En este nuevo mes de la solidaridad invitamos a Nello Gargiulo, colaborador de Humanitas y promotor del pensamiento de la Economía Civil en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia, a conversar en torno a las grandes definiciones valóricas necesarias para enfrentar la crisis actual.

Como sabemos, el mes de la solidaridad nace desde el Congreso Nacional de Chile en 1994, con motivo de la beatificación del Padre Hurtado SJ, hoy san Alberto Hurtado, quien murió el 18 de agosto de 1952. Su objetivo de promover acciones solidarias con los más vulnerables se concreta en un número cada vez mayor de iniciativas y reflexiones sobre el tema. ¿Cómo entender en el nuevo contexto mundial el principio de la solidaridad y su validez en sociedades con tendencias tecnocráticas?

En primer lugar, vale la pena mencionar también que el día 31 de agosto se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad por decreto de la ONU. Se escogió esa fecha en homenaje a Lech Walesa, Premio Nobel de la paz, por haber conducido con el sindicato ‘Solidarnosc’ al pueblo polaco a la libertad, y se dedica a la Solidaridad como “uno de los valores humanos más importantes: por el cual ayudamos y colaboramos con aquellas personas desfavorecidas. Al igual que la amistad, ayudar al otro nos hace mejores personas y nos mantiene más unidos día a día”. Juan Pablo II en 1991 en la Encíclica Social Centesimus annus en el punto 23 hace una referencia directa al Sindicato Polaco, justamente porque en nombre de la Solidaridad comienzan las fisuras en el bloque del pacto de Varsovia que llevará a la caída de aquellos regímenes totalitarios.

Luego en Chile se establece este mes en conmemoración de san Alberto Hurtado. In solidum es el termino latino que significaba poderse apoyar en algo sólido, especialmente en situaciones que requería de esfuerzos comunes. La experiencia histórica de Chile es la de un país rico en episodios de reconstrucción gracias a la ayuda mutua, así es como ha podido levantarse tras tantas catástrofes naturales. Estos son ejemplos de las diferentes facetas de la dimensión de este principio cuando su aplicación se hace efectiva.

Con una mirada retrospectiva hacia el derecho privado romano, constatamos cómo los compromisos materiales en caso de necesidades tenían una vinculación entre los ciudadanos del Imperio al punto que se vislumbra el comienzo de una literatura también jurídica sobre el tema. En este sentido, países como Francia, España e Italia, entre otros, han seguido las huellas del derecho romano en sus ordenamientos jurídicos y han querido hacer referencias específicas a este principio.

El significado del término, con la evolución de las Ciencias Sociales entre los siglos XIX y XX, ha tenido una lectura profunda en la línea de la evolución civil de las sociedades, y en contraposición con el espíritu Darwiniano, el ejercicio de este principio ha sido impulsado como el camino para estimular comportamientos virtuosos en las relaciones sociales.

En las grandes encíclicas sociales, desde los orígenes hasta Juan Pablo II, la lectura misma de las Res Novaes (sobre los acontecimientos sociales del momento) se acompaña con la preocupación de otorgar al principio de la solidaridad elementos de cientificidad en su formulación y aplicación a la solución de problemas sociales.

La agenda político-social del país ha estado marcada, entre otros grandes temas, por el problema de las pensiones en una esfera, y las derivadas del cambio climático en otra. Son temas que tocan las relaciones y vínculos entre generaciones actuales y el futuro no muy lejano. ¿Cómo podemos profundizar la dimensión de solidaridad intergeneracional para mejor comprender los alcances de estos problemas?

Estamos descubriendo con más consciencia que somos parte de un universo frágil, y la perspectiva de sufrir enfermedad, y de la muerte que está provocando esta pandemia, nos facilita meditar con más frecuencia sobre el sentido de la existencia humana. Con esto también sentimos aflorar sentimientos que hablan claramente de que estamos hecho para la vida, y que es necesaria la real posibilidad de vivirla, para lo cual es imperioso mejorar los programas de jubilaciones y de atención sanitaria para los sectores más débiles, especialmente para la tercera edad, que está viviendo con dificultades mayores de las habituales.

