«Nuestra época es en muchos aspectos muy distinta a aquella en la cual vivió y trabajó Guardini; pero hoy es tan cierto como en sus días que el peligro de la Iglesia, y ciertamente de la humanidad, reside en la posibilidad de debilitar la imagen de Jesucristo en una tentativa por configurarlo en conformidad con nuestros propios estándares, de tal manera que no lo sigamos como discípulos obedientes, sino más bien lo recreemos de acuerdo con nuestra propia imagen.» Joseph Cardenal Ratzinger

A los 40 años justos del fallecimiento de Romano Guardini (Munich, 1 de octubre de 1968), la figura de este gran humanista, pedagogo de gran estilo, se nos presenta como modelo de lo que debe hacerse en tiempos de desconcierto y apatía espiritual. Imaginemos el temple que habrá necesitado para consagrarse durante los terribles «doce años» nacionalsocialistas a formar sólidamente, en cuestiones éticas y religiosas, a los jóvenes del Movimiento de Juventud. Por no ser ésta entonces una actividad prestigiada en ciertos ambientes académicos, perdió más de una oportunidad de ocupar puestos docentes que le hubieran permitido realizar su labor intelectual con el debido sosiego. Pero Guardini lo puso todo a la carta de descubrir el método óptimo para formar a los jóvenes de esa época atormentada. No se consagró a fáciles labores de crítica; quiso ir a lo hondo, lo más hondo posible. Esto explica que de sus encuentros con los jóvenes y con grupos de mayores afanosos de una formación adecuada hayan brotado, una a una, sus numerosas obras. Por eso conservan una sorprendente vitalidad.

Las dos bases de una vida lograda

Desde muy joven intuyó Guardini que el hombre sólo puede edificar su vida personal sobre dos bases: la apertura a las realidades valiosas del entorno y el amor a la verdad, como punto de anclaje que da vigor al pensamiento y a la capacidad creativa. Por eso cultivó el pensamiento dialógico -afanoso de mostrar al hombre como un «ser de encuentro»-; fundamentó la vida ética en la vinculación profunda a los grandes valores –la verdad, la unidad, el bien, la justicia, la belleza–; consagró sus mejores fuerzas a mostrar que «sólo quien sabe de Dios conoce al hombre». Al regalarme la conferencia que pronunció, con este título, en el renombrado «Katholikentag» (el día de los católicos), me dijo subrayando las palabras: «Aquí está el núcleo de mi pensamiento». La idea expresada en ese título venía a complementar la frase de Pascal que Guardini puso como lema a un libro sobre Antropología que no llegó a publicar: «El hombre supera infinitamente al hombre» (l’homme dépasse infiniment l’homme).

Estas tres grandes tareas las llevó a cabo sobre todo en estas cuatro obras: Mundo y persona, Ética, El Señor, La existencia del cristiano. En ellas condensa buena parte de sus obras más breves. En las dos primeras subraya la condición dialógica del ser humano, abierto en su raíz a otras personas –vistas como un tú– y llamado a nutrir su espíritu mediante el cultivo del bien, la justicia, el amor, la belleza, los grandes valores «sin los cuales su persona enferma». En la 3ª y la 4ª, nos muestra, con el estilo firme de las convicciones profundas, que los grandes valores tienen en el Creador su fuente y su plenitud de sentido. Por eso, en El Señor hace radicar el Bien en el Dios vivo de la Escritura: «’El Bien’ es uno de los nombres de Aquel cuya esencia es inefable. Él no exige sólo obediencia respecto al ’Bien’, sino que te sientas vinculado a Él, el Dios vivo; que te atrevas a ello por amor y con el nuevo tipo de existencia que surge del amor. De esto se trata en el Nuevo Testamento, y sólo cuando se lo consigue se hace posible la plenitud de lo ’ético’» [1].

