En la primera Lectura (Ex 32,7-14) está la escena del motín del pueblo. Moisés se fue al monte para recibir la Ley: Dios se la dio a él, en piedra, escrita por su dedo. Pero el pueblo se aburrió e se reunió alrededor de Aarón y dijo: “Pero este Moisés, ya hace tiempo que no sabemos dónde está, adónde ha ido y estamos sin guía. Haznos un dios que nos ayude a seguir adelante”. Y Aarón, que después será sacerdote de Dios, pero ahí fue sacerdote de la estupidez, de los ídolos, dijo: “Venga, dadme todo el oro y la plata que tengáis”, y le dieron todo e hicieron el becerro de oro.

En el Salmo (Sal 105) hemos oído el lamento de Dios: «En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba». Y aquí, en este momento, cuando comienza la Lectura: «El Señor dijo a Moisés: “Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”». ¡Una auténtica apostasía! Del Dios vivo a la idolatría. No tuvieron paciencia de esperar que volviese Moisés: querían novedades, querían algo, un espectáculo litúrgico, lo que sea…

Sobre esto querría decir algunas cosas. En primer lugar, esa nostalgia idolátrica del pueblo: en este caso, pensaba en los ídolos de Egipto, pero la nostalgia de volver a los ídolos, volver a peor, no saber esperar al Dios vivo. Esa nostalgia es una enfermedad, también nuestra. Se empieza a caminar con el entusiasmo de ser libres, pero luego vienen las quejas: “Sí, este es un momento duro, el desierto, tengo sed, quiero agua, quiero carne…, y en Egipto comíamos cebollas, cosas buenas y aquí no hay…”. Siempre la idolatría es selectiva: te hace pensar en las cosas buenas que te da pero no te deja ver las cosas mañas. En este caso, pensaban cómo estaban a la mesa, con esas comidas tan buenas que les gustaba tanto, pero olvidaban que aquella era la mesa de la esclavitud. La idolatría es selectiva.

Además, otra cosa: la idolatría te hace perderlo todo. Aarón, para hacer el becerro, les pide: “Dadme oro y plata”: pero era el oro y la plata que el Señor les había dado, cuando les dijo: “Pedid a los egipcios oro prestado”, y luego se lo llevaron. Es un don del Señor y con el don del Señor hacen el ídolo. Y eso es feísimo. Pero este mecanismo nos pasa también a nosotros: cuando tenemos actitudes que nos llevan a la idolatría, estamos apegados a cosas que nos alejan de Dios, porque hacemos otro dios y lo hacemos con los dones que el Señor nos ha dado. Con la inteligencia, con la voluntad, con el amor, con el corazón…, son los dones propios del Señor que usamos para hacer idolatría.

Sí, alguno puede decirme: “Pero yo en casa no tengo ídolos. Tengo el crucifijo, la imagen de la Virgen, que no son ídolos…” –¡No, no: en tu corazón! Y la pregunta que hoy debemos hacernos es: ¿cuál es el ídolo que tienes en tu corazón, en mi corazón? Esa salida escondida donde me siento bien, que me aleja del Dios vivo. Y también tenemos una actitud, con la idolatría, muy astuta: sabemos esconder los ídolos, como hizo Raquel cuando huyó de su padre y los escondió en la silla del camello y entre sus vestidos. También nosotros, entre nuestros vestidos del corazón, tenemos escondidos tantos ídolos.

La pregunta que quería hacer hoy es: ¿cuál es mi ídolo? Ese ídolo de la mundanidad, y la idolatría llega incluso a la piedad, porque estos querían el becerro de oro no para hacer un circo: no. Para hacer adoración: “se postraron ante él”. La idolatría te lleva a una religiosidad equivocada, es más, tantas veces la mundanidad, que es una idolatría, te hace cambiar la celebración de un sacramento en una fiesta mundana. Un ejemplo: no sé, pienso, pensemos, no sé, imaginemos en la celebración de una boda. No sabes si es un sacramento donde de verdad los novios dan todo y se aman ante Dios y prometen ser fieles ante Dios y reciben la gracia de Dios, o si es un pase de modelos, por como van vestidos unos y otros… ¡La mundanidad! Es una idolatría. Es solo un ejemplo. Porque la idolatría no se detiene: va siempre adelante.

Hoy la pregunta que quería haceros a todos, a todos: ¿cuáles son mis ídolos? Cada uno tiene los suyos. ¿Cuáles son mis ídolos? ¿Dónde los escondo? Y que el Señor no nos encuentre, al final de la vida, y diga de cada uno de nosotros: “Te has pervertido. Te has alejado de la vía que yo había indicado. Te has postrado ante un ídolo”. Pidamos al Señor la gracia de conocer nuestros ídolos. Y si no podemos expulsarlos, al menos mantenerlos en un rincón.


Fuente: Almudi.org

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