Sobre la cultura de la cancelación
El Papa Francisco ha hecho una advertencia contra la “cultura de la cancelación” en el marco de la reunión anual de embajadores ante la Santa Sede, donde habitualmente los papas se pronuncian sobre el estado actual del mundo. “Bajo el pretexto de defender la diversidad se termina cancelando todo sentido de identidad, con el riesgo de silenciar posiciones que defienden la comprensión respetuosa y equilibrada de varias sensibilidades” (‘The Tablet’, enero, 2022).
El Papa no se refiere directamente, aunque quizás entre líneas, al movimiento de boicot BDS (Boycott, Divestment and Sanctions) que protesta contra la ocupación israelí de territorios palestinos a través de diversas formas se cancelación que incluyen la libertad de expresión. Un arqueólogo israelí se propone realizar una conferencia en una universidad cualquiera acerca de sus excavaciones en la ciudad de Jerusalén; se activa el movimiento de boicot entre estudiantes y profesores afines y las autoridades de la universidad terminan cancelando la conferencia que había sido oficialmente programada y debidamente anunciada. No se hace ninguna acusación formal contra el profesor israelí y solo se menciona como agravio que la iniciativa había sido patrocinada por la embajada de Israel o que el profesor proviene de una universidad estatal o que ha hecho sus excavaciones con fondos públicos otorgados por el Estado de Israel.
Estas formas extremas de cancelación se han ido multiplicando y diseminando y adquieren una particular intensidad a través del uso de redes sociales. En este caso el blanco han sido personalidades o celebridades que son objeto de acusaciones con diverso grado de acreditación que pierden miles de seguidores en la pasada, como sucedió con J. K. Rowling, la creadora de “Harry Potter”. La lucha por la influencia cultural en el espacio virtual ha adquirido un talante cruel y despiadado. Muchas de las acusaciones pueden ser derechamente falsas o anodinas, generalmente basadas en algún dicho de hace mucho tiempo o en frases que se descontextualizan o que se prestan a algún equívoco. Rara vez se trata de acusaciones serias e informadas de dichos que puedan causar realmente algún daño. Una cultura de la cancelación puede alcanzar de lleno la memoria histórica, como ha sucedido entre nosotros con el poeta Pablo Neruda, prácticamente cancelado por el movimiento feminista por actuaciones del pasado consideradas machistas. La memoria colonial ha estado expuesta de manera particular a diversas formas de cancelación, algo que incluye a evangelizadores santos y abnegados acusados vagamente de complicidad con viejas estructuras de explotación y opresión de la que tienen apenas responsabilidad.
Cancelar significa retirar apoyo y condenar al ostracismo a una determinada persona; en suma, excluir de la comunidad de hablantes a alguien. Era la pena máxima en el mundo antiguo, que consideraba el aislamiento como el peor castigo posible que podía recaer en una persona, una muerte social apenas distinguible de la muerte física. Sancionar socialmente una conducta indigna puede ser perfectamente legítimo y muchas veces es el signo de una comunidad sana y saludable que no deja pasar el comportamiento lesivo de sus miembros, pero hacerlo de la forma en que comúnmente sucede en las redes sociales está sujeto a muchos reproches.
Cuando se trata de dichos, es preciso cautelar sobre todo la libertad de expresión de cada cual, que en el mundo contemporáneo no ha hecho sino ampliarse para acoger justamente una comunidad cada vez más diversa en sus pareceres y necesidades de expresión personal. El Papa remarca correctamente la paradoja de la cancelación que corre por cuenta de aquellos que supuestamente aspiran a extender los límites de la diversidad. La libertad de expresión tiene límites desde luego. Como dice una sentencia de un supremo norteamericano, nadie está autorizado a gritar “fuego” en un teatro lleno y atestado de público. Las expresiones que pueden causar daño ostensible y evidente, sea a personas o a un grupo determinado, no deben estar protegidas ni legal ni socialmente por el derecho a la libertad de expresión. Pero los dichos cancelados de este y de este otro, ¿han alcanzado ese umbral de expresiones peligrosas? En la mayor parte de los casos ni de cerca; se trata simplemente de censuras de opiniones que resultan inconfortables para algunos y nada más.
Un segundo criterio que es preciso respetar es la verdad, que podemos definir en su sentido más elemental como respeto por los hechos. En la posverdad son los hechos los que quedan ignorados bajo la premisa de que todo remite a la subjetividad de cada cual y cada quien puede mirar las cosas como quiera. Pero no hay debate ni examen racional posible cuando se ignoran los hechos y se confunde la interpretación con lo interpretado. En este caso la verdad se establece sumariamente y queda demasiado cerca del deseo. Nadie se detiene a verificar una acusación, a ponderar la evidencia y sopesar los hechos. Las acusaciones se sostienen con un mínimo de evidencia y, en ocasiones, ninguna, y los juicios se apresuran sin respeto alguno por la verdad o al menos por la veracidad o verosimilitud de lo acusado porque no se trata tampoco de someter todo a un examen prolijo y escrupuloso que puede demorar excesivamente. También sucede esto: las acusaciones que se revelan injustas o falsas no pueden ser enmendadas y sus consecuencias pesan gravemente y por mucho tiempo sobre las víctimas.
Por último, la cultura de la cancelación impide todo proceso de reparación, rehabilitación y perdón. De pronto, las acusaciones pueden ser verdaderas y admisibles, errores de juicio, dichos excesivos y desmesurados, comportamientos indignos, ¿pero qué posibilidades ofrece esta moderna cultura de la cancelación para la enmienda y el perdón? ¿Qué alternativas para ofrecer una sincera disculpa o una debida reparación? Los evangelios recomiendan extremada mesura en el juicio que hacemos de los demás y aconsejan mirarse a sí mismo antes que juzgar a otros. ¿Acaso no habremos cometido una falta similar o peor que no alcanzamos siquiera a ver? Por esta misma razón, no debemos observar la cultura de la cancelación como algo que ocurre siempre fuera de nuestra propia Iglesia, puesto que a veces sucede en el medio mismo de nuestra propia comunidad de creyentes.
Los evangelios son comedidos, además, en otro sentido: cuando se tiene un reproche que hacer a alguien, se aconseja hacerlo privadamente y siempre con el corazón abierto para obtener una satisfacción. Un reproche público es la última instancia, y ante una conducta que se ha revelado ostensible y pertinazmente malvada. “Lento a la cólera y rico en piedad”, se dice en el salmo, la desvalorización cristiana del juicio, incluso de aquel que pueda estar fundado en verdad, es coherente con la primacía que otorga a la misericordia. Como dice el apóstol Santiago, la misericordia triunfa siempre sobre el juicio.
Eduardo Valenzuela Carvallo