Hace unas semanas y en medio del proceso reflexivo para pensar el Chile que queremos, surgió un estudio en diferentes medios de comunicación que nos muestra cómo sería nuestro país si solo fuéramos 155 personas.
Ese número no es arbitrario, representa el total de miembros de la convención constituyente que estará a cargo de redactar una nueva Constitución, pero más allá de ese dato anecdótico revela cifras que sin duda llaman la atención y nos invitan a una profunda reflexión.
Del total de miembros, 82 debieran ser hombres y 73 mujeres. Siete debieran ser de origen extranjero, cada uno de Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina, Haití y Ecuador. Unos 16 debieran ser representantes de pueblos originarios y 26 personas tendrían algún grado de discapacidad.
El 60% vendría de hogares con un ingreso per cápita inferior a $253.300, solo 30 contarían con estudios superiores y al menos seis serían analfabetos. Doce representantes estarían en situación de pobreza por ingresos, y aumentarían a 32 si se mide con el índice de pobreza multidimensional. Al menos 13 integrantes debieran vivir en situación de hacinamiento, once allegados y al menos una persona en campamentos. Y 10 personas vivirían en lugares con acceso deficitario al agua.
Esta investigación, y otras de su tipo, nos vuelven a recordar los grandes desafíos sociales, económicos y ambientales que aquejan a nuestro planeta, urgiéndonos a trabajar con mayor fuerza por alcanzar un desarrollo que sea capaz de incorporar esa triple dimensión de manera armónica, o en palabras simples, un desarrollo que sea sostenible.
En ese contexto, en el año 2015, las Naciones Unidas inician una misión inédita, proponiendo 17 grandes objetivos de desarrollo sostenible (ODS) para ser alcanzadas antes del 2030, y que aborden justamente desafíos sociales, económicos y ambientales.
Los ODS van desde superar la pobreza extrema, erradicar el ham- bre, mejorar la educación, alcanzar la equidad de género, cuidar el agua, promover el crecimiento económico y el trabajo decente, acción por el clima, promover el consumo y la producción sostenible, cuidar el ecosistema terrestre y marino, combatir la corrupción, y el último: hacer todo lo anterior de manera colaborativa. Y desde entonces, ha movilizado a los Estados, las empresas, las organizaciones y las personas a buscar nuevas formas y estilos de vida que consideren estas materias y contribuyan directamente a resolver estas metas universales.
Pero ¿cuál es el aporte del Evangelio frente a este nuevo panorama global? Fue tal vez la pregunta que se hizo nuestro Papa Francisco cuando se aventuró e inició la construcción de un arco argumental para definir nuestra propia concepción de sostenibilidad, y más importante aún, nuestra propia hoja de ruta para orientar nuestra conversión y aporte para alcanzar el desarrollo sostenible.
Esta ruta, según los entendidos, comenzó con la exhortación apostólica Evangelii gaudium donde aborda la relación del Hombre con su espiritualidad; pero la profundizó más concretamente con la encíclica Laudato si’, donde aborda la relación del hombre con la creación/naturaleza para completarla recientemente con la encíclica Fratelli tutti, donde aborda la relación del hombre con sus hermanos. Y este marco conceptual, a mi juicio, nos sitúa como actores inesperados en la acción por promover un cambio cultural hacia la sostenibilidad, pero lo hace desde una óptica diferente, disruptiva y hasta innovadora; lo hace desde la Fe.
En Laudato si’, el Papa Francisco aborda directamente el rol y disposición de los cristianos frente al cuidado de la Casa Común, un hogar que, tal como lo relata el texto, enfrenta escasez hídrica, las graves consecuencias del cambio climático, contaminación de los océanos y la tierra, un consumo desmedido que genera millones de toneladas de basura y la desaparición de especies por mencionar algunos tópicos.
El Papa conecta el Evangelio con los grandes desafíos ambientales que aquejan al planeta, denunciando preocupantes problemáticas y poniendo especial acento en recordarnos que Dios está presente en su Creación, y que el costo de no hacer nada lo pagarán las personas menos favorecidas donde Él también está presente. Pues para el Papa la evidencia científica y el sentido común nos muestran cómo el deterioro de los ecosistemas y la cultura del descarte han terminado afectando las condiciones de vida de millones de personas en el mundo, personas que al igual que nosotros son reflejo e imagen del Creador.
Frente a este desalentador panorama, nos muestra el concepto de Ecología Integral, un nuevo paradigma que toma en cuenta el lugar peculiar del ser humano en el mundo y su relación con la realidad que lo rodea, y nos recuerda que, al igual que el desarrollo sostenible, es integral, pues aborda de manera armónica la triple dimensión Social, Económica, Ambiental y hasta cultural.
