Traducción de M. M Leonetti y José Pérez Escobar.

Ediciones Mensajero, 223 págs.

Bilbao, 2017.


Le perdono, padre es una joya, llena de sinceridad, de humanidad y de esperanza. Nos adentra en el mundo íntimo de un hombre que un día fue un niño violado por un sacerdote durante cuatro años. Con razón el Papa Francisco ha querido promoverlo y prologarlo: “no a pesar de su crudeza, sino también en virtud de la misma, invitando al autor a ‘llamar a las cosas por su nombre’”.

Nada comprendemos nosotros, los lectores, del sufrimiento nacido de una violación si la leemos en la prensa resumida en un par de líneas. Podemos describir los hechos, el número de repeticiones, el nombre de los implicados, pero no comprendemos el sufrimiento. Este libro, sin embargo, es el testimonio de un hombre, llamado Daniel Pittet, quien con una inmensa generosidad y valentía nos permite adentrarnos en el itinerario interior que ha recorrido durante su vida.

Daniel fue a los nueve años de edad un niño ilusionado con la promesa de un sacerdote de mostrarle un pajarito que hablaba. Minutos más tarde, se encontró a sí mismo parado solo, en medio de la calle, percibiendo que su vida había sido transformada para siempre. Abrumado por los pensamientos que pasaban por su mente, no lograba comprender cómo su mundo íntimo había podido ser destruido en un pequeño instante. El abuso ha comenzado. Algo ha cambiado en ese niño y no tiene forma alguna de poner en palabras lo que acaba de vivir.

Escribir este libro puede haber sido para el autor una forma de ordenar la sucesión de hechos que componen su narrativa de vida. Para quien lo lee, sin embargo, es una forma de responder a un montón de interrogantes que razonablemente se hace quien nunca ha vivido algo así: ¿cómo es posible que un sacerdote, cuya vida ha sido consagrada a Cristo y a la Iglesia, pueda hacer tanto mal?, ¿cómo es posible que nadie lo haya notado?, ¿cómo es posible que ese niño no haya puesto resistencia?, ¿cómo es posible que se haya demorado tantos años en romper el silencio?, ¿cómo puede haber conservado la fe?

Este libro no es solo un testimonio, también es una poderosa herramienta a la hora de emprender caminos de acompañamiento, reparación y prevención, y es oportuno para ello el haber decidido integrar en las páginas finales el testimonio del victimario.

La historia de Daniel está compuesta por una serie de factores que se repiten en la mayoría de las historias de abuso. Por parte de la víctima, hay un niño débil, una familia fragilizada, una carencia. El depredador, por otra parte, es un hombre oculto en una figura revestida de confianza, idealizada a tal punto que no tiene contrapesos en nada. La sociedad, por su lado, está demasiado ocupada por las apariencias, y existen ciertos temas que no se pueden mencionar. Este es el escenario perfecto para el abuso: la soledad ha triunfado. Nadie nota nada, algo raro está sucediendo, este niño ya no es el mismo, pero sería imposible imaginarse lo que está pasando, es mejor ni pensar en lo peor. La víctima debe adaptarse para seguir viviendo, en silencio. La somatización es la primera forma de expresar el sufrimiento sin hacerlo público, pero acudir a un doctor por un problema de salud física resulta más sencillo que afrontar el problema de fondo.

Este libro no se trata solo de una vida marcada por un abuso; también es una vida marcada por encuentros salvíficos que han ayudado a Daniel a fortalecerse y a reconstruirse. Nos permite darnos cuenta de cómo la mano de Dios no abandona, y del rol sanador que tienen los hombres cuyas vidas se encuentran transformadas por el amor al prójimo y el compromiso sincero y activo por su bien.

La vida de Daniel es un testimonio radical de la libertad, él podría haber optado por echarse a morir por la violación, pero decidió vivir y darle un sentido a su existencia. El traumatismo deja marcas profundas que es imposible borrar, pero no impide vivir. Daniel decidió ser el sujeto de su vida, incluso después de sus traumáticas experiencias.

La fe de Daniel podría haberse apagado por un abuso, especialmente cuando el sufrimiento fue provocado por un miembro de la Iglesia. ¿Por qué Dios permitió tanto mal? Daniel conoció el lado misericordioso de la Iglesia y optó libremente por conservar su fe como un regalo que lo ha ayudado a mantenerse en pie.

El título del libro nos ayuda a comprender el sentido radical que le ha otorgado Daniel a su vida. Perdonar, para él, no ha sido una forma de disculpar y borrar lo sucedido, ha sido más bien una forma de optar por vivir y dejar que la violación sufrida deje de manejar su vida. El perdón, sin duda, no es exigible para nadie, es algo que se decide dar libremente y permite que quien lo da se defina más allá del daño. Al perdonar, Daniel dejó de ser solo una víctima, se costituyó como un hombre que vive en libertad.

Le perdono, padre, debe entenderse al pie de la letra. No siento ni respeto ni compasión por mi verdugo. Le perdoné. Hoy en día, soy libre.

En palabras del Papa, testimonios como el de Daniel

hacen caer el muro de silencio que ahogaba los escándalos y los sufrimientos, y proyectan la luz sobre una terrible zona de sombra en la vida de la Iglesia. Abren el camino a una justa reparación y a la gracia de la reconciliación, y ayudan asimismo a los pederastas a tomar conciencia de las terribles consecuencias de sus actos.


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