A las 20:12 —cincuenta y cuatro minutos después de la aparición de una espesa «fumata» blanca a las 19:06— el Cardenal Protodiácono, Jean-Louis Tauran, dio el anuncio a las gentes desde la «loggia» o balcón de la Bendición de la basílica vaticana, con estas palabras:

ANNUNTIO VOBIS GAUDIUM MAGNUM,

HABEMUS PAPAM:

Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium, Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum


BENDICIÓN APOSTÓLICA URBI ET ORBI

Hermanos y hermanas, buenas tardes.

Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo..., pero aquí estamos. Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su Obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro Obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja.

(Padre nuestro. Ave María. Gloria al Padre).

Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Deseo que este camino de Iglesia, que hoy comenzamos y en el cual me ayudará mi Cardenal Vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa. Y ahora quisiera dar la Bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes que el Obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para que el Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la Bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí....

Ahora daré la Bendición a vosotros y a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Hermanos y hermanas, os dejo. Muchas gracias por vuestra acogida. Rezad por mí y hasta pronto. Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma. Buenas noches y que descanséis.


“Caminar, construir, confesar, siempre con la cruz de Cristo”

Palabras del Santo Padre Francisco en la Santa Misa Pro Ecclesia con los 114 cardenales electores y los conclavistas, celebrada el 14 de marzo a las 17:00 en la Capilla Sixtina.

La primera lectura ha sido el cántico del profeta Isaías que comienza con las palabras “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor” y prosigue con las célebres frases: “Será el árbitro de las naciones, el juez de los pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”. Después, se ha leído la primera Carta de San Pedro dedicada al sacerdocio común de los fieles que dice: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo” y exhorta a ser “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz”. El Evangelio ha sido el relato que de la Confesión de Pedro hace San Mateo, cuando Cristo pregunta a los discípulos: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo? y a la respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Jesús contesta: “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

En su primera homilía como Papa y hablando en italiano, sin leer ningún texto, Francisco ha observado que las tres lecturas tienen algo en común: “el movimiento. En la primera de ellas, el movimiento es camino; en la segunda el movimiento está en la construcción de la Iglesia; en el Evangelio, el movimiento está en la confesión. Caminar, construir, confesar”.

El Pontífice ha recordado que lo primero que Dios dijo a Abraham fue: “Camina en mi presencia y sé perfecto. Nuestra vida es un camino. Cuando nos detenemos, hay algo que no funciona. Caminar, siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con la perfección que Dios pide a Abraham”.

Construir —ha dicho—, Edificar la Iglesia; se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero son piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el Señor mismo”.

Confesar.... Podemos caminar cuanto queramos, podemos construir tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, no vale. Nos convertiríamos en una ONG filantrópica, pero no seríamos la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no andamos, nos detenemos... retrocedemos. Cuando no se construye sobre las piedras, ¿qué pasa? Nos pasa lo mismo que a los niños cuando hacen castillos de arena en la playa: terminan cayéndose porque no tienen consistencia”. Y, citando a León Bloy, el Santo Padre ha afirmado: “El que no reza al Señor, reza al diablo”, porque “cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del demonio”.

Caminar, edificar, construir, confesar. Pero no es tan fácil, porque cuando se camina, se construye, se confiesa, a veces hay sacudidas, hay tirones, que no son movimientos propios del camino porque nos hacen retroceder”.

En el Evangelio, ha proseguido el Papa, “incluso Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo. Yo te sigo, pero no hablemos de la Cruz. Es algo que no tiene nada que ver... Te sigo, sin la Cruz”. Pero “cuando caminamos sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la Cruz... no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.

“Y yo quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor; sí, el valor, de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor, de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor que se derramó en la Cruz; y de confesar la única gloria: a Cristo crucificado. Y así, la Iglesia irá hacia delante. Deseo para todos nosotros que el Espíritu Santo y la oración de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo”.


“Como el buen vino, que mejora con los años, nosotros ancianos, demos a los jóvenes la sabiduría de la vida”

Encuentro del Santo Padre Francisco con todos los miembros del Sacro Colegio, electores y no electores, en la Sala Clementina.

