Discurso del Director de revista HUMANITAS en la presentación del número 86, el 8 de enero de 2018 en el Salón de Honor de la Casa Central UC.

"El elogio expresado con relación a esta edición de Humanitas por un cercano amigo del Papa, mencionado en sus palabras por el profesor Eduardo Valenzuela --“esto es lo mejor que se ha hecho para una visita del Papa Francisco a América Latina”-- al contrario de mover a alguna jactancia, debería, pienso, provocar una autocrítica, positiva ciertamente.

Comentarios similares se escucharon también con motivo de la edición especial realizada para la elección de Benedicto XVI el año 2005, o cuando el número 70 de Humanitas que en mayo del 2013 rindió homenaje conjuntamente al pontífice que partía así como al que llegaba, mereciendo del primero una carta de reconocimiento y cercanía absolutamente incomún, que hasta hoy nos impresiona.

Confieso que esta autocrítica positiva de que hablo, la hicimos en esas ocasiones, y no sólo en ellas. Era un requisito para poder saber por dónde andábamos y hacia dónde íbamos. Para saber de dónde vino esto, si de las ordinarias manos de los operadores o de alguna otra causa. En otras palabras, para hacernos verdaderamente conscientes de que son dos cosas distintas y contrapuestas, una la mirada pelagiana, otra la mirada católica.

Quiero en esta oportunidad, muy simple y brevemente, hacerla esa autocrítica positiva de viva voz, por cuanto nos instruye acerca de dónde estamos y qué hacemos en este preciso momento.

Tomo pié, para ello, en la hermosa reflexión que escribe el querido Dr. Vial Correa en el 2º Editorial de este número que presentamos, hablando de la Esperanza que guió hasta aquí el camino de Humanitas. Esperanza que, glosando al poeta francés Charles Peguy, se muestra, recuerda él, sea en la antigua marcha de Israel o en la historia del pueblo de Dios en general, como la llama titilante y caminante que, en definitiva, tira tras de si, en su andar, a la Fe y al Amor.

Con este fondo –el del signo de la Esperanza- digamos, entrando en la autocritica, primero lo que un trabajo de esta naturaleza no puede ser, o bien, por dónde no puede caminar para llegar a un resultado que satisfaga su expectativa.

En el numeral 222 de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, explicando por qué el tiempo -atmósfera propia de la Esperanza, acotemos-porque el tiempo, repito, es superior al espacio, Papa Francisco señala que “darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios; el tiempo rige los espacios –subraya el pontífice—los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno”. Por el contrario, la inversión de esto, la priorización, tan común actualmente del espacio sobre el tiempo, que se mueve en el intento de “tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación”, conduce a esa forma también muy vista hoy día de enloquecimiento, que en la desesperación por tener todo resuelto en el presente, cristaliza los procesos y pretende detenerlos. En esta tensión bipolar entre plenitud y límite, importa más, dice Francisco, el futuro de plenitud al que se dirige la acción, que el presente al que uno se ve tentado de sacrificarlo todo. Más que del espacio, nuestra mirada ha de fijarse en el tiempo.

En el plano concreto de una tarea como ésta –una tarea de inculturación de la fe--, ello se traduce en un pensamiento puesto siempre en el horizonte, en un pensamiento consciente de ser incompleto, dominado por ende por la inquietud de búsqueda; “descentrado” de nosotros y apuntado al Deus semper maior, según la fórmula de San Ignacio tan querida por nuestro Papa. Sin esa inquietud somos estériles. Sin deseos no se va a ninguna parte, no hay fuerzas. En conclusión, no hemos pues vivido de nosotros mismos ni de nuestra mediocre capacidad organizativa, sino de esos deseos que, como dice San Agustín, ensanchan el corazón.

Los resultados responden así, primero, a esa premisa: “El tiempo es superior al espacio”.

***

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Dijimos algo de lo que esto es, comenzando por decir lo que no es. Digamos ahora algo más de lo que es, para ahondar en lo que no es.

