Alejandra Fuentes González

Ediciones UC

Santiago, 2025

422 págs.

Esta obra viene a saldar una deuda pendiente de la historiografía nacional. Aludido en obras generales, por la literatura, en artículos académicos, por los memorialistas, los viajeros y la tradición oral, el Monasterio antiguo de Santa Clara no había sido objeto aún de un trabajo monográfico de profundidad como este. A pesar de su antigüedad, larga trayectoria e importancia, esta orden no había sido estudiada a partir de su propia vida cotidiana y de las experiencias de las mismas religiosas, en los diferentes periodos de su historia.

Orgullo de las ciudades en el periodo hispano y parte de su identidad, los claustros femeninos eran verdaderas ciudadelas dentro del espacio urbano. Según los modelos de la época virreinal, cada orden mantenía su singularidad, de acuerdo con sus propios carismas y la vigencia de sus fundadores. No obstante, la piedra angular de la vida consagrada la constituía el amor esponsal a Cristo, acicate que motivaba a las religiosas a dejar atrás el mundo y el siglo, para entrar tanto en la contemplación como en los tiempos y espacios divinos. Este modo de vida se concretaba en normativas particulares a través de la Regla, a la cual las monjas prometían obedecer y cumplir hasta su muerte. Pilares de esta última eran la oración, la clausura y el silencio, a cuya protección se abocaban tanto la jerarquía eclesiástica como las autoridades civiles, con el fin de resguardar tan sagradas instituciones. De ahí que fueran frecuentes las amonestaciones y disposiciones episcopales dirigidas a evitar o terminar con los llamados abusos e incluso excesos que pudiesen apartar a las religiosas de la Regla original.

Los monasterios eran claramente identificables en el casco histórico de nuestra ciudad, sus altos muros e iglesias no pasaban desapercibidos y tampoco el ir y venir de algunos seglares, su poder económico, el florecimiento cultural interno y las labores manuales que derivaban en objetos preciados en Chile y el extranjero. Todo esto los llevaba a ser enclaves particulares que despertaban curiosidad y admiración por parte de sus contemporáneos. El interés que suscitaron durante años no ha parecido detenerse, así lo constatan cronistas, viajeros e historiadores decimonónicos, investigadores y novelistas del siglo pasado y de la actualidad; como también el cine. Mediante diferentes abordajes y miradas, las historias de cada uno de estos conventos santiaguinos se han ido reconstituyendo paulatinamente, con mayor o menor rigor según el caso. Con cierto desdén e incredulidad se han referido a ellos las corrientes anticlericales modernas, así como con tono edificante lo ha hecho la hagiografía y con el aporte de datos exactos y matemáticos algunos estudios científicos.

Alejandra Fuentes, siguiendo los pasos de grandes historiadoras pioneras como Asunción Lavrin, Josefina Muriel, Catherine Burns y Nancy van Deusen, nos abre la puerta del Monasterio antiguo de Santa Clara. Por primera vez logramos entrar a un claustro “misterioso”, del que se ha especulado mucho y que ya no existe, ubicado en “la Cañada”, demolido y trasladado a fin de tener un palacio para los libros, la Biblioteca Nacional, a comienzos del siglo X X. Gracias a su perseverancia en el estudio en detalle del archivo (al cual han accedido muy pocos: Armando de Ramón, Gabriel Guarda e Isabel Cruz), nos podemos adentrar en este “micromundo de trabajo y contemplación”, como ella misma acertadamente lo ha llamado. Es a través de las fuentes directas, custodiadas durante cuatro siglos por la comunidad religiosa, que la autora nos conduce por el devenir histórico de esta comunidad a partir de la perspectiva del trabajo y la oración. Tal vez uno de los mayores méritos de la obra radica en el conocimiento que tiene Alejandra Fuentes de la gran compulsa documental clarisa que ella misma, junto a Ximena Gallardo, ha catalogado y digitalizado gracias a un proyecto patrocinado por la Universidad de Harvard. Fueron meses destinados al trabajo in situ, para lograr un inventario prolijo y pormenorizado, disponible hoy en la web, así como sus documentos en la Biblioteca de la Universidad de los Andes en formato digital.

Los tratados sobre el oficio del historiador se vienen a la memoria al recorrer las páginas de esta obra. “La historia se hace con documentos”, decía Marrou en la década de 1950, y, es más, de ellos depende el conocimiento histórico. Marc Bloch, poco tiempo antes, por su parte, recalcaba que toda huella del hombre en el pasado constituye una fuente para el estudio de la historia. Alejandra Fuentes evidencia con creces que no se contentó con estudiar y conocer al dedillo un archivo que contiene 61.000 fojas, sino que además amplió y complementó su búsqueda bajo la pregunta por el trabajo y la contemplación mediante el análisis de imágenes –obras de arte, dibujos, fotografías–; se interesó por la cultura material, por los objetos y estudió la producción de cerámicas perfumadas (ver: Cruz, de La Taille y Fuentes; Cerámica perfumada de las monjas clarisas. Ediciones UC, Santiago, 2019); profundizó en la repostería, identitaria de la tradición monástica local, y, tal como lo demuestra, conoció, entrevistó y aprendió de las mismas clarisas que tuvieron la difícil tarea de cerrar el monasterio que había comenzado en Osorno, se había trasladado a la Alameda, a la calle Lillo y por último a Puente Alto. Las conversaciones y los vínculos con estas mujeres permitieron a la autora conectarse con la tradición viviente, lo cual la llevó a estudiar y analizar las fuentes para poder situarse en un plano hermenéutico que derivó en este resultado tan sólido y erudito.

