Casimiro Jiménez Mejía

Digital Reasons

Madrid, 2019

138 págs.


Nueve años después de haber sido Beatificado por Benedicto XVI en Birmingham, el cardenal Newman (1801-1890) fue canonizado el pasado 13 de octubre por el Papa Francisco. Newman es una de las grandes figuras del siglo XIX y su legado teológico y filosófico es ya clásico y por tanto perennemente actual. Su conversión en 1845 al catolicismo constituyó un hito para todo el mundo anglosajón. Si bien cuando se convierte pierde todas sus amistades, abrió el camino para que otros grandes intelectuales ingleses (Evelyn Waugh, Robert Benson, Hillaire Belloc, Chesterton, etc.) ingresaran a la Iglesia Católica. A su vez, su predicación y su vida produjeron un efecto profundo en la Iglesia Anglicana, y todavía lo siguen produciendo.

El breve y sustancioso libro de Casimiro Jiménez Mejía es un prodigio de síntesis de la larga y fructífera vida del cardenal Newman. Agrupará en cuatro capítulos los hitos principales de su biografía: el primer capítulo aborda la infancia y juventud (1801-1833); el segundo, los años de su conversión (1831-1851); el tercero: pruebas y fracasos (1851-1864), y el cuarto, desde 1869 hasta su muerte en 1890. Quizá lo más destacable, meritorio y original de este libro es que la información fue reca-bada teniendo como fuente principal las cartas y diarios de Newman (cfr: O. C., vol. XI-XVI, 1961-1977; vol. I-VI, 1978-1999). Todos los acontecimientos de su historia están narrados y refrendados por sabrosas citas de sus abundantes cartas y escritos auto-biográficos. No solo se consignan hechos objetivos y mudos, por así decirlo, sino también los comentarios y repercusiones subjetivos que esos mismos acontecimientos tuvieron en su vida. En todos esos sucesos y diversos avatares, sufrimientos y contrariedades, en algunos pocos triunfos y muchos fracasos, Newman ve siempre la mano amorosa y providente de Dios. Esta perspectiva es el hilo que el autor de esta semblanza adopta como eje central.

Si bien este libro es netamente biográfico y no pretende dar cuenta de las ideas y doctrinas de su itinerario intelectual, muestra de modo patente la intrínseca correlación de sus escritos con su vida y biografía. En el segundo capítulo se aborda su conversión y los años siguientes. Es digna de destacar su incondicional y heroica búsqueda de la verdad, la pérdida de sus amistades y privilegios tras este trascendental paso, y los primeros años del Oratorio de Birmingham en Inglaterra.

En el tercer capítulo (1851-1864) se relatan las durísimas pruebas y rotundos fracasos que debe afrontar. Su confianza en la inescrutable Providencia de Dios le permite afrontar un sinnúmero de contrariedades, sufrimientos e incomprensiones: “desde que soy católico, ¡me parece no haber tenido personalmente otra cosa que no hayan sido fracasos!”. Los éxitos de su etapa anglicana, el profundo influjo de sus escritos y sermones parecen pertenecer al pasado. Una seguidilla de incomprensiones y malentendidos se siguen de modo inexorable e implacable. Es toda una dolorosa purificación que la Providencia permite en su vida.

