* Isabel Cruz de Amenábar, Alexandrine de la Taille-Trétinville, Alejandra Cecilia Fuentes González. Con la colaboración de Ximena Gallardo Saint-Jean. 

Ediciones UC, 304 págs. 

Santiago, 2019.


“Con esta publicación, nos hemos propuesto dar a conocer dentro de Chile y en el ámbito internacional, un valioso y característico patrimonio —hasta ahora casi desconocido— perteneciente a nuestra Orden de Santa Clara, rama femenina de los franciscanos”, señala en la presentación del libro Sor Maribel Cerda Sarpi, última abadesa del Monasterio Antiguo de Santa Clara de Santiago. A continuación se reproduce el valioso prólogo a esta edición escrito por Andrés Gutiérrez Usillos.

Durante el Barroco se desplegó un asombroso interés por la exploración de los sentidos, que traspasó todas las artes colmando los salones de los palacios con elaboradas fragancias y sabores, sonidos y elementos visuales o táctiles. No sorprende que entonces tuviera lugar la máxima expansión de una exitosa producción de “barros de olor”, un tipo de cerámicas en el que se aunaban todas estas sensaciones. Barros o búcaros que eran producidos en Portugal y España, pero que también se importaban a Europa desde tierras americanas, ya sea Guadalajara de Indias (México) o Natá (Panamá) en la Nueva España, o realizadas en Santiago de Chile. Esta última producción cerámica, elaborada dentro del convento Antiguo de Santa Clara, es la que protagoniza la extraordinaria investigación llevada a cabo por las autoras de esta publicación.

Los “barros de olor” embelesaban todos los sentidos ya que ofrecían un deleite a la vista o al tacto a través de sus suaves superficies bruñidas, sus relieves y motivos sigilados, dorados y con apliques, tembleques y demás decoraciones. Agitaban el sentido del olfato al inhalarse sus intensos aromas, o el del gusto, no solo al saborear los líquidos que contuvieran, ya empapados por sus bálsamos, sino por la ingesta del propio barro contenedor, una de las grandes aficiones femeninas de la época. Y, además, complacían al oído con el murmullo del agua vertiéndose de un plato a otro en las fuentes cerámicas y al escanciar esta desde los jarros y picheles, o con los zumbidos de los apliques de estas vasijas vibrando con su uso.

La enorme afición por estos barros se hace evidente a través de los diferentes ajuares barrocos que se anotan en cartas de dotes y testamentarías, pero también en la constante presencia en los bodegones pintados en la época. Esos conjuntos están reflejando, por un lado, la pasión por deleitarse de forma casi obsesiva con esos barros perfumados, pero también evidencian un gusto coleccionista, un desvelo por acumular o completar series, conjuntos o tipologías concretas, que iba más allá de la mera utilidad práctica de los objetos. Barros que aportan nuevas miradas en relación con la distinción social, el gusto por lo exótico, lo suntuario o la posesión de los elementos más singulares.

Como sugieren las autoras del estudio, el éxito de las cerámicas chilenas se debe precisamente a esas dos grandes aficiones de la época: la bucarofagia y el coleccionismo.

Algunas de estas colecciones han llegado a nuestros días y se conservan en instituciones museísticas de todo el mundo. Destaca, para el objetivo de esta investigación, el conjunto adquirido en el convento de Santa Clara de Santiago de Chile por el científico francés Joseph Dombey, dentro de la expedición botánica de Ruiz y Pavón, y conservado hoy en el Museo de América. Allí también se custodian los cientos de barros virreinales procedentes del legado de la condesa de Oñate, y el retrato de Dª María Luisa de Toledo, hija del virrey de la Nueva España, D. Antonio Sebastián de Toledo, cuyo excepcional ajuar incluía un notable conjunto de barros chilenos, además de portugueses, españoles y novohispanos. Buena parte de estos barros policromados y dorados procedentes de Chile, “los más galanos” según describía Lorenzo Magalotti en el siglo XVII, estaban enriquecidos además con filigrana y adornos florales de plata, al gusto del momento.

