La reivindicación del valor de la corporeidad humana, no es otra cosa que la reivindicación del valor de la persona humana.

Quien visite el museo de Historia de Washington encontrará una sala dedicada “al hombre”; en una de sus paredes hay una lámina que representa una figura humana de setenta y siete kilogramos. Vasijas de diversos tamaños contienen los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes. Así tenemos, cuarenta kilos de agua, diez y siete de grasa, cuatro de fosfato de cal, uno y medio de albúminas, cinco de gelatina. Otros frascos de menor capacidad corresponden a carbonato de calcio, almidón, azúcar, cloruro de sodio y calcio. Carl Sagan, frente a tal descripción del hombre, habría estado completamente de acuerdo; de hecho él se consideraba a sí mismo como el conjunto de agua, de calcio, de moléculas orgánicas, o sea, una máquina molecular. Más microscópico opina Demócrito, filósofo presocrático, para quien el hombre consiste en un paquete de átomos. El avance de la ciencia en el ámbito de la biología ha llegado a descubrir la unidad más elemental de un ser vivo, el gen. Dowrkin, convencido de que los seres humanos nos reducimos a ello, afirma sin contemplaciones que la mujer es una máquina para producirlos. Pero si a alguno de los futuros médicos que se encuentran aquí, le dijeran que su polola, novio, madre; en definitiva aquellas personas que queremos, resultan ser una especie de kilos más o menos, de grasa, agua, o un conjunto de genes, probablemente le cause cierto escepticismo. Pedro Salinas, poeta español del siglo XX, nos ayuda a entender que el hombre es más que materia en esos versos insuperables, dirigidos a su musa, que ha dejado en el poema La materia no pesa: “El mundo material nace cuando te marchas. (….) Devuelto ya a la ley del metal, de la roca, de la carne. Tu forma corporal, tu dulce peso rosa, es lo que me volvía el mundo más ingrávido. Pero lo insoportable, lo que me está agobiando, llamándome a la tierra, sin ti que me defiendas, es la distancia, es el hueco de tu cuerpo.” La valoración que da al cuerpo el poeta, parece que se encuentra en una situación más humana, más personal, que la que los filósofos y científicos aludidos más arriba ofrecían a la inteligencia. Y es que el cuerpo humano no es solo Körper, cuerpo orgánico, objeto de estudio, es más que eso, es Lieb, sujeto de vida y de relación. El hombre, varón y mujer es cuerpo, aunque no exclusivamente. Somos nuestro cuerpo y al mismo tiempo lo tenemos. Por eso, cuando el médico o el estudiante de medicina, se aproxima al cuerpo del enfermo, en realidad se aproxima a la persona, y el cuerpo del enfermo no es propiamente un objeto de intervención médico o quirúrgico, es un sujeto personal. Tener en cuenta esto, por ejemplo, en relación al problema del inicio de la vida, de la salud, de la enfermedad y de la muerte, permite adentrarse en el valor intangible de la vida humana, puesto de manifiesto por Hipócrates y Galeno; permite ir más allá de la mera consideración instrumental de la corporeidad.

No podemos desconocer que por el cuerpo estamos sometidos, al igual que la materia, a las leyes físicas, al desgaste –las arrugas son prueba de ello pero que no somos pura materia lo confirma el deseo de eliminarlas, en un afán, a veces exagerado, de permanecer siempre jóvenes, que el tiempo no pase, y eso es lo eterno, lo que escapa a la materia–, corrupción. Por el cuerpo el hombre es un ser que ocupa un lugar en el espacio, pero de un modo distinto a lo puramente material, ya que el hombre cuando ocupa un lugar es un ser arraigado en el mundo; por eso somos habitantes. Habitar es estar en un lugar teniéndolo. Antropológicamente, el cuerpo afecta a la perfección humana en todos los sentidos, en el del ser y del obrar humanos. Por el cuerpo nos relacionamos con el mundo; nos individuamos, somos esta persona y no otra; nos distinguimos radicalmente en el ámbito de la sexualidad, varones o mujeres; estamos afectados por el tiempo y nos relacionamos con él y de un modo peculiar. El tiempo llamado ontológico, que no depende de nosotros, y el tiempo psicológico, que consiste en el modo de vivir el tiempo ontológico, están en cierto modo en nuestras manos y así experimentamos que una clase poco interesante dura una eternidad y el encuentro con la amada, apenas un instante. Un aspecto verdaderamente interesante en el modo como nos relacionamos con el tiempo consiste en la adquisición de ciertos modos de ser habituales, virtudes se les denomina en el ámbito de la ética: paciencia, serenidad, perseverancia, constancia, esperanza, son modos de vivir el tiempo que nos afecta por poseer cuerpo. Aunque la rapidez y lo entretenido sean ahora lo más valorado en una sociedad que ha llegado a ser un espectáculo y, como dice Alejandro Llano, una ficción inhabitable. Probablemente para el ciudadano de la sociedad de la información, mas no del saber, resulte inesperado sacar consecuencias como las descritas y es que ¿acaso el modo de concebir y vivir la corporeidad humana, no tiene consecuencias en el modo de relacionarnos con los demás, comprender nuestra condición personal constitutiva de ser varón o mujer, es decir, de la sexualidad humana y, en fin, de entender la enfermedad y la muerte? Ocurre que por poseer cuerpo la persona está sometida a la fatiga, enfermedad y la muerte. ¿En el fondo, el cuerpo no es expresión de la persona? El significado del cuerpo por ser expresión de la persona, la hace visible a los demás. “El cuerpo, decide no sólo la individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal identidad y ser concreto. Y precisamente en esta identidad y ser concreto, como irrepetible, ‘yo’ femenino y masculino, el hombre es ‘conocido’”, es decir, amado.

