El 22 de diciembre de 2012, en la audiencia para la Curia Romana, con ocasión del intercambio de felicitaciones por la Navidad, Benedicto XVI intervino también sobre el problema del gender (género) para aclarar una vez más la posición de la Iglesia sobre este tema tan delicado. Al respecto afirmó: “Dado que la fe en el Creador es parte esencial del Credo cristiano, la Iglesia no puede y no debe limitarse a transmitir a sus fieles sólo el mensaje de la salvación (…). También debe proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que haya algo como una ecología del hombre, entendida correctamente. Cuando la Iglesia habla de la naturaleza del ser humano como hombre y mujer, y pide que se respete este orden de la creación, no trata de una metafísica superada”. Sin embargo, a menudo, “lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término «gender», se reduce en definitiva a la auto-emancipación del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador. (…) Grandes teólogos de la Escolástica calificaron el matrimonio, es decir, la unión de un hombre y una mujer para toda la vida, como sacramento de la creación, que el Creador mismo instituyó y que Cristo, sin modificar el mensaje de la creación, acogió después en la historia de la salvación como sacramento de la nueva alianza”. Y concluyó: “El testimonio en favor del Espíritu creador presente en la naturaleza en su conjunto y de modo especial en la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios, forma parte del anuncio que la Iglesia debe transmitir”. A la luz de semejantes preocupaciones, veamos ante todo qué es la teoría del gender, qué consecuencias están derivando de la misma dentro de la legis-lación internacional y por último cómo puede superarse mediante una visión de la relación hombre-mujer basada en una correcta reciprocidad.

Influjos del “gender” a nivel internacional

Con fecha 18 de diciembre de 2008, la delegación de la Santa Sede, llamada a expresarse durante la 63ª sesión de la Asamblea General de la ONU sobre la Declaración sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad de género, promovida por la presidencia francesa de la UE, tras haber declarado apreciar los esfuerzos por condenar toda forma de violencia hacia personas homosexuales, así como por impulsar a los Estados a tomar las medidas necesarias para eliminar las penas aplicadas a ellas, precisó que el documento francés “no es un documento destinado in primis a la despenalización de la homosexualidad en los países donde todavía es perseguida, como se dice en los medios de difusión masiva, simplificando”, sino más bien “promueve una ideología de la identidad de género y la orientación sexual”. Por esos motivos, aun cuando “la Declaración condena justamente todas las formas de violencia contra las personas homosexuales y afirma la obligación de protegerlas”, la Santa Sede no la ha apoyado y ha precisado que la Declaración francesa, “aun cuando desea salvaguardar algunos derechos importantes, pone en riesgo el ejercicio de otros derechos humanos”, como la libertad de expresión, de pensamiento, de conciencia y de religión. Si la Declaración presentada por Francia hubiese apuntado simplemente a despenalizar la homosexualidad, la Santa Sede no la habría criticado, por cuanto “la Iglesia Católica, basándose en una sana laicidad del Estado, considera que los actos sexuales libres entre personas adultas no deben tratarse como delitos que deba castigar la Autoridad civil”. El problema -señala L’Osservatore Ro-mano del 20 de diciembre de 2008- reside en cambio “en la promoción de la ideología de la identidad de género y la orientación sexual”, categorías hasta ahora no bien definidas en el derecho internacional.

“Se trata -observa el artículo- de conceptos polémicos a nivel internacional, y no sólo para la Iglesia, en cuanto implican la idea de que la identidad sexual se defina únicamente por la cultura, por lo cual es susceptible de ser transformada a gusto, dependiendo del deseo individual o de las influencias históricas y sociales”. De este modo, “se percibe solamente como un límite, así como fuente de significado, y se fomenta la falsa convicción de que la identidad sexual es producto de opciones individuales, indiscutibles y sobre todo merecedoras de reconocimiento público en cualquier circunstancia. Se promueve, por consiguiente, una idea equivocada de paridad, que procura definir a hombres y mujeres a partir de una idea abstracta del individuo”. Además, en la tentativa de introducir las citadas categorías discriminatorias, la Santa Sede visualiza una maniobra para “obtener la equiparación de las uniones del mismo sexo con el matrimonio, y para las parejas homosexuales la posibilidad de adoptar o “pro-crear” niños”. Una cantidad de países casi igual a la que ha apoyado la intervención francesa se ha asociado a un Statement (declaración) en sentido contrario. En los últimos años ha sido grande la responsabilidad de la ONU y sobre todo de la UE en la difusión de la ideología del gender, que, al desarrollarse en las dos Conferencias de la ONU, en El Cairo (1994) y Beijing (1995), ha contaminado progresivamente diversos documentos sucesivos.

