En febrero próximo se realizará en Roma un simposio internacional llamado “Para una Teología Fundamental del Sacerdocio”, bajo la dirección del Prefecto de la Congregación para los Obispos, cardenal Marc Ouellet.

Humanitas es una de las revistas patrocinantes de este seminario. En palabras del cardenal Ouellet, el simposio “consiste en una intensa sesión de tres días, abierta a todos, pero destinada especialmente a los obispos, y a todos aquellos, hombres y mujeres, que se interesan por la teología, para profundizar en la comprensión de las vocaciones y en la importancia de la comunión entre las distintas vocaciones en la Iglesia”.

La jornada del primer día estará dedicada al examen de los fundamentos bíblicos, la tradición y la renovación, impulsada por el Concilio Vaticano II, del sacerdocio de los bautizados. En la segunda jornada se analizará la sacramentalidad de los diversos ministerios dentro de la Iglesia, con una mesa redonda acerca del estado del debate actual sobre la participación de la mujer en el ministerio sacerdotal. La última jornada estará dedicada a los carismas y espiritualidad sacerdotal, con énfasis en el problema también candente del celibato presbiteral. El evento será clausurado por el Papa Francisco con una alocución especial sobre el mandato misionero de todos los bautizados.

El simposio se encuentra en la encrucijada de las dos claves eclesiológicas del pontificado de Francisco: sinodalidad y misión. Sinodalidad significa participación activa de todos los fieles en la misión de la Iglesia, “describe la marcha unida de los bautizados hacia el Reino que se construye diariamente”, algo que llama a revitalizar la vocación sacerdotal de todos los que han recibido el bautismo y permanecen fieles al llamado de la fe. Como se ha dicho por doquier, el bautismo es la base de todas las vocaciones que encuentran su fuente común en la adhesión primordial a Cristo Jesús. La misión, por su parte, es una tarea igualmente común para todas las vocaciones religiosas dentro de la Iglesia. Nadie puede eximirse de anunciar el Reino de Dios y proclamar sus excelencias a todo el mundo. Recobrar el ímpetu misionero de la Iglesia ha sido una insistencia crucial del ministerio de Francisco, que exige salir de los circuitos tradicionales de transmisión pasiva o de reproducción cultural de la fe, que se revelan insuficientes y cada vez más limitados.

Dentro de este sello eclesiológico común, el simposio pretende ofrecer, sin embargo, “una visión renovada, un sentido de lo esencial, una manera de valorar todas las vocaciones respetando lo específico de cada una” (también parafraseando al cardenal Ouellet en la invitación al simposio). En esta búsqueda de la especificidad de cada vocación cobra relieve la relación fundamental entre el sacerdocio de los bautizados y el sacerdocio de los ministros, obispos y sacerdotes que conforman las dos fuentes de la que se nutre la misión de la Iglesia. Sobre esta relación se quiere ofrecer una visión renovada, pero también inspirada en lo esencial.

El cardenal Ouellet ha sido precisamente conocido por su esfuerzo por fundamentar teológicamente la diferencia esencial (y no de grados, como recuerda la Constitución ‘Lumen gentium’) entre ambas formas de sacerdocio y por justificar, también de un modo teológicamente fundado, la tradición latina del celibato ministerial. La apertura del ministerio hacia el común de los bautizados no puede justificarse solamente en motivos pastorales (en particular, la penuria de sacerdotes y la dificultad concomitante que se tiene para reunir a la comunidad eucarística, un problema que se puso en el tapete en el último Sínodo de la Amazonía), ni tampoco en el asiento en la tradición que en el caso del celibato presbiteral hunde sus raíces en casi dos mil años de vida en la Iglesia. Ambos motivos ofrecen razones convincentes, sean las exigencias apremiantes del día de hoy, sea la fidelidad a la tradición.

La obra del cardenal Ouellet que inspira este simposio –en la forma, cuanto no en el contenido de las conferencias– procura establecer, sin embargo, una reflexión más profunda, teológicamente inspirada que permita reconocer la participación de la Iglesia en el sacerdocio de Cristo y distinguir la especificidad de cada vocación sacerdotal dentro de ella. En “Sacerdotes, Amigos del Esposo” (Encuentro, 2019), el cardenal Ouellet ha adelantado este camino en una eclesiología que define como pneumatológica y trinitaria.

“El celibato es un signo profético que hace del sacerdote un testigo libre de una novedad que se manifestará en el ‘eschaton’”, dice la profesora Michelina Tenace también en la invitación al simposio. El celibato debe comprenderse como en la antigua comunidad paulina, es decir, como la exigencia de dejar todo para seguir a Cristo, cuyo Reino se aproxima inminentemente. Es la proximidad del Reino la que alienta a dejar todo detrás en procura de algo completamente nuevo y excelente. El celibato prefigura y da testimonio de esa excelencia. Al mismo tiempo, una teología trinitaria recupera la imagen del Padre que ama al Hijo y del Hijo que ama al Padre para establecer la diferencia entre el sacerdocio presbiteral y el sacerdocio común que se encontraría dentro del dinamismo de la acción eficaz del Espíritu que relaciona las dos formas más excelsas del Amor de Dios. El sacerdocio es siempre y finalmente un ministerio del Amor y no puede comprenderse en ninguna de sus expresiones al margen de este misterio fundamental.

El Simposio se presenta con una promesa alentadora: “una reflexión sobre la teología fundamental del sacerdocio (que) permitirá encontrar nuevas fuentes de colaboración y complementariedad entre sacerdotes y laicos” en la misión de la Iglesia de hoy. 

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