El interés por coleccionar barros de estas producciones específicas de uno y otro lado del océano se relaciona con el tipo de arcilla local y sus cualidades, así como con la tradición alfarera de cada región, pero sin duda también con el tratamiento que se les hacía a estos objetos, como se comprueba en el caso chileno. El aroma no solo residía en la greda, sino en el barniz, cuyo principal componente parece que eran los bálsamos del Perú o de Tolú, junto con agua de rosas y benjuí, entre otros. Un complejo compendio de saberes sobre las aplicaciones de las sustancias de olor y sus combinaciones, con destilados de flores o frutos, alcoholes, vinagres y aceites que roza casi la alquimia, y que se vincula con el arte de la perfumería, pero también con la prevención sobre el contagio de enfermedades, la higiene, la salud o la medicina en general, e incluso con la repostería. Este último aspecto, de nuevo relacionado con este universo femenino, resulta de gran interés, pues los mismos productos de olor utilizados para aromatizar las vasijas o fabricar los perfumes, se incluían en las recetas de postres que satisfacían así el sentido del gusto.

En esta interesante y completa investigación se entrelazan pasado, presente y futuro para dar a conocer en profundidad estas “cerámicas de monjas” realizadas en Santiago de Chile, un patrimonio material e inmaterial que aún permanece vivo. Los motivos para invitar a aproximarse a la lectura de estas páginas son múltiples; quizá, por un lado, la pormenorizada descripción de las sensaciones en torno al uso de estos barros, pero también la mirada profunda a un mundo femenino e intramuros, muy poco conocido. Las autoras recuperan el papel de la mujer en la producción artesanal y, en concreto, el de la mujer religiosa que custodia y transmite sus saberes dentro de los conventos. A través de múltiples preguntas a las que van dando respuesta, se aborda el conocimiento de las materialidades, de los productos o las formas de trabajo en torno a estas cerámicas. Y para ello, se aúnan múltiples enfoques que enriquecen el análisis y abren nuevas posibilidades de interpretación. A las perspectivas más arqueológicas o de las artes decorativas, se suman los estudios sobre los libros de cuentas y legajos de los archivos del monasterio y la perspectiva historiográfica en torno a las investigaciones previas sobre estos objetos. Todo ello se complementa con entrevistas a algunas de las artesanas contemporáneas que aportan, así, el enfoque etnográfico, revalorizando además su objetivo final, que no consiste únicamente en recrear este conocimiento, sino en reivindicar el rescate contemporáneo de esta técnica artesanal que conforma una de las tradiciones del patrimonio inmaterial del pasado chileno.

De enorme interés son las referencias a la difusión de estos barros, desde el modo de transporte para la exportación a la inclusión de estas cerámicas perfumadas en las Exposiciones Universales, la conformación de una identidad basada en la tradición o los inicios de la musealización del pasado en Chile. La incorporación de esta tradición cerámica en la literatura, como reflejan las autoras del estudio, es una constatación de cómo estos objetos han formado parte de la memoria colectiva. La producción de estos barros pervivió durante siglos dentro del convento, pero ha ido evolucionando junto con la propia sociedad, como evidencia esta investigación, modificándose y adaptándose, por ejemplo, mediante su conversión en un “arte popular”, o su miniaturización, paralelamente al inicio de su fabricación fuera de los muros del convento.

Además del análisis iconográfico sobre los motivos florales o vegetales, zoomorfos o antropomorfos que las adornan, la publicación remata con una cuidada selección de piezas y un completo catálogo, que incluyen conjuntos procedentes de la Hispanic Society, el Museo de América, el Museo Histórico Nacional de Chile, así como de otros museos y colecciones particulares. Un trabajo apasionado y profundo que conforma un aporte esencial para el conocimiento de este universo femenino y que confiamos abrirá, como sus autoras reclaman, nuevas vías de investigación, dentro y fuera de Chile, en torno a la producción de los sorprendentes “barros perfumados”.


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