Luego de una introducción completa y sustanciosa en que se presenta el tema, el marco teórico, la definición de conceptos, la hipótesis, metodología y un completísimo estado de la cuestión, nos lleva al nudo de la investigación: el trabajo y la oración. Se hace cargo de las discusiones y juicios que han considerado “ociosas” o “inútiles” a las monjas contemplativas como preludio del texto. Para esto no solo se enfoca en la literatura ya clásica proveniente de la propia disciplina, sino que se abre a la teología y filosofía entre otras áreas. Viene al caso subrayar la destreza de la autora para contextualizar su objeto de estudio. Sus alusiones a la Sagrada Escritura, a los grandes santos fundadores, especialmente los franciscanos, pero también a Teresa de Jesús y Catalina de Siena –por poner solo algunos ejemplos–, dan cuenta de la seriedad del desafío acometido. También es notable la puesta al día historiográfica para fundamentar su planteamiento sobre la importancia del trabajo intramuros en diferentes dimensiones.

La estructura del libro está muy bien pensada, nos permite viajar por el tiempo y por el mundo. Nos conduce a la valoración del trabajo, la pobreza y la mendicidad en la Cristiandad para pasar luego al franciscanismo y su rama femenina con Santa Clara, protagonista de esta historia. El paso al Nuevo Mundo y el establecimiento en el finisterrae dan vida a un relato tan documentado como ameno que permite apreciar y valorar la llegada de los españoles a Chile mediante un prisma femenino, cristiano y novedoso, que viene a refrescar y actualizar las visiones al respecto. Los orígenes de las clarisas en el sur, su tránsito, la instalación en la Cañada se narran y explican con la debida fundamentación; lo mismo ocurre con la puesta en marcha del monasterio en Santiago, el vínculo con los franciscanos, las jerarquías clarisas, los espacios y los oficios, esenciales para este estudio. Así, va tejiendo una trama en que nada se da por supuesto, sino al contrario, cada hebra tiene su razón de ser y se cimenta en el trabajo de fuentes y su diálogo con la bibliografía editada.

Al centrarse en el mundo del trabajo de estas monjas, desestimado y desconocido por una parte importante de la comunidad científica, devela la autora las prácticas cotidianas y desentraña las labores que realizaban las religiosas con sus propias manos o con la ayuda de otras manos femeninas, debido a la cuantiosa población que habitaba el claustro. Con agudeza, la autora propone una taxonomía para poder comprender y aquilatar los tipos de trabajo realizados tras los muros conventuales. Así, desmenuzando el análisis de acuerdo con los diferentes tipos de quehaceres que marcaron dos siglos de historia Clariana, a saber: intelectuales, textiles, culinarios, terapéuticos y domésticos; profundiza cada uno de ellos. La delicadeza de las descripciones es asombrosa, pues es resultado de años de lectura de los trazos de escritura de las clarisas antiguas y de la interpretación y puesta en valor de muchas voces olvidadas que albergaba este archivo esperando salir de la clausura con las preguntas del historiador.

Esta breve pincelada de la temática tratada me permite destacar algunos elementos significativos para recomendar su lectura. En un tiempo en que pareciera que la historia y las humanidades caen paulatinamente en un descrédito aterrador, hacen falta trabajos como este. Concretamente, libros que reúnan el esfuerzo investigativo, la sólida y documentada argumentación con el estilo ágil y la redacción que fluye y se deja leer. Provocativos y esperanzadores, estos escritos abren la disciplina más allá de los especialistas y la academia e involucran a toda la comunidad lectora con su propia historia e identidad.

Monasterio antiguo de Santa Clara, al contener una docta definición de conceptos, un completo aparato crítico y reflexiones teóricas de alto nivel, lejos de apartar a los lectores comunes, atraerá, sin duda, a muchas personas provenientes de distintos ambientes que podrán involucrarse en las prácticas laborales y en la vida cotidiana de una comunidad de mujeres en un continuum de doscientos años. La riqueza cultural, la pervivencia de las tradiciones, la raíz de debates contingentes que parecen tan innovadores, pero que tienen un camino ya recorrido, como el papel de la mujer, el servicio doméstico y la esclavitud por nombrar solo algunos, ponderan aún más esta obra. Sin embargo, el legado de un mundo que parece desvanecerse –la clausura– recobra vida al recrear su autora la maravilla de las cerámicas perfumadas que tan bien conoce; la inigualable repostería que aún deleita nuestras celebraciones, heredada de la afamada “mano de monja”; los textiles con sus filigranas, auténticas joyas; y el trabajo intelectual reflejado en innumerables libros de cuentas que Alejandra Fuentes ha sabido traducir para nosotros en un atractivo relato.

Ahora bien, tanto los cuadros, tablas y gráficos elaborados por ella, como los anexos, revelan una capacidad analítica impresionante. Además de levantar información tan valiosa de temas diferentes y desconocidos, entregan precisión a la obra distinguiéndola de las generalidades que suelen señalarse respecto de la vida monjil. Los datos entregados son exactos: precios, dotes, nombres de médicos, de donadas, de religiosas, entre otros.

Viene al caso destacar la labor de Ediciones UC, por el cuidado en el diseño, la prolija y esmerada edición; además del práctico formato. Claramente la presentación de las imágenes elegidas por la autora –algunas provenientes de fuentes extranjeras, del propio archivo, de las pesquisas en diferentes bibliotecas, museos y colecciones particulares– refleja el diálogo y complicidad necesarios entre quien escribe y la editorial para lograr un producto como este. De hecho, la ubicación de cada una es tan atingente que llega a ser conmovedora, como la toma fatal de la demolición.

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