Un hito en la historia de este camino, que ocupó mucho tiempo de reflexión multidisciplinaria y muchas páginas escritas, en épocas distintas y por motivos diversos, fue el célebre discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI en la Universidad Ratisbona en septiembre de 2006, convidando a la esencial tarea para una cultura como la de hoy, dominada por el inmediatismo pragmático, de ampliar el logos, la razón. Que el logos precede al ethos constituyó, en efecto, el sello inconfundible de la obra teológica y pastoral de ese pontífice, que marcó también el magisterio de San Juan Pablo II. Y fue éste un horizonte fundacional para nuestro quehacer. Mirar lo menor a través de lo mayor.

Es evidente que una publicación como Humanitas tiene ante sus ojos un campo amplísimo y diverso que abordar. Podría sentirse tentada al recurso fácil de bajar la mirada y, para impactar, confundir el todo con la parte. Pero he aquí otra premisa que nos convida a recordar Francisco en su misma exhortación Evangelii gaudium: “El todo es superior a la parte”, principio de la más honda esencia universitaria, digámoslo, y que a los cristianos, subraya el Papa, “nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar” (EG, 237)

Aunque seamos poco adecuados vasos de arcilla, o más bien, precisamente por ser poco adecuados vasos de arcilla, atendamos en este punto a las siguientes palabras del Papa Francisco que nos vienen aquí como anillo al dedo. ¿Cómo y qué debemos ser?: “Ser hombres enraizados y fundados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de investigación, caminos creativos, sí; esto es importante: ir hacia las periferias, las muchas periferias (y ya sabemos bien lo que esto significa –acotemos-: no esencialmente un espacio urbano o geográfico, sino sobre todo espiritual). Para esto -continúa- se requiere creatividad, pero siempre en comunidad, en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da el valor para ir adelante. Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia”.

Al comenzar este mes de enero nuestro vigésimo tercer año de existencia, no podemos más que alegrarnos de haber sostenido contra viento y marea esa identidad eclesial como lo fuera desde su comienzo , y aplaudir una vez más la acertada decisión del rector fundador de Humanitas, de precisar esa pertenencia en el propio decreto de fundación, ese Visto segundo cuya inscripción ha acompañado, desde el Nº 1, la franja superior de la contracarátula en la revista que tienen en manos.

En la biografía de las revistas de pensamiento católico que han existido (y uso el nombre biografía para subrayar que se trata de una realidad ligada a una comunión de personas), en la biografía de esas revistas, principalmente en el mundo occidental –una historia muy ilustre e importante- yo no conozco el caso de ninguna que haya tenido fuerte irradiación y suficiente duración --como para significar el tiempo de al menos una generación--, que fuese ajena a las premisas señaladas (premisas a las cuales ciertamente se podrían agregar otras afines). Y cuando aquellas revistas se alejaron de ello, cuando las dominó el facciocismo o el espíritu pelagiano –en el sentido de creer que el centro y la causa de todo eran los obreros- estas murieron, con más o con menos dignidad, dejando en algunos casos una estela luminosa, pero pretérita, referida a un algo anterior.

Agradecemos al ex rector Vial Correa que haya explicado todo esto, aunque con otras palabras, insertándolo en el ámbito de esa Escuela de Humanitas que han enseñado a las Universidades Católicas los últimos Papas, escuela que en el espacio de esta gran Universidad ha presidido nuestro trabajo.

Y damos gracias a Dios, con profunda alegría, de poder entregar, como homenaje al Pontífice que nos visita, un fruto indudablemente muy logrado, y, más precisamente aún por todo lo dicho: porque el mismo es esencialmente el resultado de un substrato cristiano que aquí se pone de manifiesto, realidad viva a la que da existencia ese pueblo de distintas razas, naciones y lenguas que el Señor le encargó a Francisco pastorear."


 Jaime Antúnez, Director Revista HUMANITAS

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