¿Dónde radica lo específico de una institución universitaria que es católica, no solo de nombre, si no en su esencia más profunda? ¿Qué de particular le toca realizar a una universidad católica? Es posible deducir respuestas de mucho peso a partir de los acentos que establece el Papa Francisco en los numerales 132 a 134 de la exhortación apostólica Evangelii gaudium: este documento propone una serie de criterios que bien analizados e interiorizados, establecen pautas de acción en orden a la evangelización que la universidad y quienes pertenecen a ella han de realizar.

* El autor es doctor en Sagrada Teología y miembro de la Comisión Teológica Internacional.

El marco en el que se sitúan los numerales mencionados es el capítulo tercero de la exhortación, que lleva por título “El anuncio del Evangelio”. Es la tarea que apremia a la Iglesia, y que, a juicio del Papa, involucra a todos sus miembros e instituciones, personas y estructuras. En este contexto, el Santo Padre Francisco señala el gran horizonte de la evangelización de la cultura, y allí se ubica el trabajo evangelizador de la universidad, al que el Papa se va acercando mediante sucesivas delimitaciones que podríamos ilustrar a modo de círculos concéntricos, de mayor a menor extensión y de menor a mayor profundización, si lo vemos desde nuestra perspectiva. Comienza diciendo:

“El anuncio a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética (véase Propositio 17) que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos. Cuando algunas categorías de la razón y de las ciencias son acogidas en el anuncio del mensaje, esas mismas categorías se convierten en instrumentos de evangelización; es el agua convertida en vino. Es aquello que, asumido, no solo es redimido sino que se vuelve instrumento del Espíritu para iluminar y renovar el mundo” (1).

Evangelizar la cultura implica hacer presente la Buena Nueva de Jesús a todas las instancias que constituyen la vida de un pueblo. Para hablar de la cultura, el Papa Francisco recoge las enseñanzas de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Puebla (1979) donde se afirma que la cultura es

“el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS, 53b) de modo que puedan llegar a “un nivel verdadera y plenamente humano” (GS, 53ª). Es “el estilo de vida común” (GS, 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de “pluralidad de culturas” (GS, 53c). La cultura así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma “conciencia colectiva” (EN, 18). La cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes” (2).

Si bien el Papa Francisco gusta de la dimensión esencialmente popular de la cultura, no deja de lado la necesaria evangelización de las élites, y en este caso, de las élites culturales, de allí la mención a las culturas profesionales, científicas y académicas, que, como bien sabemos, conforman la realidad universitaria. En la universidad se produce el encuentro entre fe, razón y ciencias vinculadas por la búsqueda común de la verdad, y este debe ser el distintivo de la universidad católica, donde las tres realidades mencionadas se hallan unidas armónicamente, pero al mismo tiempo en el mayor respeto a la identidad y legítima autonomía de cada una. La fe ilumina a la razón y la ayuda a superar sus propias limitaciones, pero a su vez la razón posibilita la profundización de la fe, y las ciencias sacan provecho de la orientación ética y trascendente que la fe y la razón creyente le pueden ofrecer.

En las palabras del Papa Francisco, destaca la alusión al diálogo que ha de darse entre fe y razón, y fe y ciencia, lo que presupone que de suyo estas dimensiones no se oponen, antes bien, son sujetos de una fecunda confrontación. Aun cuando no aparezca citado, resuenan aquí los ecos del célebre Discurso del Papa Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, en la que con profundos argumentos el Papa Ratzinger denunciaba la actual cerrazón de la razón hodierna y su rechazo de la fe, cosa que lleva a graves consecuencias, tanto para la razón como para la fe misma y todo ello en perjuicio del hombre de hoy. Pero el Papa Francisco, que tiene como objetivo la evangelización que ha de realizarse a las élites culturales, pone el acento en la recepción de las categorías propias de la razón y de las ciencias por parte del cristianismo, para que así se pueda anunciar la Buena Nueva en al lenguaje de dichos ambientes, respondiendo a sus propios problemas e inquietudes.