Desde hace algunos años Chile ha ido logrado políticas efectivas para superar ampliamente la extrema pobreza, y hoy, con la expectativa de la vida humana más larga, debe implementar las políticas sociales esencialmente en el ámbito de jubilaciones y de sanidad, para asegurar que la etapa de otoño de la vida de muchas personas no signifique un castigo después de años de trabajo para la familia y la sociedad. Este sí que es un tema que requiere combinar factores de solidaridad y de corresponsabilidad en la línea de unir a los mecanismos de capitalización individual, recursos destinados a garantizar montos de jubilaciones adecuadas para, no solo superar la indigencia, si no también asegurar una vejez digna.

La palabra reparto tal vez resulta ser fría si no se acompaña con una mirada global de dignidad y justicia de interdependencia generacional. Con la experiencia que estamos viviendo, tal vez los caminos de solución puedan allanarse con más rapidez.

Con respecto al medio ambiente, la solidaridad nace en el momento que Dios pone al hombre en el centro de la Creación (Gen 1,26-31) confiándole el seguir desarrollándola y perfeccionándola hasta el cumplimento de “los cielos nuevos y las tierras nuevas” (Apoc 21). El golpe de timón a un preocupante cambio climático pasa por una conversión ecológica según el camino que nos indica el Papa Francisco en la carta encíclica Laudato si’.

Las grandes áreas con riesgo de ruptura de los equilibrios ecosistémicos coinciden también con las que tiene mayor degradación a nivel social y económico. Educar en la solidaridad intergeneracional con la mirada de la Casa Común, significa también recuperar el sentido de la Ciencia y de la Tecnología al servicio del desarrollo humano integral, y no solamente de los componentes materiales de la existencia humana, hoy fuertemente condicionados por una cultura del individualismo.

El Cántico de las Criaturas de San Francisco, leído y meditado, siempre abre la mente y el corazón hacia ánchelos de encuentro con la Creación como Obra y don de Dios con un destino universal.

El principio de la solidaridad se enlaza con el de subsidiariedad. ¿Cómo se relacionan con el fomento del emprendimiento y el fortalecimiento de la economía civil?

La Subsidiaridad es el principio que tiene mayor relación con los espacios de libertades individuales y colectivas para la creación y participación de todos los grupos sociales que actúan en una nación. El primer núcleo de agregación social es la familia. Luego están los grupos que se van formando con fines específicos: culturales, sociales deportivos.

El emprendimiento social, come suele llamarse, es el de las empresas ligadas a estos sectores que jurídicamente tienen en sus modelos de gestión rasgos diferentes a las empresas de mercado propiamente tales. Sin embargo, también es parte de su misión la eficacia en la solución de objetivos, y no debe separarse del uso adecuado de los recursos económicos cuando estos provienen del estado o del mundo privado.

El verdadero lucro de estos emprendimientos sociales coincide con la solución de los problemas que se propone. Esta trama de grupos (fundaciones, corporaciones, ONG, etc.) constituyen el tercer actor conocido también como sociedad civil. Si bien en la producción del PIB no es alto el porcentaje que aporta, sí hay sectores importantes de empleabilidad y más aún la cultura de un voluntariado que da muestra de su abnegación en momentos difíciles como el actual de la Pandemia.

Pensando en los debates que posiblemente se abren sobre el cambio constitucional. ¿Se le ocurren algunos caminos para compatibilizar y armonizar los principios de solidaridad y subsidiariedad en una definición jurídica que recoja la realidad de los tiempos que vivimos?

