Presentamos el primer número 2024 de Revista Humanitas, ya disponible en www.humanitas.cl y en distribución para nuestros suscriptores. A continuación compartimos el editorial del director, Eduardo Valenzuela, y el sumario de los principales artículos.
Las imágenes de portada y contraportada corresponden a la Fiesta de Andacollo, fotografías tomadas por Paula García en la Región de Coquimbo, diciembre del 2022. Todo el contenido de Humanitas n°106 está disponible en www.humanitas.cl.
EDITORIAL: La Religión woke
Woke es el pasado participio de la palabra inglesa wake que significa despertar, estar alerta, abrir los ojos. El wokismo designa a la generación de aquellos que llaman a estar alertas ante las diversas manifestaciones de la injusticia y discriminación que persisten en el mundo en que vivimos.
Woke es una palabra utilizada en el movimiento de emancipación negra norteamericana –también por Martin Luther King– que evoca claramente los movimientos de despertar religioso (awaikening) característicos de la tradición protestante.
El llamado “despertar chileno” del estallido social de 2019 anuncia la irrupción en la gran escena de la generación woke en nuestro país. ¿Cómo un impulso originalmente generoso y bien intencionado puede, sin embargo, malograrse en el camino? Los movimientos de toma de conciencia no son nuevos. Hace unas décadas, se hizo algo similar respecto de la injusticia social que implicaba mantener a la mayor parte de la población en la miseria y se despertaron impulsos de solidaridad que hicieron indudablemente mucho bien. La toma de conciencia respecto de la discriminación inaceptable en que se mantuvo por años a determinados grupos minoritarios de la población –homosexuales, indígenas, inmigrantes, negros, hoy día trans, discapacitados– no puede resultar sino encomiosa. ¿Quién pude desconocer que nuestro trato completamente injusto y denigrante hacia la homosexualidad ha cambiado para mejor? ¿Acaso alguien con alguna edad no recuerda cómo se trataba a las personas que tenían algún defecto físico o una limitación cognitiva hace apenas unos años atrás?
“El divorcio entre las elites secularizadas y altamente educadas, por un lado, y la gente común y corriente que vive su religión normalmente y conserva el sentido común, por otra, es tanto o más notable en países que no han tenido secularización de masas como sucede en toda América”.
El problema es sacar de su quicio algo que es de suyo bueno y verdadero. Chesterton decía que una herejía es una verdad llevada al extremo, recordando la herejía donatista que exacerbaba el ideal de pobreza evangélica o la insistencia luterana en la exclusividad de la fe como medio de salvación. La generación woke –bien inspirada en lo medular– puede caer con facilidad en el error de llevar las cosas demasiado lejos. Una cosa es advertir acerca del maltrato animal (otra indignidad de la antigua generación que se puede confesar abiertamente) y otra es borrar toda distinción sustantiva entre el hombre y el animal y abrir paso a las diversas posiciones antihumanistas con que se desea justificar la defensa de la naturaleza.
Muchos podríamos estar de acuerdo en que varias de las diferencias de género que nos parecieron naturales –la mujer en la casa, el hombre en el trabajo, por ejemplo– están socialmente construidas y pueden perfectamente ponerse en cuestión, como lo ha hecho el feminismo más esclarecido, pero otra es negar la realidad del sexo biológico y considerar que es una mera atribución que hace el médico cuando nacemos. Una cosa es pensar que el prejuicio contra la obesidad hace daño a las personas con sobrepeso, otra que el verdadero y único problema de la obesidad es dicho prejuicio y que el sobrepeso no trae consigo ninguna consecuencia que requiera atención y consejo.
