El volumen, publicado por Librería Editora Vaticana (LEV), recoge las reflexiones del Papa Francisco sobre el tema de la sinodalidad desde su elección hasta hoy. Fue presentado el miércoles 30 de noviembre de 2022 en la Sala Marconi del Palacio Pío. A continuación, publicamos una traducción propia de la intervención realizada por el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo.

La presente colección de intervenciones del Papa nos permite abrazar con una visión de conjunto mensajes dispersos a lo largo de casi diez años de su pontificado, en el que el Santo Padre ilustra a toda la Iglesia, con el lenguaje inmediato del pastor y la profundidad del hombre de fe, qué es sinodalidad y qué no es sinodalidad, ofreciendo al mismo tiempo indicaciones concretas para poder crecer como Iglesia sinodal en el tercer milenio.

En la introducción que escribí al principio del libro, quise ofrecer una guía de lectura sencilla de estas intervenciones, sugiriendo tres enfoques temáticos, con la esperanza de que puedan ser de ayuda para los lectores, especialmente para aquellos bautizados y no bautizados que, independientemente de su nivel de educación y su compromiso eclesial, quieren sintonizar mejor con el camino sinodal en progreso, siendo ayudados por las palabras del Santo Padre. Estos tres enfoques son, en orden: el tema del discernimiento, el ministerio de los pastores, la gradualidad del camino.

No voy a entrar aquí en detalle en estos temas, sino que me gustaría desarrollar un aspecto que sea transversal a ellos y que, en mi opinión, caracterice decisivamente el “magisterio sinodal” del Papa Francisco: la atención a la dimensión espiritual de la sinodalidad. Más exactamente: a la dimensión inseparablemente espiritual y pneumatológica de la sinodalidad, ya que la espiritualidad cristiana extrae su identidad específica de la obra del Espíritu Santo en las personas y en las comunidades.

Lo que es sorprendente, de hecho, es la insistente referencia al Espíritu Santo en los discursos del Papa Francisco reportados en el volumen. Por ejemplo, al abrir oficialmente el camino del Sínodo, el 9 de octubre de 2021 en Roma, el Santo Padre reiteró lo que ha estado afirmando desde el comienzo de su pontificado:

El Sínodo no es un parlamento, [...] no es una encuesta de opiniones; el Sínodo es un momento eclesial, y el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo. Si no está Espíritu, no habrá Sínodo. [...] El Sínodo también nos ofrece una oportunidad para ser Iglesia de la escucha, para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar. Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración. [...] Queridos hermanos y hermanas, que este Sínodo sea un tiempo habitado por el Espíritu. [...] El Espíritu Santo es Aquel que nos guía hacia donde Dios quiere, y no hacia donde nos llevarían nuestras ideas y nuestros gustos personales.

Quisiera recoger del Magisterio del Santo Padre tres ideas para profundizar en la dimensión constitutivamente espiritual de la sinodalidad.

Primero, según las palabras del Papa Francisco, en el Sínodo escuchamos al Espíritu Santo. En el Sínodo no nos escuchamos simplemente unos a otros, como en cualquier otra reunión. Por supuesto, la escucha mutua es fundamental, pero presupone un acto de fe en presencia del Espíritu Santo en todos los participantes, ya que cada uno de ellos ha recibido la unción del Espíritu en el bautismo y la confirmación. Si es verdad que “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu” y que “la presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que les permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión”[1], no es sorprendente que san Benito ya exhortara a sus monjes a escuchar también la voz de los más jóvenes (Regla III, 3).

El proceso sinodal, al componer las muchas voces entre sí, permite reconocer en los diferentes timbres –y a primera vista tal vez incluso disonantes– un fondo común, de cuya misma posibilidad los individuos inicialmente no eran conscientes: un fondo común en el que resuena la voz del Espíritu. Este último es, misteriosa y simultáneamente, como atestigua el relato bíblico de Pentecostés, el que crea la variedad –preservando a la Iglesia de la rígida uniformidad– y el que logra la armonía en la diversidad –razón por la cual san Basilio el Grande, en su famoso tratado De Spiritu Sancto, pudo afirmar que el Espíritu ipse harmonia est.