El primer malentendido ocurre con el exdominico italiano Giacinto Achilli, que desde 1850 había estado escribiendo y dando conferencias en Inglaterra acerca de los “horrores y corrupciones” de la Iglesia en Roma. Este interpuso contra Newman una acción criminal por calumnia, porque había denunciado la vida hipócrita e inmoral de Achilli, con el fin de demostrar lo poco fiable de sus ataques a Roma. El proceso es largo y desgastador. Luego, en julio de 1851 el obispo de Irlanda Dr. Cullen le ofrece a Newman ser el rector de la futura Universidad Católica de Irlanda. Ante esto, Newman tuvo que enfrentarse a una serie de obispos irlandeses y a los accidentados inicios de la universidad; la aprobación de Roma llegó bastante tarde —por todas estas insidias—, en 1854. El programa de Newman para la universidad no prosperó y a finales de 1858 regresó a Birminghan para continuar su labor de superior del Oratorio. Ahí afronta dos hechos dolorosos: en primer lugar, “el episodio de Dalgairns”, oratoriano procedente de Londres que se oponía con arteras maniobras al espíritu de los oratorianos de Birmingham. Y en 1856, la separación definitiva y completa entre el Oratorio de Londres, cuyo superior es Willam Faber, y el de Birminghan, dirigido por Newman. Hay desavenencias entre los dos superiores lo que quebranta la unidad de la orden oratoriana.

En torno a 1858 el cardenal Wiseman le encarga a Newman la traducción de la Biblia. Acepta el proyecto y se contacta con más de veinte traductores, poco a poco va cobrando cuerpo el proyecto. Sin embargo, tras varios meses de trámites y silencios, Newman percibe en el cardenal un cierto distanciamiento, y sin recibir notificación alguna, constata indirectamente que el cardenal Wiseman ha bloqueado el proyecto. Otro gran proyecto fallido en el que había albergado grandes esperanzas.

Lo mismo sucede con otro encargo, ahora del obispo Ullanthorne, quien en marzo de 1859 le pide que se haga cargo de la dirección de la revista Rambler. Dirigida principalmente a los laicos, quería llevar a los medios culturales nuevas formas de entender el protagonismo de estos en la vida de la Iglesia. En el número de mayo, Newman escribió un artículo en el que mediaba en una contienda existente entre algunos obispos y laicos acerca de temas educativos. Newman abogaba por tener en cuenta la voz de los fieles laicos. Ese escrito produjo malestar en el ambiente clerical, lo que haría que el propio obispo Ullanthorne, presionado por un grupo de prelados, le pidiera la renuncia a Newman de la dirección de la revista. Incluso el obispo de Newport, Thomas J. Brown, escribe tres cartas en la que denuncia a Newman por herejía. Al respecto anota el gran biógrafo de Newman, Wilfrid Ward: “Otro año que había sido malgastado. Y otra vez lo mismo, los legisladores eclesiásticos, después de las más aduladoras palabras, y del más alto grado de reconocimiento, aparecían absolutamente indiferentes a su trabajo”. Y el mismo Newman escribía en su diario: “Cuando yo me haya ido, quizá se vea que ha habido personas que me impedían hacer una labor que yo podría haber hecho. Dios gobierna todas las cosas. Aunque es desalentador estar dislocado con el tiempo que uno vive y ser rechazado y paralizado tan pronto como comienzo a actuar”.

Estos acontecimientos consignados, junto a una larga suma de dificultades ocurridas en años anteriores, llevan a que Newman experimente un profundo sentido de la inutilidad de sus esfuerzos. Sus obras escritas apenas habían tenido alguna venta en una década y sentía que aquellos que tenían poder lo estaban arrinconando. Sus sentimientos de abatimiento y de fuerte pesadumbre causada por lo acontecido en los últimos años fueron recogidos en su diario:

Lo que escribí cuando era protestante tuvo un poder, una fuerza, un significado e influencia, un éxito, mucho mayor que mis trabajos como católico, y esto me inquieta muchísimo (…) Es bueno sufrir pruebas, y estoy en un estado de prueba crónica que solo conocen aquellos que están cercanos a mí (…) Puedo decir que no me sucede un suceso agradable desde hace más años de lo que yo puedo contar.

Son años de purgación pasiva.