“Cuando algunas categorías de la razón y de las ciencias son acogidas en el anuncio del mensaje, esas mismas categorías se convierten en instrumentos de evangelización; es el agua convertida en vino”. Expresión bellísima que ilustra magníficamente la tarea que debe realizar la universidad para de esa manera contribuir a la evangelización. La mención al pasaje de las Bodas de Caná (3) deja ver que en esta labor de asimilar criterios de la razón y las ciencias para ponerlos al servicio de la misión evangelizadora produce una transformación en la cultura, que así puede ser vehículo para comunicar realidades trascendentes y ser ella misma elevada a una condición de plenitud y es “redimida”, como señala el Papa aludiendo a la conocida expresión de los capadocios.

Lo que explica el Papa Francisco no solo es posible, sino que históricamente se ha realizado. En el siglo XIII, la universidad –que, como ya hemos dicho, es una creación de la Iglesia– fue escenario de la síntesis entre el pensamiento aristotélico recientemente redescubierto en su casi totalidad, y el cristianismo que lo asumió, lo purificó y lo convirtió en una magnífica herramienta evangelizadora de las más altas instancias culturales del momento. Tengamos en cuenta, además que se trató de la acogida y asimilación de una filosofía específica, pero también de la ciencia que le era cercana. No es casualidad que las figuras representativas de este momento histórico son San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, el primero de ellos reputado como hombre de ciencia y el segundo como el más representativo de los teólogos católicos a lo largo de la historia. Y ambos fueron maestros universitarios.

Estas enseñanzas del Papa nos invitan a preguntarnos: en nuestra universidad, ¿trabajamos para que se produzca este encuentro de la fe con el ámbito de la razón y con el de la ciencia? El manejo del saber profano por parte nuestra, ¿deja a este en su profanidad? ¿O hacemos los necesarios esfuerzos para que las categorías evangélicas impregnen los contenidos de las disciplinas científicas que enseña, investiga y difunde la universidad?

Ahora bien, para que pueda concretizarse esta acogida de los aportes de la ciencia y de la razón en el ámbito de la fe, y así la universidad católica pueda participar activamente en la misión evangelizadora, la teología juega un papel importantísimo. Por eso, el numeral 133 explicita el cometido de la teología y de los teólogos en esta labor:

“Ya que no basta la preocupación del evangelizador por llegar a cada persona, y el Evangelio también se anuncia a las culturas en su conjunto, la teología –no solo la teología pastoral– en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios (véase Propositio 30). La Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio”. (4)

Toda universidad católica debe plantearse como uno de sus cometidos fundamentales el comprender la realidad desde la fe. Y esto es completamente lógico, ya que el dejar de lado la fe, y a Dios que es su objeto, conduce al desconocimiento de lo real, como denunciaba en su momento el Papa Benedicto XVI. Y para comprender la realidad desde la fe, la teología es imprescindible. Más aún, es necesaria. Sin ella no se puede dar correctamente esta comprensión.

Personalmente considero que la teología es necesaria no solo para la universidad católica, sino para toda la universidad, porque hace posible un saber que va más allá de los límites de la razón y que permite a la razón comprenderse y superarse. Si la razón de ser de la universidad es la de buscar la Verdad, faltaría mucho de esta búsqueda si se prescinde de la verdad trascendente. De manera muy sintética indicamos algunas razones de dicha necesidad:

a) En cuanto disciplina que reflexiona con la máxima rigurosidad y racionalidad sobre Dios y su revelación, la teología remite a la Verdad Absoluta que fundamenta toda la verdad que el hombre en cierto modo conoce y vive. Recogiendo las propuestas del Papa Benedicto XVI en sus pronunciamientos magisteriales recientes (5), la Iglesia invita a un conocimiento de la Verdad que vaya más allá de lo que la mera razón empírico-práctica de hoy puede alcanzar y ofrecer. Para ello, junto con la razón es necesaria la fe. Pero no meramente la fe sencilla –con todo el valor que tiene– sino aquella que reflexionando críticamente y satisfaciendo las exigencias del pensamiento en sus más altas instancias (vale decir, en el ámbito universitario) busca respuestas y aplicaciones a las preguntas por la verdad. Y esto es la teología.

