El Mercurio, 11 de septiembre de 2016

El aborto y la vieja doctrina de la animación retardada

Con no poca sorpresa hemos visto, en carta del último martes, al doctor Pablo Lavín desenterrar la vieja doctrina aristotélica de la animación retardada para defender el aborto de fetos no viables. Yendo a lo grueso, cita a Santo Tomás y a San Agustín, quienes no consideraban homicidio el aborto llevado a cabo antes de que el nasciturus tuviera alma humana. Si el Dr. Lavín supiera el origen de estas opiniones, no las invocaría. Es el siguiente:

Enseñaba Aristóteles que el alma -forma o elemento determinante substancial del viviente, principio vital- podía ser vegetal, animal o humana. Por otra parte, no obstante haber sido un gran biólogo, por no haber tenido microscopio ni haber conocido la biología celular, creía Aristóteles que el embrión era sangre de la menstruación y semen paterno; y que era homogéneo, esto es, carecía de organicidad -partes funcionalmente distintas-, requisito indispensable para la vida. Pero el semen paterno -pensaba Aristóteles- tenía un elemento gaseoso que imprimía al elemento femenino un movimiento recibido del generador masculino, produciendo primero órganos vegetales, con lo que el embrión pasaba a tener alma vegetativa, luego órganos de animal, en general, y después de tal animal o del hombre, según el caso. El intelecto venía de afuera, por ser divino (Generación de los Animales, 736 b-737 a). Es la llamada teoría epigenética o de la animación retardada (la animación es el hecho de estar el nasciturus informado por el alma humana). Aristóteles pensaba que el feto de varón llegaba a tener alma humana a los cuarenta días, y el de mujer, a los noventa. Siguieron a Aristóteles, Santo Tomás y muchos otros, si bien hubo mentes particularmente lúcidas que criticaron esta doctrina, denunciando sus absurdos y penosas contradicciones, y sostuvieron que la propia forma o alma humana construía los órganos en el embrión y feto, y estaba presente desde la concepción: Alejandro de Afrodisias (S. II-III), Temistio de Paflagonia (S. IV), San Máximo Confesor (S. VI-VII), San Gregorio Niseno (S. VII), Siger de Brabante (S. XIII) y Tomás Fyens (S. XVII), médico, filósofo y matemático belga, que en 1621 publicó en Amberes un monumental tratado sobre la facultad orgánico-formativa del embrión, con explicación que importaba intuir algo muy parecido al código genético y su lectura, etcétera.

Fue tal la autoridad de Aristóteles que en la versión griega de la Sagrada Escritura, llamada "De los Setenta", se tradujo erradamente la ley del Éxodo c. XXI, 22-25. Ella mandaba que si en una riña de hombres se golpeaba a una mujer embarazada, haciéndola parir, y el niño nacía sin más daño, se castigara al autor del golpe solo con multa, pero si resultaba más daño, se diera vida por vida y ojo por ojo y diente por diente.

Pues bien, los traductores, por seguir a Aristóteles, entendieron que la distinción se hacía según si el niño estaba ya formado -esto es informado por el alma humana- o no.

Este error influyó en el canonista San Ivo de Chartres (S. XI) a través de un texto de San Agustín sobre el libro del Éxodo, lo que dio lugar a que en el Decreto de Graciano -que formó después parte del Cuerpo del Derecho Canónico- se planteara el problema de si el aborto constituía homicidio, en caso de que el feto aún no tuviera alma humana. Pero el Código de Derecho Canónico de 1917 suprimió la distinción entre feto formado y no formado para el efecto de castigar el crimen de aborto.

De más está decir que, con el descubrimiento del código genético en 1955, seguir sosteniendo la doctrina aristotélico-tomista de la animación retardada sería tan absurdo como seguir sosteniendo que la Tierra es plana, después de los viajes de Colón y Magallanes. Ahora sabemos que el sujeto biológico hombre comienza con la fecundación, porque desde ese momento el nasciturus tiene la información genética necesaria para desarrollarse a partir de sí mismo, y llegar a la adultez y seguir hasta la clausura de su ciclo vital con la muerte.

Ahora es, pues, indiscutible que el sujeto biológico hombre comienza con la concepción; y para los que pensamos que en el hombre hay un alma espiritual, es indiscutible que desde ese momento ella está en el nasciturus , porque filosóficamente el alma, forma substancial del viviente, es lo que lo hace ser viviente, y en este caso, ser hombre.

En consecuencia, el aborto es un homicidio, y no puede justificarse nunca, ni siquiera por inviabilidad fetal.

José Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Filosofía de Derecho UC
Miembro del Instituto de Chile, Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales

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