Como san Pablo, el nuevo santo Bartolo Longo, pasó de ser perseguidor de la Iglesia a apóstol, un testimonio de vida tremendamente intensa y actual. Precursor del compromiso de los laicos, logró levantar una nueva ciudad sobre las ruinas de Pompeya, en torno a dos pilares inseparables: la devoción mariana y la caridad fraterna.
Nació en Latiano, en la región de Apulia, Italia, en una familia acomodada perteneciente a la burguesía ilustrada del sur de Italia. Su padre, Bartolomeo, era médico, y su madre Antonina, una mujer muy creyente, que lo educó en la fe católica y le inculcó la devoción mariana.
En 1862, luego de terminar su educación en el colegio de los Escolapios, se fue a Nápoles a estudiar leyes en la Universidad Federico II. En aquella época Nápoles era una de las ciudades más vivas intelectualmente de Europa, así como también uno de los centros neurálgicos del anticlericalismo liberal y positivista tras la unificación italiana.
Incursión en el espiritismo y conversión
En esa época en los ambientes universitarios proliferaban por doquier prácticas espiritistas. Fueron influyentes las obras de Allan Kardec, quien consagraba el espiritismo como religión científica. También se conversaba y debatía sobre el origen de ciertas vivencias, a propósito de la popularidad que había adquirido una médium italiana llamada Eusapia Palladino.
Bartolo Longo, contagiado por el racionalismo liberal, desilusionado de la religión institucional, pero con hambre de comprender el misterio, se vio atraído por estas prácticas. Él ya había incursionado en el espiritismo antes de llegar a Nápoles. Ocurrió en Lecce, donde participó en una sesión espiritista guiada por una niña de doce años que lo impresionó muchísimo. Luego, en Nápoles continuó profundizando en aquellas prácticas. Una de las obras que más lo influyó fue Vie de Jésus “Vida de Jesús”, de Ernest Renán. Publicada en 1863, esta fue una de las manifestaciones literarias más influyentes del cristianismo liberal del siglo XIX, donde presenta a Jesús como un gran hombre moral, pero negando su divinidad, permitiendo así reinterpretar el cristianismo bajo los criterios de la razón moderna. La obra de Renán llegó a las manos de Bartolo de parte de un sacerdote calabrés que conoció en Nápoles, un sacerdote que afirmaba haberse consagrado no por vocación sino buscando sobresalir. La lectura de Renán llevó a Longo a profundizar aún más en el espiritismo buscando averiguar si Cristo era verdaderamente Dios.
Durante su incursión en el mundo del espiritismo, Bartolo fue haciéndose cada vez más anticatólico, organizando conferencias contra la Iglesia y asegurando luego que llegó a pensar que la única religión verdadera era la de los espíritus. Fue ungido sacerdote de un nuevo culto espiritista que buscaba restaurar el mundo en oposición a la Iglesia católica. La inquietud que lo llevó a ese mundo era, sobre todo, intelectual. Como el “loco” de Chesterton, la suya era una búsqueda intelectual totalizante, un intento de meter el cielo en su cabeza, racionalizar el misterio, comprender y, por lo tanto, dominar el mundo invisible.
Sin embargo, al poco tiempo, se vio prisionero de una sensación de angustia y vacío, pérdida de sentido y visiones oscuras, resintiendo los efectos de aquellas prácticas diabólicas tanto en su salud espiritual como también física, pues aseguró que los espíritus con los que interactuaba en sus sesiones lo animaban a hacer penitencias y ayunos prolongados. En sus memorias, Longo afirma que se sintió “cercano a la desesperación y a la locura” y describió aquel estado como una posesión moral y espiritual por el “demonio del orgullo intelectual”.
Fue quizás la fe recibida en su infancia lo que le permitió intuir que su camino debía ser otro. Su fe era una semilla dormida, a la espera de ser rescatada. Y fueron algunas personas las que lo ayudaron a abandonar el espiritismo y descubrir su vocación. Entre estas personas se encuentra su amigo Vicenzo Pepe, quien lo ayudó a desvincularse del satanismo, se puso a rezar por él y lo puso en contacto con el padre dominico Alberto Radente, con quién se encontró en 1865, se confesó, abandonó para siempre el espiritismo y recibió la comunión después de un mes de preparación y estudio. También el padre redentorista Emmanuele Ribera, hoy venerable, influyó en su vida.
En palabras de Benedicto XVI, la conversión de Bartolo Longo se trató de un descubrimiento del verdadero rostro de Dios [1]. Fue un paso del orgullo a la humildad, pues el cristianismo, a diferencia del espiritismo, no pretende dominar lo invisible sino acoger el misterio de Dios.