Francisco ha hablado de esto desde su famoso discurso por el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, el 17 de octubre de 2015, cuando esbozó por primera vez el rostro de lo que él llama “una Iglesia de la escucha”: “Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el ‘Espíritu de verdad’ (Jn 14,17), para conocer lo que él ‘dice a las Iglesias’ (Ap 2,7)”. Esta idea está incorporada, entre otras cosas, en el Documento Preparatorio del Camino sinodal, publicado el 7 de septiembre de 2021:

Una pregunta fundamental nos impulsa y nos guía: ¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal? Enfrentar juntos esta cuestión exige disponerse a la escucha del Espíritu Santo, que, como el viento, “sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3,8), permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente preparará para nosotros a lo largo del camino.[2]

En segundo lugar, el Sínodo es obediencia al Espíritu. Es en este nivel que se puede comprender, en toda su profundidad, lo que el Papa quiere decir cuando insiste en la diferencia entre la sinodalidad como “estilo” de la Iglesia y las asambleas parlamentarias que caracterizan a los sistemas políticos democráticos modernos. El Sínodo no es la búsqueda de un compromiso entre partidos alternativos, si no totalmente opuestos. En el Sínodo no hay –o al menos no debería haber– vencedores o vencidos, porque lo que prevalece no es la voluntad de la mayoría, sino la voluntad de Dios, que el Espíritu Santo nos permite reconocer a través de un acto comunitario de discernimiento. Esa voluntad puede manifestarse ahora en la opinión de un grupo grande o en la de un grupo pequeño o de un individuo, y a menudo no coincide con ninguna de las posiciones de partida: es, por así decirlo, una “tercera vía”, que se coloca en un nivel superior, abriendo posibilidades inesperadas.

Ante el temor de que, a través del camino sinodal, haya hoy el deseo de introducir en la Iglesia innovaciones que subviertan su constitución divina, es necesario subrayar esta obediencia al Espíritu Santo. Este, según el cuarto Evangelio, es el “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17), que no quiere superar la Palabra de Jesús, sino que, por el contrario, permite a la Iglesia de todo tiempo y lugar recordarla y comprenderla cada vez más profundamente (cf. Jn 14, 26), dando testimonio de Cristo (cf. Jn 15, 26) y tomando lo que es suyo para anunciarlo al mundo (cf. Jn 16, 13-14). Si el Sínodo se somete al Espíritu, no aleja a la Iglesia de Cristo y de su Palabra, sino que, por el contrario, la lleva de nuevo a los caminos del Evangelio, permitiéndole alcanzar una comprensión más penetrante.

En tercer y último lugar, el Sínodo es una invocación del Espíritu. Este es un aspecto que, en realidad, precede a los otros dos, porque es su condición esencial. La escucha del Espíritu y la obediencia al Espíritu solo son posibles en el contexto de la epíclesis, cuya forma más elemental se resume en la oración más antigua: “Veni, Sancte Spiritus”. Para decirlo una vez más con el Papa Francisco: “la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo”[3].

En esta perspectiva, uno de los desafíos del momento actual podría ser el de redescubrir el “clima” constitutivamente orante y litúrgico de cada convocatoria sinodal, que ab immemorabili comienza con el canto del Veni Creador: como si dijera que un Sínodo se celebra ante todo de rodillas. Por esta razón, la apreciación, en el actual proceso sinodal, de la antigua oración –invariablemente dirigida al Espíritu Santo– del Adsumus, atribuida a Isidoro de Sevilla y utilizada también en el Concilio Vaticano II, cuyo 60 aniversario estamos celebrando, debe ser acogida con esperanza.

Precisamente con las palabras iniciales de esta oración, tan en sintonía con lo que el Santo Padre nos enseña sobre la sinodalidad, deseo concluir esta intervención:

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.

Tú que eres nuestro verdadero consejero:

ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones.

Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta.[4]

“Estamos aquí delante de ti, Espíritu Santo: todos estamos reunidos en tu nombre. Ven a nosotros, ayúdanos, desciende a nuestros corazones. Enséñanos lo que debemos hacer, muéstranos el camino a seguir todos juntos [...]”.


Notas

* Francisco; CAMINAR JUNTOS. PALABRAS Y REFLEXIONES SOBRE LA SINODALIDAD. Librería Editora Vaticana, 212 págs. Vaticano, 2022.
[1] Francisco; Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Roma, 24 de noviembre de 2013, n. 119.
[2] N. 2.
[3] Francisco; Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania. 29 de junio de 2018, n. 3.
[4] Inicio de la versión simplificada de la oración Adsumus Sancte Spiritus.

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