Jesús varias veces, y sobre todo en su despedida de los apóstoles, habla del mundo (cfr. Jn 15,18-21). Y aquí dice: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros» (v. 18). Claramente habla del odio que el mundo tuvo con Jesús y tendrá con nosotros. Y en la oración que hace en la mesa con los discípulos en la Cena, pide al Padre que no los saque del mundo, sino que los defienda del espíritu del mundo (cfr. Jn 17,15).

Creo que podemos preguntarnos: ¿cuál es el espíritu del mundo? ¿Qué es esa mundanidad, capaz de odiar, de destruir a Jesús y a sus discípulos, incluso de corromperlos y de corromper a la Iglesia? Nos vendrá bien pensar cómo es el espíritu del mundo, qué es. La mundanidad es una propuesta de vida. Algunos piensan que mundanidad es celebrar, vivir de fiesta en fiesta… no, no. Mundanidad puede ser eso, pero no es eso fundamentalmente. La mundanidad es una cultura, una cultura de lo efímero, una cultura del aparentar, del maquillaje, una cultura “del hoy sí, mañana no; mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, todo lo regatea. Esa es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Y Jesús insiste en defendernos de esto y reza para que el Padre nos defienda de esa cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según lo que convenga. Una cultura sin fidelidad. Es un modo de vivir, un modo de vivir también de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos pero son mundanos.

Jesús, en la parábola de la semilla que cae en tierra, dice que las preocupaciones del mundo –es decir, la mundanidad– asfixian la Palabra de Dios, no la dejan crecer (cfr. Lc 8,7). Y Pablo a los Gálatas dice: “Erais esclavos del mundo, de la mundanidad” (cfr. Gal 4,3). A mi siempre, siempre, me impresiona cuando leo las últimas páginas del libro del padre de Lubac, sobre las meditaciones de la Iglesia (cfr. Henri De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Madrid 2008), las últimas tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que es el peor de los males que puede pasarle a la Iglesia; y no exagera, porque luego dice algunos males que son terribles. Y este es el peor: la mundanidad espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es un modo de vivir; incluso un modo de vivir el cristianismo. Y para sobrevivir a la predicación del Evangelio, odia y mata. Cuando se habla de los mártires que han muerto por odio a la fe… Sí, ciertamente para algunos fue odio por problemas teológicos; pero no la mayoría. La mayoría fue por la mundanidad que odia la fe y mata, como hizo con Jesús.

Es curioso: la mundanidad… Alguno puede decirme: “Pero padre, eso es una superficialidad de vida, no nos engañemos”. La mundanidad no es nada de superficial. Tiene raíces profundas. Es camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso en la Iglesia. La mundanidad, la hermenéutica mundana, el maquillaje, todo se disimula para ser así.

El Apóstol Pablo fue a Atenas y quedó impresionado cuando vio en el areópago tantos monumentos a los dioses. Y pensó hablar de eso: “Sois un pueblo religioso, lo veo… Me llama la atención aquel altar al ‘dios desconocido’. A ese lo conozco yo y vengo a deciros quién es”. Y empezó a predicar el Evangelio. Pero cuando llegó a la cruz y a la resurrección se escandalizaron y se fueron (cfr. Hch 17,22-33). Hay una cosa que no tolera la mundanidad: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu de mundanidad es Cristo muerto y resucitado por nosotros, escándalo y necedad (cfr. 1Cor 1,23).

Por eso, cuando el Apóstol Juan trata el tema del mundo dice: «es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1Jn 5,4). La única: la fe en Jesucristo, muerto y resucitado. Y eso no significa ser fanáticos. No significa dejar de dialogar con todas las personas, no: pero con la convicción de la fe, desde el escándalo de la Cruz, desde la necedad de Cristo y también desde la victoria de Cristo. “Esta es nuestra victoria”, dice Juan, “nuestra fe”.

Pidamos al Espíritu Santo en estos últimos días, también en el novenario al Espíritu Santo, en los últimos días del tiempo pascual, la gracia de discernir qué es mundanidad y qué es Evangelio y no dejarnos engañar, porque el mundo nos odia, el mundo odió a Jesús, y Jesús rezó para que el Padre nos defendiese del espíritu del mundo (cfr. Jn 17,15).


Fuente: Almudi.org

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