Sobre las ruinas de Pompeya
A mediados del siglo XIX, Pompeya era una aldea casi desierta, habitada por campesinos pobres que cultivaban viñedos entre las ruinas. Era también un lugar peligroso, evitado para no toparse con ladrones de caminos. En octubre de 1872 el abogado Bartolo Longo tuvo que ir al Valle de Pompeya para arreglar algunos asuntos de los terrenos de la condesa Marianna Famararo, viuda del conde Albenzio De Fusco, pues era su administrador. Ahí le ocurrió una experiencia sobrenatural que el describe de la siguiente manera:
Era el último día de octubre de 1872, llovía y hacía frío, yo estaba triste y salí a caminar con paso rápido por el Valle sin saber a dónde. Caminando llegué al lugar más agreste que los campesinos llaman Arpaja. Todo estaba en silencio profundo. Volví los ojos alrededor y no vi a nadie. De pronto me detuve. Sentía que mi corazón explotaba y en medio de tanta tiniebla, una voz amiga me parecía susurrar al oído esas palabras que yo mismo había leído y que repetía con frecuencia mi santo amigo, ya difunto: Si buscas salvación, reza el Rosario. Es una promesa de María. Quien propaga el Rosario se salva.
Este pensamiento fue como un relámpago que rompió la oscuridad de una noche tempestuosa. Satanás, que me tenía agarrado como una presa, vio su derrota y me apretaba más en su espiral infernal. Era la última lucha desesperada. Y con la audacia de la desesperación, levanté el rostro y las manos al cielo y, dirigido a la Virgen celeste, grité: si es verdad que tú has prometido a santo Domingo que quien propaga el Rosario se salva, yo me salvaré, porque no saldré de esta tierra de Pompeya sin haber propagado aquí el Rosario.
Después de esa experiencia mística, sus deseos de propagar el rezo del Rosario se multiplicaron.
Decidió entonces fundar una Confraternidad del Rosario por medio del rezo del Rosario para pedir por las almas del purgatorio, pues en el Valle existía una arraigada devoción por los difuntos. Fue a Nápoles a comprar una imagen de la Virgen del Rosario para la parroquia, pero como no encontró ninguna a buen precio, acudió a una hermana dominica para que le regalara una imagen. La imagen fue restaurada primero por Guglielmo Galella y luego por el pintor Federico Mandarelli, quien sustituyó una imagen que tenía de santa Rosa de Lima por una de santa Catalina de Siena. Bartolo señala que en aquella imagen se empezó a producir una especie de intervención sobrenatural, cuya belleza y majestuosidad era reconocida ampliamente. En la imagen la Virgen tiene en la mano izquierda la corona del Rosario que entrega a santa Catalina de Siena, mientras que el Niño Jesús, apoyado sobre su pierna izquierda, se la confía a santo Domingo. El 13 de febrero de 1876 se expuso la imagen a la veneración de los feligreses; ese mismo día tuvo lugar el primer milagro por intercesión de la Virgen de Pompeya, la curación de una niña de doce años llamada Clorida Lucarelli.
El tercer domingo de octubre de 1873 se celebró por primera vez la Fiesta del Rosario en la parroquia del Salvador, con fuegos artificiales, juegos populares, música, lotería, etc. Y se continuó celebrando una vez al año.
En 1875 se organizaron misiones junto con tres sacerdotes que se hospedaron en la casa de la condesa De Fusco. Fue en ese contexto de misiones que los visitó el obispo de Nola para administrar el sacramento de la confirmación y le señaló a Bartolo la conveniencia de edificar un templo de Pompeya, para lo que él mismo ofreció una parte del dinero. El resto del financiamiento de la obra se desarrollaría a través de pequeñas donaciones populares efectuadas en una campaña de “un centavo al mes”. Bartolo y la condesa se comprometieron con todas sus fuerzas en la empresa, recorrían Nápoles pidiendo donativos y recopilando testimonios de los milagros que empezó a realizar la Virgen del Rosario de Pompeya, gracias a los cuales se pudieron conseguir más fondos para seguir trabajando sin parar. En 1879 el mismo Bartolo fue curado de una grave enfermedad después de recitar la novena a la Virgen del Rosario que él había compuesto y de la cual hizo 900 ediciones en 22 idiomas.