En el ámbito de la Conferencia sobre la Población (El Cairo, 1994), mientras se hablaba de los derechos sexuales y reproductivos como derechos fundamentales de las mujeres, el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW) consideraba “oportuno renegociar los límites entre lo natural -y su relativa inflexibilidad- y lo social y su relativa modificabilidad”. El Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) hizo circular una Propuesta de “declaración universal de los derechos humanos según la perspectiva del género”, que postulaba el reconocimiento de los derechos de homosexuales, bisexuales, transexuales y hermafroditas; el derecho tanto a una educación sexual como al libre uso y orientación de la sexualidad; el derecho a la contracepción, al aborto y a la esterilización; el derecho a la unión con individuos del mismo sexo y el opuesto. La Santa Sede rechazó ambas propuestas, pero fueron retomadas en la Cuarta Conferencia sobre la Mujer de la ONU. En esas sedes, de hecho, la teoría del gender -adoptada por el feminismo radical estadounidense, que consideraba la identidad sexual mero producto cultural- se visualizaba como la posibilidad de “rescatar un destino femenino desde siempre vinculado con la anatomía”.

Esta teoría tampoco se limitaba a proponer un nuevo tipo de clasificación de los seres humanos, sino procuraba dar vida “a una agenda política para el futuro”, vinculada “con las mutaciones en la estructura de la parentela, con los debates sobre el matrimonio gay, con las condiciones para la adopción y con el acceso a la tecnología reproductiva”. Con ocasión de la Conferencia de Beijing, Juan Pablo II escribió un famosa “Carta a las mujeres”, en cuyo texto -recordando la feliz expresión “genio de la mujer” (Mulieris dignitatem, n. 30 s)7- reafirmaba que “feminidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo “masculino” y de lo “femenino”, lo humano se realiza plenamente”. Esta carta, junto con aquella dirigida en el año 2004 a los obispos (“Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”) por el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger, considera posible un diálogo con el neofeminismo “de la igualdad diferenciada”, pero toma distancia del feminismo radical o emancipacionista, sostenedor del gender. En particular, en dicha carta se visualiza la diferencia sexual “como realidad inscrita profundamente en el hombre y la mujer: la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual, con su consiguiente impronta en todas sus manifestaciones. Ésta no puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano”.

Por el contrario, la perspectiva del gender -como afirma un documento del INSTRAW- “distingue entre lo que es natural y biológico y lo que es construido social y culturalmente, y quiere renegociar los límites entre lo natural y su inflexibilidad, y lo social”. Esto implica el rechazo de la idea de que la identidad sexual está inscrita en la naturaleza, en los cromosomas, y la afirmación de que “cada uno se construye el propio “género”, fluctuando libremente entre lo masculino y lo femenino, transitando por todas las posibilidades intermedias”. De hecho, la teoría del gender desarrolla las siguientes presuposiciones: la diferencia sexual no es única -la de macho y hembra- sino múltiple, vinculada con las diversas orientaciones sexua-les, de raza y cultura, así como la condición social, “hasta despojar totalmente de significado la dualidad macho/hembra, produciendo una separación cada vez más neta entre la diferencia sexual biológica y la construcción de la identidad social y psicológica”. En realidad, la teoría del gender apunta esencialmente al pleno reconocimiento de la sexualidad homosexual y representa el primer paso hacia la separación de la identidad sexual de la realidad biológica, de tal manera que el gender encuentra su desarrollo lógico en la perspectiva de la identidad sexual como opción móvil y revocable, incluso varias veces en el curso de la vida de la misma persona. Esto se propone como un movimiento que, poniendo en tela de juicio las identidades consideradas normativas, niega la diferencia biológica entre los sexos y aspira a igualarlos.