Solidaridad y subsidiaridad, como hemos visto, son dos principios que a lo largo de los años han tenido un gran desarrollo a nivel académica y experiencial en términos de igualdad y justicia, libertad y pluralismo. Cualquier camino que el pueblo de Chile escoge con el Plebiscito para reescribir, perfeccionar o cambiar aspectos de la actual Constitución debiese incluir en el debate, en primera instancia, cómo consensuar la esencia misma de estos principios (habrá varios otros) de los cuales se desprende la articulación y estructura de la Carta Constitucional que viene a ser el espejo para construir una nueva convivencia pacífica y asegurar el desarrollo y el bien común de los habitantes.

A partir de los mencionados principios debiese fundamentarse el camino de una nueva articulación del estado, del mercado y de la sociedad civil, como los tres grandes protagonistas de un Estado moderno y democrático. Para que un pacto social sea duradero y efectivo se hace necesario introducir en el debate aquel tercer principio olvidado de la Revolución Francesa: la fraternidad. Este vínculo o amalgama invisible, es el telón de fondo para que la solidaridad y la subsidiaridad sean efectivas en todas las vertientes del Estado; en el pluralismo de la sociedad civil y en la eficiencia y eficacia del mercado a nivel nacional y global. “La libertad y la igualdad se han ido desarrollando como verdaderas categorías políticas, algo que no sucedió con la tercera pata del trinomio: la fraternidad”, valen también para los políticos de hoy estas palabras que la carismática Chiara Lubich pronunció en el año 2004 invitada por el parlamento británico a presentar su experiencia en torno a la Unidad y la Fraternidad.

La travesía en esta noche oscura provocada por la pandemia se hace también súplica y oración frente al peligro de que sectores violentos estén actuando en contraposición al dialogo y al entendimiento.

¿Cree usted que la Iglesia, consagrados y laicos, tienen algún aporte concreto que hacer en estos temas? ¿Cuál podría ser?

La Iglesia vive, sufre y acompaña este camino doloroso que sin dudas se caracteriza también por una purificación propia, interna, y como en otras épocas también turbulentas de la historia, saldrá fortalecida en su misión, que como recordaba Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, la promoción del desarrollo humano y la justicia de los pueblos no son ajenos a la Evangelización.

La proclamación de la caridad y de la misericordia, que son las palabras supremas de la Iglesia, hoy más que nunca, como lo ha recordado en varias oportunidades el Papa Francisco, deben constituirse en testimonio vivo, hacer patente que Dios está presente en el mundo y en la historia. En este momento en que la vida activa tiene ritmos más acotados, los consagrados más que nunca podrán pensar, reflexionar y aprender también el lenguaje para encausar una lectura de esta pandemia y abrirse con mayor entusiasmo para “Dar gloria a Cristo, el Señor y estar siempre dispuestos a dar razones de su esperanza a todo el que pide explicaciones” (1Pedro 3,15)


Extracto de “Mi Sueño de Chile”, Card. Raúl Silva Henríquez, noviembre 1991

Me preguntan por el país que sueño o que deseo. Y debo decir que mi deseo es que en Chile el hombre y la mujer sean respetados. (…)

Quiero un país donde reine la solidaridad. Muchas veces ante las distintas catástrofes que el país ha debido enfrentar, se ha demostrado la generosidad y la nobleza de nuestro pueblo. No es necesario que los terremotos solamente vengan a unir a los chilenos. Creo que quienes poseen más riquezas deben apoyar y ayudar a quienes menos poseen. Creo que los más fuertes no pueden desentenderse de los más débiles. Y que los más sabios deben responsabilizarse de los que permanecen en la ignorancia. La solidaridad es un imperativo urgente para nosotros. Chile debe desterrar los egoísmos y ambiciones para convertirse en una patria solidaria. (…)


 Foto de portada: “Hoy se deben implementar las políticas sociales esencialmente en el ámbito de jubilaciones y de sanidad, para asegurar que la etapa de otoño de la vida de muchas personas no signifique un castigo después de años de trabajo para la familia y la sociedad”. © Angélica Mendoza

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