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La visita a Chile de S.S. el Papa Francisco ha dejado un recuerdo imborrable no solo en el pueblo fiel, sino también en toda la sociedad chilena. En este último sentido, si hay una actividad que haya quedado en la memoria y el corazón de los chilenos, ha sido el encuentro con las mujeres privadas de libertad; la emoción se respiraba en el ambiente ya desde antes de la llegada del Santo Padre, y al recibirlo en el recinto penal la alegría y la emoción contenida se desbordaron en todas esas mujeres, incluso en las autoridades presentes y en aquellos que participábamos observando por televisión. Las imágenes hablaban por sí solas, mujeres con sus hijos en brazos, gendarmes pidiendo la bendición del Papa, cantos entonados desde el corazón, la presencia del Vicario de Cristo en un lugar de tanto dolor y soledad era un signo de esperanza y alegría.

El Papa les habló a las mujeres privadas de libertad de la necesaria esperanza, de la dignidad que nunca hay que dejarse arrebatar y de la anhelada reinserción, sin la cual cumplir una pena se vuelve solo un castigo estéril. Pero creo que también sus palabras nos invitaron a todos nosotros a crecer en la necesaria actitud de pedir perdón, creciendo en humildad y en “la conciencia que nos equivocamos, de que nos podemos equivocar y que cada día estamos invitados a volver a empezar, de una u otra manera”; eso, nos ha dicho el Santo Padre, nos “humaniza”.

El Papa invitó a las mujeres, desde su ser madres y gestar vida, a “gestar futuro”, luchando con lo que denominó “determinismos cosificadores”, propios de una cultura utilitarista y que se olvida de la trascendencia y dignidad humana. Una cultura que entiende a las personas como números. Hermosamente el Papa recordó que desde esa dignidad de cada ser humano es posible crecer en la dimensión de esperanza, nunca dando las situaciones como perdidas o sin salida. Por eso señaló que estar privado de libertad “…no es sinónimo de pérdida de sueños y esperanza. Es verdad, es muy duro, es doloroso, pero no quiere decir perder la esperanza, no quiere decir dejar de soñar”. En este sentido, siempre es un desafío en el trabajo carcelario invitar a no perder los sueños, a no dejarse vencer por esos “determinismos” que señalaba el Papa, que muchas veces desde el estigma condenan para siempre a quien reconociendo su falta quiere enmendar camino.

Finalmente, el Papa nos dejó un gran desafío a toda la sociedad chilena, que no puede desentenderse de los hermanos privados de libertad, más allá de los esfuerzos realizados hasta ahora. La necesaria reinserción que debe procurarse desde el reconocimiento de la dignidad de cada persona, generando procesos que promuevan capacitación laboral y recomposición de los vínculos con sus familias. Con fuerza, el Santo Padre señaló que “la seguridad pública no hay que reducirla solo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad”.

En su corazón de Pastor el Papa tuvo palabras para todos los que se vinculan al mundo carcelario: agentes de pastoral, voluntarios, capellanes, profesionales, funcionarios de Gendarmería y a sus familias; palabras de esperanza y bendición.

Como dijo Francisco en el avión de regreso a Roma opinando de este encuentro con el mundo de la cárcel: “Quedé muy conmovido. De verdad, muy conmovido de ese encuentro. Fue una de las cosas más hermosas del viaje”.


FRAY RICARDO MORALES OM.

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Qué regalo recibieron de Francisco los católicos de Santiago reunidos en multitud en el Parque O’Higgins. Ante todo, por habernos regalado una reflexión a partir de la lectura de las bienaventuranzas, para tantos el más conmovedor de los textos evangélicos. También por la analogía con el Jesús histórico, que viendo a la multitud subió al monte y las profesó a los discípulos. Como hace dos mil años, la muchedumbre, en este caso cientos de miles, debió soportar largas e innecesarias restricciones y esperas para encontrarse con un notable mensajero de Jesús.

La alegría y el espíritu de comunidad de la multitud hicieron ligeras las cargas. Se vivía un sanísimo sentido de pertenencia a una Iglesia que es común casa espiritual. El mensaje que se escuchó fue un llamado a la misericordia desde nuestra humanidad completa, precisamente de la manera que la razón calculadora no es capaz de justificar. Las bienaventuranzas permitieron sacar a la luz la dimensión genuinamente cristiana de la vida en comunidad.