“Valor, hermanos: Probablemente la mitad de nosotros está en la vejez. Y la vejez, se dice, es la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría que les da el haber caminado mucho. Como los ancianos Simeón y Ana en el templo cuya sabiduría les hizo reconocer a Jesús. Demos esta sabiduría a los jóvenes: como el buen vino, que con los años se vuelve todavía mejor, demos a los jóvenes la sabiduría de la vida”.

Así habló el Papa Francisco a los cardenales en su primer encuentro con todos los miembros del Sacro Colegio, electores y no electores, en la Sala Clementina. El pontífice improvisó varias veces durante su discurso, como cuando ha informado a los purpurados de que uno de ellos, el cardenal Jorge Mejía, había tenido un infarto y estaba ingresado en una clínica romana. “Su salud es estable —ha dicho— y manda saludos para todos”.

El Papa había escuchado antes las palabras de saludo, en nombre de todos los miembros del Colegio cardenalicio, del Decano, Angelo Sodano: “Demos gracias a Dios Nuestro Señor. Es la invitación litúrgica que nosotros, los Padres Cardenales, nos dirigimos recíprocamente, entre los “seniores” y los “juniores”, para agradecer al Señor el don que ha hecho a su Santa Iglesia dándole un nuevo Pastor... Sepa, Santo Padre, que todos nosotros, sus cardenales, estamos a su entera disposición buscando formar con Usted el Cenáculo Apostólico de la Iglesia naciente, el cenáculo de Pentecostés. Procuraremos mantener ‘la mente abierta y el corazón creyente’ como Usted ha escrito en su Libro de Meditaciones."

En su discurso, el Papa Francisco ha afirmado que el encuentro quería ser “casi una prolongación de la intensa comunión eclesial”, experimentada durante el Cónclave. “Animados por un profundo sentido de responsabilidad y alentados por un gran amor por Cristo y por su Iglesia —ha recordado— hemos rezado juntos, compartiendo fraternalmente nuestros sentimientos, nuestras experiencias y reflexiones. En este clima de gran cordialidad han crecido el conocimiento y la apertura mutuas”. Y, de nuevo improvisando, ha añadido que esos sentimientos eran “buenos porque somos hermanos. Algunos me han dicho que los cardenales son los sacerdotes del Santo Padre y yo creo que la cercanía y la amistad nos sentarán bien a todos“. “Precisamente la cercanía y la apertura nos han facilitado la docilidad a la acción del Espíritu Santo, el Paráclito, el protagonista supremo de toda iniciativa y manifestación de fe”. Y de nuevo, dejando los papeles del discurso, ha añadido: “Es curioso: yo pienso que el Paráclito da todas las diferencias en las Iglesias y parece como si fuera un apóstol de Babel. Pero, por otra parte, es eso lo que forma la unidad de estas diferencias no en la homogeneidad, sino en la armonía. Me acuerdo de un Padre de la Iglesia que lo definía así: “Ipse harmonia est”. Este Paráclito que nos da, a cada uno, carismas diversos, nos une en esta comunidad de Iglesia que adora al Padre, al Hijo y a él, al Espíritu Santo”.

El Santo Padre recordó el período del Cónclave, “lleno de significado no solo para el Colegio Cardenalicio, sino para todos los fieles. En estos días hemos sentido muy de cerca el afecto y la solidaridad de la Iglesia universal y también el interés de tantas personas que, incluso sin compartir nuestra fe, miran con respeto y admiración a la Santa Sede”. Asimismo expresó su agradecimiento a todos los cardenales por su cooperación en la guía de la Iglesia durante la Sede Vacante, desde el cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, al Camarlengo, cardenal Tarcisio Bertone, y al cardenal Giovanni Battista Re, “que ha sido —ha dicho el Papa— nuestro jefe en el Cónclave”.

“Pienso con profundo afecto y con gratitud en mi venerado predecesor, Benedicto XVI, que en estos años de pontificado ha enriquecido y vigorizado a la Iglesia con su magisterio, su bondad, su guía, su fe, su humildad y su mansedumbre que permanecen como patrimonio espiritual para todos”. Y ha señalado que “como tantas veces, con sus enseñanzas y, por último, con su gesto valeroso y humilde, nos ha recordado Benedicto XVI, es Cristo el que guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, con su fuerza que vivifica y une hace un solo cuerpo de muchos: el Cuerpo místico de Cristo”.

