Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas

El 13 de octubre de 1822 nació Joaquín Larrain Gandarillas, el sexto de quince hermanos. Sus padres fueron don Juan Francisco Larrain y Rojas y doña Mercedes Gandarillas y Aranguíz.

Huérfano de padre muy joven, demostró entonces cualidades de gobierno prudente de su familia, en lo que a él correspondió por esa situación. La austeridad, la alegría y la vida de piedad eran elementos centrales en la vida cotidiana de la familia Larrain Gandarillas.

Su inteligencia y dedicación al estudio le permitieron obtener una muy buena formación, tanto en su hogar como, posteriormente, en el Seminario de Santiago, donde cursó Humanidades con éxito y muy buenos comentarios sobre su calidad humana. Luego siguió estudiando en el mismo centro, ciencias jurídicas y eclesiásticas, hasta que se graduó como Bachiller en Teología y Licenciado en Derecho en 22 de julio de 1844, en la Universidad de Chile.

Entre ambas alternativas pudo optar Larrain Gandarillas: la abogacía o el sacerdocio. Eligió, y fue elegido, para este segundo camino. “Después de un largo y detenido examen –escribía el mismo en su solicitud para ingresar al clero- he llegado al convencerme de que Dios quiere que busqué mi santificación sirviéndole en el ministerio de los altares. Aspiro, pues, a abrazar el estado eclesiástico”. Así, ingresó al clero a los 24 años, siendo Bachiller en Teología y Licenciado en los dos Derechos, canónico y civil, además de Profesor de Legislación en el seminario de Santiago.

En su vida sacerdotal tuvo múltiples cargos y encargos (y también pesadas cargas), que supo asumir con responsabilidad, entrega y buenos resultados. Artículos de la Revista Católica, el Rectorado del Seminario de Santiago, un Catecismo para niños, la Conferencia de San Vicente de Paul (y su activa casa de  talleres), el Hospital de San Bernardo, la Sociedad Bibliográfica de Santiago, la Sociedad de San Juan Francisco Regis y -sobre todo- su  activo y eficaz ministerio sacerdotal, fueron actividades que llenaron su larga y fecunda vida.

Entre otras funciones que desarrolló, tuvo especial aprecio a su labor como profesor. Quizá por ello, la desarrolló durante años con alegría, lo que le sirvió indudablemente en su futuro al emprender obras educacionales de envergadura, como fue la fundación de la Universidad Católica, de la cual fue su primer Rector.

Vocación de profesor.

Don Joaquín Larrain Gandarillas dedicó una amplia parte de su vida a ejercer el magisterio, sea en el ámbito civil o eclesiástico. Tenía, el más alto concepto y valoración de la misión del profesor en la sociedad.

Señalaba en una ocasión: “El que consagra su vida a la dura, pero santa obra de la enseñanza y educación de la juventud, no es menos digno de premio y de elogio que el que santifica a las almas en el tribunal de la  penitencia. El maestro tiene una misión importantísima; a él está confiado un nuevo apostolado, una santa cruzada: la cruzada y el apostolado contra el materialismo, que es gangrena de la sociedad moderna, y del cual los corazones tiernos son las primeras víctimas cuando no se ha cuidado de arraigar en ellos con tiempo la buena semilla”.

Especial interés despertaron en él las escuelas de Bélgica, que visitó en la década del 50, y la activa labor educativa que realizaba el clero de ese país. “Todas las escuelas de Bélgica –señalaba en una carta- están bajo la dirección del clero, y todos los maestros son formados en las escuelas normales que han formado los obispos… Y ¿por qué no hemos de aspirar nosotros al mismo orden de cosas?”. Lo mismo ocurría en el ámbito civil que en el religioso, al punto que media nivel de los obispados por la calidad de sus seminarios, donde se formaban los futuros pastores. “Cada vez me convenzo –aseguraba Larrain Gandarillas-pasa de la importancia inmensa esta sabia institución (el seminario). En mis viajes he observado muchas veces su influencia: los mejores obispados son los que tienen los mejores seminarios”.

