En esta columna, Nello Gargiulo reflexiona sobre los alcances éticos que tienen conceptos como democracia, libertad y responsabilidad cuando son manipulados desde ópticas intervenidas.

Imagen de portada: voluntarios de Caritas entregan ayuda a refugiados ucranianos en el almacén logístico de Lublin, cerca del paso fronterizo de Dorohusk.

Llevamos más de un año de una guerra que ha traído directo a nuestros hogares la crueldad del duelo y la destrucción, teniendo como teatro de operaciones grandes territorios: el segundo país más grande de Europa, Ucrania, y el más grande del mundo, Rusia. Ucrania y Rusia, son dos países con una historia común y la misma religión, la ortodoxa (aunque cada iglesia es autocéfala, por lo tanto, sin una autoridad central como sucede en la Iglesia Católica con el Papa) y comparten largas fronteras. Están en juego cuestiones nucleares comunes a las antiguas centrales eléctricas de la Unión Soviética en Ucrania, así como diferencias en cuanto a las concepciones del propio ejercicio de la democracia y la independencia territorial. Aunque el presidente ruso habla de una operación militar limitada, en realidad también está generando una situación que produce desequilibrios en el norte de África, con un fenómeno migratorio cada vez más confuso que por ahora involucra principalmente al sur de Europa.

“La caridad que se ve en el mundo a través de la ayuda en las zonas de guerra y terremotos, las organizaciones que trabajan por la vida y la paz con trabajadores que llevan ayuda a los migrantes y mantienen vivos los corredores humanitarios para llegar a los que tienen hambre y necesitan ayuda, todo ello está incluido en la lista de “minorías proféticas”.

Imprevistos que rompen la estabilidad

Esta guerra después de la pandemia, ha roto la estabilidad de convivencia a la que tiende la humanidad por su propia vocación. El rápido cambio climático y la migración masiva en todas las áreas también contribuyen a agitar la escena internacional. Lo inesperado también genera paradojas que requieren comparaciones dinámicas: estos cambios de época por lo general gestan un nuevo orden mundial, aunque por ahora no se vislumbre y, aparentemente, el escenario geopolítico siga con un buen grado de aislamiento de Rusia. Nuevos espacios son ocupados por China, que es el país más poblado del mundo, y que desde la revolución campesina de Mao Tse Tung en los años 50, pasa a la industrialización, y en poco tiempo se convierte también en un poder tecnológico y financiero trasladando al continente asiático una parte importante del condicionamiento futuro de toda la humanidad.

A las democracias de Occidente les resulta difícil tratar con estos países que funcionan con sistemas autocráticos de gobierno y que pueden presumir de la velocidad de las decisiones a su favor debido a que estas se concentran en unas pocas manos y los líderes permanecen en el poder durante muchos años. El plan de paz de China para Ucrania tiene toda la apariencia de alguien que quiere afirmarse y respetarse a sí mismo, comenzando por su propio aliado tradicional, Rusia.

La ONU está experimentando una sacudida y, aunque la gran mayoría de los países miembros apoyaron la moción que condena la invasión, ha fracasado en la resolución para provocar un alto el fuego, debido a la intervención directa de Rusia utilizando el derecho de veto. En este punto, surge la pregunta: ¿qué atisbos de esperanza se abren para dar una respuesta adecuada a la paz en el mundo cuando la convivencia internacional pierde el derecho a la libertad con respeto a la autonomía de los países vecinos y a las tradiciones históricas y culturales individuales? Por el momento, el camino de la diplomacia se ve debilitado, a pesar de que están presentes con un trabajo incesante en varios frentes.

“¿Qué atisbos de esperanza se abren para dar una respuesta adecuada a la paz en el mundo cuando la convivencia internacional pierde el derecho a la libertad con respeto a la autonomía de los países vecinos y a las tradiciones históricas y culturales individuales?”

