La excepcional demanda que tuvo el número 86 de HUMANITAS edición de un solo tema y 24 artículos titulada “Bienvenido Papa Francisco”, entregada el 3 de diciembre de 2017, nos hacía sentir, a distancia de un mes, la cálida expectativa con que se esperaba la llegada del Santo Padre a Chile. Era efectivamente así y así se verificó entre el 15 y el 18 de enero. Como escribió el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, ninguna personalidad pública ha tenido en la historia de Chile recibimiento semejante al que nuestro pueblo prodigó, antes a San Juan Pablo II, ahora al Papa Francisco.

No es éste el espacio para fijar los muchos matices que diferencian, uno del otro, esos dos momentos. Sí entretanto haría falta, a modo de autorreflexión, aunque fuese un somero contraste de las condiciones ambientales-culturales en que habita la opinión pública chilena al cabo de los treinta años que separan las dos visitas papales.

Es evidente que en el primer caso, a pesar incluso del contexto político del país, la audacia para alzarse y decir “no”, si existía (y tuvo su expresión parcial en el Estadio Nacional y más extensa en el Parque O’Higgins) no alcanzaba a la estructuración que ahora vimos.

Chile se expresó con manifiesto calor de acogida al Santo Padre y a su mensaje, todo él impregnado del llamado al amor misericordioso, sello muy propio en Francisco, que caracteriza asimismo a sus inmediatos antecesores. Empero, como fabricando con desconocidos recursos una poderosa trinchera mediática, se presentaron factores que se empeñaron con fuerza en desviar la atención de su persona y mensaje.

Las páginas siguientes de este número de HUMANITAS se encargan de mostrar que esa segunda realidad no fue de ningún modo definitiva y muy por el contrario.

Esperamos que esa oscura pero aleccionadora prueba arroje también sus frutos y que lo sembrado por el Papa Francisco en Chile, fortalezca el sentido del peregrinar histórico de la patria, particularmente cuando concluye el bicentenario de su nacimiento.

El año de adoración eucarística a que ha convocado la Conferencia Episcopal y todo lo que podemos esperar que advenga a partir de la Carta del Papa Francisco a los obispos de Chile, contribuirá poderosamente a ello.

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“Como un huracán del Espíritu Santo” calificaron las páginas de esta revista (editorial N. 70 republicado luego en el N. 86)
los momentos de la renuncia de Benedicto XVI y de la elección del Papa Francisco. En la atmósfera de ese mismo “huracán”
ha transcurrido, casi sin darnos cuenta, un lustro del primer Pontíficado latinoamericano en la historia. Su magisterio escrito se ha expresado principalmente a través de dos encíclicas –Lumen fidei (escrita en conjunto con Benedicto XVI) y Laudato si’– y tres Exhortaciones apostólicas –Evangelii gaudium, Amoris laetitia y Gaudete et exsultate, pero sobre todo a través de un sinnúmero de gestos y de imprimir un estilo que caracteriza una pedagogía de reforma espiritual en la Iglesia, la cual actualiza de modo muy evidente los fines a que apunta el Concilio Vaticano II.

Desde un inicio, y con particular fuerza mediática, se observaron y fueron comentados los grandes esfuerzos desinformativos que trataron de establecer una suerte de contraposición entre Francisco y Benedicto XVI. Pero han sido el propio Papa actual y el Pontífice emérito quienes han salido al paso de esos infundios, manifestando muchas veces en público el afecto y la admiración que se profesan. Y es, en efecto, perfectamente visible la unidad y coherencia con que se desarrollan, sucesiva y gradualmente, todos los grandes pontificados que en poco más de medio siglo han llevado adelante la misma tarea.

Desde sectores refractarios hay quienes quieren ver en la evangélica sencillez de Francisco cortedad y simpleza. No son
tan distintos de los que ayer, junto con reconocer su innegable sabiduría, reclamaban demasiada elevación en el lenguaje del Papa teólogo, Benedicto XVI. Paradójica ceguera que no mide el paso profético dado por el Papa Ratzinger en su renuncia, ni tampoco la necesidad que cubre Francisco con su estilo distinto, en un mundo que se ha desacralizado, deshumanizado y desintelectualizado, a un ritmo frenético.

Es en este sentido interesante registrar las palabras escritas por Benedicto XVI –que una vez más registran el íntimo nexo entre los dos pontífices y sus obras– con ocasión del quinto aniversario de su sucesor y la presentación de la colección editada por Librería Editora Vaticano, La Teología del Papa Francisco: “Celebro esta iniciativa que quiere oponerse y reaccionar al necio prejuicio, según el cual el Papa Francisco sería sólo un hombre práctico, que carece de particular formación teológica y filosófica, al tiempo, que yo habría sido únicamente un teórico de la teología, que hubiera comprendido poco sobre la vida concreta de un cristiano hoy. Los volúmenes muestran con razón que el Papa Francisco es un hombre de profunda formación filosófica y ayudan, por lo tanto, a ver la continuidad interior entre los dos pontificados, si bien con todas las diferencias de estilo y temperamento”.