b) Otro motivo que hace necesaria la presencia de la teología en la universidad es el que se refiere a la universalidad del saber. Quien estudia en la universidad está llamado a tener un conocimiento amplio de toda la realidad cultural, y ¿quién duda que lo religioso sea parte integrante e importante de la realidad que nos rodea? Precisamente, la fragmentación del saber que dio paso a que el alumno universitario se dedique nada más que al estudio de su carrera y de lo que a ella concierne, olvidándose de todo lo demás o poniéndolo en un plano muy secundario, es algo negativo que lleva a Ortega y Gasset a afirmar que este tipo de aproximación produce nuevos “bárbaros” en una época supuestamente tan avanzada como la nuestra:

“Comparada con la medieval, la Universidad contemporánea ha complicado enormemente la enseñanza profesional que aquélla en germen proporcionaba, y ha añadido la investigación quitando casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura.
Esto ha sido, evidentemente una atrocidad. Funestas consecuencias de ello que ahora paga Europa. El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Este personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas.
Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también –el ingeniero, el médico, el abogado, el científico. De esa barbarie inesperada, de ese esencial y trágico anacronismo tienen la culpa, sobre todo, las pretenciosas Universidades del siglo XIX, las de todos los países, y si aquélla, en el frenesí de una revolución, las arrasase, les faltaría la última razón para quejarse” (6).

La universidad del saber exige, pues, el conocimiento de lo religioso no solo en sus manifestaciones externas, sino también en la comprensión precisa de sus contenidos, y allí es donde entra la teología. Una universidad sin teología no puede pretender la universalidad del conocimiento, ya que este quedaría amputado de una de sus dimensiones, y ciertamente no de las menos importantes.

c) En la universidad, la teología está llamada a ejercer un papel orientador. A ella –la teología– le toca ofrecer el sentido último y definitivo de todo lo que es y de lo que se hace. Muestra no sólo la dimensión ética y moral de la acción humana y de sus creaciones, sino la razón última de la existencia, que es trascendente al ser humano. En un ambiente cultural como el que nos ha tocado vivir, la ausencia de un sentido que oriente la existencia es algo patente y claro, y por ello no sorprende que ante tal carencia, el saber científico haya querido asumir el papel de guía. Pero la ciencia –sobre todo aquella que se identifica con el paradigma empírico-naturalista– por su misma naturaleza no se sitúa en el plano de las causas últimas, siempre trabaja a nivel de causas segundas. Por ello, mal podría hacer de orientadora de la existencia. Cuando la ciencia (en el sentido que estamos hablando) asume un papel orientador, se rige no por la lógica de lo que es bueno o malo, sino de lo que se puede o no se puede alcanzar. La lógica de la ciencia es la de la fuerza, y esto se ha traducido en diversas visiones ideologizadas (cientificismos) que pasan por encima del ser humano y su dignidad. Pues bien, esta orientación específica que la ciencia en cuanto tal no puede dar, la ofrece la teología, no desde una posición superior y aislada, sino en conexión y diálogo con los otros tipos de saber que encontramos en la universidad.

A veces se percibe en algunas universidades católicas, incluso pontificias, que la teología ciertamente se halla presente en la currícula de estudios, pero simplemente como un curso más entre otros muchos, y quizá como una materia irrelevante, cuya presencia sirve únicamente para cumplir un requisito impuesto externamente. Sin embargo, para una universidad consciente y verdaderamente católica, y no solo de manera nominal, la teología es un elemento fundamental para el ejercicio de su función evangelizadora. Sería muy positivo que dedicáramos tiempo para reflexionar sobre el mejor modo de potenciar el papel que la teología ha de tener en nuestra universidad, respetando la legítima autonomía que poseen las ciencias y disciplinas profesionales, pero al mismo tiempo iluminándolas con la luz el Evangelio que la teología sabe aplicar a cada realidad.

En el numeral 134 el Papa Francisco se refiere directamente a la teología. La mención es muy breve, y está acompañada por la referencia a las escuelas católicas, pero en su brevedad encierra un contenido muy hondo. Dice así:

“Las universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados (véase Propositio 27)” (7).

