Autor: Rémi Brague
SUR LA RELIGION
Flammarion
Paris, 2018
347 págs.


El último libro de Rémi Brague (Sobre la religión)*, consta de nueve estudios e igual número de capítulos. En los tres primeros, define y divide el concepto de religión. En los últimos seis, trata sobre los principales asuntos debatidos actualmente sobre ese tema: religión y razón (cap. 4), religión y derecho (cap. 5), Iglesia y Estado (cap. 6), Dios y la idea de libertad (cap. 7), y religión y violencia (cap. 8), especialmente en los libros sagrados (cap. 9).


La intención del autor es triple: defender la religión en general y el cristianismo en particular, y criticar el islam, recordando en todo caso al respecto elementos a menudo omitidos en silencio.

Como buen discípulo de Husserl, y apoyándose en Sócrates, Brague sale en búsqueda de la esencia de la religión (ya que le interesan las esencias, p. 9). Yendo de lo uno a lo múltiple, divide a continuación la esencia así definida en sus especies e individualidades. En el primer capítulo, parte del término “religión” y logra distinguir y aclarar los principales componentes del concepto, pero recordando lo esencial de sus manifestaciones históricas. Asimismo, para reconstruir la pluralidad de las religiones (cap. 2-3), recurre a la lógica, pero sin dejar de considerar las religiones existentes. Su objetivo es unir el procedimiento empírico con el concepto, evitando tanto el relato desorganizado como la especu1ación al margen de la Historia.

Brague quiere evitar, en el debate público o político, el uso de un concepto general llamado “religión”, que las sitúa a todas confusamente “en el mismo canasto” (p. 11) de forma vagamente cristiana, con lo cual surgen deformaciones, confusiones e injusticias.

El autor procura hacer comprender a los occidentales que no toda religión es una especie de cristianismo, siendo la verdad lo contrario: el cristianismo es una especie de religión. En cuanto a otras religiones, se trata sobre todo del islam y del judaísmo. El judaísmo es abordado con gran simpatía, mientras el permanente paralelo entre el cristianismo y el islam invita respecto a este último a conclusiones abrumadoras. El cristianismo basa la idea de la naturaleza en su propia concepción de la creación, valoriza enormemente la libertad (en su dogmática) y el acento no lo pone en la ley y en los sistemas jurídicos. Al revés, hay aquí un punto central en la religión musulmana, que por lo demás admite con reticencia la idea de naturaleza y limita la libertad sólo a lo que es necesario para justificar la imputación de los actos humanos y su justa retribución.

Brague, dotado de erudición maciza y vigor conceptual, no menos que de buen sentido, y apoyado por su conocimiento de las lenguas sagradas, obliga indiscutiblemente a reflexionar. Pulveriza los simplismos que reducen el debate sobre “la religión” o “las religiones” a enfrentamientos caricaturescos, ideológicos e impulsivos. Haciendo callar un instante el ruido de fondo mediático, nos sitúa frente a las cosas en sí mismas, o más bien sus esencias, con sus grandes estructuras a menudo desconocidas, sus desarrollos imprevistos, sus hechos principales testarudos y paradojales, sus diferencias objetivas e inesperadas, y a veces sus ambigüedades.

En cuanto a los asuntos debatidos, es imposible resumir un libro en el cual prácticamente todo es al mismo tiempo erudito e interesante. Brague demuestra, por ejemplo, que la violencia ha existido siempre en el género humano, al mismo tiempo que la religión, pero también otros elementos políticos y económicos. Se sabe que es difícil establecer en las ciencias humanas causalidades demostradas entre fenómenos concomitantes. Sin embargo, las ideologías ateas parecen llevarse la palma en términos de masacres a causa de ideas (pp. 200-202).

Brague demuestra nuevamente, con gran rigor científico, que siempre hay religión. Cuando Dios se borra, hay dioses. Cuando mueren dioses, aparecen nuevos dioses (p. 53), a veces perversos (p. 58). En suma, el hombre nunca sale de la religión. Esto resulta desestabilizador para cierta opinión occidental.

Al abordar las religiones, Brague opta por considerar la esencia, es decir, la “dogmática”: la idea que éstas tienen de lo absoluto o de Dios y las relaciones del Hombre con Dios. Deja de lado la forma en que esas religiones se viven actualmente. La ventaja del método consiste en dar a las palabras un sentido estable y preciso. El inconveniente reside en hacer abstracción de las diferencias y los cambios colosales que pueden afectar las existencias consideradas apoyos de esas esencias, lo cual ocurre ciertamente con el Islam y los musulmanes.

Brague quiere demostrar que la esencia del Islam es contraria a la esencia de la libertad y que el Occidente se extravía cuando espera que un “Islam existencial” se separe de la esencia del Islam. “En el Corán, Dios, si es su autor, declara: ‘Tenéis en el Profeta un bello ejemplo (uswa hasana)’ (XXXIII, 21). Se identifica este profeta no nombrado con Mahoma. Sus hechos y gestos adquirirán entonces el valor de un modelo de comportamiento, y sus declaraciones tendrán fuerza de fe. En este versículo se basa la investigación y utilización jurídica de los hadices. Lo que hizo el Profeta no podría ser malo y si bien no es estrictamente obligatorio imitarlo, en caso alguno eso estaría prohibido” (p. 225). Se abstiene de señalar conclusiones ya que éstas serían para él transparentes.

En Brague hay dos inspiraciones, una cristiana y otra liberal: la mejor versión del liberalismo, que comparte con Pierre Manent y Alain Besançon. De ahí el origen de su desacuerdo con el Santo Padre, con frecuencia expresado públicamente**, sobre el tema del Islam en Europa. Francisco es ciertamente menos liberal y considera en menor medida la “dogmática” del Islam que lo vivido por sus adeptos y su contexto económico-migratorio, análogo al de los latinoamericanos en los Estados Unidos.

Brague tiene motivos para visualizar un problema importante en la nueva posición del Islam en el seno de la cultura occidental. Su método obliga a considerar una serie de hechos a menudo excluidos a priori, pero con el riesgo de hacer olvidar otros. El rigor universitario parisién o muniqués no está en tela de juicio, pero no hace buenas migas con la finura política ni con el espíritu apostólico cuando éste adopta, desde Roma, una visión global del planeta.


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