No fue casualidad entonces, que a su regreso a Chile le correspondiera la misión de dirigir y reorganizar el Seminario de Santiago, en su calidad de Rector. En tal labor adquirió y puso en marcha el edificio donde funcionaría el Seminario a partir de 1857. Asimismo, organizó los cursos de Humanidades y de Teología, con nueva capilla, campos de esparcimiento, e incluso con un nuevo reglamento. Sin embargo, lo más importante no eran los espacios materiales ni las obras de piedra: las personas eran centro del quehacer educativo. “Si la virtud y la piedad, sostenía en el reglamento del Seminario, los más bellos talentos y los más preciosos conocimientos poco o nada valen… y por este principio la educación tiene a la religión por base”.

Un Gran Proyecto: Una Universidad Católica Libre.

Pasaron muchos años desde aquellas hermosas cartas de juventud, su vocación al sacerdocio o la dirección del seminario, antes que don Joaquín Larrain Gandarillas asumiera su última gran empresa. No es tan difícil imaginarse el escenario en que surge, a finales del siglo XIX, la Universidad Católica. Ante la evidente tensión entre el Estado Docente y los partidarios de la enseñanza religiosa(o de la libertad de enseñanza, como se llamó), no fue extraño que un grupo importante de católicos de la capital, clérigos y laicos, se reuniera en torno a la común idea de sacar adelante este ambicioso (y para muchos irrealizable) proyecto.

Desde el 1° de julio de 1888 se constituyó la Junta Promotora de la Universidad, la que se reunió semanalmente en casa de don Joaquín Larrain Gandarillas. Se tomaron importantes acuerdos para los comienzos de la labor: se designó Patrono al Sagrado Corazón de Jesús, que hoy preside el frontis de la Casa Central; se dijo que los alumnos serían externos; se comenzaría con la carrera de Derecho. Estos acuerdos y otros que se tomaron fueron dando fisonomía y espíritu de cuerpo a la iniciativa.

El primer Rector de la Universidad pronto tuvo ocasión de explicar el sentido y la necesidad del trabajo en que estaban empeñados los católicos de Santiago. El 8 de septiembre del mismo año, se reunió una asamblea con amplia concurrencia en un salón de la Unión Católica, donde Larrain Gandarillas expuso los fundamentos del sueño que abrigaban.

“Os he invitado a reuniros –señalaba el Rector- para tener ocasión de explicaros, aunque sólo sea compendiosamente, lo que significa a nuestros ojos ese ideal de una Universidad Católica en nuestro Chile… una obra destinada a producir grandes beneficios a nuestro país y que aprovecha juntamente a la Iglesia y al Estado”. Y continuaba Larrain Gandarillas: “¿qué cosa es o debe ser una Universidad Católica libre?

Una Universidad Católica es, en primer lugar, una vasta escuela en que se cultivan y enseñan los diferentes ramos del humano saber, en armonía con esas verdades fundamentales que ha puesto fuera de discusión la palabra infalible de Dios.

Una Universidad Católica es además un hermoso taller en que se educa el corazón y se forma el carácter de los jóvenes y se les prepara para las diversas carreras y exigencias de la vida social. Una Universidad libre es, por fin, una corporación que no vive del aliento ni de la inspiración oficial. La  nuestra aspira al honor de deberlo todo a su propio y abnegado trabajo y a las simpatías que logren inspirar sus doctrinas, sus profesores y sus métodos. Y espero que no se apasionara sino por un ideal: el de trabajar con desinteresado celo por la difusión de las verdaderas luces y por la sólida educación de la juventud”, concluía el Rector.

En la misma ocasión, resumió en algunas ideas centrales las características de la Universidad Católica, que conviene recordar:

  • En primer lugar, que la enseñanza de la Universidad ha de ser eminentemente religiosa, en una sólida unidad de la ciencia con la fe.
  • En segundo lugar, que la enseñanza de la Universidad tiene por objeto almacenar en la mente de los alumnos objetos variados, en orden a cultivar, fortificar y elevar a su más alta potencia las facultades intelectuales de ellos.

