La conciencia sostenible permite que el hombre, en su propio actuar, tenga presente moralmente el origen y la finalidad de todo lo creado.

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El descubrimiento del bosón por Peter Higgs —Premio Nobel de Física 2013— constituye un gran aporte al conocimiento de la Teoría general del Todo en relación con el origen del universo a partir del Big Bang, pero plantea al creyente interrogantes sobre el rol de Dios creador. El método científico no permite descubrir cómo interactúa Dios con el universo, pero es preciso confiar en que finalmente se llegue a una explicación que abarque toda la realidad. Nuestra fe debería permitirnos tener confianza en las leyes de la ciencia para así creer que pueden ser parte integrante de la creación de Dios, más que algo que debe explicarse separadamente o a pesar del amor de Dios a la creación.

En los primeros instantes después de encenderse la mecha del universo, las partículas fundamentales comenzaron a reaccionar para producir los “ladrillos” del universo: partículas como los neutrones, los protones y otras, luego el hidrógeno y el helio y por último los átomos y las moléculas que constituyen las estrellas y los planetas que hoy vemos alrededor nuestro.

Era una competencia: científicos dedicados al Large Hadron Collider (Gran colisionador de hadrones1: LHC) del CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), en la frontera entre Francia y Suiza, y al Tevatron Collider, en Illinois (Estados Unidos de América), compe¬tían por ser los primeros en verificar la existencia de una partícula llamada el “bosón de Higgs”, y en caso de encontrarla, por medir la energía de la misma (equivalente a su masa). En 1964, Peter Higgs2 fue el primero en proponer el “campo de Higgs” y la partícula o bo¬són vinculada con aquel. Otros cinco científicos estaban trabajando en este ámbito, elaborando conceptos parecidos. La idea de Higgs explicaba por qué algunas partículas tienen una masa y otras no. La partícula era la pieza clave del puzzle llamado “Modelo Standard”, que procura incluir todas las observaciones físicas vinculadas con la realidad fundamental y con la teoría cuántica.

 

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A partir de ese momento comenzó la caza para encontrarla. El bosón de Higgs tiene un peso en términos de partículas y para producirlo se requieren aceleradores de gran potencia. El Tevatron, en los Estados Unidos, habría podido identificarlo si su masa hu­biese sido inferior, pero en definitiva correspondió al acelerador con mayor potencia del mundo —el LHC del CERN— centrarse en el objetivo. Si no se hubiese logrado encontrarlo después de haber sometido a examen toda masa posible, este hecho habría determi­nado un replanteamiento obligado de amplias áreas de física teó­rica: necesidad de mayores reflexiones, nuevas ideas estimulantes, mucho trabajo adicional para los pensadores científicos. Ahora, en cambio, el modelo que hemos tenido durante años ha sido objeto de ulterior verificación.

La Teoría general del Todo

Pero ahora hay una meta aún más ambiciosa: la “Teoría general del Todo”. Será un modelo que reúna todos los conocimientos sobre la realidad científica, e incluirá el Modelo Standard, pero también la teoría cuántica y la teoría de la gravedad. Hasta hace algunos años esta meta parecía al alcance de la mano, hasta el momento en que los astrónomos comprendieron que tres cuar­tos de la materia existente en el espacio es lo que ahora se llama “materia oscura”. No sabemos lo que esta es ni de dónde viene; es invisible y está fuera de su campo gravitacional. Sin embargo, en realidad también podría no existir, ya que nuestra comprensión de la gravedad podría ser errónea. En todo caso, en este momen­to, al parecer la teoría general solo cubre una fracción más bien pequeña del todo.

La teoría general de la relatividad de Einstein ofrece un modelo

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que describe con gran precisión los efectos de la gravedad; la teoría cuántica y el Modelo Standard proporcionan una descripción cada vez más completa de interacciones que se verifican en una escala muy reducida, pero no consideran los efectos de la gravedad. Verificar la existencia del bosón de Higgs es un paso en dirección hacia la confirmación del Modelo Standard, pero aun cuando este pueda parecer completo y definitivo, no representa el final de la física, por cuanto esta sigue explorando la complejidad y las implicaciones de la teoría. Y en todo caso los aceleradores del CERN —y tal vez otros aún más poderosos— podrían descubrir nuevas partículas que demuestren en qué medida nuestro conocimiento actual no llega suficientemente lejos. Hay una legítima sospecha de que existe una larga lista de partículas aún por descubrir cuyo conocimiento nos ayudaría a dar otro paso hacia la Teoría general del Todo.

Las energías correspondientes a los dos aceleradores, del CERN y del Tevatron, son tan poderosas que aquello que se verifica en su interior difícilmente puede verificarse en otras partes en la Tierra, si se excluye una reacción ocasional provocada por un rayo cósmico dotado de una energía sumamente poderosa que nos impacte desde algún punto del espacio. El verdadero interés del descubrimiento vinculado con el bosón de Higgs reside en que semejante conocimiento nos ofrecerá un cuadro más claro del origen del universo, de ese Big Bang que ha sido el comienzo de todo. Según sabemos, en los primeros instantes después de encenderse la mecha del universo, las partículas fundamentales comenzaron a reaccionar para producir los “ladrillos” del universo: partículas como los neutrones, los protones y otras, luego el hidrógeno y el helio y por último los átomos y las moléculas que constituyen las estrellas y los planetas que hoy vemos alrededor nuestro.

La ciencia no llega a indagar antes del Big Bang: en general —se dice— porque el tiempo comenzó en ese momento, de manera que el concepto de “antes” carece de todo significado, o porque el meteoro uniforme de esos primeros instantes no podía contener información alguna vinculada con una estructura u origen anterior, si esta hubiese existido.

En principio

Sin embargo, para quienes creen que en esos momentos Dios estaba presente, existen ulteriores interrogantes que es preciso considerar cuando se procura conciliar un análisis puramente científico de los primerísimos instantes de la realidad con la fe cristiana en un Dios eterno. Pensamos que el tiempo solo comen¬zó en el momento del Big Bang, pero Dios está fuera del tiempo y por consiguiente un Dios creador no debería tener problemas para crear el tiempo junto con el resto de la realidad física. ¿Pero en qué términos debemos hablar de la acción de Dios antes (y no podemos realmente usar esta palabra aquí) que el tiempo hubiese comenzado? ¿Y cómo debemos entender el apoyo continuo de Dios a la creación?

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,1-5). Tal vez no por casualidad estas palabras iniciales del Evangelio de Juan —que expresan la convicción de que Dios, a través de su Hijo, es la fuente de toda la creación— reflejan las del libro del Génesis: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1,1). El Nuevo Testamento habla del rol permanente de Dios, a través del Hijo, en el apoyo a la totalidad

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