Sin embargo, al final de este período tuvo lugar un trascendente episodio. En diciembre de 1863 cayó en sus manos un artículo de un reverendo anglicano, Charles Kingsley, en el que acusa a Newman de preferir la astucia a la verdad. Newman replicó a ese panfleto de modo satírico, lo que tuvo un impacto muy favorable en la opinión pública. Como la polémica proseguía, Newman decidió tomar ocasión de la misma para escribir un ensayo donde pudiera explicar con detalle la evolución de sus ideas religiosas, particularmente las que le llevaron a la conversión al catolicismo. Ese es el origen de su famosa obra Apologia pro vita sua publicada en 1864. Se trata de una de las mejores autobiografías escritas en lengua inglesa. En el último capítulo hace una defensa brillante del catolicismo, pensando tanto en protestantes y escépticos, como en católicos con una visión excesivamente conservadora de la relación entre teología y autoridad en la Iglesia. La recepción fue unánimemente favorable y Newman recuperó parte de su prestigio intelectual, así como de ingresos que le permitieron seguir impulsando proyectos del Oratorio de Birmingham. A partir de ese libro el panorama es más promisorio. Anota en el diario del 25 de julio de 1869: “La providencia de Dios ha sido maravillosa conmigo a lo largo de toda mi vida (…) [Constaté] que mis dificultades e inquietudes han venido de aquellos a los que he ayudado, y mis éxitos de mis oponentes (…)”.

En el año 1869 el Papa Pío IX convoca al Concilio Vaticano I. El 20 de septiembre las tropas de Garibaldi entran en Roma, lo que conduce a la pérdida del poder temporal del Papado. El Papa aplaza el concilio sine die y son momentos de tensión y fuerte crispación política: “pero nosotros no sabemos lo que es mejor y solo podemos decir: Venga Tu reino - hágase Tu voluntad”.

En mayo de 1875 Newman se implica en una nueva controversia, esta vez con el político William Gladstone por su escrito Una carta al duque de Norfolk. Pero ese año le sobreviene una trágica pérdida: tras una inesperada enfermedad, muere repentinamente su íntimo amigo Ambroce St. John, brazo derecho en el Oratorio, y —como algunos le habían llamado desde 1847— “ángel de la guarda” de Newman. Ambrose St. John era 14 años más joven que Newman, y había sido su compañero durante 32 años. Newman había esperado siempre que su amigo más fiel fuera, tras su muerte, el encargado de escribir su biografía y su albacea literario. Fue una herida que no cicatrizó.

Después de todas las pellejerías y sufrimientos que padeció Newman desde su conversión al catolicismo, los malos entendidos por parte de la jerarquía y su desafortunada relación con Manning, la Iglesia, en la persona del Papa León XIII, de alguna manera lo reivindicó y puso las cosas en su lugar haciendo justicia a este santo y eximio teólogo al nombrarlo cardenal de la Iglesia Católica. Newman ve en este gesto del Papa la acción de Dios. Acepta y aprueba su nombramiento con el objetivo de, como comenta en una carta, poner fin a

todas aquellas historias que han circulado acerca de que yo era católico a medias, o un católico liberal, bajo una nube [de sospechas], y que no era de confianza, llegaran ahora a un final. Fue por este motivo por el que no me atreví a rehusar el ofrecimiento. Una buena Providencia me dio la oportunidad de aclarar algunas antiguas calumnias en mi «Apología»; y no la rechacé. Y ahora Él me da los medios, sin ningún afán por mi parte, de poner en su sitio otras calumnias que iban dirigidas en contra mía; ¿cómo podría rehusar tan amorosa amabilidad? Siempre he intentado dejar mi causa en las Manos de Dios y ser paciente, y Él no me ha olvidado.

Este libro de Casimiro Jiménez tiene un carácter histórico y biográfico. El conocimiento de este contexto biográfico es un excelente apoyo para la lectura de sus grandes obras: Apologia pro vita sua, su novela autobiográfica Perder y ganar, su brillante y siempre actual ensayo La idea de la universidad; y para eruditos, sus ensayos críticos e históricos sobre el desarrollo del dogma, sin olvidar Geroncio, el poema de las postrimerías.


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