Volver a especial 30 años visita de San Juan Pablo II a Chile


Otoño 1997

Santo Padre, aquí está su casa

Cuando disponemos de poco espacio para analizar algo, es mejor expresarlo a través de un ejemplo, de un símbolo, de una imagen que concentre la esencia de lo que queremos transmitir. Aunque todavía nos parece ayer, hoy se cumplen diez años desde que Juan Pablo II, "Mensajero de la Vida, Peregrino de la Paz", pisó suelo chi­leno, y recorrió nuestro país dejando una huella indeleble.

En el marco de las actividades oficiales, el 3 de abril de 1987 el Papa llegó hasta la Casa Central de la Universidad Católica para tener un encuentro con los representan­tes del "Mundo de la Cultura y Constructores de la Sociedad". Los cientos de perso­nas que repletaban el patio central que hoy lleva su nombre, se encontraron con un Santo Padre que lejos de quedarse en el agradecimiento sincero por la labor realiza­da, nos interpelaba con una urgente solicitud: "Se hace necesario un proceso de re­flexión, que desemboque en una renovada difusión y defensa de los valores funda­mentales del hombre". ¡Cuán actuales suenan estas palabras!

En la década del sesenta se sostuvo que para que una universidad fuera católica, bastaba con que fuera una buena universidad. Craso error. Hoy día reconocemos que el título de católica no es un adjetivo, o un mero acompañante. La catolicidad de nuestra universidad es consustancial a su esencia misma. No es algo opcional o pres­cindible; es absolutamente irrenunciable, ya que determina su misma razón de ser. El Sumo Pontífice ha señalado que las universidades católicas, como todas las otras universidades, son comunidades dedicadas al estudio del saber humano, en sus dis­tintas ramas, y su misión cultural la realizan fundamentalmente a través de la inves­tigación y la docencia. Sin embargo, "una Universidad Católica, en cuanto católica, inspira y realiza su investigación, la enseñanza y todas las demás actividades según los ideales, principios y actitudes católicas". La catolicidad debe atravesar transversalmente toda la actividad universitaria, "la enseñanza y la disciplina católi­ca debe influir sobre todas las actividades de la Universidad ( ... )"• De esta manera, la vida universitaria, impregnada de esta vertiente sobrenatural, debe caracterizarse, como lo definió en esa oportunidad el Santo Padre, por "calidad, competencia cientí­fica y profesional, investigación de la verdad al servicio de todos, formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico y una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores sociales y religiosos".

En su mensaje, el Papa, con palabras francas y plenas de amor paternal, nos recorda­ba que la Iglesia tenía cifradas sus esperanzas en este mundo de la cultura, en los constructores de la sociedad del futuro. Pero no de cualquier sociedad. Un mundo ins­pirado en valores permanentes; una cultura del ser y del actuar, más que del tener; una sociedad que ensanche y consolide una corriente de solidaridad que contribuya al bien común. La tarea confiada a las universidades católicas es de extrema impor­tancia. No hay lugar para la duda, o la cobardía. Debemos acometerla sin subterfu­gios ni pretextos, ya que la búsqueda de la verdad, de la Verdad, no admite transar con la cómoda mentira ni con la apatía estéril. Una visión cristiana del ser humano y de la vida no puede tolerar la degradación del hombre por el hombre. Una sociedad cristiana al servicio de todos los hombres no considera excepciones. 

Nuestra Universidad se ha comprometido en la labor de evangelizar la cultura, fun­dada en el mandato de "Id y enseñad a todas las gentes". Tan íntima vinculación da cuenta de la fidelidad activa y diligente al magisterio de sus pastores, y en particular al del Romano Pontífice, y la transforma en un instrumento más de la Iglesia para el mejor cumplimiento de su misión en esta tierra.

Esta casa de estudios no sólo es católica, sino también pontificia. No siempre fue así, sino que requirió un gran esfuerzo sostenido por años en pos de estrechar cada vez más las relaciones con Roma. Monseñor Carlos Casanueva, a la sazón rector, declara­ba que "el día más grande y glorioso para nuestra Universidad será aquel en que erigidas canónicamente sus más altas facultades, las de teología y filosofía, venga a ser plenamente Pontificia ( ... ), mientras tanto, para nuestra adhesión plenísima de entendimiento, voluntad y corazón con el Papa, son el lazo sagrado e inquebrantable que nos liga con ella". Fruto de este trabajo, en 1930 adquirió el vínculo jurídico con el cuerpo de la Iglesia y la Santa Sede. De este modo nuestra Universidad quedó do­blemente ligada al evento de Jesucristo. Por una parte, por el solo hecho de ser católica participa de la obra misionera y salvífica de su Iglesia. Sin embargo, su carácter pontificio recuerda la fidelidad activa al magisterio del Romano Pontífice, Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro.

Entonces, ¿cómo dudar respecto a la misión propia de esta, nuestra Pontificia Uni­versidad Católica de Chile? "El servicio universitario del bien común se realiza pri­mordialmente en la búsqueda de la verdad a través del cultivo del saber y de la educación. Su objetivo es hacer un aporte válido para el ordenamiento de este mundo, a la luz de la Revelación cristiana y mediante los logros del progreso de la ciencia, de modo que la sociedad avance hacia una forma de convivencia más en consonancia con el destino final del hombre y respetuosa de su dignidad de Hijo de Dios".

Desde esta perspectiva, una pontificia universidad católica es, entonces, un lugar pri­vilegiado, el punto de encuentro por excelencia entre Fe y Ciencia, donde en fructífero diálogo se realiza la síntesis cultural que permite una comprensión más plena y profunda de la verdad. Pero esto sólo puede suceder en la medida en que ella se convierta en la casa de Cristo, cuando su actividad sea inundada por el resplandor de la Verdad, enriqueciendo la labor específica, propiamente universitaria. En su visita apostólica, Juan Pablo II nos exhortaba a mantener para el éxito de nuestra tarea al­gunos principios fundamentales: "la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento pueda enriquecerla y el dis­cernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad".

Desgraciadamente, a diez años de esta solicitud, todavía nos queda largo camino por recorrer. Muchas veces pareciera que se nos olvida nuestro eje, y la catolicidad de nuestra Universidad deja de ser algo sustantivo, para convertirse en algo accesorio. Deja de ser imprescindible, y pasa sólo a ser deseable. Y como imagen más elocuente se hace difícil afirmar que esta sea la casa de Cristo. Puede sonar duro, pero creo necesario hacer eco a las palabras del Papa, nuestro padre.

Abramos las puertas, dejemos que el espíritu vuelva a habitar en nuestra casa. De nada sirve el cuerpo si el alma ha muerto. ¡Cómo quisiéramos sentir más cerca la presencia del Vicario de Cristo, aunque fuera a través de una carta cada año! ¡Cómo nos gustaría ver más y mejores cursos de formación fundamental, moral y teológica! ¡Cuánto nos alegraría poder decir orgullosos: Santo Padre, aquí está su casa!



Thomas Leisewitz Velasco
Presidente FEUC 1997

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