Philippe Lefebvre
Ediciones Sígueme
Salamanca, 2022
180 págs.
El dolor y el escándalo que causan a la humanidad los abusos y violencias cometidos en el seno de la Iglesia católica, así como los ocultamientos, silencios o incluso amenazas ante las denuncias, dejan el corazón helado.
En este profundo y duro ensayo, que pide varias relecturas atentas, el dominico francés Philippe Lefebvre (1960), profesor de Antiguo Testamento en la facultad de Friburgo, no presenta un “manual” o “catálogo de abusos”, sino que pretende visibilizar a las víctimas que él mismo ha acompañado. Y todo esto lo hace acudiendo a una erudita y vivencial meditación bíblica que realiza engarzando textos del Antiguo y el Nuevo Testamento. Para el dominico francés que ha sufrido en sus propias carnes amenazas por asumir este tipo de investigación: “evocar el abuso y el dominio, Biblia en mano, es ir al corazón de la Palabra bíblica que, desde el principio, pone en guardia contra todo deseo de control, de poder abusivo y de sometimiento de las personas y de la creación”.
El título del ensayo (Mc 14, 1) evoca el plan para prender a Jesús urdido por personas cercanas a él, incluso religiosas, así como por una incontestable trama de poder político, religioso e intelectual. La red para atrapar y asesinar a Jesús le hermana irremediablemente con los miserables y triturados a lo largo de la historia.
Philippe Lefebvre critica a quienes desde dentro de la Iglesia católica buscan atenuar los abusos diciendo que “en otras partes es peor”. Según el dominico francés, los que argumentan así suelen defender además que la Iglesia prevalece sobre las otras confesiones cristianas, las otras religiones, así como sobre una sociedad sin sentido de Dios. Olvidando lo esencial, que en la Iglesia se predica el amor al prójimo.
Alejarse de los abusados equivale a alejarse del propio Jesús (Mt 25, 45) que, siguiendo la piedad judía, pone en el centro de su mensaje al pobre, el huérfano y a la viuda. Así como a los más pequeños y a los oprimidos.
Al hilo de los salmos que son “como una iniciación en la vida en común” el autor propone apartarse de fórmulas “buenistas” y estar alerta ante aquellos grupos de poder que tienen intereses depredadores. “En su arrogancia, el malvado arde en deseos de perseguir al humillado” (Salmo 10, 2).
¿Cómo se origina el abuso? El punto de partida consiste en rechazar la vida como don y oportunidad, la vida como regalo. La mirada hacia los demás y hacia el mundo se oscurece facilitando la cosificación y el olvido del prójimo. El autor conecta esta actitud con la oración meramente formal y obligada, que no involucra el corazón y la vida (Gen 3-4), y olvida el binomio ser vivo-Dios.
Según Philippe Lefebvre, es urgente que la Iglesia católica posibilite más espacios de escucha para que los abusados puedan hablar de los depredadores y estos puedan ser despojados de su poder. Pese a que en ocasiones esto golpee la línea de flotación de grandes grupos perversos pero influyentes, que llevan décadas imponiéndose en la matriz de la Iglesia católica, especialmente mediante la manipulación de la conciencia y el abuso del lenguaje. Porque los abusos del lenguaje son también abusos. Es decir, existen palabras que amparan, protegen y acarician y palabras que hieren y destruyen.
En esta línea, llama la atención el que muchos de los abusadores de hoy son sacerdotes, lo que conecta con la Parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), donde precisamente los más religiosos ignoran al prójimo. El sacerdote y el levita pasan por alto ante el hombre apaleado, herido y tirado en el camino. Para Philippe Lefebvre, en las historias de abusos aparecen personas inesperadas y comprometidas que no tienen por qué ser especialmente “religiosas” y que dan su vida para ayudar a víctimas concretas. Porque “la figura crística se muestra, pues, allí donde no se espera, y no siempre allí donde uno esperaría encontrarla”.
Es muy normal también la proliferación de mujeres víctimas de abusos en la Iglesia. Hecho que se explica por un machismo que es transversal y que opera dentro y fuera de la Iglesia, pese a la igualdad jurídica lograda en gran cantidad de países y pese a que Jesús presenta a las mujeres como modelos y verdaderas educadoras de los discípulos. En este sentido, es muy recomendable leer la bella reflexión (capítulo 7) sobre la figura de Ana (cuyo cuerpo es santuario) y su hijo el profeta Samuel. Ambos, madre e hijo, sufrieron la corrupción de los sacerdotes del templo, los hijos de Elí. Asegura el dominico francés: “en la Biblia, Dios juzga a los violentos y los rechaza, aunque sean sacerdotes”. Idea que enlaza con el prendimiento de Jesús dos días antes de la Pascua (el 13 de Nisán) por parte de unos sacerdotes confabulados contra él (Mc 14, 1).
En un mundo como el del Antiguo Testamento, que en numerosas ocasiones es despiadado, es realmente conmovedor leer el capítulo 12 del libro. Dedicado a algunas de las violaciones colectivas bíblicas como las de los hombres de Guibeá, narradas en Jueces 19 y que nos llevan del “Stabat mater” de Guibeá al Gábbata y el Gólgota. “Entre la concubina anónima violada en Guibeá, cuyo cuerpo fue repartido por todo Israel, y la concubina Rispá que vela los cuerpos ajusticiados en el mismo lugar, se ha establecido una conexión misteriosa que saca a la luz los cuerpos maltratados de todos aquellos que tendemos a olvidar en el transcurso de la historia”. Y es que, según el autor, en aquellos textos que evocan la Cena de Cristo confluyen de manera significativa muchos pasajes del Antiguo Testamento.
En conclusión, el tema de los abusos clama en primer lugar por una justicia humana e inmediata. Y, por otro lado, el llanto, las lágrimas y el dolor abren la pregunta sobre el misterio de Cristo Jesús: “que pide cuentas de la carne maltratada de seres humanos concretos, esta carne que él ha venido a asumir y que, a partir de ese momento, alberga en el templo de su cuerpo”.
Javier Aparicio González