El Mercurio, domingo 14 de mayo de 2017

El drama de una mujer cuando su embarazo hace peligrar su salud o vida, su hijo trae una malformación, o bien la concepción fue fruto de una violación, es inmenso. Este hecho, la mujer suele vivirlo en medio de mucha soledad e incomprensión. Estas situaciones, aunque escasas, exigen especial atención y políticas públicas adecuadas para salir al encuentro de dichas mujeres. De este drama, todos los chilenos somos conscientes y queremos que, enfrentadas a estos casos, tengan la mejor solución y atención.

Todos quienes han participado de este debate también están de acuerdo, porque es una evidencia científica que desde el momento de la fecundación se inicia una nueva vida humana, como la nuestra. Aunque hemos cambiado con el paso del tiempo, somos el mismo desde el momento de la fecundación y lo seremos hasta la muerte.

En lo que no se está de acuerdo es en qué trato hay que darle a este ser humano cuando en las primeras etapas de vida y desarrollo genera problemas de salud a la madre que pueden amenazar su vida, cuando viene con malformaciones (el proyecto habla de que deben ser incompatibles con la vida, lo que de suyo es un concepto ambiguo y arbitrario), o cuando es fruto de una violación.

La comisión de Salud ha optado por darle la posibilidad a la madre de decidir si sigue o no con el embarazo. El proyecto de ley aprobado está diciendo que en ciertos casos es posible eliminar a un ser humano inocente en el vientre materno como solución a un conflicto. ¿Es una buena solución? ¿Es una buena política pública en materia de salud?

La enseñanza de la Iglesia dice que no es una buena solución porque se instituye, para solucionar un conflicto, la violencia. Los más fuertes se atribuyen el poder de tomar una decisión respecto del más débil. Ello es arbitrario. Además, se atribuyen el derecho de decidir si una vida merece o no ser vivida. Ello es arrogante.

La experiencia en el mundo entero muestra que las tres causales que originan estos proyectos -aduciendo situaciones puntuales y rigurosamente controladas- terminan en aborto libre. De hecho, en la discusión que se ha llevado a cabo adelante en este tema, en el fondo, no han sido las tres causales las que la han animado, sino que el supuesto derecho que tiene la mujer a decidir si sigue o no con el embarazo.

Esta ley es el inicio de lo que ya ha pasado en otros países. Es bueno que la inmensa mayoría de los chilenos lo sepa.

Una mujer bien acompañada y asesorada, en lo último que piensa es en el aborto. Muchas veces el aborto es un grito de desesperación y petición de ayuda. Una buena política pública de acompañamiento psicológico, económico y espiritual, que cuide ambas vidas, es lo que se requiere. Los dos están en dificultad. Los dos necesitan atención. Ese camino es el de la esperanza. Esa política pública es más coherente con el derecho que tiene todo ser humano a que se le respete su vida. Esa mirada de la situación es más inclusiva y, por cierto, no violenta. Es más respetuosa de la Constitución. Claro, es más exigente, porque requiere de tiempo, recursos y cariño.

¿Qué hay, desde una lectura antropológica, detrás de la mirada que se abre a la posibilidad de abortar? Se trata de aquellos que entienden la libertad y la autonomía como un valor absoluto y que el Estado debe garantizar. Pero es una autonomía y libertad que prescinde del derecho a la vida del otro, que es el más débil, el más indefenso, el que depende totalmente de otro. Es una libertad y una autonomía sin verdad y, por lo tanto, que carece de bien. Una ley que no apunta al bien es una mala ley.

A quienes nos oponemos a esta ley nos mueve la convicción de que el derecho a que se respete la vida de todo ser humano, en las condiciones de salud y en la etapa de la vida en la que se encuentre, es el principio desde donde se sustenta una sociedad civilizada y democrática. Es un derecho primario que surge de la dignidad de ese ser. Tenemos la convicción de que es un valor no negociable. No puede quedar al arbitrio de otros y de sus circunstancias.

En esta hora crucial para el país -porque una ley que permite el aborto es un punto de inflexión de la cultura que lo anima-, invito a reconocer con más decisión que nunca el valor de la vida humana y su dignidad, a promover políticas públicas que cuiden la vida de la madre y del neoconcebido y que cierren todas las puertas que puedan dar espacio al deliberado acto humano de terminar con la vida de un ser humano inocente.

Fernando Chomalí
Arzobispo de Concepción

 

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