El Evangelio de hoy (Lc 17,20-25) recoge una pregunta que los fariseos dirigen a Jesús: “¿Cuándo vendrá el reino de Dios?”.  Una pregunta sencilla, que nace de un corazón bueno y aparece muchas veces en el Evangelio. Por ejemplo, Juan Bautista, cuando estaba en la cárcel, angustiado, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si Él era el que debía venir o había que esperar a otro. O bien, en otro pasaje, la pregunta vuelve, esta vez descaradamente: “si eres tú, baja de la cruz”. Siempre la duda, la curiosidad sobre cuándo vendrá el reino de Dios.

“El reino de Dios está en medio de vosotros”: es la respuesta de Jesús. Ese alegre anuncio en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después de leer un pasaje de Isaías, dice que esa escritura se cumplía hoy, en medio de ellos. Como la semilla que, sembrada, crece por dentro, así el reino de Dios crece a escondidas en medio de nosotros o se encuentra escondida come la piedra preciosa o el tesoro, pero siempre con humildad.

Pero, ¿quién da el crecimiento a esa semilla, quien lo hace germinar? Dios, el Espíritu Santo que está en nosotros. Y el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre, espíritu de humidad, es espíritu de obediencia, espíritu de sencillez. Es Él quien hace crecer dentro el reino de Dios, no son los planes pastorales, las grandes cosas… No, es el Espíritu, a escondidas. Hace crecer y, llegado el momento, aparece el fruto.

En el caso del buen ladrón, ¿quién habría sembrado la semilla del reino de Dios en su corazón: quizá su madre o tal vez un rabino cuando le explicaba la ley? Luego, a lo mejor se le olvidó, pero en cierto momento, a escondidas, el Espíritu lo hace crecer.

El reino de Dios es siempre una sorpresa, porque es un don dado por el Señor. Jesús explica también que “el reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí”. No es un espectáculo o peor aún –aunque muchas veces se piensa– un carnaval. El reino de Dios no se deja ver con soberbia, con orgullo, no le gusta la publicidad: es humilde, escondido, y así crece. Pienso que cuando la gente miraba a la Virgen, allí, siguiendo a Jesús, dirían: “esa es su madre…”. La mujer más santa, pero escondida, nadie sabía el misterio del reino de Dios, la santidad del reino de Dios. Y cuando estaba al lado de la cruz de su hijo, la gente decía: “Pobre mujer, con este criminal como hijo, pobre mujer”. Nadie, ninguno lo sabía.

El reino de Dios, pues, crece siempre a escondidas porque está el Espíritu Santo dentro de nosotros que lo hace germinar hasta dar fruto. Todos estamos llamados a hacer ese camino del reino de Dios: es una vocación, es una gracia, es un don, es gratuito, no se compra, es una gracia que Dios nos da. Y todos los bautizados llevamos dentro el Espíritu Santo. ¿Cómo es mi trato con el Espíritu Santo, el que hace crecer en mí el reino de Dios? Una buena pregunta para hacernos todos hoy: ¿Creo de verdad que el reino de Dios está en medio de nosotros, está escondido, o me gusta más el espectáculo?

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de hacer germinar en nosotros y en la Iglesia, con fuerza, la semilla del reino de Dios para que se haga grande, dé refugio a tanta gente y dé frutos de santidad.

 


Fuente: almudi.org

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