Minorías proféticas

La misma voz del Papa parecería ser la de quien reclama en el desierto; pero analizando en profundidad sus intervenciones casi diarias vemos que no es tal, porque su autoridad moral y espiritual universalmente reconocida nos lleva de vuelta a Benedicto XVI cuando en una entrevista en el vuelo a la República Checa, el 26 de septiembre de 2009, llamó a las minorías “las causas proféticas” no sólo de la Iglesia Católica, sino de todos aquellos dedicados al diálogo intelectual con creyentes y no creyentes. La caridad que se ve en el mundo a través de la ayuda en las zonas de guerra y terremotos, las organizaciones que trabajan por la vida y la paz con trabajadores que llevan ayuda a los migrantes y mantienen vivos los corredores humanitarios para llegar a los que tienen hambre y necesitan ayuda, todo ello está incluido en la lista de “minorías proféticas”. Los momentos de oscuridad e incertidumbre, también los de celebración de la fe cristiana, van siempre acompañados del nacimiento de grupos y testigos que, manteniendo su autenticidad, reavivan la Iglesia y la vida espiritual. Así apoyan la democracia y la libertad como pilares de la convivencia civil cuando el centro de la acción es la persona humana y el bien común de la humanidad.

La frase “la guerra es producto de tantas discordias”, aparece en la correspondencia entre Freud y Einstein en los años 30, estos dos hombres de ciencia, uno dedicado al hombre y su interior y el otro proyectando al hombre fuera de sí mismo revelando la capacidad de generar grandes avances con la tecnología. Ambos están preocupados porque ven que los acontecimientos que tienen lugar en Europa llevarán a una nueva catástrofe lista para golpear el suelo y los cielos del continente. Entienden que la Sociedad de Naciones nacida del tratado de paz de Versalles firmado por 50 países para poner fin a la Primera Guerra Mundial, no tiene la fuerza para actuar como una autoridad mundial y evitar conflictos.

En las cartas que intercambian se esfuerzan por encontrar respuestas a las muchas preguntas sobre la razón de las guerras. Entienden que para comprender los acontecimientos es necesario mirar tanto dentro del hombre con sus sentimientos y motivaciones, incluso cuando empujan a alguien al uso de la fuerza que involucra a grandes masas de individuos y pueblos; como al desarrollo de tecnología que se vuelve consistentemente más pesada, haciendo que las guerras sean cada vez más desastrosas. La pasión latente que los regímenes autoritarios ejercieron en esos años no tardó en llegar a la locura colectiva de la Segunda Guerra Mundial.

En la realidad actual, debe admitirse que la historia pasada no ha sido suficientemente estudiada y evaluada para aprender su lección. La afirmación de principios y compartir entre los pueblos de la paz como bien supremo se ratifica después de la Segunda Guerra Mundial con el nacimiento de la ONU que lamentablemente no resistió en los nuevos escenarios y su fuerza fracasó. El “derecho de veto” que se basaba en la búsqueda de la unanimidad en los grandes temas por parte de los países que salieron victoriosos de la Segunda Guerra Mundial y luego con la incorporación de China (en 1955) es ahora ineficaz, y en varias ocasiones ha sido un obstáculo para hacer frente a los conflictos. La comunidad mundial está desorientada tanto para encontrar puntos fijos de referencia como para recorrer nuevos caminos y restaurar el vigor y la confianza.

El equilibrio de las relaciones internacionales necesita nuevos parámetros con los que confrontarse. La fuerza militar, las hegemonías de dominación de algunas economías, la mano casi invisible de aquel poder financiero, que tiene poco o nada de escrúpulos, son también motivos de turbulencias y brechas que debilitan aún más los lazos de colaboración y paz.

Benedicto XVI y el relativismo ético

En numerosos escritos Ratzinger como teólogo y pontífice se refiere al concepto de relativismo. En un largo y detallado ensayo sobre el tema, el teólogo Peter Ivanecky (“Teología y Vida” n° 55, Santiago, marzo 2014) sostiene que fue gracias a Albert Einstein que el cardenal Joseph Ratzinger llega a describir el contexto ético relativista: “La teoría de la relatividad formulada por Eisntein se refiere al mundo físico como tal. Me parece, sin embargo, que la situación del mundo espiritual de nuestro tiempo puede describirse adecuadamente. La teoría de la relatividad establece que dentro del universo no hay un marco de referencia fijo”, y luego agrega “en un mundo sin puntos de referencia fijos no hay más direcciones. Lo que vemos como una orientación no se basa en un criterio verdadero en sí mismo, sino en nuestra decisión, en última instancia, en consideraciones de utilidad. En tal contexto relativista, una ética teleológica o consecuencialista finalmente se vuelve nihilista, incluso si no tiene la percepción de ella”. Y con referencia a los países del Este, después de la caída del marxismo, señala la construcción de un futuro europeo común bajo el signo del crecimiento del relativismo que asume el carácter de importancia primordial.