“No cedamos nunca al pesimismo, a la amargura que el diablo nos propone cada día —exclamó—, no cedamos al desaliento. Tenemos la firme certeza de que el Espíritu Santo da a la Iglesia, con su hálito potente, el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra. La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde al deseo profundo de la existencia humana anunciando de forma convincente que Cristo es el único Salvador de toda la persona y de todos los seres humanos. Este anuncio es tan válido hoy como lo fue al principio del cristianismo, cuando tuvo lugar la gran expansión misionera del Evangelio”.

“Ahora volveréis a vuestras sedes para continuar con vuestro ministerio enriquecidos por la experiencia de estos días, tan cargados de fe y de comunión eclesial. Esa experiencia, única e incomparable, nos ha permitido comprender en profundidad la belleza de la realidad eclesial, que es un reflejo del esplendor de Cristo resucitado: Un día miraremos el hermoso rostro de Cristo resucitado”.


Apartes del discurso del Santo Padre ante la prensamundial Comunicar Verdad, Bondad y Belleza

“Vaya un agradecimiento especial a quienes han sido capaces de observar y presentar estos eventos de la historia de la Iglesia, teniendo en cuenta la perspectiva más justa en la cual deben ser leídos, en aquella de la fe. Los acontecimientos de la historia casi siempre exigen una lectura compleja, que a veces también puede incluir la dimensión de la fe. ¡Los acontecimientos eclesiales no son ciertamente más complicados que los políticos o económicos! Ellos, sin embargo, tienen unas características de fondo particulares: responden a una lógica que no es principalmente aquella de las categorías, por así decirlo, mundanas, y es por esta razón que no es fácil interpretarlas y comunicarlas a un público amplio y variado. La Iglesia, de hecho, al ser sin duda también una institución humana, histórica, con todo lo que conlleva, no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el Pueblo de Dios, el Santo Pueblo de Dios, que camina hacia el encuentro con Jesucristo. Solo poniéndose en esta perspectiva, se puede tener plenamente sentido sobre cómo actúa la Iglesia católica.

Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: entre estos, uno viene elegido para servir como su Vicario, Sucesor del Apóstol Pedro, pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: es Cristo. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían ni tendrían razón de ser. Como ha dicho en varias ocasiones Benedicto XVI, Cristo está presente y conduce a su Iglesia. En todo lo que sucede, el protagonista es, en última instancia, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia; Él ha dirigido en la oración y en la elección a los cardenales.

Es importante, queridos amigos, tomar en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para centrarse en el corazón de los acontecimientos de estos días. De aquí nace un renovado y sincero agradecimiento por los esfuerzos de estos días particularmente difíciles, pero también una invitación a conocer más y más la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su camino en el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motivaciones espirituales que la guían y que son los más auténticos para entenderla.

Tengan la seguridad de que la Iglesia, por su parte, reserva una gran atención a su valioso trabajo; ustedes tienen la capacidad de recoger y expresar las expectativas y las exigencias de nuestro tiempo, de proporcionar los elementos para una lectura de la realidad. Su trabajo requiere estudio, sensibilidad, experiencia, al igual que muchas otras profesiones, pero implica una especial atención de frente a la verdad, a la bondad y a la belleza; y esto nos hace especialmente cercanos, porque la Iglesia existe para comunicar justamente esto: la Verdad, la Bondad y la Belleza «en persona».

Debe verse claramente que estamos todos llamados, no a comunicarnos a nosotros mismos, sino esta tríada existencial que conforman la verdad, la bondad y la belleza”.


«Si Dios no perdonase todo, el mundo no existiría»

Palabras del Papa Francisco a las cerca de 200.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro para el rezo del primer Ángelus.

“Hermanos y hermanas, buenos días. ¡Después de la primera reunión del miércoles pasado, hoy de nuevo puedo saludar a todos! ¡Y estoy feliz de hacerlo en domingo, en el día del Señor! Esto es hermoso e importante para nosotros, cristianos, reunirnos el domingo, saludarnos, hablarnos como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que, gracias a los medios de comunicación, tiene la dimensión del mundo. En este quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera, a la que Jesús salvó de la condena a muerte. Nos conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión. «Tampoco yo te condeno. ¡Vete y ya no vuelvas a pecar!» ¡Oh, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia! ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor».