Con esto, y todavía sin alumnos, quedaba sembrada una semilla de futuro. Es muy notable comprobar, transcurridos más de 100 años de la fundación de la Universidad católica, como en la mente de los que la sacaron adelante había una clara visión universal y un sentido de eternidad que no deja de impresionar. “Los jóvenes estudiosos -decía Larrain Gandarillas en el mismo discurso – hallarán juntamente en la variedad de los cursos, en la perfección de los métodos, en la competencia y celo de los profesores de Universidad, así como en sus academias, en sus actos literarios, en su escogida biblioteca, en sus gabinetes y museos científicos, abundantes recursos para cultivar su inteligencia y prepararse ya para estudios más el detenidos y profundos, ya para las diferentes carreras, ocupaciones y cargos a que la Providencia los pueda tener destinados”.

Hay que recordar que estas palabras fueron pronunciadas cuando aún no había clases ni alumnos en la Universidad, cuando todavía era un sueño: posible, cercano, ansiado, pero un proyecto, al fin y al cabo.

1897, Cien Años Atrás.

El año 1897 no fue, en modo alguno, uno cualquiera para don Joaquín Larrain Gandarillas.

Desde luego, el 18 de abril de ese año cumplía 50 años de sacerdocio, bodas de oro de quien a los 25 años había decidido servir a Dios y a la Iglesia a través del ministerio sacerdotal.

En tal especial ocasión, maestros y discípulos de la Universidad descendieron a saludar y agradecer a rector tan memorable aniversario. Le regalaron una tarjeta de plata donde aparecía el Ángel de Chile, sosteniendo el báculo, la mitra y los Santos Evangelios en una mano, y en la otra una rama de palma extendida sobre el retrato de Larrain Gandarillas. Se leía la siguiente dedicatoria: “los profesores y alumnos de la Universidad Católica felicitan a su dignísimo Rector, el Ilmo. y Rvmo. Señor Arzobispo titular de Anazarba, Doctor Don Joaquín Larrain Gandarillas, en el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal. 1847-1897”.

Adicionalmente, 1897 fue importante para la Universidad. Ese año, dos alumnos que habían desarrollado sus estudios en la Universidad Católica obtuvieron su diploma. Fueron los primeros dos de una lista que hoy integran más de 60.000 titulados en 100 años de servicio a la Iglesia y a Chile. El sueño de los que tienen alma grande y corazón limpio ya era realidad antes de culminar el pasado siglo. Sin embargo, 1897 también fue un año doloroso para la Universidad Católica. El 20 de septiembre de ese año, después de celebrar la Santa Misa, Joaquín Larrain Gandarillas fue atacado por una pulmonía. Antes de cumplirse una semana, el rector de la Universidad Católica rindió su alma a Dios, el 26 de septiembre, en su quinta de San Bernardo.

Una institución sufrió especialmente su partida, y fue la Universidad Católica, su gran amor en los últimos años. Había puesto al servicio de ella, al decir de un biógrafo,” la experiencia de los años, el prestigio de su nombre y las últimas energías de su talento y de su carácter siempre entero”.

 La muerte de don Joaquín fue triste pero también permitió dimensionar la inmensa obra de quien fuera capaz de pensar y poner en marcha una Universidad Católica Libre. Era sólo el comienzo de una historia larga y de frutos fecundos que comenzaron a construir, con enorme esfuerzo, nuestros fundadores. A cien años de la muerte del Fundador  y Primer Rector, nuestro principal desafío es la fidelidad. Ella nos llama, como prometieron quienes siguieron la labor  de don Joaquín, a seguir la senda del servicio y la formación que están inscritas en la misión de la Universidad católica.

Sólo nos queda recoger con fidelidad ese legado y seguir marchando con fe hacia el porvenir, con la ilusión de seguir sirviendo a Dios, la Patria y la Universidad. Será el mejor homenaje y el más justo recuerdo a monseñor Joaquín Larrain Gandarillas, que tantos desvelos tuvo por nuestra casa de estudios hasta el día de su muerte en 1897, hace ya cien años.

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