Qué mejor estructura y ambiente que el de la universidad para concretizar la evangelización de las más elevadas expresiones de la cultura. Se trata de “pensar” la mejor manera de hacer presente la Buena Nueva en ambientes caracterizados por las más refinadas formas de estudio y reflexión, donde, además, se produce cultura, y en ese sentido las universidades son “verdaderos laboratorios de cultura” en los que todas las disciplinas tienen su lugar, en la configuración de un saber que sea al mismo tiempo universal y auténticamente humano, como bien decía Benedicto XVI. El Papa Francisco subraya que el esfuerzo evangelizador debe realizarse “de modo interdisciplinario e integrador”, es decir, involucrando a todas las ciencias y disciplinas que se estudian en la universidad, y al mismo tiempo vinculándolas de modo tal que se manifieste la unidad del saber humano.

¿Cómo alcanzar esta interdisciplinariedad e integración en la tarea evangelizadora que ha de realizar la universidad? Para responder a esta interrogante, vamos a tomar inspiración de la propuesta hecha por el Papa Francisco cuando señala los principios que permiten la construcción de la paz social en un pueblo. Si bien estos principios se refieren a una cuestión muy específica, más vinculada a la enseñanza social de la Iglesia, podemos aplicarlos análogamente al esfuerzo de la universidad por evangelizar superando obstáculos como el aislamiento de las disciplinas, la fragmentación del saber y la oposición de los diversos conocimientos y materias presentes en el ámbito intelectual y universitario. Lo que dice el Santo Padre bien puede remitirse –repito, manteniendo la analogía– al mundo de la universidad y su misión evangelizadora. Los cuatro principios son: 1. El tiempo es superior al espacio. 2. La unidad prevalece sobre el conflicto. 3. La realidad es más importante que la idea. 4. El todo es superior a la parte (9).

“El tiempo es superior al espacio”

El Papa señala este principio como respuesta al problema suscitado por la tensión bipolar entre la plenitud y el límite. El tiempo remite al horizonte de plenitud que ha de alcanzarse; el espacio es el límite con el que nos topamos en lo inmediato del quehacer. En una correcta praxis, el tiempo tiene prioridad sobre el espacio, es decir, es más importante la meta que el paso para alcanzarla. Cuenta más el futuro de plenitud al que se dirige la acción que el presente al que uno se ve tentado de sacrificarlo todo:

“Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retornos” (10).

Aplicado al caso de la universidad, se trata de privilegiar lo esencial sobre lo urgente. Ahora bien, lo esencial en una universidad católica es, junto con su labor docente y de investigación, su misión evangelizadora, que no debe dejarse ni ponerse entre paréntesis por ningún tipo de urgencias. A veces da la impresión de que lo urgente (las cuestiones económicas, las estructuras y organización, incluso lo que en un momento está de moda) desplaza al proyecto de universidad que se ha concebido y asumido, y lo que debería ser esencial queda pospuesto –y a la larga, olvidado– por el inmediatismo de la necesidad que se hace permanente. Con sus palabras, el Papa nos ayuda a tomar conciencia sobre lo relativo de lo contingente y lo permanente del proyecto, que remite a la esencia real a ser alcanzada en el tiempo, y nos recuerda que “este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo”. (11)

“La unidad prevalece sobre el conflicto”

Lo que implica reconocer la presencia del conflicto en la realidad, pero no para quedarse allí sin más, sino para trascender la conflictividad para alcanzar el sentido de la unidad profunda de la realidad.

Llevado este principio al ámbito universitario, podemos constatar que, en efecto, se considera que hay una especie de conflicto entre fe y razón, así como entre fe y ciencia, pero también se precisa cierta conflictividad entre las mismas disciplinas que conforman el saber académico: conflicto entre humanidades y ciencia; conflicto entre disciplinas teóricas y disciplinas prácticas. Una de las consecuencias de esta “conflictividad”, además del secularismo laicista que vemos en muchas universidades, es la fragmentación del saber cuyas características mencionamos anteriormente.

