Rafael Navarro-Valls editor 

Ediciones Rialp S. A. 

Madrid, 2019

223 págs.


“Soy consciente de que tendré que rendir cuentas a Dios por la inmensa fortuna de haber podido trabajar cerca de un hombre en torno al cual se palpa la existencia de la gracia. Más aún se toca en lo más profundo de su oración y en las decisiones que toma como resultado de su oración”.

Joaquín Navarro-Valls, médico psiquiatra y periodista, corresponsal del diario ABC para Italia y el Mediterráneo Oriental, fue director de la Oficina de Prensa del Vaticano y portavoz del Papa Juan Pablo II durante 22 años.

Su hermano Rafael reúne en este libro veinte testimonios sobre “el portavoz” —título preferido por Joaquín— donde la mayoría de los entrevistados quieren hablar sobre Navarro-Valls, pero también recordar cómo, a través de él, fueron conociendo al Papa.

Navarro-Valls comenzó a trabajar con Juan Pablo II en 1984, cuando llevaba siete años en Roma como corresponsal de ABC y era presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia. El Papa lo llamó a ser su “portavoz”, y director de la oficina de prensa del Vaticano. En realidad, él le daba mayor importancia a su trabajo como portavoz del Papa que al de director de la oficina de prensa, y esto le produjo incomprensiones en ciertos ambientes. Pensaba que importaba mucho más dar a conocer al Papa en forma inmediata que difundir los documentos que emanaba la oficina de prensa. Sin embargo, también se dedicó mucho a esa labor, procurando involucrar a todos en esta gran tarea de servir a la Iglesia.

Acompañó al Papa en más de cien viajes. Los más famosos, a Polonia, el más riesgoso, el de Sarajevo, cuando las autoridades de las Naciones Unidas hicieron saber que habían encontrado una gran carga de explosivos en un puente y que el Papa debería trasladarse al centro de la ciudad en helicóptero y no en papamóvil. Juan Pablo II preguntó si había gente esperando en ese trayecto y cuando le dijeron que sí, decidió viajar en automóvil como estaba previsto.

Navarro-Valls recuerda como el más conmovedor el último viaje del Papa, cuando sin poder caminar afectado de párkinson, y en muy mal estado de salud, quiso llegar hasta Azerbaiyán, un país pequeño, por 200 católicos que querían conocer al Papa. Juan Pablo II estaba convencido de la utilidad de los viajes, porque, decía, antes la gente llegaba a la parroquia, ahora el párroco tiene que ir donde está la gente. Preparaba sus viajes a conciencia, estudiando, preguntando mucho, escribiendo sus discursos, aunque en el país mismo los cambiaba sobre la marcha. Aprendió japonés concienzudamente para viajar a Japón.

Federico Lombardi S.J., sucesor de Navarro-Valls en la oficina de prensa, recuerda como uno de los momentos mejores de su ajetreada vida vaticana, los almuerzos del Papa con los responsables de la comunicación después de cada viaje. Allí se analizaba si sus mensajes habían sido recibidos y comprendidos. El Papa no quería felicitaciones, sino estudio. “Yo quería decir esto. ¿Se entendió?”.

La visita del Papa a Cuba significó un viaje previo para Navarro-Valls. Trató a Fidel Castro como “señor presidente”, nunca como comandante, y consiguió que declarara feriado nacional el 25 de diciembre por ese año, diciéndole que el Papa lo iba a agradecer a su llegada. Se avino a tener todas las reuniones de noche, como le gustaban a Fidel, pero nunca lo halagó.

A Navarro-Valls se le hizo fácil dar a conocer a Juan Pablo II. Como católico practicante numerario del Opus Dei, veneraba en la Iglesia al sucesor de Pedro, pero llegó a querer muchísimo al hombre, a Karol Wojtyla. Le conmovía su piedad, rezando postrado frente al sagrario, pero también cantando baladas polacas cuando creía estar solo dentro del Oratorio.

Su optimismo y buen humor, porque sabía “que al final de la historia humana está Dios y no el vacío de la nada”.

El periodista Alberto Michelini dice que Navarro consideraba al Papa “el hombre de los signos”, “esos signos que juegan el mismo papel que la poesía: intentar dar un lenguaje a lo inefable”.

“Tenía un gran amor a los débiles y enfermos. Les sonreía, les acariciaba, les saludaba siempre, uno a uno… Tampoco tenía miedo al dolor o a la vejez, como se vio a raíz del atentado de 1981 y en los últimos años de su vida, cada vez más afectado por el párkinson”.

Los mejores momentos fueron esos pocos en que con un pequeño grupo lograban llevarse al Papa a una casa pequeña en la montaña. Allí Juan Pablo II esquiaba o salía a caminar en la mañana y en las tardes conversaban junto a la chimenea, contaban historias de montañeros, cantaban.

El Vaticano quiso participar en las Conferencias Internacionales de la ONU en El Cairo (1984), Copenhague (1995), Pekín (1995) y Estambul (1996). Fue en El Cairo donde Navarro-Valls se enfrentó directamente con el vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore. La delegación vaticana y otros observadores estaban muy molestos con los textos que se escri-bían a puerta cerrada y que no coincidían con los discursos que se leían después. Al Gore había dicho: “los Estados Unidos no han buscado, no buscan y no buscarán en el futuro establecer internacionalmente el derecho al aborto”. Respondió Navarro-Valls: “el borrador de documento sobre la población, cuyo promotor principal son los Estados Unidos, contradice la afirmación del señor Gore”. Un periodista norteamericano preguntó: “¿Afirma usted que el vicepresidente de Estados Unidos miente?” – “Sí, esto es lo que digo. El Cairo corre el riesgo de convertirse en una sesión llamada a sancionar un estilo de vida en círculos minoritarios de ciertas sociedades opulentas, e imponer esos valores a las culturas emergentes y menos desarrolladas de nuestra sociedad”.

Navarro-Valls vivió momentos duros en el Vaticano, quizás el peor de todos —recuerda Ciro Benedetti, vice director de la Oficina de Prensa— fue en 1996, durante un viaje a Hungría, donde explicó que el Santo Padre sufría de un “síndrome extra piramidal”, que es una forma de denominar al párkinson. Lo “ejecutaron”, dice Benedetti, el médico del Papa, la Secretaría de Estado, monseñor Dziwisz, otras autoridades. Algunos pensaron que le costaría el puesto. El vocero escribía cartas de disculpa. El único que no se sintió ofendido en absoluto fue el Papa que anunció públicamente su enfermedad.

Navarro-Valls, que conmovió al mundo con sus lágrimas cuando vio que el Papa se estaba muriendo, siguió trabajando después con Benedicto XVI, a quien también admiraba muchísimo. Pero no era lo suyo. Renunció a sus cargos en el Vaticano y trabajó en la puesta en marcha del Campus Biomédico de la Universidad de la Santa Cruz en Roma.

George Weigel, el biógrafo del Papa, siente que algo muy importante está pendiente. Navarro-Valls escribió día a día su diario en sus años de servicio al Papa. Quería editar y publicar estos papeles, pero no estaba muy convencido de cómo hacerlo. Al final, consintió en que dos personas le ayudaran porque se sentía sin fuerzas, y murió antes de terminar el trabajo. Weigel piensa que hay que publicar este diario, cuidando la intimidad de Navarro-Valls porque es un instrumento fundamental para la historia de la Iglesia.


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