En 1876 se colocó y se bendijo la primera piedra del nuevo Santuario de Pompeya. Hoy el santuario es uno de los centros de peregrinación mariana más importantes de Italia, recibe a más de cuatro millones de visitantes al año, especialmente en la fiesta de la Virgen del Rosario (8 de mayo) y el primer domingo de octubre.
Como Bartolo y la condesa trabajaban juntos, la gente empezó a criticarlos. Ella era viuda y tenía cinco hijos. Bartolo era su administrador en la región del Valle de Pompeya. Por eso, después de una audiencia con el Papa León XIII, se casaron en 1885 con la promesa de seguir siendo castos y buenos amigos, viviendo en la misma casa. Ella en ese momento tenía 48 años y él 44. La condesa fue su colaboradora más fiel y generosa.
Bartolo escribió un librito sobre los quince sábados del santo Rosario y otro libro sobre la historia, prodigios y novena de la santísima Virgen del Rosario de Pompeya. También escribió la Súplica a la Virgen del Rosario en respuesta a la encíclica Supremi apostolatus officio con la que el Papa León XIII recomendaba el rezo del Rosario ante los males de la sociedad. En 1884 fundó el periódico il Rosario e la Nuova Pompei. En pocos años consiguió que se inscribieran en la Confraternidad del Rosario de Pompeya, no solo muchos de Italia, sino también de otras partes del mundo entero y llegó a tener más de cinco millones de agregados, incluidos obispos, cardenales, príncipes, reinas y políticos. El Papa León XIII en abril de 1887 bendijo una diadema que debía ceñir la frente de la Virgen María de la imagen.
En 1893 Bartolo creó un hospicio para huérfanos y luego una institución para la recuperación de los hijos de los presos. Esta institución fue administrada por los hermanos de las Escuelas cristianas de san Juan Bautista de La Salle.
El 5 de mayo de 1901 se inauguró la fachada del santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya y fue declarado basílica pontificia. El 12 de septiembre de 1906 Bartolo y su esposa la condesa cedieron la Obra de Pompeya al Papa, quien aprobó la Pía Unión universal para el rezo del Rosario en comunidad y en familia propuesta por Longo, queriendo ser él mismo el primer inscrito.
Ambos, Bartolo Longo y León XIII fueron apodados apóstoles del Rosario. El Papa León XIII promovió con gran fervor esta devoción mariana, escribiendo once encíclicas al respecto y dedicando octubre como el mes del Santo Rosario.
Mariana De Dusco murió a los 88 años, en 1924. Dos años después muere Bartolo, el 5 de octubre de 1926, tan pobre que solo tenía su propia cama, ya que todos los muebles de su apartamento habían sido embargados por los hijos de la condesa, quienes se oponían a la unión. Sus restos descansan hoy junto a los de la condesa en la cripta de la basílica de Pompeya.
Impulsado por amor y por un trabajo incansable de 50 años, Bartolo logró el “milagro de Pompeya”. Surgió una nueva ciudad en torno al santuario mariano, “una ciudadela de María y de la caridad” [2], enriquecida hoy por numerosos institutos de ayuda fraterna, siendo testimonio de como el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Bartolo fue precursor de la influencia de los laicos en la Iglesia y su testimonio de establecer a la Virgen María en el Santuario de Pompeya influyó en otras personas como el sacerdote Joseph Kentenich, fundador de Schoenstatt, al preguntarse si podría suceder lo mismo que en Pompeya, en una capilla en Vallendar, Alemania.
En 1965 la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya fue coronada por Pablo VI en la Basílica de San Pedro. En 2002 fue trasladada nuevamente a San Pedro por petición de Juan Pablo II para la firma de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, la instauración de cinco nuevos misterios y la proclamación del Año del Rosario. Juan Pablo II visitó el Santuario de Pompeya en 2003, Benedicto XVI en 2008 y Francisco en 2015.
Bartolo Longo fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980. En febrero de 2025 el Papa Francisco, desde el hospital Policlínico Gemelli en Roma, aprobó el decreto para su canonización con dispensa de un segundo milagro, porque Longo puede ser señalado como un modelo excelente en la Iglesia y un testigo ejemplar de la caridad cristiana. Su canonización fue el domingo 19 de octubre por el Papa León XIV en el Vaticano. En una audiencia del lunes 20 de octubre el Papa señaló: “Convertido de una vida alejada de Dios, dedicó todas sus energías a las obras de misericordia corporales y espirituales, promoviendo la fe en Cristo y el afecto a María a través de la caridad hacia los huérfanos, los pobres y los desesperados. Agradecido a su fundador, que el santuario de Pompeya conserve y difunda el fervor de san Bartolo, apóstol del Rosario”.