Esta orientación conflictual es fiel reflejo de la Modernidad y está bien representada por Kant en su célebre opúsculo La contienda entre las facultades de filosofía y teología (12). Plantea Kant en esta obra que las diversas facultades de la universidad buscan bienes diversos, partiendo de verdaderas distintas. Así, la medicina busca el bien corporal (= salud) mediante la verdad que le brinda la biología, la química y en general la ciencia empírica; el derecho busca el bien social mediante la verdad jurídica; la filosofía busca el bien racional mediante la verdad conocida por la razón especulativa, y por último, la teología busca el bien eterno mediante la verdad revelada por Dios. Dado que las “verdades” a las que alude Kant se circunscriben a métodos que no tienen nada que ver unos con otros, es lógico que haya conflicto entre todas ellas, y particularmente entre lo que es el ámbito de la razón (= filosofía) y el ámbito propio de la fe (= teología). Este modelo sigue presente hasta hoy, con la diferencia que entre Kant y nosotros, la teología ha desparecido de la universidad púbica, al menos en la mayoría de países.

La universidad católica está llamada a ser signo de contradicción frente a esta realidad, y por lo mismo a resaltar la unidad del saber, cuya base es la unidad de la verdad. Es cierto que hay conflictualidad y tensión, pero también es cierto que la Verdad no es más que una, y que si bien se manifiesta y se comprende de diversas maneras, no por ello deja de ser la única Verdad. La fe es un elemento unificador, y puede aportar mucho en la consecución de esta unidad del saber, al mismo tiempo que muestra que, por sí misma no lleva a ninguna oposición ni lucha contra la ciencia. La historia nos brinda el ejemplo del mundo medieval, donde por primera vez se alcanzó el ideal de un saber unitario (= unitas) dentro de la diversidad de disciplinas y métodos (= diversitas), dando origen así a la universidad (= uni + versitas), de la que nosotros nos sentimos herederos y continuadores.

“La realidad es más importante que la idea”

Principio importantísimo de mucha relevancia en la vida universitaria y en la evangelización a realizarse allí. No olvidemos que las ideologías de todo tipo, pero especialmente las sociales, encontraron mucho eco y desarrollo en las universidades. Y lo que surgió de esta acogida fue la generación de utopías imposibles, que se quisieron imponer violentamente sobre la realidad, causando destrucción, muerte y frustración. Una ideología, por definición, implica el primado absoluto de una determinada concepción o idea por encima de la realidad, como mediación para una praxis transformadora. En ese sentido, las palabras del Papa Francisco advierten de los peligros de la idea desgajada de la realidad y opuesta a ella:

“La idea –las elaboraciones conceptuales– está en función de la capacitación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética (véase Platón, Gorgias, 465)” (13).

Evangelizar en el ámbito universitario exige resaltar el primado de la realidad, y aquí es fundamental destacar que no se podrá comprender correctamente la realidad si se niega a Dios. Afirmar a Dios es afirmar la realidad y poner las condiciones para conocerla adecuadamente, en orden a un saber auténtico. Esto lo decía el Papa Benedicto XVI en su Discurso inaugural en Aparecida:

“¿Qué es lo real? ¿Son “realidad” solo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y, en consecuencia, solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis” (14).

Se sigue de todo esto que la universidad que evangeliza, que habla de Dios y de Jesucristo, realiza una tarea que beneficia no solo a los creyentes, sino a todos los hombres y mujeres cuya realización pasa por el contacto e involucración con la realidad y no con ideologías que se apartan de ella. Se deja ver con claridad que la evangelización es un servicio que la Iglesia –y con ella, la universidad católica– hace al mundo, más aún, en palabras de Juan Pablo II, es “la lucha por salvar el alma de este mundo”. No es una labor accesoria ni meramente complementaria, para la universidad católica evangelizar es fundamental.

“El todo es superior a la parte”

Cuestión que tiene relación con el segundo principio ya analizado. Si bien es verdad que la universidad está conformada por distintas “partes” o facultades, sin embargo ha de entenderse como unidad, como un “todo”. Aplicado a la universidad, este principio muestra que, habiendo diversas facultades, y algunas tal vez más relevantes que otras, se trata de una sola realidad que debe estar integrada, en el reconocimiento de lo propio y específico de cada facultad y de cada disciplina. No hacerlo lleva al conflicto que Kant resaltaba en sus explicaciones y que configura el modo cómo se entiende la universidad secular hoy.