Luego continuó: “En estos días, he podido leer un libro de un cardenal —el Cardenal Kasper, un teólogo muy competente, ¿eh?, un buen teólogo— sobre la misericordia. Y me ha hecho mucho bien ese libro, pero no penséis que hago publicidad a los libros de mis cardenales, ¿eh? No es así, pero me ha hecho tanto bien, tanto bien... El cardenal Kasper decía que sentir misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos oír: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo. Necesitamos entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso, que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías, que afirma que aunque nuestros pecados fuesen color rojo escarlata, el amor de Dios los convertirá en blancos como la nieve”.

A continuación comentó: “¡Es hermoso, lo de la misericordia! Recuerdo, cuando apenas era obispo, en 1992, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se hizo una gran misa para los enfermos. Fui a confesar, a aquella misa. Y casi al final de la misa me levanté porque tenía que administrar una confirmación. Vino hacia mí una mujer anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: «Abuela —porque allí llamamos así a los ancianos—abuela, ¿se quiere confesar?» «Sí», me dijo. «Pero si usted no ha pecado...» Y ella me dijo: «Todos tenemos pecados»... «Pero el Señor ¿no la perdona?» «El Señor perdona todo», me dijo, segura. «Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora?». «Si el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría».

Me entraron ganas de preguntarle: «Dígame, señora, usted ha estudiado en la Universidad Gregoriana?», porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: sabiduría interior de la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: ¡Dios nunca se cansa de perdonarnos, nunca!”. El Papa, poniéndose en el lugar del sacerdote, ha improvisado un diálogo: «Entonces, padre, ¿cuál es el problema?». «Bueno, el problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón! Pero Él nunca se cansa de perdonar; somos nosotros los que , a veces, nos cansamos de pedir perdón. Y no tenemos que cansarnos nunca, nunca. Él es el Padre amoroso que perdona siempre y cuyo corazón está lleno de misericordia para todos nosotros. Tenemos que aprender a ser más misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ha tenido en sus brazos a la Misericordia de Dios hecho hombre».


Inicio del ministerio petrino del obispo de Roma

Santa misa, imposición del palio y entrega del anillo del pescador

Homilía del Santo Padre Francisco en Plaza de San Pedro el martes 19 de marzo de 2013. Solemnidad de San José

Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amén.


Miles de fieles en la misa de inicio del pontificado de Francisco

Aproximadamente 200.000 fieles participaron en la misa de inicio del pontificado del Papa Francisco

La ceremonia de ‘inicio del ministerio del obispo de Roma’ comenzó a los pies de la tumba del apóstol San Pedro, debajo del altar central de la basílica. Allí el Papa Francisco bajó acompañado por los patriarcas y jefes de las iglesias orientales católicas, cuatro de los cuales cardenales, quienes tomaron los símbolos que el pontífice recibió durante la misa: el anillo del Pescador y el palio y el evangeliario, y se dirigieron hacia el exterior de la basílica mientras el coro entonaba las letanías Laudes Reges que piden la ayuda de los tantos papas santos. El cortejo salió a una plaza en donde la multitud los esperaba con gran entusiasmo, agitando cientos de banderas, muchas de países latinoamericanos y del país de origen del Papa Bergoglio.

El cardenal protodiácono, Jean Louis Tauran, el mismo que anunció el habemus papam, le dio al Santo Padre el palio, la vestimenta de lana blanca con cruces rojas, el mismo que usaba Benedicto XVI. El anillo del Pescador, de plata dorada, se lo entregó el cardenal decano, Angelo Sodano.

Y seis cardenales pronunciaron el “Tu es Petrus”, mientras se inclinaban ante el Papa en acto de obediencia en nombre del Colegio de Cardenales.

A partir de ese momento, concluidos los ritos de inicio del pontificado, el Papa Francisco celebró la misa, en honor a san José, el santo que se festeja este 19 de marzo.

Concelebraron todos los cardenales que están en Roma, los patriarcas y arzobispos orientales no cardenales, el secretario del Colegio de Cardenales y los generales religiosos: el de los franciscanos menores, Padre José Rodríguez Carballo —que es el presidente de la Unión de los Generales—, y el de los jesuitas, Padre Adolfo Nicolás Pachón, que es el vicepresidente.