De esta fragmentación del conocimiento deriva para Ratzingher la gran dificultad tanto para la investigación académica como para la educación, porque al carecer de puntos de referencia fijos y una verdad básica, la referencia a la persona humana es débil.

La consecuencia de estas posiciones relativistas las describe con gran lucidez en la carta a Marcello Pera, presidente del Senado de la República Italiana –que se declaró no creyente– en correspondencia con él sobre el futuro de Europa:

En los últimos tiempos he notado cada vez más que el relativismo, cuanto más se convierte en la forma de pensamiento generalmente aceptada, tiende a la intolerancia, convirtiéndose en un nuevo dogmatismo. La política correctiva (política correcta) cuya presión has destacado, quisiera erigir el reino de una sola forma de hablar y pensar. Su relativismo aparentemente lo eleva más alto que todas las grandes alturas de pensamiento alcanzadas hasta ahora, solo de esta manera uno debería seguir pensando si quiere vivir hasta el presente…’’ (Mondadori, Milán 2014).

De estas palabras se desprende que el relativismo ya se estaba afianzando en aquellos años como si fuera un nuevo desafío y un dogma superior al que toda forma de convicción tenía que ser sometida.

América Latina y los peligros del populismo

En el continente latinoamericano, los viajes del Papa Francisco no sólo fueron pastorales, sino que también tuvieron una clara advertencia a los gobiernos, invitándolos a no descuidar las fuerzas del diálogo y la confrontación para no dejar espacios abiertos para las tendencias autocráticas y populistas (basta pensar en las tentativas de cambio de Constitución para permitir la reelección presidencial sin restricciones). Es evidente que, cuando hablamos de formas de diálogo dentro de los países individuales, así como a nivel internacional, éstas no pueden limitarse y condicionarse con las categorías del gobierno de turno ancladas en el espectro entre derecha e izquierda o, más específicamente, de visiones más directamente vinculadas al estatismo o al liberalismo. La dificultad y el retraso en la implementación de reformas importantes dependen en gran medida de estas comparaciones todavía demasiado ideologizadas.

La mezcla que nació del encuentro de las culturas y los originarios con el mundo europeo trae consigo sus propios valores y armonía que son comunes a todos los países de este gran continente. Para un diálogo fructífero y eficaz que evite los excesos del populismo, también es necesario referirse a la historia del nacimiento de las naciones individuales, a la libertad y la independencia que simultáneamente se afianzaron en los primeros veinte años de los 1800 como un reguero de pólvora desde el Atlántico hasta el Pacífico. El relativismo ético no es ajeno a estas culturas, que también llevan elementos de fuerte religiosidad y espiritualidad que son propios de los pueblos originarios y que han hecho el primer ejercicio de confrontación y diálogo con la fe cristiana desde el comienzo de la colonización.

A su haber, la Iglesia Católica en el continente tiene mucho que resaltar en el mundo de la educación y su misión sigue siendo generar comunión e iluminar desde el Evangelio la construcción de las ciudades del futuro. El camino sinodal en curso para las iglesias locales en América Latina marca la ruta para recuperar un papel activo estimulando a los laicos a abrir e intensificar espacios de diálogo a partir de sus propias universidades católicas, academias y centros de estudio. Del mismo modo, no dejar de identificar y sostener aquellos signos vitales de testimonio de sus propias “minorías proféticas” que nacen silenciosamente y actúan donde las necesidades materiales, espirituales y culturales son mayores. Un desafío que parte sobre todo de la valorización de los laicos y la reducción del clericalismo.

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