Así, cada reunión de las Naciones Unidas sobre temas de la mujer, la procreación y la sexualidad se ha convertido en sede de ásperos debates sobre problemas que pueden parecer a los profanos simples modificaciones terminológicas, pero que si se aceptan abrirían grietas profundas en la fatigosa construcción de un marco ético compartido. “La batalla de las palabras se articula en algunas modalidades de intervención reconocibles. Basta señalar el hecho de que la transformación opera en varias direcciones, de las cuales la más rotunda y significativa es la que tiende a eliminar toda palabra sexuada, es decir, con referencia a la distinción entre masculino y femenino. El vocabulario adoptado debe ser gender neutral, de manera que no debe contener ni siquiera implícitamente la temida diferencia sexual”. En esta perspectiva, se abandonan los términos “padre” y “madre” en favor de “proyecto parental” o “paternidad”. “Mejor la definición ‘derechos reproductivos”, en que (…) el sustantivo ‘derecho’ debería rescatar el desagradable carácter chato del adjetivo “reproductivo”, aplastado por el biologismo, adjetivo que recuerda la reproducción de lo idéntico, por consiguiente de la especie y no del individuo, el cual felizmente permanece (aún) dotado de su frágil carácter irrepetible”.

Del feminismo radical al neofeminismo

La teoría del gender tiene su origen en el feminismo estadounidense en torno al año 1970. Al comienzo se caracterizó por las tendencias “emancipadoras”, que reivindicaban la aplicación de un paradigma igualitario en todos los sectores sociales, para así resolver el problema de la subordinación femenina. Posteriormente aparecieron las afirmaciones “diferencialistas”, reivindicando para lo femenino características ético-morales distintas, sino superiores a las masculinas, para así contrastar la hegemonía del sexo fuerte. En los años 50, se imponía la posición “constructivista”, considerándose que lo femenino no correspondía con características ontológicas, sino con lógicas histórico-sociales tanto de subordinación como de producción de la identidad sexual y de género. Esta nueva visión tenía relación con Simone de Beauvoir, que en El segundo sexo afirmaba: la mujer, constreñida en su rol por la sociedad patriarcal, “ha sido y sigue siendo cómplice del hombre en cuanto a la ‘condición’ de inferioridad en la cual la situó el hombre, volviéndola su ‘Otro constitutivo’”, es decir, funcional en el sistema machista. No obstante aquello, la mujer tiene una predisposición a la libertad radical y universal, común a todo ser humano, de tal manera que no podrá existir una dedicación femenina al otro sino como fruto consciente de una opción y de una autodeterminación radical. Para decirlo con sus ya famosas palabras: “Mujer no se nace, se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define el aspecto que reviste la mujer dentro de la sociedad en relación con el hombre”.

A comienzos de los años 70, el legado de Simone de Beauvoir fue recogido por el feminismo radical estadou-nidense -sobre todo de matriz lesbiana-, con una tentativa de emancipar la sexualidad de los roles en que la sociedad patriarcal la había situado y rescatarla en conformidad con estas palabras de Adrienne Rich, partidaria de la politics location (política del situarse): “Somos las mismas en nuestra corporeidad femenina, pero el cuerpo no es pura naturaleza (sex), sino especialmente cultura, es decir, punto de intersección entre lo biológico, lo social, lo simbólico (gender)”. Así, la teoría del gender nació de manera funcional con ese movimiento: si no hay diferencia sexual, si no existen diferencias entre los seres humanos y todos son iguales, no hay motivos para negar a las mujeres la emancipación. “Fue como si, en vez de pedir iguales derechos en la diversidad, se quisiese negar la diversidad para establecer la igualdad de derechos. Después de las mujeres, por cierto, vinieron los homosexuales, que tenían el problema de liberarse de una identidad desvalorizada.

Y lo lograron mediante el gender”. Con todo, una medida determinante de las teorías feministas contemporáneas consistió en asignar el tema, mediante la centralidad de la sexualidad -asumida tanto en forma binaria como múltiple-, a una exterioridad/alteridad que lo constituye y de la cual depende16. Esta perspectiva tiene gran diversidad de resultados, pero pueden sintetizarse en dos: aquel que incluye la ética de la diferencia sexual, de Luce Irigaray, que considera la relación con la alteridad dual, encontrando en lo materno un lugar de fecunda significación simbólica, y aquel basado en la crítica al binarismo sexual y la deconstrucción del paradigma heterosexual, sostenido por Judith Butler, que plantea la relación con la alteridad en una dimensión suprapersonal: no solo histórica y socialmente determinada, sino también radicada en la pulsionalidad y en el inconsciente.