El avance en nuestras consideraciones nos ha llevado a descubrir que el cuerpo humano a diferencia de los cuerpos físicos, no es una realidad aislada, un ente entre los demás del mundo, un cuerpo sin más. Por eso hablamos de cuerpo calificándolo de humano, porque es materia espiritualizada. Aquí está el secreto de este cuerpo. La persona humana no se compone de una yuxtaposición de dos cosas que se unan, de dos sustancias, como pensaba Descartes. Se trata de dos co-principios constitutivos, el material y el espiritual, los dos comparecen fundidos en una unidad radical, sustancial y específica, pero no con la misma función. La materia es la potencia y hace de sujeto de la forma que es el alma. Esta da el ser, y lo da en el doble sentido de comunicar al compuesto el acto de ser que ella ha recibido y el ser específico que hace del todo un ser humano. Así la corporeidad humana se explica desde el alma. Es decir, el cuerpo es para el alma. O sea, para ser materia del alma racional, para cooperar en las acciones más propias del hombre, conocer y amar en libertad. Todo en el hombre es humano, su estructura anatómica es expresión de un ser inteligente, por eso el hombre no simplemente ve sino que mira, no simplemente oye, sino que escucha. “El cuerpo es la obra maestra de la creación.” Por el cuerpo el hombre, ya hemos dicho, se individua, es este hombre y no otro. La materia espiritualizada es la raíz de la individuación, la causa que exista en el mundo un nuevo individuo. Donde no haya cuerpo no hay hombre. La diversidad es característica de los seres más perfectos, los cuales mientras más se elevan en la escala del ser tienen mayor diversidad, así se explica que vista una vaca se han visto todas, visto un hombre… La sorpresa que causa siempre el nacimiento de una persona es debida a su diversidad, a su distinción, a su novedad; cada hombre que nace es una auténtica novedad, original e irrepetible, razón por la que no hay enfermedades en un sentido genérico, sino enfermos.

Cada uno de nosotros tiene un motivo poderoso para enorgullecerse; no ha habido, no hay, ni habrá, en todo el universo, otro como yo. Pero al mismo tiempo es un desafío y una responsabilidad, porque, si eso es así, estoy llamado (vocación) a aportar a la sociedad lo que nadie más puede hacer por mí.

