Enzo Bianchi 

Editorial Lumen 

Barcelona, 2018. 146 págs.


La actitud de Jesús de Nazaret hacia las mujeres marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Y es que como decía el filósofo agnóstico italiano Benedetto Croce, “el cristianismo ha sido la revolución más grande que la humanidad haya hecho jamás”. Es más, se podría decir que ninguno de los apasionados debates contemporáneos sobre los derechos de las mujeres se pueden entender sin este punto de inicio, el del acontecimiento cristiano. En este breve, ligero y polémico ensayo “Jesús y las mujeres” el prior italiano Enzo Bianchi (1943- ) analiza a través de los Evangelios la novedosa relación de Jesús con las mujeres, su papel en las comunidades cristianas y su proceso de involución en la práctica eclesial y cristiana respecto a los orígenes.

En el mundo antiguo, tanto occidental como oriental, la mujer como regla general no tenía relevancia religiosa, política ni social. Si acaso se veneraba y alababa su papel, siempre y cuando fuera sumisa al marido y se ciñera a las labores del hogar. Según Enzo Bianchi todo judío devoto recitaba y sigue recitando la bendición: “Bendito seas, Señor, porque no me has creado, pagano, ni me has hecho mujer ni ignorante”.

Es particularmente llamativo e incluso escandaloso que en este contexto de la Palestina del siglo I, un rabino como Jesús tuviera discípulas que le siguieran a todas partes. Pero sus gestos, sus palabras y su afecto hacia ellas van mucho más allá. En los Evangelios, especialmente en el de Juan, donde la personalidad de las figuras femeninas se despliega mucho más que en los otros evangelios y abundan los diálogos con Jesús, existen varios pasajes sorprendentes.

Quizá uno de los más llamativos sea el de la mujer adúltera a la que presentan ante Jesús para apedrearla según establecía la ley. El nazareno tras despedir a los acusadores la levanta del suelo y cara a cara, de igual a igual y mirándola con misericordia la acoge: “Yo tampoco te condeno; vete, y desde ahora no peques más” (Jn, 8-11). Es llamativo que Jesús tampoco “condena a esos injustos acusadores de la mujer, porque ellos también están entre esos pecadores que Jesús ha venido a llamar y salvar”. En esta escena del Evangelio se percibe una nueva manera de concebir la moralidad, totalmente opuesta al moralismo: todos los días existe la posibilidad de volver a empezar.

En el diálogo en el pozo con la samaritana, Jesús le pide agua a una mujer perteneciente a un pueblo enemigo de los judíos. En la conversación aparece la sed del corazón del hombre… siempre insaciable. Como decía el poeta español Jacint Verdaguer “el corazón del hombre es un mar, todo el universo no lo llenaría”. Jesús entonces se presenta a la mujer samaritana como verdadera agua que sacia el corazón y como el Mesías esperado por el pueblo de Israel: “Soy yo, el que está hablando contigo”. Esta fórmula: “Egó Eimi” (Soy yo) “es el Santo Nombre de Dios revelado a Moisés por la zarza ardiente en el Antiguo Testamento, el Nombre que los profetas proclamaban para anunciar su unicidad y eternidad”. Para Bianchi la samaritana pasa de ser “despreciada y marginada a ser testimonio del Salvador del mundo, primera apóstol de Samaria”.

No se puede olvidar la figura de María Magdalena, que llorando la desaparición del cuerpo de Jesús en el sepulcro, se convierte en la primera persona en ver a Jesús resucitado y la primera en anunciarlo a los apóstoles: “¡He visto al Señor!”. María Magdalena ostenta el título de “apóstol de los apóstoles” en el Occidente y el título de “isoapóstol” o “igual a los apóstoles” en Oriente.

En definitiva, la mujer vista hasta entonces como “tentadora y fácil de tentar”, condenada a un papel secundario en la vida social y religiosa justificado incluso en nombre de “la voluntad de Dios” se ve dignificada por la figura de Jesús de Nazaret, que “se humanó en forma de varón naciendo de mujer para que ningún sexo se creyera preterido por el Creador” como dice Agustín de Hipona. “La maternidad biológica no es un destino para las mujeres, ni lo es la paternidad para los hombres: lo decisivo es la relación con el Señor”, es decir ser discípulos asegura Bianchi. Decía Pablo de Tarso: “Ya no hay judío ni griego, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay varón ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esta es la gran revolución del cristianismo, sin embargo, aunque se habían derribado los grandes muros del mundo antiguo: raza, condición social y sexo, “la endoculturación del evangelio en el mundo helénico y la pesada herencia del judaísmo fariseo (...) prevalecieron de hecho sobre las palabras y la actitud de Jesús frente a las mujeres”.

Por ello asegura Enzo Bianchi “sería necesario que la Iglesia, las iglesias, sin miedo volvieran simplemente a inspirarse en las palabras y en la conducta de Jesús respecto a las mujeres, asumiendo los pensamientos, sentimientos y actitudes tan humanos y, al mismo tiempo, decisivos para conformar la comunidad cristiana y las relaciones entre hombres y mujeres, que son ya una sola cosa en Cristo Jesús”.


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