Esta plenitud se nos da a conocer en las bienaventuranzas evangélicas, que –a su entender– no son meros «principios de una moral superior, reconocidos universalmente desde los tiempos de Jesús». «En realidad, son una invitación a engendrar una vida nueva. (...) En la medida en que el hombre realiza lo que supera toda ética, surge también un nuevo êthos. En él queda cumplido y superado a la vez el Antiguo Testamento» [2].

Esta fundamentación de la Ética en el Creador, Ser Supremo y Trascendente que nos creó a su imagen y semejanza, constituye una clave para entender, por una parte, la oposición de Guardini al espíritu autosuficiente de la Edad Moderna y, por otra, su tendencia a entender al hombre como un ser «que se trasciende infinitamente a sí mismo». Por eso, bien podemos decir que todo el pensamiento de Guardini se halla condensado en el siguiente párrafo de su obra póstuma, La existencia del cristiano:

«La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o –lo que viene a ser lo mismo– me encierro en el mundo, me desvío de mi trayectoria (...). Mas esto significa que, con anterioridad, debo aceptar el existir, aunque no se me haya preguntado si lo quiero» [3]. «... Dios es el ’punto de referencia’ esencial a partir del cual y para el cual el hombre existe. Si las relaciones con Él se desordenan, se trastorna el hombre todo. De esta clase son las secuelas de la culpa de las que habla la Revelación» [4].

El asombro ante el poder de la verdad

La figura de Guardini se caracteriza por su «êthos de verdad», su decisión básica de defender la verdad y vivir de la verdad. A la luz de lo antedicho sabemos que para él la verdad está muy lejos de reducirse a un concepto filosófico. Implica la realidad vista en toda su amplitud: su origen, sus manifestaciones terrenas, su última meta. Por todo ello, podemos muy justamente considerarlo como un pensador modélico para estos tiempos sombríos de relativismo y reduccionismo, producto y causa a la vez de un nihilismo demoledor.

En la personalidad de Guardini resalta, ante todo, su actitud de fidelidad inalterable a la verdad de realidades y acontecimientos. En sus clases y homilías, Guardini no intentaba convencer a los oyentes, sino mostrar la verdad con toda la fuerza que ella posee. «La verdad es compleja, polifónica», como lo son las realidades del mundo que queremos conocer [5]. A este concepto relacional de verdad alude cuando destaca, asombrado, el poderío que a veces ostenta la verdad cuando la buscamos como una meta, para vivir en ella y de ella. Con el recuerdo de las conferencias que pronunció en la iglesia de San Pedro Canisio en el Berlín de 1940, sobrecogido por el terror de los bombardeos, nos confiesa Guardini la idea profundamente realista que tenía de la verdad.

«Entre 1920 y 1943 desarrollé una intensa actividad como predicador y he de decir que pocas cosas recuerdo con tanto cariño como ésta. Lo que desde un principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la verdad. La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato, sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se piensa en los efectos, sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma, por amor a su grandeza sagrada y divina». «Aquí experimenté con intensidad lo que dije antes sobre la fuerza de la verdad. Pocas veces he sido tan consciente como en aquellas tardes de la grandeza, originalidad y vitalidad del mensaje cristiano-católico. Algunas veces parecía como si la verdad estuviese delante de nosotros como un ser concreto» [6].

Para hacerse una idea clara y plena de la dignidad que tenemos los seres humanos, debemos ver los conceptos en toda su complejidad, como nudos de relaciones, o, si se quiere, como acordes, no como simples notas. Un acorde musical aúna diversas notas y ofrece una sonoridad peculiar.

Nuestro espíritu enferma cuando se aleja de la verdad

Ahora comprendemos la razón profunda por la que Guardini afirma que el amor a la verdad nos robustece espiritualmente y la aversión a la misma nos enferma.

«Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente» [7].

La verdad primaria del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí su inquietud interior por volver a Dios, como su origen y su meta. Toda la vida y la actividad de Guardini se inspiraron en la invocación de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti» [8]. Este venir de Dios y volver a Él, como al verdadero Ideal, genera el dinamismo singular del ser humano, que no es mera agitación, sino un sereno orientarse hacia las raíces que lo nutren. Se trata de un dinamismo creador.

