesta comunidad.
El Centro Penitenciario Femenino de Santiago se encuentra de hecho cruzando la calle de nuestro Campus San Joaquín, donde estudié y gocé de la máxima libertad. Más allá de la proximidad física entre un lugar orientado a celebrar el conocimiento y un centro de confinamiento penitenciario, como universidad inspirada en generar transformaciones sociales e impactar, tenemos el deber de hacernos cargo de realidades tan complejas e invisibles como esta. Por lo pronto, denunciándolas. Porque si nuestro rol es empujar la frontera del conocimiento, este libro nos recuerda que esa frontera también es la voz que no se escucha, que se extiende hasta la reja, el silencio, y la vida tras los muros. Allí también debemos estar presentes, investigando, acompañando, escuchando y dando esperanza.
Parte III. “La reinserción: un proceso en marcha”
El corazón se conmueve de un modo distinto cuando entramos en la parte final de esta obra. Si las autoras nos mantuvieron atentos, impactados e interpelados por la injusticia, la violencia, la pobreza y la crudeza del encierro, en esta etapa emergen las huellas de algo igualmente profundo: el anhelo. Anhelo de volver a empezar. De reparar. De construir una vida nueva, aunque las cicatrices sigan doliendo cada día. Esta sección es un testimonio de lucha íntima, pero también de esperanza real.
Y aquí, como rector y como ciudadano, quiero detenerme especialmente. Porque “la reinserción” no es solo una palabra técnica del mundo penal: es una promesa social que muchas veces no se cumple. Como bien lo relatan estas páginas, para muchas mujeres salir de la cárcel no significa necesariamente ser libres. Significa enfrentar nuevamente el abandono, el estigma, la pobreza, la soledad, la maternidad rota. Significa buscar trabajo con una historia a cuestas que pocos están dispuestos a escuchar. Significa reinsertarse en una sociedad que no sabe cómo recibirlas.
Lo más desgarrador de estos relatos es entender que muchas de estas mujeres no se “reinsertan”, porque jamás estuvieron plenamente insertas en algún espacio. Ni en sus familias, ni en sus escuelas, ni en sus comunidades. Por eso, no se trata de reinsertar a una persona, sino de acompañarla en la primera inserción como sociedad y hacerlo con mucha dignidad, ofreciendo oportunidades, con humanidad y mucha humildad.
Como universidad no podemos ignorar esta realidad. La reinserción es un desafío estructural en el que nuestra labor educativa, de investigación, de generación de políticas públicas y de uso de la razón deben jugar un rol protagónico. Como dice León XIV, necesitamos construir puentes reales, esta vez entre la cárcel y nuestra sociedad. Necesitamos un Estado mucho más presente, pero también comunidades acogedoras, empleadores dispuestos, y espacios de fe que crean verdaderamente en la transformación de una persona.
Gracias a este libro podemos constatar una vez más que sin apoyo nadie avanza. Que la maternidad, el trabajo, la salud, el amor, la confianza, la compañía y la autoestima son los cimientos de una segunda oportunidad. Que el ciclo de exclusión no se corta solo con buenas intenciones. Y que estas mujeres no piden indulgencia: piden justicia, inclusión y caminos para despedirse de una vez por todas de su pasado.
Salir del infierno es una invitación a hacernos cargo. A dejar de mirar esta realidad como un proceso que nos es ajeno y asumir que darlo a conocer es un deber ético, social y político. Porque una sociedad que no abre sus puertas a quienes se equivocan, es una sociedad incapaz de avanzar, de aprender y enmendar. Hacernos cargo del país que somos es el primer paso para soñar lo que podríamos llegar a ser si somos capaces de realizar los cambios que todos anhelamos. Es, sin duda, un ejercicio de humildad que nos hace bien, y que estas autoras y sus protagonistas logran conminarnos a emprender al escuchar y sentir estos conmovedores testimonios, relatados con increíble respeto y maestría.
Muchas gracias.
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