Fernando Ortega
Herder Editorial
Barcelona, 2019
239 págs.


Este reciente libro aborda, desde una hermenéutica teológica, los años de madurez humana y musical de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). El enfoque se desarrolla en dos partes.

En la primera se buscan las “trazas de la trascendencia” en el lenguaje musical de Mozart –basado en un ensayo de Hans Küng–, a través de un acucioso y fundamentado análisis de las grandes obras del compositor, con especial énfasis y atención en su creación dramática y religiosa. Así como el luteranismo de Johann Sebastian Bach resultó siempre obvio, no es menos evidente el catolicismo de Mozart. Un ejemplo, entre varios, es la famosa carta que le envía a su padre desde París el 9 de julio de 1778, en la que explica que lo único que desea es una buena paga y que eso puede ser “en cualquier lugar, siempre y cuando sea católico”. Se disciernen así los principales rasgos de la primera parte del libro, “El Dios de Mozart”, en el que confluyen la fe cristiana, los elementos propios de su época y algunos aspectos de origen biográfico-personal de Mozart.

A través de estas páginas, Ortega destaca una frase de Charles Gounod sobre el personaje Don Giovanni: “Por la verdad, es humano; por la belleza, es divino”, donde el autor plantea que esta aparente división constituye, al final de cuentas, una unidad, y concluye que en Mozart no hay belleza sin verdad ni verdad sin belleza. El arte –según constataron los románticos– es la otra lengua de Dios, y Mozart, como sabemos, fue el primer romántico de entre los clásicos. Desde esa perspectiva, la religiosidad mozartiana no solo debe ser buscada en sus obras litúrgicas. Por un lado, las maravillosas arias de las misas no son fácilmente distinguibles de sus equivalentes operísticos. Desde este punto de vista, hay tanta religiosidad en su ópera Così fan tutte como en la Misa en do menor. Pero no solamente en Così; también en Don Giovanni, sobre cuyo final Ortega señala: “Si su muerte no representa, para Mozart, el castigo divino merecido por sus pecados es porque ve en él, antes que a un empedernido malhechor, a un hombre miserable, necesitado de compasión, de esa pietà que el personaje ‘Elvira’ experimenta por él. No es entonces que el músico no crea en la Justicia de Dios, sino que su Dios es Justo siendo Misericordioso”.

Todo esto conduce a la segunda parte del libro, el “El Mozart de Dios”, donde Ortega reflexiona en torno a la metamorfosis que experimenta el alma mozartiana, como consecuencia de su vasta actividad creadora. En ella se plantea la dramática y progresiva deconstrucción de un “Dios imaginario” que da paso a un doloroso vacío, una experiencia personal que puede interpretarse como una mística y paradojal plenitud del genio musical. Sin embargo, no habría que concluir que la dimensión espiritual, incluso litúrgica, se extinguiera en Mozart; más bien, emigró a otras regiones, como señala el autor.

Como otro descubrimiento interesante, para el director musical Nikolaus Harnoncourt la primera confrontación de Mozart con la muerte es bastante anterior a su obra póstuma, el Réquiem, como normalmente se afirma, y aparece ya en el cuarteto de la muerte de la ópera Idomeneo, re di Creta (Idomeneo, rey de Creta). Según diversos testimonios, cada vez que Mozart escuchaba ese cuarteto, se ponía literalmente a llorar. Sin embargo, esas lágrimas no eran de tristeza. Ortega lo afirma con la mayor claridad: “La experiencia de la composición configuró en Mozart de manera progresiva, un modo cristiano de pensar”, y la fe es en Mozart inseparable de su trabajo con la materialidad del lenguaje musical.

Finalmente, en un interesante Prólogo (“Meditaciones mozartianas”), el crítico de música y literatura Pablo Gianera destaca el breve cierre del libro, denominado “Mi Amadeus” (un saludo a “Mi Mozart”, de Benedicto XVI), donde Ortega evoca su descubrimiento del Réquiem, con auriculares, a oscuras, en un registro de Karl Richter, y nos confía: “Experimenté una dimensión mística que me guió hacia Dios, y que contribuyó, con el correr del tiempo, al planteamiento de mi vocación sacerdotal”, un conmovedor testimonio que ilustra la experiencia y el poder que puede provocar la música mozartiana.

Sobre el Autor

Fruto de una larga y profunda actividad investigadora, Fernando Ortega nos ofrece en esta obra una original interpretación teológica de la música de Mozart que nos permite adquirir un nuevo sentido del pensamiento creador del genio de Salzburgo.

Fernando Ortega (Buenos Aires, 1950) es doctor en Teología por la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino (Roma) y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura. Ha sido decano de la Facultad de Teología en la Universidad Católica Argentina (2011-2016), además de director del Instituto de Espiritualidad y Acción Pastoral (1998-2001), director del Instituto de Cultura y Extensión Universitaria (1999-2000), y director del Instituto para la Integración del Saber (2001-2010). Ha publicado numerosos libros dedicados a la hermenéutica teológica del pensamiento musical de Mozart.


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