Unos 500 sacerdotes distribuyeron la comunión entre los miles de fieles. El Papa bendice y le pide a la multitud: “Recen por mí”.

Las principales delegaciones presentes fueron:

Por parte de las Iglesias y denominaciones cristianas: 33 delegaciones (14 orientales, 10 occidentales, tres organizaciones cristianas, y otros).

Hay que señalar la presencia del patriarca ecuménico Bartolomé I; Catholikos armenio Karekin II de Etchmiadzin; del Metropolitano Hilarión del Patriarcado de Moscú; muchos Metropolitanos; el Arzobispo anglicano de York, John Tucker Mugabi Sentamu; el Secretario del Consejo Mundial de Iglesias, Fykse Tveit, etc.

Muy importante la delegación judía (16 miembros. Representantes de la Comunidad Judía de Roma; Comités judíos internacionales; el Gran Rabinato de Israel, World Jewish Council, Anti-Defamation League). También hay delegaciones musulmanas, budistas, sikh y jainistas.

Participaron también las delegaciones procedentes de 132 países.

Hubo seis soberanos reinantes (Bélgica, Mónaco). 31 Jefes de Estado o de Organizaciones Internacionales (Austria, Brasil, Chile, México, Canadá, Polonia, Portugal, Unión Europea), tres Príncipes herederos (España, Holanda, Bahrein), 11 Jefes de Gobierno (Alemania, Francia, el vicepresidente de Estados Unidos) y también hay delegaciones encabezadas por primeras damas, vicepresidentes, vice-primeros ministros, presidentes del Parlamento, ministros, embajadores, otros dignatarios.


Guzmán Carriquiry

Un iberoamericanista habla del primer Papa latinoamericano

Firmeza y ternura. Quien conoce bien al Papa Francisco describe con estas dos palabras su carácter, que lo guiará en su ministerio también en las difíciles situaciones de gobierno que pronto tendrá que asumir para la reorganización de la Curia romana. “Será ciertamente muy libre e independiente en sus decisiones, pero tampoco actuará de manera traumática”, explica el prof. Guzmán Carriquiry, uruguayo, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, el primer laico en cubrir un encargo que normalmente estaba ligado al título de Arzobispo.

Su amistad con el Arzobispo Bergoglio tiene muchos años. Una antigua amistad con él le permite confirmar que todos los gestos del nuevo pontífice no son una pose ni tienen algo de rebuscado: “No realiza gestos demagógico para proyectar una determinada imagen al mundo: él es exactamente así, como persona y como pastor, y continuará siéndolo”.

—Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano de la historia. ¿Qué tipo de novedad expresa esta decisión del Colegio Cardenalicio?

—“Ha sido escogido un argentino, un latinoamericano, ciudadano y propulsor de nuestra ‘patria grande’. Con la elección del Arzobispo de Buenos Aires, América Latina —región cada vez más emergente en la escena mundial— ha dado a la Iglesia Universal lo mejor de sí misma, ha restituido al centro del cristianismo el tesoro de la tradición católica que le llegó hace 5 siglos a través de la primera evangelización de los misioneros europeos, profundamente inculturada en la historia y en la vida de nuestros pueblos. Si en nuestras naciones hay actualmente un sano y legítimo orgullo por este hecho, las Iglesias de América Latina deben demostrarse dignas del puesto en el que las ha colocado la Providencia. Una exigencia que se puede plasmar en dos campos, entre otros: la misión continental y la solicitud apostólica universal”.

—El primer reto de este pontificado es ciertamente el de la nueva evangelización. ¿Está listo el Papa Francisco para afrontarla con decisión?