La relación de encuentro

Para comprender de forma precisa la riqueza de la persona, orientada dinámicamente hacia el Creador, Guardini se esfuerza por determinar las realidades a las que debe unirse. En primer lugar destaca las personas, y analiza en pormenor el acontecimiento decisivo del encuentro. Si queremos establecer una verdadera relación de encuentro personal, hemos de crear una relación reversible, bidireccional, respetuosa de la capacidad de iniciativa que tiene el otro. Consiguientemente, la relación «sujeto–objeto» debe ser sustituida por la relación «yo–tú». En el encuentro llevamos a pleno logro nuestra condición de «seres relacionales». En él creamos un campo de juego dialógico que constituye el «nosotros». Por eso, al vivir un verdadero encuentro, tenemos la sensación de haber llegado a una meta y experimentamos un sentimiento de plenitud y, derivadamente, de felicidad.

Esta fecundidad del encuentro nos plantea, para darse, muy precisas y exigentes condiciones, que pueden condensarse en una fundamental: optar incondicionalmente por los grandes valores: la verdad, la bondad, la unidad, la justicia, la belleza. Guardini destaca insistentemente la necesidad humana de obligarse a estos altísimos valores, es decir, vincularse a ellos libre y lúcidamente en lo más profundo del ser.

«Sólo en la realización de la verdad –escribe– alcanza la persona su sentido, porque está referida por naturaleza a la verdad. Existe para la verdad, como posibilidad permanente de realizarla. (...).Por eso también es la persona responsable de la verdad, del mismo modo que tiene en ella su apoyo y su amparo. La persona y la verdad están vinculadas de raíz. Existe una contraprueba de ello: la actitud que niega la persona niega también, si actúa en serio, la verdad. Por ejemplo, todo sistema totalitario, empeñado en destruir la persona y hacer del hombre una simple célula del Estado (…), tiene que procurar también acabar con la verdad, porque, al atenerse a ella, la persona se reafirma una y otra vez» [9]. «Sin el bien, la persona no puede en absoluto existir. Su relación con él –a la vez que con la verdad– es la forma esencial de su constitución y su conducta. Personalidad significa, esencialmente, estar referido al bien» [10].

La convicción de que el «elemento» propio de la vida personal –regida, en definitiva, por el espíritu- viene dado por los valores de la verdad, el bien, la justicia, la belleza, la libertad creativa, el amor… lleva a Guardini a subrayar que el espíritu –y con él, la persona entera– enferma cuando se aleja de esas fuentes de vida. El espíritu del hombre enferma «cuando deja de lado la verdad», «se aleja de la justicia», «abandona el amor» [11].

«…El espíritu tiene una especial relación con la verdad, el bien, la justicia. (…) El espíritu vive porque es capaz de conocer la verdad, querer el bien, hacer lo que es justo. Cuanto más ejercita esta capacidad, más rica y pura es su vida» [12].

Cuando nos movemos en esa atmósfera propicia para la vida del espíritu, estamos en disposición de cumplir exactamente las otras condiciones del encuentro: la generosidad, la apertura veraz y confiada, la cordialidad y fidelidad, la comunicación afectuosa, la participación en actividades nobles, el respeto… Notemos, respecto a esta última condición, que se trata de una actitud que nos lleva a unirnos guardando las distancias, a fin de evitar fusionarnos para perdernos o alejarnos para dominar. En el plano del encuentro y la vida espiritual nadie desea dominar a nadie, sino colaborar en condiciones de igualdad, a fin de enriquecerse mutuamente. El afán de dominar nos rebaja de nivel.