En cuanto a la primera opinión, advertimos que paradojalmente -aun cuando esta interpretación se asume a menudo como justificación teórica de la subordinación de la mujer al hombre- ésta proporciona una definición en términos negativos, por cuanto es preciso afirmar sobre el hombre que lo proprium es no poder dar la vida convirtiéndose en madre. Observamos también que “al ponerse el acento únicamente en la base biológica, se pasan por alto las diferencias individuales y socioculturales, llegándose a una visión que, a pesar del carácter concreto del punto de partida biológico, no da cuenta en definitiva de la complejidad de la existencia femenina y masculina”. En el segundo enfoque, por otra parte, aparece la distinción, que muy a menudo es radical contraposición, entre el sexo como dato biológico y el género “entendido como el modo propiamente humano, culturalmente condicionado, de la diferencia. Esta última se considera como una construcción histórica y sociocultural, con diversas acentuaciones que subrayan en repetidas ocasiones el rol predominante de los factores socioeconómicos o de las actividades simbólicas con las cuales la masculinidad y la feminidad son codificadas y por consiguiente interiorizadas por los sujetos”. De dicha perspectiva, asumida como premisa teórica, surge la voluntad de actuar para deconstruir todos los condicionamientos, y dada la afirmada irrelevancia del sexo biológico, se plantea la posibilidad de que “cada uno esté en condiciones de elegir la identidad sexual sobre la base de la propia orientación vinculada de alguna manera”.

Un tercer camino, en relación con los dos anteriores, proviene del pensamiento de la igualdad diferenciada o neofeminista, que adoptando posiciones con respecto a toda la historia del pensamiento occidental, percibe la diferencia entre el hombre y la mujer en su radicarse en la sexualidad originaria del cuerpo, a partir de la cual se constituye la diferente pertenencia de género y por consiguiente la identidad masculina y femenina. Precisamente considerar la diferencia impone una visión uni-taria e integral del ser humano, en la cual la corporeidad y la esfera cultural, más bien que excluirse, resultan ser dimensiones que se atraen indisolublemente, ya que sólo de su compenetración proviene la peculiaridad humana y resulta posible hablar de hombre y mujer, y no únicamente de macho y hembra. De este modo es posible advertir las instancias positivas del pensamiento de la diferencia, que destaca al mismo tiempo la originalidad y la relevancia cultural del diferir del hombre y de la mujer, evitando sin embargo el peligro de una absolutización que no permita reconocer la idéntica humanidad de los dos sujetos. El carácter inseparable en el ser humano de materia y espíritu, que sólo en su intrínseca unidad constituyen el sujeto, ya sea hombre o mujer, permite ciertamente advertir que “la naturaleza humana, precisamente en aquello que la distingue de cualquiera otra, se encuentra ya penetrada por la diferencia en su profundidad ontológica”, de tal manera que el hombre y la mujer son partícipes de idéntica humanidad, mientras, por otra parte, “ninguno puede agotar en sí mismo la totalidad del hombre”. Por este motivo, intrínsecamente limitados, el hombre y la mujer son conducidos a la apertura y buscan en la relacionalidad, no sólo biológica, el encuentro y esa “recíproca complementariedad asimétrica” que contiene en sí misma tanto el sentido de la común pertenencia como la irreductibilidad del otro.

Fundamentos bíblicos para una correcta reciprocidad

Una nueva piedra angular para la base antropológica de la igualdad diferenciada fue colocada por Juan Pablo II mediante los dos textos fundamentales citados: Mulieris dignitatem y la “Carta a las mujeres”. En ambos, el tema de la “reciprocidad” entre hombre y mujer es predominante, y es también lo que conduce a una revisión antropológica definitiva. En la Carta a las mujeres, en particular, Juan Pablo II escribe: “En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la unidad de los dos, o sea una ‘unidualidad’ relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante. A esta unidad de los dos confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia”. Unidualidad –término retomado por Juan Pablo II de Mulieris dignitatem– expresa el sentido de la reciprocidad sobre la base del versículo bíblico: “Creó, pues, Dios, al ser humano a imagen suya (…) macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). A eso debe referirse un “cristianismo del principio”, que desee pensar.

Cuando Su Santidad el Papa Francisco peregrinó a Cracovia en julio de 2016 con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, dialogó en la Catedral de esa histórica ciudad con los obispos polacos sobre los temas que ellos mismos le fueron planteando. Al terminar su diálogo, por propia iniciativa, el Papa se refirió a la ideología de género como una verdadera colonización ideológica. Sorprende que haya querido agregar este tema, y sorprende su juicio severo, continuando la visión de Benedicto XVI sobre esta corriente de pensamiento, que impulsa dicha política en numerosos países.

