Algunas consideraciones desde nuestro ser Iglesia.

Desde diciembre del año pasado hemos sido testigos como la Pandemia Covid-19 se ha expandido a diferentes partes del mundo. La situación no solo es crítica en China y otros países del continente asiático, sino que se ha trasladado y recrudecido en algunos países de Europa como España, Italia y en el caso de América, en Estados Unidos y en casi todos los países latinoamericanos. Esta situación nos ha confrontado no solo como personas, sino también como católicos, interpelándonos en nuestra capacidad de ser empáticos, solidarios y por qué no sensatos, dado que en nuestras manos también puede estar el poder cuidarnos.
Encontramos que los hechos en sí mismo son dicientes. Nos hemos encontrado con un virus que no discrimina y que no hace acepciones, pues se han contagiado miles de personas de muchas naciones, condiciones y estratos socioeconómicos con miles de muertes. Su nivel de propagación puede alcanzar a cualquiera de nosotros. La masificación de imágenes de personas enfermando y muriendo por el virus, presente en las redes sociales y otros medios de comunicación no nos pueden dejar indiferentes, además de las cifras que ofrecen nuestros gobiernos, en cuanto al aumento de personas contagiadas y muertes a causa del virus. De la misma manera, los parámetros que nos dan algunas autoridades nos hacen preguntarnos sobre el valor que le dan a la persona humana y a la economía como si esta fuese el único motivo de nuestra existencia, o, como si existiese economía sin personas. Por otro lado, el virus nos ha mostrado la necesidad de hacer un alto en el camino, por ahora, temporalmente.

La obligación de detenernos implica distintas connotaciones: la factibilidad de permanecer en el hogar para algunos es imposible en la medida en que su sustento se consigue en el día a día, en la calle, buscando, vendiendo, ofreciendo bienes o servicios, trocando, comerciando, etc. y esta es una realidad de muchos migrante en Chile. Permanecer en cuarentena también puede ser una cuestión de vida o muerte, pues carecerían de ingresos o de posibilidad de permanecer pagando sus gastos de arriendo y comprar víveres mínimos necesarios para la sobrevivencia. Para otros, el estar en cuarentena puede evidenciar dificultades de convivencia. Para algunos en cambio, esta ha sido una oportunidad de estar cerca de la familia, de los hijos, de ejercer ese papel que el mundo, la economía y la sociedad nos limita, pues cada uno siempre está en su rol externo al hogar, de estudiante o de trabajador, de profesional, de independiente, etc. Como católicos, ha sido la primera vez que acompañamos las celebraciones de la Semana Santa desde nuestros hogares o desde nuestras radios. En pocas palabras, un estado de cuarentena se vuelve un espacio de múltiples interpretaciones de acuerdo a la condición de vida que cada uno tenemos.

Indistintamente, a lo anterior debemos sumar el hecho de que, en la mayoría de nuestros países latinoamericanos, los gobiernos reaccionaron tardíamente para contener la Pandemia o limitar la circulación de personas para frenarla. Vemos mayor reacción para cubrir las necesidades de quienes más lo necesitan, por parte de organizaciones de la sociedad civil y de la Iglesia Católica especialmente, asistiendo con cestas de alimentos, o, convocando a la solidaridad, mayormente, a las familias que tienen mayor precariedad, o, no tienen como salir a buscar el pan de cada día. Cabe resaltar el rol de personas que se colocan al servicio, para asistir a quienes no pueden salir de sus hogares, como es el caso de los adultos mayores, quienes pueden llegar a ser más vulnerables delante del virus. Algunos de nuestros países han relativizado el avance del virus, pero queriendo reactivar la economía, nos encontramos con el dilema de optar por trabajar corriendo riesgos o de resguardar nuestras vidas, disminuyendo las ganancias o la producción y el consumo. No es una decisión fácil y esto lo sabemos, pero deberíamos colocar la vida por encima del lucro. Así también, el pales de los profesionales y técnicos de la salud se ha vuelto mas que nunca, motivos de oración y de agradecimiento por su vocación de servicio, tal vez solo ellos han tenido que lidiar de frente con el dolor y la muerte de miles de personas.

Objetivamente, en cuanto a la realidad del Covid-19, Chile da muestras de un alza en la cantidad de personas contagiadas, como también de fallecidos por el virus y esto afecta tanto a nacionales como a los migrantes. Pero es nuestro papel detenernos para considerar la realidad de los migrantes ante esta realidad de Pandemia y sus implicaciones para ellos, pues si bien es cierto todos sufrimos de alguna forma con la cuarentena, en distinta medida, la realidad de los migrantes reviste una doble situación: la preocupación por la situación en el lugar donde se encuentran y la angustia e incertidumbre con relación a sus familiares en el país de origen, pues el virus puede estar en cualquier lugar.