Todo encuentro auténtico implica una relación de presencia, y ésta no se logra ni con la mera inmediatez ni con la mera distancia, sino con la integración de ambas. Tomadas a solas, la inmediatez degenera en fusión, y la distancia en alejamiento. La fusión es una forma de unión perfecta en el nivel de los objetos y el manejo de los mismos; es sumamente negativa en el nivel de la vida personal, porque anula la identidad de quienes se unen. Ensamblando la inmediatez con la distancia, surge la forma más perfecta de unión: la presencia, relación luminosa que surge en el encuentro [13].

La relación yo–tú y el lenguaje

Al entrar en relación de presencia, se trata a la otra persona como un tú. Para comprender el alto rango de esta relación, debemos esmerarnos en distinguir de forma precisa los diversos modos de unión que podemos establecer con el entorno. Si reparamos en que, al crear auténticas relaciones de encuentro, superamos la escisión entre el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior, descubrimos la posibilidad de fundar modos de unión muy valiosos, desconocidos en los niveles inferiores. Si tú y yo nos encontramos en sentido estricto, tú no estás fuera de mí y yo de ti. Ambos fundamos un campo de libre juego, en el cual participamos el uno de la vida del otro. Este tipo de participación da lugar a esa forma entrañable de interrelación que llamamos intimidad.

Guardini intuye que la necesidad de vivir dinámica y creativamente entre dos centros –el yo y el tú– se funda en la condición relacional del ser humano. Por eso hizo suya la idea teológica ya destacada por otros pensadores (entre ellos, Ferdinand Ebner) de que Dios creó las cosas mandándoles existir, y al hombre, llamándole por su nombre a la existencia [14]. Con ello convierte al hombre en su tú y se convierte a sí mismo en el Tú del hombre. Al ser fruto de una llamada, el ser humano adquiere un riguroso carácter verbal, dialógico.

«Dios me creó –escribe–, pero no como un objeto (…). Me creó al llamarme a ser su tú. Ahora bien, la respuesta a la llamada consiste en que yo sea el que Él me llamó a ser y realice mi vida jugando el papel de ’tú’ respecto a Él. (…) Esta relación constituye la verdad de mi ser, así como el fundamento de mi realidad. Un pensamiento se vuelve falso, un sentimiento se torna injusto y una obra se malogra en la medida en que se salen de esta relación o se rebelan incluso contra ella». «La persona del hombre es, en su más profundo sentido, la respuesta al llamamiento que Dios le hace como a un ‘tú’» [15].

De aquí arranca el interés constante de Guardini por ahondar en el sentido originario del lenguaje. El lenguaje auténtico tiene como función primaria servirnos de vehículo para fundar vínculos personales, no de medio para comunicarnos. Esta última es una función importante, pero derivada. Dicho con espíritu de acogimiento amoroso, el lenguaje funda la relación yo–tú. Tal relación constituye la raíz de la vida espiritual humana. Lo expresa Guardini, en clara afinidad con Theodor Haecker y Ferdinand Ebner [16]:

«… El hombre se encuentra esencialmente en diálogo. Su vida espiritual está orientada a ser compartida. (…) Aquí se indica algo que radica en la esencia de la existencia espiritual misma: el hecho de que la vida espiritual se realiza esencialmente en el lenguaje» [17].

Por ser autónoma, la persona no está cerrada en sí; se abre al tú. La tendencia a salir hacia los demás constituye el rasgo propiamente espiritual de toda persona. Como el espíritu tiene poder creador de relaciones de encuentro, y en éstas se supera la escisión entre el interior y el exterior, el dentro y el fuera, cuando una persona sale hacia otra no sale de sí; entra en su verdadero ser, logra su plena identidad. Todo esto (el yo y el tú, la relación entre ambos, la superación de la escisión dentro-fuera, interior-exterior…) se expresa en el lenguaje dicho con amor, con voluntad de crear una verdadera relación de encuentro. El lenguaje, dicho con afecto, es una fuente de luz y conocimiento que no sólo condensa el legado de la tradición familiar y social sino que da origen a nuevos sentidos. El lenguaje es un campo no sólo de múltiples significados sino de sentido, de afectos, anhelos e intuiciones. En esa trama de conocimientos es insertado el niño al nacer y ser apelado por sus allegados. Nacemos acunados espiritualmente por el lenguaje. A todo esto aludimos al afirmar que «somos seres locuentes», los únicos en todo el inmenso y admirable universo [18].