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Después de 23 años dirigiendo HUMANITAS, y habiendo contribuido a fundarla en conjunto con el Rector Vial Correa y el Profesor Pedro Morandé (cuando él era a su vez prorrector de esta Universidad), este es el último número que el suscrito asume en la condición de Director de la revista.

A partir del próximo número, HUMANITAS 88 (julio-septiembre 2018), será el actual Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUC, Profesor Eduardo Valenzuela Carvallo –por mucho tiempo estrechamente vinculado al Profesor Pedro Morandé, colaborador suyo y su sucesor en el Decanato– quien asumirá la dirección de esta tarea, acompañado por nuevos colaboradores que se suman a la misma. El Profesor Valenzuela participa hace años activamente en las tareas de la revista, en cuanto miembro de su Comité Editorial.

Más de dos décadas es un tiempo largo para una revista de la naturaleza de HUMANITAS. Muchas e ilustres publicaciones del género en el mundo han preferido antes que eso, agotado el ciclo creativo o institucional de quienes les dieron vida –en esta misma Universidad es el caso de la revista Finis terrae fundada y dirigida por el historiador y maestro de generaciones Don Jaime Eyzaguirre– simplemente concluir su existencia. Se acogen a la idea de que una revista no es para siempre, sino que vive para dar testimonio en una época determinada o para marcar en ella una importante presencia.

Al alero de la primera universidad del país y cuando ésta cumple 130 años de vida, HUMANITAS confía su continuidad al dinamismo, creatividad e impulso de la tradición sapiencial más que centenaria de ésta.

Justo es, en el momento que concluye un ciclo y se inicia otro, recordar por esta dirección algunos entre quienes colaboraron en cimentar el fundamento y ya no están o se encuentran retirados. Entre los primeros, algunos de los más ilustres intelectuales de nuestro tiempo, que enriquecieron nuestro Consejo de Consultores y Colaboradores desde su creación en 1995. El filósofo español Julián Marías, la historiadora francesa Régine Pernoud, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Al lado suyo, cuatro eminentes cardenales: el arzobispo de Santiago S.E.R. don Carlos Oviedo Cavada OM, que como Gran Canciller de la PUC tanto empeño puso en que se fundase la revista; S.E.R. don Alfonso Lopez Trujillo, arzobispo emérito de Medellín, expresidente del Celam y principal colaborador de San Juan Pablo II en temas de familia; S.E.R. don Carlo Caffarra primer presidente del Instituto Juan Pablo II, luego arzobispo de Bolonia; y S.E.R. el cardenal Paul Poupard, a quien Dios conserve, Presidente del Pontificio Consejo de Cultura más de dos décadas. Incondicionales colaboradores todos ellos.

Aparte, entre tanto, y en primerísimo lugar entre quienes aún nos acompañan, alguien que mantuvo siempre una estrecha, sustantiva y elevada aportación, llegando explícitamente a definir en los comienzos “la línea” de HUMANITAS –el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe con Juan Pablo II y luego él Papa Benedicto XVI– quién al renunciar a su pontificado escribió a la dirección de esta revista estampando su afecto: el vínculo con ella lo llevaría consigo como “legado al tiempo del silencio al que ahora me he retirado” –dijo– “permaneciendo interiormente cercano a su trabajo y al de la Universidad Católica de Santiago de Chile”.

Ya habrá ocasión para detenerse en el tesón y la sabiduría del Rector Vial Correa y de su prorrector Morandé, ambos fuertemente comprometidos con Juan Pablo II en la tarea de evangelización de la cultura en los años de la fundación de esta revista. Vale la pena entre tanto recordar el bien que en esos días significó para la tarea emprendida por los primeros, la atmósfera del monasterio benedictino de la Santísima Trinidad en Las Condes, que cobijó desde el comienzo los trabajos del Comité Editorial de la revista, sentando una costumbre que duró más de quince años. Hasta allí llegaron para participar de esa obra nacida de una comunión fuerte, personalidades como los cardenales Scola y Poupard, Monseñor Jean Louis Bruguès y el filósofo italiano Massimo Borghesi, entre otros.

Ha transcurrido así, en medio de los cambios culturales vertiginosos de este tiempo, una tarea sapiencial que, gozando del don tan benedictino de la estabilidad, se proyectó muy lejos. Deo gratias!


JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE
Director de Humanitas

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