Un legado que ha permitido orientar el quehacer de la universidad hacia los valores fundamentales en el proceso de evangelización de la cultura

Extracto de la conferencia pronunciada por el Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile al cierre del curso de revista Humanitas “Persona, Cultura y Sociedad en el Magisterio del beato Juan Pablo II”. Este curso, que comprendió diez sesiones, fue inaugurado con una conferencia del Arzobispo y Gran Canciller de esta Universidad, Mons. Ricardo Ezzati, sobre el tema “Juan Pablo II visto por Benedicto XVI”.

El rol público de las universidades católicas ha estado presente desde sus orígenes y se ha expresado en la calidad de su proyecto educativo, en la investigación y creación de nuevos conocimientos y en el compromiso con el país para ofrecer iniciativas orientadas al desarrollo del ser humano y a mejorar su calidad de vida. Han constituido también un espacio propicio para el diálogo entre la fe y la cultura.

Desde la Iglesia ha existido un continuo diálogo y preocupación por sus universidades, para asegurar un testimonio de fe, de comunidad y de excelencia. Hoy estas universidades están comprometidas con el futuro de la educación superior de nuestro país, en especial en momentos de incertidumbre y de un conflicto con soluciones aún inciertas.

La educación debe ir más allá de entregar conocimientos o información; debe promover y facilitar el desarrollo pleno de la persona, permitir un mayor acercamiento a la verdad, a un conocimiento nuevo y que sea sustentable; debe contribuir a que las personas adquieran elementos de vida democrática, de diálogo, tolerancia e intercambio de ideas.

Estos objetivos deben regir nuestro debate como el propósito esencial de lo que queremos entregarles a nuestros estudiantes, tanto en la educación escolar como muy especialmente en educación superior. La formación de personas se puede hacer desde instituciones con diversas características y la favorece la heterogeneidad de proyectos.

La libertad de enseñanza se fundamenta en la libertad de educación, que es una consecuencia de la libertad del ser humano como tal. La educación debe abrir oportunidades de libertad de enseñanza y pluralismo para todos y, en ese sentido, nuestra visión es que la educación que incorpora el aporte de la fe la hace más completa, acogedora, inclusiva y comprensiva.

Algo de historia

En Europa, las primeras universidades fueron fundadas para el estudio del derecho, la medicina y la teología. La Iglesia ya había comenzado a desarrollar la enseñanza y el saber en centros monásticos de distintas órdenes religiosas, no sólo para cultivar el espíritu y alcanzar un nuevo conocimiento que acercara al hombre a la verdad a la luz de la fe, sino que también para influir en las distintas instancias de poder de la sociedad.

En América Latina, las primeras instituciones fueron creadas con gran influencia de la Iglesia Católica, como fue la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima y la de Santa Fe en Bogotá. En Chile, fue la orden de los dominicos la que fundó en 1622 la Universidad Santo Tomás de Aquino, con énfasis en filosofía y teología. Tras la Independencia y luego de la creación de la Universidad de Chile, heredera de la Universidad de San Felipe, nació la Universidad Católica, en 1888, con una misión de servicio a la sociedad, inspirada en una identidad que se funda en desarrollar su labor educativa, cultivar el saber y la búsqueda de la verdad a la luz de la fe.

Posteriormente, en el siglo XX, surgieron universidades católicas en regiones, distribuidas de manera amplia en el país y, más recientemente, algunas dependientes de congregaciones religiosas. Es así como hoy formamos el Capítulo Chileno de Universidades Católicas, que reúne a ocho instituciones, y que aglutina una significativa actividad académica que posee un impacto muy importante en el sistema de educación superior del país.

Libertad y claridad

El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia atiende con desvelo a las universidades para que se perciba con mayor profundidad cómo la fe y la razón tienden a la misma verdad. «...El hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los más altos pensamientos sobre la verdad, el bien y la belleza...».