«El lenguaje –escribe Guardini– no sólo constituye un medio a través del cual se comunican acontecimientos, sino que la vida y la actividad espirituales se realizan ellas mismas en el lenguaje. El pensamiento no es un acto pre-verbal del espíritu que sólo después, en virtud de una decisión o una intención especial, se manifiesta en palabras, sino que tiene lugar, desde el comienzo, en forma de lenguaje interior. El lenguaje no es un sistema de signos de entendimiento por medio del cual entran en comunicación dos mónadas; es el ámbito de sentido en que todo hombre vive. Es una conexión de formas de sentido determinables por leyes supraindividuales. En ella nace el hombre y por ella es formado. Es un todo independiente del individuo, en el cual éste colabora de algún modo según su capacidad. En este mundo de formas de sentido vive el hombre. (…) Hablar, en rigor, no puede uno consigo mismo, sino sólo con otra persona; (…) impulsa, por tanto, a establecer la relación yo–tú. En este sentido, el lenguaje significa el proyecto previo para la verificación del encuentro personal» [19].

Si cuanto pensamos tiene carácter relacional, nuestro pensamiento debe ir vinculado necesariamente a la palabra. Al ser relacional en sí misma, la palabra implica silencio, visto no como mera falta de palabras, sino como la capacidad de atender, a la vez, a diversas realidades confluyentes, o diferentes aspectos de una misma realidad. Digo pan con espíritu silencioso, recogido, y pienso en todas las realidades que han debido confluir para dar lugar al prodigio que es una espiga de trigo que brota y madura en el campo. La palabra está en la raíz de nuestra vida concreta, porque somos seres relacionales, ambitales. Los huérfanos que –por disposición de Federico II de Hohenstaufen– no recibieron de sus cuidadores ni una palabra ni un gesto expresivo acabaron muriendo, a causa sin duda del desamparo, pues el lenguaje nos acoge, nos permite centrarnos como personas al abrirnos a nuestro segundo centro: el tú y la trama de ámbitos de nuestro entorno [20].

El lenguaje es indispensable para un ser relacional, como el hombre. Éste lo necesita porque proviene de una llamada –inspirada por un encuentro amoroso, expresado en una palabra de compromiso cordial– y está llamado a crear nuevos encuentros dentro de una trama complejísima de ámbitos. Si vemos las realidades como tramas de interrelaciones, hemos de considerar el lenguaje como el indispensable medio en que podemos vivir como personas, ya que los estímulos no nos bastan para regir nuestra existencia. Por eso un lenguaje empobrecido depaupera nuestra vida, y un lenguaje corrompido acaba destruyendo nuestra mente y nuestra persona. El lenguaje dicho con espíritu de acogimiento y amor es el «elemento» natural en que germina y se desarrolla la vida personal del hombre, que hoy es definido por la más cualificada Biología como un «ser de encuentro», un ser dialógico [21].

Guardini, una figura abierta al futuro

Actualmente, la lectura de varios escritos póstumos de Guardini nos permite descubrir que no fue el triunfador nato que suponíamos sus alumnos; fue el hombre que, a través de múltiples avatares y sufrimientos, permaneció fiel a la titánica tarea de defender la libertad frente al poder desmadrado, al relativismo que se erige en dueño de la verdad y los valores, al reduccionismo que dilapida la grandeza del hombre, a la altanera pretensión de autonomizarse frente a todo tipo de trascendencia [22].

Su coherencia espiritual le valió a Guardini ser estimado por propios y extraños y ejercer una forma de magisterio perdurable. En 1963 recibió el «Premio Erasmo al mejor humanista europeo». Si hoy, en su querido Berlín, la Guardini Stiftung (Fundación Guardini) acierta a recoger el testigo de este gran valedor de la mejor Europa, podemos esperar fundadamente que este viejo y admirable continente siga nutriéndose de las raíces intelectuales y religiosas que lo alzaron a una gloria secular.


