Miquel Seguró Mendlewicz

Herder

Barcelona, 2021

179 págs.

La vulnerabilidad “tiene que ver con ser humano”. Con estas palabras, Miquel Seguró nos sumerge en la experiencia de la herida (vulnus), que no refiere únicamente al dolor –la enfermedad, la angustia, la muerte–, sino también a dimensiones como la alegría del vínculo, la solidaridad o la corresponsabilidad. En esta obra, escrita en el horizonte de la pandemia, el autor propone como aproximación figurativa la imagen del círculo irregular, abierto e inconcluso, que frente a la autosuficiencia de lo perfectus, expresa la precariedad incierta del a-ffectus.

Este esquema para una filosofía de la vulnerabilidad –forma entis de toda experiencia humana– dialoga permanentemente con René Descartes, buscador de certeza mediante la interrogación, presentado desde una mirada nueva y sugerente. Se despliega en dos partes; la primera aborda el pathos de la vulnerabilidad como núcleo de una existencia que pregunta y duda; la segunda expone el ethos de la vulnerabilidad, presentando la ética y la política como materializaciones de la incertidumbre.

El pathos de la vulnerabilidad se refleja en que el ser humano no se encuentra en su sitio en el error y quiere estar cierto. Pese a la expectativa de la evidencia y al esfuerzo metódico, siempre le acompaña la duda; no obstante, aun en el mundo como problema reconoce como algo previo su ser mismo. La pregunta es eminentemente existencial, develándose en ella la propia vida, con su temporalidad, afectos, emociones y dolores, propios de la razón encarnada e intrínsecamente ligada al cuerpo. Sobre todo, la pregunta muestra la fragilidad de la razón, que no puede desprenderse totalmente de la creencia en su encuentro con el Misterio y que experimenta y comprende la realidad por analogía. Para la razón, el error siempre será una posibilidad, no pudiendo encontrar otro garante que la confianza en que, “gracias a Dios, la razón acierta” (p. 69).

Por su parte, el ethos de la vulnerabilidad se expresa en la precariedad de la voluntad humana envuelta en posibilidades finitas y condicionadas y en la desconocida causalidad entre el anhelo, el sueño y la vigilia; en una libertad “errática, afectada y afectable” (p. 88) y en la provisionalidad de lo moral, que impide radicalizar egolátricamente el propio criterio de bondad y justicia. El autor propone la estrategia del nocriterio, un perspectivismo desmarcado del relativismo y que asume una verdad y una ética vulnerables, abiertas a la reconsideración. En el ámbito de la moral es posible usar la analogía de la salud: el ser humano en estado de infirmus, situación de quien no está firme y ha de recordar su cuerpo mediante el dolor y la salud vulnerada. Tal estado nos devuelve la conciencia de cuánto dependemos unos de otros; hasta el mismo yo se presenta como un conjunto abierto de circularidades y relaciones sucesivas. Si bien señala hacia el ser doliente, la afectabilidad constitutiva abre también la experiencia de la alegría, el amor y la fraternidad; porque somos vulnerables sufrimos, pero también por ello conocemos el abrazo cobijador. La precariedad y la dependencia señalan a la ética el camino del cuidado. El cuidar involucra tres elementos: relatividad, en el sentido de dar cabida a la relación con otro, a la alteridad; reciprocidad, como ámbito de interdependencia e interacciones; reflexividad, necesaria para responder las interrogantes y, en libertad, actuar frente a ellas. La vulnerabilidad abre existencialmente a la conciencia de la intersubjetividad y de la empatía, aunque también a sus riesgos, como podría ser el engañoso interferir del yo en la comprensión de otro. La precariedad se muestra máxima en el hecho de que el ser humano –y el mundo ético y político que construye– teme la finitud, y por eso la olvida, rehúye o banaliza. Pese a ello, la experiencia radical de la fragilidad le sale al encuentro, como pérdida de un ser querido o como proximidad de la muerte propia. Una auténtica tanatofobia y miedo del que se siente amenazado se insinúa como la matriz de la política y del anhelo de soberanía, cuando –olvidando la vulnerabilidad constitutiva de lo humano– se convierten en absolutismos, totalitarismos de una ideología, subyugación del prójimo y vulneración de la alteridad. La democracia, para ser más democrática, tendría que orientarse por una “política del cuidado de la convivencia precaria ante lo previsible y lo imprevisible” (p. 165).

Vulnerabilidad de Miquel Seguró nos sumerge en el lenguaje de la finitud y de la temporalidad y, al mismo tiempo, abre la cuestión de sus confines: lo infinito y eterno. Tiene la virtud no solo de ampliar reflexivamente los contornos de dicha experiencia constitutiva de lo humano, sino que, a la vez, logra introducir a quien lee en el ejercicio mismo del filosofar, de la pregunta vacilante, del encontrarse a sí mismo en ciertas respuestas o en el imaginar creativo de otras nuevas.

Pamela Chávez Aguilar

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