“El problema es mundial: La explotación de la creación y la explotación de las personas. Estamos viviendo un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios. Quisiera concluir aquí con este aspecto, porque detrás de esto hay ideologías. En Europa, América, América Latina, África, en algunos países de Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de éstas —lo digo claramente con «nombre y apellido»— es el gender. Hoy a los niños —a los niños— en la escuela se enseña esto: que cada uno puede elegir el sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las instituciones que dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con Papa Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: «Santidad, ésta es la época del pecado contra Dios creador». Es inteligente. Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado al mundo así, así, y nosotros estamos haciendo lo contrario. (…) Lo que ha dicho el Papa Benedicto tenemos que pensarlo: «Es la época del pecado contra Dios creador». Esto nos ayudará.” (Papa Francisco, 27 de julio 2016).

Con inusitada rapidez la palabra “género” ha cobrado una nueva acepción en pocos años, y ha pasado a ser la bandera de lucha de fuertes corrientes culturales, pedagógicas y políticas. Conviene recordar este proceso antes de leer los diferentes artículos de esta publicación de Humanitas, que quieren apoyar la reflexión, el discernimiento y la acción responsable de muchos en esta hora crucial de la vida de nuestra patria y de otros países. Recorramos pasos fundamentales de este veloz cambio.

Hasta hace unos pocos años, se usaba el término “género” no en primer lugar en relación a las personas, sino en relación a los vocablos, para señalar si eran de género masculino o femenino. Casi no se hablaba del género neutro.

Después la palabra género fue utilizada para referirse a las personas, indicando a los hombres y a las mujeres. La lucha social perseguía la “igualdad de género”, es decir, la igualdad de digni-dad, de trabajo, de remuneración y, en general, de oportunidades en el orden familiar, social, académico y político, que debe existir entre varones y mujeres. Era necesario acabar con cualquier discriminación y subordinación de la mujer.

Sin lugar a dudas, existen desigualdades entre lo que se considera masculino y femenino, por ejemplo en lo que se refiere al trabajo y al deporte, que son productos socioculturales. Es una de las aportaciones de la visión de género. Pueden ser superadas y, si expresan una verdadera discriminación, deben ser superadas. Esta mirada crítica amplió el horizonte de la reflexión y le exigió mayor profundidad. Sin embargo, surgen dos preguntas: ¿Todas las diferencias deben ser superadas? ¿No existen acaso diferencias distintivas que son esenciales, que deben ser respetadas y aportadas como expresión de la riqueza de lo humano?

Poco más adelante se proclamó la “identidad de género”, y la palabra género comenzó a incluir las diversas inclinaciones y autodefiniciones sexuales de los individuos. La palabra abarcó las inclinaciones lesbianas, gay, bisexuales, transexuales e intersexuales (LGBTI), además de las heterosexuales. Entre ellas, no se diferenciarían por ser ciertas tendencias las normales o naturales, mientras que otras las excepcionales. No. Todas ellas serían de igual valor. Así la palabra género se separó de la naturaleza del hombre y de la mujer, y de la diferencia biológica y procreativa entre ambos. Se afirmó que el contenido de cada identidad de género era un producto sociocultural e histórico y, por eso mismo, variable.

Es más, en nombre de la libertad absoluta de cada individuo, se proclamó el derecho de toda persona a optar por su género. Un número reducido de personas, al hacer uso del “derecho” a optar por una tendencia diferente a su sexo biológico, recurrió a la cirugía para tener un cuerpo lo más semejante posible a la opción hecha.

De manera coherente con estos enunciados, la ley aprobada para la Comunidad de Madrid y publicada el 26 de abril de 2016, determina que “a los efectos previstos en esta Ley, se entenderá por Identidad sexual y/o de género: la vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y autodetermina, sin que deba ser definida por terceros, pudiendo corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, y pudiendo involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido.

A pesar de la extraña separación entre lo biológico y lo opcional, el Evangelio nos manda respetar a todas las personas, sea cual sea su tendencia de género. Por otra parte, la creciente aceptación social de las diversas identidades, impone el respeto a quienes han optado por una de ellas, o por más de una sucesivamente.

Como es evidente, la prescindencia del dato biológico, el que es claro en la gestación del ser humano ya en el seno de su madre (salvo en muy pocos recién nacidos, cuyos órganos sexuales no aparecen claramente definidos), es equivalente a la prescindencia y a la negación de la voluntad del Creador. Leemos en el primer capítulo del Génesis: “Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nues-tra, según nuestra semejanza (…) y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó” (v. 26s).