Los países de la región han tenido en los últimos años un aumento sostenido de migrantes. A diciembre de 2019 tenemos noticia de alrededor de un millón cuatrocientos mil personas migrantes presentes en Chile. Desde 2018, dadas medidas administrativas, algunos colectivos, comenzaron un descenso significativo en cuanto a su presencia en Chile, pero se mantiene un alto número de personas venezolanas, haitianas, peruanas, colombianas, bolivianas, argentinas y ecuatorianas. En otras palabras, nuestra realidad inmigratoria sigue marcada por un corte latinoamericano, donde los migrantes son parte del desarrollo de la vida cotidiana en el país, por su presencia en los ámbitos profesionales, laborales, educativos, demográficos, etc. Buena parte de las causas de sus proyectos de vida en un país diferente al suyo, están relacionadas con la búsqueda de empleo.

Como hasta ahora lo hemos visto, la Pandemia nos impacta a todos sin discriminación. En el caso particular de los migrantes, en buena medida, la demora en la gestión migratoria podemos relacionarla al aumento sostenido de inmigrantes, que tuvo el país en los últimos años y al esfuerzo de este gobierno por digitalizar la gestión, pero deja clara una brecha hacia los migrantes que no están alfabetizados digitalmente, como algunos de nuestros adultos mayores, por ejemplo. Muchos migrantes vienen a Chile con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida y esto va de la mano de perspectivas laborales, las cuales se ven limitadas por los motivos apenas mencionados.

En otras palabras, delante de la Pandemia, los migrantes son los primeros que han ido perdiendo los empleos, precarizando su situación y dejándolos en mayor vulnerabilidad; una cantidad grande de migrantes no han accedido a sus documentos y no podrán ser beneficiados por ninguna política pública dirigida a los trabajadores, puesto que al no tener documentos, muchos de ellos aunque estén trabajando, no serán incluidos en algún tipo de beneficio estatal si lo hubiese y también porque en aras de sobrevivir, muchos de ellos se emplean de manera informal, pues un porcentaje menor tiene empleos calificados ante las restricciones de tipo administrativo y de reconocimiento de estudios; los migrantes experimentan mayores dificultades para hacer ahora los tramites, se entiende la situación que vivimos, pues esta Pandemia ha hecho que se tomen medidas como cerrar servicios públicos que tienen directa relación con los trámites migratorios y obtención de documentos, pero por esto mismo, quienes perciben mayores dificultades son los migrantes, por carecer de documentación o porque estos demorarían más de lo esperado, no solamente en lo laboral sino en el ámbito de la salud principalmente o para la compra de bonos en Fonasa, tratándose del tema salud; muchos migrantes son profesionales y/técnicos de la salud, que podrían estar dando un aporte muy alto al país en momento en que todos lo necesitamos, pero la limitación de los tramites de reconocimiento de estudios, o, la disposición de acogerlos, al menos en condición excepcional, limita poder demostrar y reconocer su formación profesional, pues este es el momento de trabajar unidos por Chile, también con los que no nacimos en este país, que siempre queremos aportar; otros migrantes están varados en las fronteras o imposibilitados de retornar sus países de residencia o de origen, sin poder estar próximos de la familia y en algunos casos sin poder comunicarse fácilmente; algunos migrantes viven una situación de abandono, especialmente los adultos mayores, también mucho más vulnerables a la Pandemia; muchos migrantes viven en espacios reducidos, donde a veces interactúan varias familias, etc. Estas son algunas de las razones que hacen que los migrantes sean tal vez en nuestros días más pobres entre los pobres y que elevan un grito al cielo clamando a Dios para convocarnos a la solidaridad y a la generosidad. No se trata de victimizar al migrante, pero si todos sufrimos, los migrantes sufren más, pues su condición temporal se vuelve un determinante que hace que el impacto de la Pandemia sea para ellos más alta.

Todos somos llamados a considerar la situación de los migrantes, a preguntar por ellos, a querer saber qué pasa con ellos y encontrar en ellos personas que requieren también de nuestra generosidad, pues si bien las consecuencias de la Pandemia nos alcanzan a todos, cuando se trata de los migrantes, su sufrimiento puede ser mayor.

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