Tenemos entonces que la individuación y multiplicidad de los seres humanos procede de la materia espiritualizada. Así, en todos los individuos, varones y mujeres, se realiza lo humano del hombre y se realiza por la aportación de la materia corporal. Desde el nacimiento a la muerte, la persona lo es por su condición corporal, no hay persona fuera de esta realidad. En cada uno de los momentos humanos el cuerpo tiene su parte. Aun en los actos que exceden lo corporal está implicada la presencia de lo corporal de una manera inevitable; así por ejemplo el regalo es materia espiritualizada. En el regalo, el valor material de lo que se da, no comparece de manera plena, sino el significado que le damos, el regalo, lo material, es expresión del cariño y amor que tenemos por la persona amada. Sin embargo, la forma más sublime de regalar consiste en darnos nosotros mismos; por eso el cuerpo tiene un carácter esponsal y “el amor es el regalo esencial”. El hombre, varón y mujer, no simplemente regala, sino que se regala, se da a otro. La incapacidad de darse, es decir, de amar, lo expresa de una manera admirable Dostoyevski en Los Hermanos Karamazov: “¿Qué es el infierno? La incapacidad de poder amar. Esta es la densidad óntica del ser humano. Si a esta densidad intensiva se añade la multiplicidad de individuos, tenemos el panorama de la riqueza de lo humano. La persona concreta es inefable en su singularidad e inabarcable en su amplitud. Así la perfección que el cuerpo aporta a lo humano en este campo es de orden entitativo. Es decir, afecta a la perfección sustancial. No hay una corporeidad en abstracto, como no hay hombre en abstracto, sino esta corporeidad, con sus dotes de vida, de sensibilidad, de actos, de dignidad, en suma. El cuerpo es así de esencial; por eso en cada persona se juega la suerte de la humanidad y es que “no hay futuro si no hay hombres”. La banalización del cuerpo, sobre todo el de la mujer, tal como hoy día presenciamos en la moda, el cine, la publicidad, y en el fenómeno menos humano de la pornografía, consiste en un desprecio del valor no cuantificable de la persona, una especie de abolición del hombre, como lo expresara, aunque en un contexto distinto, el pensador cristiano inglés C.S. Lewis. Y en el ámbito del arte y de la ciencia de la medicina, la tentación de reducir al enfermo –al débil, porque eso es lo significa enfermedad–, a un cuerpo puramente físico, objetivo, que se expresa en los llamados signos de la enfermedad, exámenes de laboratorio, análisis y cifras cuantificables, sin tomar en cuenta los síntomas y vivencias de la persona, conlleva la tentación de convertir a quienes ejercen la profesión en pequeños dioses del mundo, como llama el Fausto de Goethe al hombre, y con ello la desnaturalización de la medicina. La existencia de la persona humana es siempre singular, gracias a la materia corporal, que la realiza en concreto y hace posible la multiplicación de los seres dentro de la especie. El singular en que consiste la persona humana se verifica de modo dual gracias al cuerpo, es decir, se diferencia en uno de los dos sexos, varón o mujer. La fuente biológica de esta realidad proviene de los médicos griegos, de la escuela hipocrática. En ella se descubre el papel de los sexos en orden a la generación. Sin embargo, es reciente el análisis más profundo de lo que significa la corporeidad humana, a nivel antropológico y metafísico. Fue Juan Pablo II, quien desde 1979, comenzó a tratar este tema, sugiriendo ideas originales, que se orientan a la reivindicación de la corporeidad desde una perspectiva personalista. Ser varón o mujer afecta a la persona en su totalidad, ambos pertenecen a la esencia de la especie y participan por igual de su dignidad. Son dos modos de ser persona humana, masculina y femenina, respectivamente. Así el género humano es más perfecto y la igualdad del varón y la mujer se constata en que ambos tienen la misma constitución esencial, de alma y cuerpo, ambos participan de la naturaleza racional, cada uno, sin embargo, a su modo. Dicho de otra manera, “no hay más que una única e idéntica condición esencial de persona, porque el sustrato personal es el mismo en ambos y eso es lo que nos permite decir que, en el plano personal, varón y mujer son igualmente personas, igualmente dignos y poseedores, en cuanto personas, de idénticos derechos y deberes.” Alexis Carrel, biólogo y cirujano, que obtuvo el premio Nobel, viene en ayuda nuestra para explicar, desde una perspectiva distinta, lo que deseamos expresar. “Las diferencias que existen entre el hombre y la mujer no provienen de la forma particular de sus órganos, de la presencia de útero, de la gestación o el modo de educación. Son de naturaleza más fundamental, determinada por la estructura misma de los tejidos y por la impregnación de todo el organismo de sustancias químicas específicas secretadas por el ovario… En realidad, la mujer difiere profundamente del hombre. Cada una de las células de su cuerpo lleva la marca de su sexo. Lo mismo ocurre con sus órganos y, sobre todo, con su sistema nervioso”. Femineidad y masculinidad están inscritas en el ser de la persona, la dimensión sexual del cuerpo no se agota en el plano físico, sino que penetra en las más altas esferas de la persona. Elevarnos por sobre la dimensión física de la sexualidad, nos permite entender la esencia espiritual de la masculinidad y feminidad y comprender el carácter esponsalicio del cuerpo. Que el cuerpo sea esponsalicio “supone que lleva siempre impreso sus características femeninas y masculinas, es decir, pertenece siempre a un varón o a una mujer”. De ahí que el sexo no pueda tratarse y comprenderse separadamente de la persona; si tratamos el sexo sin considerar a la persona, en cierto sentido, la estamos tratando como un puro objeto físico, utilizable e incluso desechable, un mero instrumento para mis caprichos, en fin, lo que se ha venido en llamar la mujer y el hombre objetos. Fue Platón quien en el diálogo, siempre actual, Fedro, encara el problema del llamado sexo sin amor. La sexualidad humana no es el sexo de la persona, no somos varones o mujeres por el hecho de poseer determinados órganos genitales, poseemos la genitalidad por ser personas masculinas o femeninas. La sexualidad humana es una condición constitutiva del varón o mujer. En realidad el carácter esponsalicio, o sea, personal, del cuerpo, significa ser “capaz de expresar el amor” y “la capacidad y la profunda disponibilidad para la afirmación de la persona.” “El cuerpo, que expresa la feminidad ‘para’ la masculinidad, y viceversa, la masculinidad ‘para’ la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de personas”. En el fondo, el significado esponsalicio del cuerpo es la expresión de la persona como don, regalo. “Es el modo de manifestar la libertad del don y expresar toda la riqueza interior de la persona como sujeto.”

