Federico Aguirre Romero
Ediciones UC.
Santiago, 2018.
340 págs.


Los íconos son experiencia y fuente de experiencias. Siendo estudiante de Doctorado tuve la ocasión de estar una Semana Santa en Grecia, lo cual me permitió vivir los íconos en su contexto litúrgico vital, donde se despliegan en conjunto con música, colores y aromas; la belleza del ícono armoniza como un elemento esencial.

Una nueva experiencia con los íconos bizantinos la viví en un encuentro ecuménico con la Iglesia ortodoxa rusa, organizado por la Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre. Recuerdo especialmente aquella fila interminable de personas de todas las edades esperando su turno para ingresar a la gran Lavra Alejandro Nevski en San Petersburgo, monasterio donde se celebraba el reencuentro del ícono después de varios siglos con sus veneradas reliquias. En Rusia, tanto el tiempo secular como las distancias geográficas parecen anecdóticos. Luego, en Moscú, pude visitar el ícono de la Virgen de Vladimir o Virgen de «la Ternura», también conocido como Eleúsa. Aunque las guías de viaje lo sitúan en la galería Tretiakov, ya no se exhibe en el museo sino en la iglesia de San Nicolás de Tolmachy contigua a la Galería. En Tretiakov también se atesora La Trinidad del iconógrafo ruso Andréi Rubliov. Después de la profunda impresión que deja el ícono de La Trinidad, popularizado en Occidente, solo quedaba espacio para la Eleúsa. Se congregan los visitantes en una larga fila para acceder al ícono y poder besarlo por detrás. Nosotros éramos un grupo de peregrinos chilenos y pedimos a nuestra guía y traductora que preguntara si podíamos venerar también la imagen de la Virgen, siendo extranjeros y “romanos”. Las celosas guardianas del santuario con sus velos amarrados a la cabeza accedieron. Preguntamos si podíamos cantar. Al comenzar la Salve Regina se ordenó cerrar las puertas de la iglesia y veíamos caer las lágrimas sobre los rostros de las personas allí presentes, guardianas y devotos. Finalmente visitamos Nóvgorod, ciudad donde surgió una de las más afamadas escuelas iconográficas rusas.

El libro del profesor Federico Aguirre Arte y Teología, acerca del renacimiento de la pintura de íconos en Grecia moderna, nos sumerge en el valioso mundo del ícono en la Grecia moderna bajo el prisma de lo que él denomina “un giro hermenéutico”. Se sitúa la cuestión en el amplio contexto histórico que va desde la época de Bizancio hasta la Grecia moderna. No solo se da un giro en cuanto evolución estética, sino también como una cuestión de la identidad helénica misma. Esta panorámica avanza en “tres estadios” donde se desarrollan las cuestiones implicadas de índole histórica, filosófica y teológica. Se abordan problemáticas relativas a la tradición y a la renovación del ícono, lo que obliga a enfrentar las preguntas en torno a la obra de arte y a la obra teológica; creación y dogma. Se acogen los planteamientos hermenéuticos de Gadamer, lo que revela la relación vital del ícono con el destinatario, lo que a su vez lleva a cuestionar una interpretación únicamente simbólica. En este sentido destaca la riqueza del concepto de “ritmo”, diferenciado del estilo.

El trabajo consta de tres capítulos en cada uno de los cuales se presenta la tesis fundamental de los representantes actuales del debate iconográfico, escogidos por el autor. El primero es Photis Kóntoglou, “la Agiografía como expresión del helenismo contemporáneo o la cuestión de la tradición”; el segundo, Giorgos Kordis, “la Eikonourgía como origen de un sistema pictórico o la cuestión de la obra de arte”, y el tercero, Christos Yannarás, “la imagen eclesial. Hacia una ontología de la imagen”.

El libro es prologado por el profesor Miguel Castillo Didier, director del Centro de Estudios griegos, bizantinos y neohelénicos de la Universidad de Chile. Los apéndices finales traen dos entrevistas realizadas por el mismo profesor Aguirre en Atenas el año 2013; la primera a Giorgos Kordis, en febrero, y la segunda a Christos Yannarás, en enero. Además, contiene 52 imágenes que acompañan el desarrollo del libro de manera muy oportuna y equilibrada.

Subyace a todo el estudio la cuestión de la vigencia del ícono en el arte contemporá-neo, una cuestión que queda abierta respecto a Grecia misma, pero se extiende, a partir del concepto de realidad como relación, a la capacidad de inspirar el arte moderno.

La lectura nos va develando el desarrollo del ícono en Bizancio y las múltiples cuestiones que lo constituyen. Como lo advierte el mismo autor, la presencia de los íconos se ha hecho algo ya habitual en Occidente, personal y comunitariamente, alcanzando también su liturgia. Lo que otorga, podemos agregar, un terreno pri-vilegiado de encuentro ecuménico.

¿Qué puede sugerir al lector sudamericano una obra como la presente, que se inscribe en la investigación científica sobre una materia tan particular y en Grecia? La obra del profesor Aguirre ayuda a una recepción ilustrada del ícono, en el sentido que abre horizontes de pensamiento ante cuestiones que se vivencian algo espontánea o ingenuamente frente a los íconos, pero que tienen un valioso fondo de experiencia estético-teológica. Hay un logos fecundo en la imagen que debemos aprender a escuchar para comprender la vivencia de la misma fe, en una tradición que sigue dialogando y creando cultura. En la imagen, los grandes misterios de la fe cristiana se condensan: Encarnación y Resurrección. Un Dios que se hace imagen en nuestra carne, al tiempo que re-imagina la misma condición humana, es el fundamento de toda estética teológica. Imágenes que no solo se ven, sino que se tocan y se besan para celebrar la presencia del Emmanuel.

Recibir un ícono es recibir un mundo cultural milenario. Nos pone en contacto con la fuente griega y bizantina de Occidente. Nos abre un horizonte de comprensión más allá de la imagen, vehículo transcultural, al misterio allí evocado y presenciado. No hacia un pasado estático, sino vivo en medio de nosotros, hacia Aquel que “puso su tienda entre nosotros”.


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