El Papa Francisco ofrece un criterio valioso que tiene su importancia en la tarea evangelizadora de la universidad:

“A los cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos […]. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte” (15).

A veces existe la idea de que hay disciplinas que son incompatibles con el anuncio de la fe. Se piensa que el mundo de la ciencia, de la empresa y otros no tienen nada que ver con el Evangelio y no quieren saber nada del mismo. Ante esta situación se produce un repliegue de la instancia evangelizadora, que deja estos ámbitos sin el anuncio de la Buena Nueva, desintegrados del mundo de la universidad al que pertenecen. Frente a una realidad así, es necesario recordar que la universidad es un todo unitario, y por lo tanto toda ella tiene derecho a recibir el Evangelio en su integridad y tiene el deber de anunciarlo en su totalidad, sin hacer excepción de personas y de disciplinas. Un campo en el que se puede plasmar este principio de totalidad en la misión evangelizadora es el de la extensión universitaria, por la cual la universidad se proyecta servicialmente a la sociedad alcanzándole a esta lo que se ha aprendido e investigado, y proponiéndole así el saber transformado por el mensaje evangélico, el “agua convertida en vino” del que hablaba el Papa Francisco, y que así transformado es instrumento del Espíritu para iluminar y renovar el mundo.

Conclusión

Las orientaciones, sugerencias y exhortaciones que propone el Papa Francisco en la Evangelii gaudium, en orden al cumplimiento de la tarea evangelizadora de la universidad, son fascinantes y seguramente nos cuestionan y llevan a preguntarnos respondemos bien a esta misión a la que nuestra identidad católica, nos compromete. Seguramente junto con las muchas cosas que con satisfacción reconocemos cumplidas, hay algunas otras que nos falta realizar o que debemos mejorar en su ejecución. Se abre un horizonte de mucho trabajo, pero también de grandes alegrías.

La universidad no es solo la estructura, la organización y el lugar físico, somos maestros y estudiantes unidos en la búsqueda común de la verdad, en el servicio a la sociedad local y nacional y en el empeño evangelizador. La Santísima Virgen María sabrá ayudar en este cometido. A ella acudimos para que, siguiendo las enseñanzas del Papa Francisco, y acogiendo la gracia que el Espíritu derrama en nuestros corazones, cumplamos con alegría la misión apostólica que el Señor Jesús nos confía.


Anotaciones

1. Francisco, Papa. Evangelii gaudium, número 132.
2. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla (1979), 386-387.
3. Véase Ju 2, 1-11.
4. Francisco, Papa. Evangelii gaudium, número 133.
5. Por ejemplo, el Discurso “Fe, razón y Universidad Recuerdos y reflexiones” pronunciado en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006, en el Viaje apostólico del Santo Padre a Alemania del 9 al 14 de septiembre de 2006, y también el discurso pronunciado ante la Asamblea Nacional Italiana reunida en Verona el 19 de octubre de 2006, además del ya mencionado y citado discurso que iba a pronunciarse en la Universidad La Sapienza de Roma en enero de 2008. Un excelente análisis de estos temas está en Angel Cordovilla, S. I., “Por una razón abierta y una fe Iluminada. Benedicto XVI entre la Universidad de Ratisbona y la Universidad de La Sapienza”, en Revista de Estudios Eclesiásticos, vol. 83 (Madrid 2008), pp. 399-424.
6. José Ortega y Gasset, “Misión de la Universidad”, en Obras Completas, Alianza Editorial, Madrid 1983, tomo IV, p. 323.
7. Francisco, Papa. Evangelii gaudium, número 134.
8. Ibídem, número 221.
9. Ibídem, número 222-237.
10. Ibídem, número 223.
11. Ibídem, número 225.
12. Immanuel Kant, La contienda entre las facultades de filosofía y teología. Estudio preliminar de José Gómez Caffarena. Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo, Trotta, Madrid 1999.
13. Francisco, Papa. Evangelii gaudium, número 232.
14. Benedicto XVI, Discurso en la Inauguración de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. Aparecida, 13 de mayo de 2007.
15. Francisco, Papa. Evangelii gaudium, número 237.

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