—“Ciertamente. Buenos Aires, la gran Diócesis de la que fue Arzobispo hasta hace pocos días, es una ciudad cosmopolita gigantesca, la más atenta a las corrientes del pensamiento europeo, con la mayor densidad intelectual y cultural de América Latina. Ha sido también teatro de uno de los más grandes movimientos nacionales y populares de inspiración cristiana. Hay, por una parte, un enraizamiento del cristianismo en el pueblo, y por otra se manifiesta en pleno el proceso de secularización típico de Occidente. En el compromiso pastoral, siempre cercano a su gente, el Card. Bergoglio tuvo que afrontar cotidianamente todos estos fermentos, y lo hizo fundándose en la radicalidad evangélica, dialogando constantemente con quien sea y con un discernimiento cristiano con visión de futuro. Además, su contribución fue decisiva para el evento más importante de la Iglesia latinoamericana, es decir la V Conferencia General de su Episcopado en Aparecida (mayo de 2007), toda centrada en el discipulado misionero por el bien de los pueblos. El padre Bergoglio no teoriza sobre la nueva evangelización, la hace”.

—En efecto, la dimensión del encuentro y del diálogo se ha podido ya observar como una de sus principales actitudes.

—“Esta es una de las razones por las que está bien preparado para ser Pastor al servicio de la Iglesia universal, pero también de una humanidad en búsqueda de sentido. En Argentina, cuando hacia alguna declaración pública, todos lo escuchaban. Y los diversos líderes religiosos —ortodoxos, evangélicos, pero también hebreos e islámicos— normalmente apoyaban sus posiciones, pues reconocían la autoridad moral y la credibilidad de sus intervenciones.”

—¿Cuáles podrían ser las coordenadas de su magisterio pontificio?

—“La luz de sus ojos es la Evangelii Nuntiandi. Su invitación esencial será la de ser discípulos en el encuentro y el seguimiento de Cristo. ¡Una Iglesia evangelizada y evangelizadora! Buscará, por lo tanto, comunicar el Evangelio a la manera de Francisco, con humildad y con franqueza, lleno de celo apostólico. Privilegiará además la vía de la religiosidad popular, con particular atención a la devoción mariana. Además, no dejará de realizar viajes apostólicos para encontrarse con hombres y pueblos allí donde están, pues sabe que su mejor apostolado es el que realiza ‘cara a cara’, de persona a persona, en la relación viva entre el Pastor y su pueblo.”

—¿Y en lo que respecta al ámbito moral?

—“Defenderá a capa y espada los principios fundamentales de la doctrina cristiana pero no buscará un enfrentamiento ‘muro contra muro’; más bien destacará la belleza de la experiencia cristiana, de la que se siguen las normas morales, y las hacen al mismo tiempo más comprensibles. En ocasiones pronunciará palabras duras pero siempre con una actitud de misericordia que distingue netamente el mal, el pecado, de aquellos que yerran, y éstos no como objeto de condena sino como personas abrazadas por un amor que cambia la vida haciéndola más verdadera, más humana. Ya comenzamos a ver un movimiento de atracción hacia la Iglesia por parte de muchos que, por diversos motivos, estaban un poco alejados.”

—¿Deberíamos estar también atentos a los nuevos clamores sobre la esperanza en medio de un mundo desorientado, violento e injusto?

—“No dudo de que continuará alzándose, ahora con resonancia mundial, su voz profética, que pone a fuego toda forma de explotación y de exclusión, solidaria con los pobres, los necesitados, los sufridos, los preferidos del amor de Dios. Su pontificado se coloca más allá de ‘la caída del imperio totalitario del socialismo real’ y de las contradicciones y la iniquidad del neoliberalismo capitalista alimentado por la utopía del mercado autorregulador. ‘Los ingentes problemas y retos de la realidad latinoamericana —escribía el Card. Bergoglio en el prólogo de mi libro “Una apuesta por América Latina”— no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejos comportamientos ideológicos tan anacrónicos como dañinos, o propagando sub-productos culturales decadentes del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo’.”

—¿Cuáles son las características de su espiritualidad?

—“Confiarse constantemente a la oración, una gran austeridad personal y un fuerte sentido de penitencia, que no reducen, y más bien refuerzan un espíritu jubiloso y cordial en la convivencia. Se levanta muy temprano por la mañana y dedica largo tiempo a la oración antes de la Misa. Su serenidad proviene sin duda de su entrega confiada a Dios.”

—¿Tiene alguna devoción particular?