Religión woke es el título de un libro polémico escrito por Jean-Francois Braunstein, profesor emérito de filosofía contemporánea de la Universidad de París, para designar el credo principal que impera entre los académicos de universidades norteamericanas. Las universidades constituyen hoy por hoy la sede por excelencia de la secularización del mundo moderno y en muchas disciplinas (ciencias exactas, literatura y estudios culturales, arte y ciencias sociales) es casi imposible encontrar siquiera el vestigio de una creencia religiosa. El divorcio entre las elites secularizadas y altamente educadas, por un lado, y la gente común y corriente que vive su religión normalmente y conserva el sentido común, por otra, es tanto o más notable en países que no han tenido secularización de masas como sucede en toda América. Por ello mismo sorprende la forma que toma el wokismo como religión secular con las características propias de los revivals del sectarismo protestante, unanimismo, fanatismo y puritanismo. La creencia debe permear todos los aspectos de la vida, nadie puede legítimamente pensar de otra manera, desviarse de las creencias es motivo inmediato de reproche y sanción social. Una verdadera religión secular que hace palidecer a las religiones sectarias.
La fuerza que ha adquirido el wokismo en las universidades tiene el inconveniente de que amenaza su propia naturaleza. Ya se ha informado de universidades norteamericanas que han alterado las rúbricas con que definen su misión desde la búsqueda del conocimiento a través del cultivo de la ciencia hacia la promoción de la justicia social. Como todo movimiento religioso –o pseudorreligioso– el wokismo se proclama enemigo de la ciencia y busca expresamente desestabilizar las condiciones que hacen posible la objetividad del conocimiento. No se trata de un litigio epistemológico, por lo demás legítimo, a saber, la discusión acerca de la naturaleza de lo real que ha cruzado todas las épocas y que ha ocupado a las mentes más esclarecidas. El problema consiste en negar de antemano toda posibilidad de acceder a algo verdadero, en menoscabar la curiosidad científica y la voluntad de saber, desvalorizar el conocimiento empírico –un exceso al que se unen alegremente muchos conservadores–, en someter todo conocimiento a una validación política o moral, y en restringir gravemente la libertad de investigación y de reflexión. La crítica de la objetividad científica es una cosa, pero constituye un exceso cuando ello da lugar a la exaltación de cualquier forma de saber como si fuera algo equivalente y digno de establecerse en las aulas al margen de toda consideración racional bajo el pretexto de que son “saberes subalternos” o “epistemologías del sur”.
El wokismo es mejor conocido por sus derivas identitarias tal como figuran en el excelente libro de Élisabeth Roudinesco, historiadora y directora de investigaciones también de la Universidad de París. No es casualidad que la reacción intelectual contra el wokismo provenga de las universidades francesas que tienen una tradición ilustrada más sólida que las americanas, incluyendo las nuestras, muy permeables a las falsificaciones intelectuales y a la comprensión de los grandes autores en el nivel del manual y de la vulgata académica. La deriva identitaria se origina en el problema de la raza y las etnias sometidas cuya discriminación se ha prolongado e intensificado con las corrientes inmigratorias americanas y europeas. Después se inventó la interseccionalidad, es decir la conjunción de discriminaciones que podían recaer sobre un grupo (mujeres negras, por ejemplo) y se intersectaron raza y género y algo menos clase social (un poco pasada de moda en el orden de las discriminaciones). La deriva identitaria consiste en exacerbar la diferencia cultural hasta el punto de suspender la posibilidad de diálogo y encuentro en un esfuerzo u objetivo común. En alguna universidad norteamericana se ha tenido la ocurrencia de graduar a los estudiantes en grupos que reciben su diploma según sea su procedencia o condición, primero todos los estudiantes de color, luego los hispanos, enseguida los nativos-americanos, luego los asiáticos, etc. La concurrencia de todos en una disciplina común que es aquello que acredita realmente el diploma que recibe cada cual no tendría importancia alguna.
El aprecio por la diferencia cultural constituye, sin lugar a duda, un logro que debemos a los movimientos que estimulan la diversidad y la inclusión también dentro de las universidades. Pero algo distinto es menoscabar gravemente los valores universales, en particular el universalismo de la razón que es lo propio de la universidad. Ningún grupo particular prevalecerá mientras no haya demostrado su capacidad de vincularse y contribuir al desarrollo de valores universales e insertar su particularidad cultural en el seno del mundo que compartimos todos. No se trata de aplastar las identidades –como prefieren los franceses que son más enfáticos y todavía prohíben el uso del velo islámico en los colegios–, pero tampoco de demoler los valores universales –condenar a Shakespeare, por ejemplo– bajo pretexto de que pertenecen a la clase dominante. Toda cultura debe someterse al juicio de la razón, así como lo han hecho las religiones, en particular el cristianismo que nunca ha eludido el desafío de medirse con los mejores logros del mundo racionalmente orientado.