Tras este Concilio, es interesante destacar dos constituciones apostólicas que resultan claves para las universidades católicas: ambas escritas por el Papa Juan Pablo II. La Sapientia Christiana destaca la necesidad de hacer presente el pensamiento cristiano para promover la cultura superior. Se fundamenta sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en la búsqueda de la verdad y pone una voz de alerta a la eventual división entre fe y cultura como impedimento para dicha evangelización.

La Ex corde ecclesiae se ha transformado en un referente fundamental para todas las instituciones católicas de educación superior. En sus inicios dice: «Nacida del corazón de la Iglesia, la universidad católica se inserta en el curso de la tradición que remonta al origen mismo de la universidad como institución y se ha revelado siempre como un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad». Nos define como una comunidad académica que, de modo riguroso y crítico, contribuye al desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades.

La comunidad universitaria debe estar animada -dice- por un espíritu de libertad y de caridad, además de caracterizarse por el respeto recíproco, el diálogo sincero y por la tutela de los derechos de cada uno de sus miembros. Los docentes, afirma, están llamados a ser testigos y educadores de una auténtica vida cristiana. A los estudiantes los insta a adquirir una educación que armonice la riqueza del desarrollo humanístico y cultural con la formación especializada.

«Colmar una notable ausencia»

En su visita a Chile, en abril de 1987, el Papa Juan Pablo II manifestó su aprecio por nuestra universidad llamándola benemérita y nos hizo un llamado a «proseguir en la consecución de los objetivos propios de una universidad católica: calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre».

La reflexión de esta temática en nuestra casa de estudios ha ayudado a fortalecer nuestra identidad. El compromiso de la universidad lo aborda el profesor Pedro Morandé cuando señala: «La vocación de servicio en relación a las personas y a la sociedad deriva del gaudium de veritate que el mismo documento considera como la esencia de la universidad, siguiendo a San Agustín, quien pensaba que el gozo de la verdad es el gozo de Dios mismo».

En Aparecida, por otra parte, Benedicto XVI se refirió a nuestra misión como miembros de una universidad católica, destacando la necesidad «...de colmar una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones». En el reciente encuentro con los profesores universitarios realizado en Roma, el Papa expresó «espero que las universidades se conviertan cada vez más en comunidades comprometidas en la búsqueda incansable de la verdad, en «laboratorios de cultura», donde profesores y alumnos se unan para investigar cuestiones de particular importancia para la sociedad, empleando métodos interdisciplinarios».

Palabras de futuro

La presencia de las universidades católicas en la docencia e investigación ha sido gravitante en la sociedad occidental. Desde las pequeñas escuelas monásticas de la Edad Media hasta las grandes e influyentes universidades de nuestros tiempos, el mensaje de Cristo ha sido la inspiración fundamental en la identidad y misión de éstas. En nuestro país, la Pontificia Universidad Católica de Chile, que ha participado en la historia durante 123 años de vida, ha desempeñado un rol relevante en los más diversos ámbitos. A ésta se le han sumado un grupo importante de universidades católicas que se destacan por su calidad y aporte al desarrollo científico y tecnológico regional, y que se han enfocado a determinadas áreas del conocimiento en particular, como son las humanidades, la educación y las ciencias sociales.

Al analizar las posibles vías de solución del conflicto estudiantil, resulta fundamental reflexionar sobre los elementos necesarios para avanzar en una reforma del sistema de educación superior en diversos ámbitos. En este sentido, destaca la necesidad de que la confianza, el liderazgo y el compromiso, al servicio de nuestro querido Chile, estén presentes entre los diferentes participantes de este diálogo. No parece conveniente ni oportuno negarse a llegar a un consenso en las principales medidas y avances que debemos lograr como país, teniendo presente que los cambios en educación son graduales y progresivos, y que una transformación real de nuestro sistema va a tomar años de trabajo. Éste se debe realizar en forma unida y con una mirada de futuro y de bien común.

Si el debate de la educación no tiene como foco a la persona humana, se va a lograr una educación interesada, utilitarista, preocupada de las formas y de la ganancia más que de la formación integral del ser humano. Sólo si nos centramos en la persona, en su bienestar y en su desarrollo con libertad de enseñanza, se logrará formar personas integrales.


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