“El padre Bergoglio introdujo a mi familia en la devoción a San José. Además, ella se manifestó claramente en la homilía de inicio de su pontificado. También Santa Teresita del Niño Jesús ocupa un lugar muy importante en su vida espiritual. Cuando se encuentra frente a decisiones difíciles las deja madurar en la oración y en el discernimiento. Invoca, antes que nada, la ayuda de la “Virgen desata-nudos”, pero se confía también a Santa Teresita diciéndole: ‘No sé qué vas a hacer, pero al menos dame una señal de que me has escuchado’. Y el pedido, como hacen todos los devotos de la patrona de las misiones, es la de encontrar en el curso de la semana, en alguna parte, una rosa blanca como confirmación de su atención.”

—Primero la Misa solemne en la Basílica de San Pedro presidida por el Papa Benedicto XVI, el 12 de diciembre de 2011, por la conmemoración del bicentenario de independencia de los Países latinoamericanos; luego el Congreso “Ecclesia in America”, un año después, en torno a la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe; ahora la elección de un Papa latinoamericano… ¿La Comisión para América Latina está de fiesta?

“Está de fiesta toda la catolicidad, pero América Latina de manera singular. Oremos para que resuenen siempre en el corazón del Papa Francisco las palabras que Nuestra Señora de Guadalupe dirigió a Juan Diego: ‘Que no se perturbe tu rostro, tu corazón […] ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto y en el cruce de mis brazos?’”


El anillo del Papa Francisco

Esta es la historia del anillo del pescador que llevará el Papa Francisco en el dedo anular de la mano derecha.

El arzobispo Pasquale Macchi (fallecido en 2006), secretario personal de Pablo VI, conservaba el molde de un anillo fabricado por el artista Enrico Manfrini para el pontífice, que representaba a San Pedro con las llaves. Manfrini había hecho también diversas medallas y objetos de arte para el pontífice de la Populorum Progressio. Ese anillo no se fundió nunca en metal y, por tanto, Pablo VI no se lo puso, ya que llevaba siempre el anillo encargado con motivo del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Monseñor Macchi donó el molde, junto con otros objetos, a monseñor Ettore Malnati —que fue uno de sus colaboradores—, el cual hizo fabricar un anillo de plata dorada partiendo del molde de cera. Ese anillo, junto con otros de diverso tipo, fue propuesto al Papa Francisco por el Maestro de Ceremonias, monseñor Guido Marini, gracias a los buenos oficios del cardenal Giovanni Battista Re. El Papa Francisco eligió este anillo, de plata y no de oro, como su “anillo del pescador”.


El escudo

En los rasgos, esenciales, el Papa Francisco ha decidido conservar su escudo anterior, elegido desde su consagración episcopal y caracterizado por una sencillez lineal.

Sobre el escudo, azul, se hallan los símbolos de la dignidad pontificia, iguales a los que deseó el predecesor, Benedicto XVI (mitra entre llaves de oro y plata, entrelazadas por un cordón rojo). En lo alto se refleja el emblema de la Orden de procedencia del Papa, la Compañía de Jesús: un sol radiante y llameante con las letras, en rojo, IHS, monograma de Cristo. Encima de la letra h se halla una cruz; en la punta, los tres clavos en negro.

En la parte inferior se contempla la estrella de ocho puntas, como las 8 bienaventuranzas y la flor de nardo. La estrella, según la antigua tradición heráldica, simboliza a la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia; la flor de nardo indica a san José, patrono de la Iglesia universal. En la tradición iconográfica hispánica, en efecto, san José se representa con un ramo de nardo en la mano. Al incluir en su escudo estas imágenes el Papa desea expresar su especial devoción hacia la Virgen Santísima y san José.


El lema

El lema del Santo Padre Francisco procede de una homilía de san Beda el Venerable, sacerdote (Hom. 21; CCL 122, 149-151), quien, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribe: «Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme)».

Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina y se reproduce en la Liturgia de las Horas de la fiesta de san Mateo. Reviste un significado particular en la vida y en el itinerario espiritual del Papa. En efecto, en la fiesta de san Mateo del año 1953, el joven Jorge Bergoglio experimentó, a la edad de 17 años, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida, advirtiendo, después de una confesión, la llamaba a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola.

Una vez elegido obispo, monseñor Bergoglio, en recuerdo de tal acontecimiento, decidió elegir, como lema y programa de vida, la expresión de san Beda miserando atque eligendo, que también ha querido reproducir en su escudo pontificio.


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