En palabras simples, nos invita a apostar por renovados estilos de vida, promoviendo una educación que favorezca la alianza entre humanidad y ambiente, y como broche de oro, motive una genuina conversión ecológica. Nos insta a enfrentar la crisis ambiental con honestidad, asumiendo que las metas y acciones emprendidas hasta ahora han sido insuficientes; con responsabilidad, haciéndonos cargo de los desafíos; y con valentía, para construir un progreso “más sano, más humano y social; poniendo a la persona en el centro y al cuidado de su medioambiente”.
Pero el marcado acento ambiental de la encíclica parecía no cubrir del todo la triple dimensión de la sostenibilidad, y aunque nos entregaba pistas en lo económico y humano, no resolvía cabalmente la pregunta ¿cómo debemos actuar para enfrentar los desafíos sociales que aquejan a la Casa Común? Es entonces que la publicación de Fratelli tutti vino a completar la concepción de sostenibilidad, abordando con mayor profundidad y, más concretamente, la cuestión social.
San Francisco de Asís es su gran inspiración –al igual que lo fue en Laudato si’– poniendo en igual nivel de relevancia lo social y lo ambiental tal como el mis- mo Papa lo dice en la encíclica: “San Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne” (n. 2). En sus capítulos nos muestra un diagnóstico de la situación social de la humanidad, para luego proponer una ruta o camino, así como acciones concretas para enfrentar dicha cuestión social.
Si en su anterior encíclica el diagnóstico era principalmente ambiental, en Fratelli tutti el foco son los problemas sociales que vive el hombre y la mujer de hoy. Denunciando la fuerte penetración de las ideologías y quiebres entre las naciones, una globalización que nos hace sentir “más solos que nunca” (n. 12), la tentación constante de negar la historia y comenzar desde cero, el despilfarro de alimentos y la sensación de ser seres humanos descartables.
También muestra la percepción de que los Derechos Humanos no son de- rechos tan iguales para todos y que existe una paradoja con la comunicación, que ha fomentado el individualismo y la soledad.
Como contraste respecto de este escenario, el Papa nos vuelve a recordar la figura del Buen Samaritano, como un ejemplo de la actitud que debe- mos tener para alcanzar esa paz y amistad entre hermanos, pues concluye que, aunque hemos avanzado mucho como sociedad, “somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles”. Este personaje nos plantea la pregunta: ¿quién está dispuesto a hacerse prójimo? Nos muestra que frente a la realidad de los desafíos sociales hay dos personas, los que se hacen cargo y los que siguen de largo, y nos guía hacia una profunda reflexión: ¿con quién te identificas? Reiterando que para los cristianos “No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida” (n. 68).
En Fratelli tutti nos invitan a repensar el futuro, atreviéndonos a ser como el buen Samaritano: “Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos”, y a trabajar colaborativamente, al igual como lo plantea el ODS 17 de las Naciones Unidas. “Pero no lo hagamos solos, individual- mente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un nosotros ‘nosotros’ que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades” (n. 78).
Esta encíclica nos impulsa a abordar la fraternidad en múltiples dimensiones. Primeramente, una frater- nidad entre las personas, resaltando la importancia del diálogo y la defensa a los Derechos Humanos entre ellas, como contraposición a las manifestaciones vio- lentas y la indiferencia egoísta.
También nos motiva a impulsar la fraternidad económica, urgiendo a migrar desde modelos basados en la explotación del hombre y la naturaleza, hacia modelos orientados a promover más diversidad productiva y la creatividad empresarial para favorecer más puestos de trabajo. Y la fraternidad entre las naciones, indicando que la integración mundial debe respetar la diversidad del mundo y la riqueza de lo local; y proponiendo un nuevo mecanismo de gestión global de inmigración.
Pero especialmente, nos plantea la importancia y necesidad de una fraternidad en paz, cuyos mayores obstáculos son la inequidad y falta de desarrollo humano. Y entendiendo que dicha paz no es ausencia de guerra, sino congruencia entre las diferentes miradas que componen la sociedad.
No cabe duda de que el futuro será sostenible, y que gran parte de la humanidad está trabajando arduamente para alcanzar dicho desarrollo. Por eso, la publicación de Fratelli tutti cierra el arco que, junto a Laudato si’ y Evangelii gaudium, representa el marco para trabajar y aportar a la Sostenibilidad y Desarrollo Sostenible desde nuestro sello como Iglesia. Haciéndolo no de cualquier forma, sino desde la óptica de Francisco: el Santo de Asís, el Papa y la Fe que habita en cada uno de nosotros.
*Pablo Vidal Castillo es ingeniero civil industrial, máster en Responsabilidad Social Corporativa, contabilidad y au- ditoría social de la Universidad de Barcelona, y especialista en sostenibilidad. Además, es vocero de Voces Católicas