El Mercurio, 27 de junio de 2017

El proyecto de ley que, en la práctica, legaliza el aborto en Chile obligará a repensar los cursos que se dictan en las facultades de medicina y, necesariamente, de aprobarse la ley, habrá que dar cursos, por ejemplo, de introducción al aborto, aborto I, etcétera.

Realizar una acción abortiva cuya finalidad es terminar con la vida de un ser humano inocente, independiente de cómo haya sido gestado y del estado de salud en el que se encuentre, es una tarea ardua, que requiere mucha pericia técnica para que pueda, efectivamente, eliminar al ser que se está gestando en el útero materno y no dañar a la mujer. Quienes promueven el aborto lo llaman "aborto seguro", es decir, terminar con la vida del hijo en gestación sin dañar físicamente a la madre.

Este proceso es más complejo y difícil que un parto. La razón de ello es que la naturaleza está orientada -es decir, es parte de su teleología- a que el fruto de la concepción salga del útero materno. La medicina ayuda a que ello se lleve a cabo, pero el proceso propiamente tal es un hermoso, doloroso y gratificante proceso cuyos actores principales son la madre y el hijo. En el caso del aborto se atenta en contra de este proceso natural, pues se busca la muerte. Si hoy se habla de dos pacientes, la madre y el hijo en su vientre, mañana los "nuevos especialistas" solo considerarán a la madre como paciente. ¿Es justo aquello? ¿Es correcto? La razón y el sentido común dicen que no, porque una mujer embarazada suele decir: estoy esperando un hijo.

En este nuevo escenario, a los alumnos de medicina se les planteará un dilema ético muy complejo, porque ellos harán el juramento hipocrático de curar, aliviar, pero nunca hacer daño. Y el aborto, se den las razones que se den, implica un daño al más débil. ¿Qué harán las facultades de medicina? ¿Entrenarán a sus alumnos para estas prácticas? ¿Podrán ser objetores en los campos clínicos donde hagan su internado?

Este proyecto, además, al no reconocerle valor al embrión humano abrirá la puerta a todo tipo de experimentaciones sobre él, pues si se puede lo más -eliminarlo-, se puede lo menos: usarlo como material biológico para la experimentación. Así no nos extrañemos si a muy corto plazo vemos avisos en el diario donde se pedirán embriones abortados "en buen estado" para investigación. Ello acontece en varias partes del mundo, pues son "legalmente obtenidos".

Por otro lado, si la ley permite que una madre no acoja a un niño porque viene enfermo, ¿qué razón habría para que el día de mañana no quiera tener un hijo "perfecto"? ¿Qué razón habría para no procurárselo? El camino que recorre la "medicina del deseo" junto al "imperativo tecnológico", de que lo técnicamente posible es éticamente correcto, es muy peligroso porque va a llevarnos a prácticas eugenésicas. ¿Eso queremos para Chile?

Además, si no le atribuyen ningún valor al embrión cuando está enfermo, ¿quién nos asegura que el día de mañana tampoco se encontrará valor alguno al que está postrado en cama, y que, por su condición, "dificulta" la vida de la familia? Las leyes que permiten la eutanasia suelen suceder a la ley que permite el aborto.

Este proyecto es superficial, pragmático y miope. Quienes están legislando no han visto lo que ha pasado en otras partes del mundo. El aborto -cínicamente llamado interrupción voluntaria del embarazo- se presenta como una prestación social y no como una prestación de salud. (Al menos tuvieron la honestidad intelectual de reconocer que el aborto no es una terapia.) Lo que sí reconocen es que el supuesto derecho de decidir de otros, los más fuertes, prevalece sobre el derecho que tiene todo ser humano a que se le respete su vida. Ese es el tema de fondo y es lo que se está discutiendo en Chile. Todo lo demás son gestos, palabras y acciones tendientes a que no aparezca lo que realmente pretende este proyecto: Darle un marco legal a la eliminación deliberada de un ser humano, como lo fuimos y lo somos cada uno de nosotros.


+Fernando Chomali
Arzobispo de Concepción

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