Esta aparente contradicción entre el dato biológico-creacional, y la existencia de personas en quienes la percepción de su propia identidad de género no coincide con su realidad biológica, planteó un tema que debía ser estudiado. No han faltado quienes han pensado que esta oposición es fruto de una enfermedad, y quienes lo niegan.

Cabe observar lo que ocurre en algunos países. Son muy significativas, por ejemplo, las leyes dictadas en algunas autonomías españolas, que acogen los postulados de los colectivos LGBTI, y los imponen drásticamente en los colegios públicos, privados y concertados. Promueven entre los niños pequeños la opción por su propia identidad de género, y les enseñan los diferentes tipos de familias y de adopciones, que brotan de las diversas uniones “conyugales” posibles entre los géneros. Consecuentemente, rechazan el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus valores, y hasta pueden llegar a penalizar, la enseñanza de la Biblia y del Catecismo de la Iglesia Católica en las escuelas y en las homilías.

A pesar del respeto a todas las personas, sea cual sea su tendencia de género, el rechazo a las “políticas de género”, sobre todo en el ámbito educacional, ha sido considerado en diferentes países como una expresión de la así llamada LGBTIfobia. Por manifestar públicamente su crítica a la ley promulgada por la respectiva autonomía, algunos obispos españoles han sido demandados, para que se les juzgue y condene, aun con pena de cárcel.

La profundidad del cambio cultural que se promueve aceleradamente, con rechazo de las raíces cristianas de nuestras culturas, hace comprensible la actitud explícitamente crítica de los últimos Papas a este respecto, expresada en diferentes documentos del Magisterio, como se presenta en este Cuaderno Humanitas 35.

Es cierto que en Chile, hasta ahora, este proceso no tiene ni el dinamismo ni la variedad de aplicaciones incisivas que lo caracterizan en otros países. ¿Pero no será una fuerte voz de alerta el hecho de que en algunas guarderías infantiles patrocinadas por el Estado, a niños pequeños se les invite a pasar a la sala contigua, donde encontrarán ropa para niñitos y para niñitas, y se les pregunte, con éstas o semejantes palabras: ‘¿De qué te quieres vestir hoy día?

Como los estudios que se han hecho muestran que no hay base científica ni para esta visión, ni para las aplicaciones que se han sacado de ella en referencia a los niños, a las operaciones quirúrgicas transgénicas, y a otras materias, se habla de “ideología de género”.

Los diversos artículos que nos presenta Humanitas en las páginas siguientes, buscan las raíces de esta ideología, su manera de influir y tratar de imponer su proyecto de cultura y sociedad. El P. Piersandro Vazan SJ introduce la temática con el artículo “Gender” y relación hombre-mujer; el profesor de la Universidad de Princeton, Robert P. George, trata en el suyo de La ideología del género y el “liberalismo gnóstico”; siguen a estos dos textos una serie de 10 pronunciamientos papales sobre la cuestión del “género”, comenzando por los del Papa Francisco y continuando por los de sus dos antecesores, los Papas Benedicto XVI y San Juan Pablo II; los abogados chilenos Tomás Henríquez y Hernán Corral se hacen cargo luego de lo que sucede sobre esta materia en el ámbito legislativo del país, con un análisis que titula Chile y la “ideología de género”: ¿enemigo imaginario y lejano?; publícase, por fin, para cerrar esta serie que introduce en tan gravitante tema, la ilustrada y orientadora declaración de la Conferencia Episcopal venezolana, que se aboca a la misma cuestión, Orientaciones sobre la familia y la sexualidad.

Existen otros estudios y declaraciones recientes sobre este tema, como por ejemplo, la declaración del Colegio Americano de Pediatras del 21 de marzo de 2016: “La ideología de género hace daño a los niños”. También es de gran valor el riguroso estudio publicado hace algunos meses por el periódico de Technology and Society The New Atlantis con el título “Sexuality and Gender, informe especial sobre Hallazgos de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales”.

Humanitas ha tenido que limitarse a algunos estudios, que son los que aquí se proponen oportunamente y con propiedad. Un ámbito tendrá que ser tratado más adelante: el acercamiento a todos y el acompañamiento pastoral adecuado. La Iglesia quiere seguir la orientación que le entrega el Papa Francisco. No queremos ser una Iglesia excluyente, sino una Iglesia que acoge a todas las personas, que en lo más profundo de su ser buscan la verdad y la felicidad, y que llegaron a este mundo para encontrarse con Dios.

Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa

Presidente del Consejo de Humanitas

Robert P. George propone, con gran lucidez, una concepción de la persona humana como radical unidad de cuerpo y alma.

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