NOTAS 

[1] Cf. El Señor, Cristiandad, Madrid 2002, p. 122; Der Herr, Werkbund, Würzburg 1951, p. 92.
[2] Cf. El Señor, págs. 92-93; Der Herr, p. 149.
[3] Cf. O. cit., BAC, Madrid 1997, págs. 168, 180-181; Versión original: Die Existenz des Christen, Schöning, Paderborn 21977, págs. 169, 181- 182. Véase, además, la breve obra programática: La aceptación de sí mismo, Cristiandad, Madrid 1983; Versión original: Die Annahme seiner Selbst, Grünewald, Maguncia 21990.
[4] Cf. La existencia del cristiano, p. 203; Die Existenz des Christen, págs. 205-206.
[5] Véase el bellísimo texto sobre el carácter polifónico de la verdad en Versuche über die Gestaltung der heiligen Messe, Hess, Basilea, p. 25.
[6] Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992, págs. 161- 162, 167-169.
[7] Cf. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, págs. 96-97; Mundo y persona, Cristiandad, Madrid, págs. 183-184.
[8] Cf. Confesiones I, 1.
[9] Cf. Ética, Lecciones en la universidad de Munich, BAC, Madrid 1999, págs. 160-161; Ethik, Vorlesungen an der Universität München, M. Grünewald, Maguncia 21994, p. 239.
[10] Ética, p. 162; Ethik, p. 205.
[11] Cf. Welt und Person, págs. 96-98 (Mundo y persona, págs. 106-108). Véanse, asimismo, La existencia del cristiano, BAC, Madrid 1997, p. 459 (versión original: Die Existenz des Christen, F. Schöning, Paderborn 1976, p. 467); El poder, Cristiandad, Madrid 1982, págs. 77, 112, 117, 123 (Versión original: Die Macht, Werkbund, Würzburg 41957).
[12] Ética, p. 144; Ethik, p. 180.
[13] Este importante tema lo analizo, sobre todo, en El triángulo hermenéutico (Madrid 1971, págs. 59-115) y en Inteligencia creativa (BAC, Madrid 42003, págs. 160-165).
[14] Cf. Welt und Person, págs. 28, 113; Mundo y persona, págs. 36, 123.
[15] La existencia del cristiano, págs. 179, 467; Die Existenz des Christen, págs. 180, 475.
[16] «La palabra –escribe Ferdinand Ebner– ’creó’ la autoconciencia y la vida espiritual del hombre en su realidad». «En la palabra está la clave para acceder a la vida espiritual». «Claro que a pocas personas se les ha concedido el don de que en su palabra se halle latente la fuerza del espíritu de tal modo que, al hablar de Dios, lo hagan inmediatamente presente a quienes las oigan» (Das Wort und die geistigen Realitäten, Herder, Viena 1952, págs. 50, 71, 220; La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1993, págs. 45, 62, 178).
[17] Welt und Person, p. 107; Mundo y persona, p. 117.
[18] Nótese que los términos «locuente», «elocuente», «locuaz», «locutorio» y otros afines proceden del verbo latino loqui (hablar).
[19] Welt und person, p. 107; Mundo y persona, págs. 117-118.
[20] Cf. R. Guardini: Welt und person, p. 108 (Mundo y persona, p. 118); Ethik, p. 235 (Ética, p. 183).
[21] Cf. Juan Rof Carballo: Urdimbre afectiva y enfermedad, Labor, Barcelona 1961; Violencia y ternura, Prensa Española, Madrid 31977; El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor, San Pablo, Madrid 1994.
[22] Esta nueva visión de la figura de Guardini inspiró mi obra Romano Guardini, maestro de vida, Editorial Palabra, Madrid 1998.

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