Francisco comenzó aludiendo a esa mirada del Jesús que encontramos en la oración. Esa mirada comprensiva de todos los males que sufren los hombres; aunque sean autoimpuestos, como la propia codicia y desconsideración, cualquiera sea el ropaje más o menos elegante que los cubra. Porque incluso la injusticia y vulgaridad espiritual también merecen misericordia, pues no hay felicidad en el avaro, en el soberbio, ni en el abusador. Por eso, bienaventurados los pobres de espíritu, que no sufren esas carencias, por disfrazadas que aparezcan.

En tiempos en que se debilitan antiguos vínculos, que nuestras relaciones interpersonales se funcionalizan, que el día transcurre en una sucesión de encuentros anónimos, en que como nunca antes parece haber tanta soledad, recibir en la cara la mirada de Jesús nos sana. Francisco hizo visible a la multitud que lo escuchaba ese Dios personal, que nos habla a cada uno y que nos llama a replicar esa mirada hacia el otro. Ese es su llamado a una Iglesia que salga a la calle, menos ensimismada en su estructura política, que en la virtud de la caridad. Así adquiere sentido el llamado de Francisco a una Iglesia que salga a la calle, que se muestra en esa sonrisa llana y serena que nos depara y nos pide multiplicar. Nos hizo sentir que nuestra relación con Dios es personal, pero nunca se agota en nuestra individualidad, porque la misericordia con que nos trata no se puede traducir en un acto egoísta de solo recibir.

La mirada en la cara es condición para tener al otro por persona. “Sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad”, salir al encuentro del que lo pasa mal, que no puede salir adelante por sí mismo es el desafío que se sigue. La misericordia nos exige ir más allá de los deberes civiles. En tiempos que el Estado ha tomado el lugar de la caridad filantrópica, esa capacidad de mirar al estudiante o al paciente como persona también hace toda la diferencia en el servicio público. Lo más conmovedor es que el punto de partida de la bella reflexión no sea una teoría social abstracta, que desconoce nuestra naturaleza débil, sino un llamado a la misericordia con todas las debilidades y miserias humanas. Esa es la mirada en la cara que recibimos de Jesús en la oración y que Francisco replicó con tanta humanidad en su misa para Santiago.


 ENRIQUE BARROS BOURIE

Discursos y homilías del Santo Padre en Chile con un breve comentario de análisis a cada una de las intervenciones.

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Es el primer Sumo Pontífice latinoamericano, y quiso llegar a este Chile. Aquí, compartimos con él una cultura básica fundante. Con el discurso en La Moneda, hace sonar el diapasón de su visita. Es decir, da el tono básico. Se arrima a Gabriela Mistral, cuando ella percibe en los chilenos un “vigor tumultuoso”, al que ella nombra “desenfreno”. Apelando a nuestra pluralidad cada vez más consciente en nosotros, él nos insta a plasmar la “riqueza de polifonía cultural”. A continuación, acude a la voz del cardenal Raúl Silva, para señalar el horizonte religioso, transhistórico, porque el devenir del ahora “prefigura y prepara la patria sin fronteras”. El calendario de lo permanente muerde la actualidad, porque sería aberrante “desconocer que todavía muchos hermanos nuestros, sufren situaciones de injusticia, que nos reclaman a todos”. De hecho, la patria es “encuentro”. Francisco recurre a san Alberto Hurtado, como un centinela, que nos sigue hoy diciendo: “Chile es una misión a cumplir”. Focaliza esa alerta, afirmando que los pueblos originarios “han sido olvidados frecuentemente”. Entonces el diapasón da el tono para hablar de algo quemante, desde lo más propio del crístico Francisco. El tono es de tristeza, con desgarro. El filo es autoinmisericorde: “aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños, por parte de ministros de la Iglesia… es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas… empeñarnos para que no se vuelva a repetir…” El Papa quiere también urgir en su incesante vigilancia ecológica. Nos previene para que no demos la “espalda a la tierra”... y nos propone “adquirir una actitud sapiencial”, para este futuro. Y el mismo diapasón empuja la palabra hacia lo decisivo de todo actuar, de todo caminar, que solo puede ser vigoroso, si el sujeto cultural es sí mismo. Apela, otra vez, desde el habla mistraliana, siempre incisiva, definiéndonos en lo más particular del alma y el ánimo. Esa identidad más genuina se fragua en una porfía histórica, que nos impulsa a rehacernos, tras los cataclismos de lo telúrico y de lo político: “Chile, voluntad de ser”, escribió la del Elqui. El diapasón papal se detiene, pero nos deja meditando éticamente. Sí, Francisco Papa nos urgió y asombró, en nuestra “alma de chilenía”, según su habla.


 P. JOAQUÍN ALLIENDE LUCO

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