Hemos dicho que cada persona es una novedad en el universo, inefable, única; en este sentido el cuerpo tiene un papel singular. La manifestación de la persona es el mostrarse, expresarse a sí misma y a las novedades que ella saca de sí. Por el cuerpo la persona se hace visible a los demás. La manifestación de la intimidad personal se realiza a través del cuerpo y gracias a este a través del lenguaje y de la acción. El cuerpo comparece en toda la estructura de la actividad humana en su triple despliegue: teórico, práxico o ético y poiético o artístico-técnico. El cuerpo es el mediador entre el dentro y el fuera. El cuerpo es la condición de posibilidad de la manifestación de la persona humana y está configurado para expresarla. El rostro, por ejemplo, es la singular abreviatura de la realidad personal en su integridad, el rostro expresa externamente a la persona. Como dice Leonardo Polo, sólo el hombre tiene rostro, los animales tienen Jeta. Por eso se dice que la cara es el espejo del alma, en la cara se asoma la persona, el quién, no sólo en lo que es y aparece, sino en lo que mira, escucha y dice, puesto que estas tres cosas se hacen con el rostro. El recientemente fallecido Julián Marías comentaba que “en la cara, abreviada y resumida en los ojos, es donde sorprendemos a la persona, donde la descubrimos y hallamos por primera vez”. El romántico Hörderlin, en su Si desde Lejos nos permite gustar la realidad de dicha afirmación: “había en tu mirada un brillo, rayo serenado, cuando al alejarte, de repente giraste hacia mí como con alegría, hombre tan reservado y de sombrío rostro”. Y es que con el rostro nos hacemos visibles en nuestra intimidad más profunda: la risa, el llanto, la tristeza, la alegría, el odio, la indiferencia y el espanto. y a los que se aman, no les basta acaso con sólo mirarse o escuchar decir siempre lo mismo ¡te quiero!

La expresión de la intimidad se realiza también mediante un conjunto de acciones que se llaman expresivas; a través de ello el hombre habla el lenguaje de los cuerpos. A través de los gestos expresa sensaciones, imaginaciones, fantasías, sentimientos, afectos, pensamientos y deseos e incluso la conciencia que tiene de sí mismo; un enfermo que no puede hablar asiente con la mirada. Reír, llorar, tener mala cara, son manifestaciones de lo que llevamos dentro. El hablar es otra forma de manifestación de la intimidad, lo que primero se hace público, de modo que puede ser comprendido por otros. La palabra nació para ser compartida. Además el hombre encauza la creatividad de su intimidad a través de la acción, mediante la cual trabaja, modifica el medio, lo humaniza niza y ordena a él. La cultura en este sentido es expresión del ser del hombre, y ello es posible en cierto sentido por el cuerpo. El cuerpo expresa nuestra intimidad, porque la persona es cuerpo. La tendencia espontánea a proteger la intimidad de miradas ajenas envuelve también al cuerpo que soy. Este no se muestra a cualquiera, por eso el hombre se viste. El hombre se viste, cubre su cuerpo, para proteger su indigencia corporal del medio externo, pero también lo hace, y esto es lo decisivo, porque su cuerpo forma parte de su intimidad; no sólo la expresa. El vestido me identifica como persona. La personalidad, la visibilidad de la persona, se refleja en el modo de vestir y eso constituye el estilo, el modo de ser, ya sea armónico, fino o zafio, feo. El vestido mantiene al cuerpo dentro de la intimidad, por eso el nudismo no es natural al hombre, porque no es natural renunciar a la intimidad; a la vida o riqueza del espíritu. La reivindicación del valor de la corporeidad humana no es otra cosa que la reivindicación del valor de la persona humana, más aún, de los débiles, enfermos, con quienes deben tratar continuamente los profesionales de la salud. Conocer qué es el hombre, permite actuar del modo más humano al que pueden acceder; de manera inteligente. La invitación a pensar en el significado de la corporeidad humana es un desafío que debe encararse como una tarea ardua y dificultosa, como toda empresa humana, para de ese modo disfrutar de la no comprada gracia de la vida.


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