SUMARIO N°106 (ENERO-ABRIL 2024)
UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LOS NUEVOS DESAFÍOS QUE NOS PRESENTA EX CORDE ECCLESIAE, por Ignacio Sánchez. El rector de la Pontifica Universidad Católica de Chile propone una reflexión y análisis sobre algunos aspectos actuales del desarrollo y vida de la casa de estudios que en el último tiempo han adquirido mayor relevancia, como la libertad de enseñanza, las éticas aplicadas, la sustentabilidad, la equidad de género, la interculturalidad, la inteligencia artificial y la vinculación con el medio. Ello en miras a hacer una actualización de la Carta Apostólica Ex corde Ecclesiae considerando los grandes planteamientos contemporáneos.
EL SACERDOCIO COMO MINISTERIO DEL AMOR, por Jacques Servais. Mirando sobre todo la figura del apóstol Juan, el autor revisa los evangelios, donde se encuentran los fundamentos para la entrega total que se le exige al sacerdote en cuanto abraza la vocación inspirada y ordenada por Jesús, capacitado para actuar personalmente en el nombre de Cristo. La misión pastoral, en cooperación con la Iglesia, basta como camino de santificación.
LA GUERRA DE 130 AÑOS. A PROPÓSITO DEL CONFLICTO DE GAZA, por Joaquín Fermandois. El ataque del 7 de octubre pasado en la frontera entre Gaza e Israel ha dado vueltas el tablero político y estratégico de la región. El historiador analiza sus componentes ideológicos, geopolíticos y su origen milenario, dando cuenta de las transformaciones y alianzas que se han dado a lo largo de su desarrollo. ¿Es posible la paz? ¿Quién posee la llave maestra? ¿Qué implicancias tiene para el cristianismo en la región? Son algunas de las preguntas que busca responder.
MÁS ALLÁ DEL OTRO, por Cecilia E. Sturla. A partir de la pregunta “¿difiere el punto de vista ético de acuerdo al género?” la autora revisa la evolución que ha tenido esta mirada desde la Modernidad hasta nuestros días, planteando los desafíos que enfrenta hoy una ética del cuidado que ha sido circunscrita a una dimensión secundaria del quehacer.
CONFIANZA Y ÉTICA DEL CUIDADO PARA UNA BUENA CONVIVENCIA, por Juan Larraín C. El autor aborda el tema de la convivencia universitaria desde la ética, planteando que una de las claves para potenciar esta dimensión es desarrollar una comunidad compuesta por personas que cultivan el hábito del sentimiento ético y que intentan actuar éticamente en su relación con los otros, para así instalar una cultura de respeto y de buen trato.
LA ÉTICA UNIVERSITARIA EN UNA ÉPOCA DE AMENAZA A LA DEMOCRACIA Y CON NECESIDAD DE CONFIANZA SOCIAL, por James Keenan s.j. Invitado por el Instituto de Éticas Aplicadas, el autor devela las circunstancias que lo llevaron a profundizar su reflexión –y acción– en torno a cómo lograr que la dimensión ética permee distintas instancias formativas y profesionales. Una de sus grandes conclusiones es que la universidad no solo ha de enseñar ética, sino que además aplicarla en todos sus estamentos.
ENTREVISTA A MONSEÑOR CHOMALI: “UNA UNIVERSIDAD CRISTOCÉNTRICA HA DE SER LA GRAN PROPUESTA DE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS”, por Valentina Jensen. Mons. Chomali vuelve a su ciudad natal tras doce años en la arquidiócesis de Concepción, y nos habla sobre qué lo inspira, la necesidad de tender puentes, unir mundos e insistir en la centralidad de la persona de Cristo en el quehacer eclesial; y sobre el rol de la universidad, la situación de la Iglesia chilena y la guerra en Gaza.