Es necesario alimentar formas de producción económicas que, a través de la utilidad, vayan más allá de la misma. La gratuidad no puede ser producida por el mercado y mucho menos por el Estado, sino más bien por ambos, como hemos observado varias veces. Ambas son necesarias.

La primera y quizá fundamental afirmación de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) sobre la economía, es que la realidad económica no es nunca sólo económica. Lo ha escrito Juan Pablo II en la Centesimus annus a propósito del derrumbe de los sistemas económicos de los países comunistas. Cuando un sistema económico entero se derrumba, las causas últimas deben ser investigadas «no sólo y no tanto en el sistema mismo, sino en el hecho de que todo el sistema socio-cultural, ignorando la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado y sólo se limita a la producción de bienes y servicios» [1].

Lo mismo podríamos decir de la crisis financiera de hoy: no es sólo una crisis financiera y la recuperación no comportará únicamente soluciones de orden financiero. No existe una razón “financiera” para conceder préstamos impagables. Mucho menos existe una para empaquetar aquellos préstamos impagables dentro de fondos de inversión para adquirentes inconscientes. Cuando un banco vende un préstamo hipotecario o lo coloca en la bolsa mediante un fondo de inversión, ¿es consciente de que está entablando una relación con una familia? Parecieran sólo finanzas, pero en realidad comprende una relación con una familia. La confianza no es un elemento en sí financiero; sin embargo, si no existe confianza, la economía y las finanzas no funcionan.

Mencionando a Bockenforde, podríamos decir que la economía consuma presupuestos que no está en grado de reconstituir. Ello va dirigido a cada realidad económica. Si una empresa falla, no es por motivos solamente económicos. Por lo demás así sucede a menudo también con las familias: si no existe unidad en la familia, ésta se empobrecerá. Separaciones y divorcios son hoy una de las principales causas de empobrecimiento de la familia. La ecología humana [2] determina el cuadro en el cual se coloca la ecología natural. Las relaciones del hombre con las cosas dependen de las relaciones del hombre con los otros hombres, de la “gramática” [3] según la cual funciona la sociedad. Pero esto es un hecho inmaterial.

Contra cada visión materialista de la economía, entonces, la DSI enfatiza el carácter humano: el economicismo es una forma de reduccionismo, una de las tantas formas de autolimitación de la razón de la cual nos habla Joseph Ratzinger desde hace ya un tiempo.

Es necesario entonces prestar atención a una ambigüedad de fondo. Hoy es la misma ciencia económica la que viene a dar importancia a los factores inmateriales respecto a aquellos materiales y a decir, con la DSI, que el verdadero recurso es el hombre [4]. La misma hipertrofia de las finanzas es señal de una acentuación de lo inmaterial sobre lo material. En realidad las finanzas —que sobre el plano material se reducen a ser un impulso electrónico— es el aspecto más inmaterial que la ciencia económica repetidamente subraya. Es importante poner atención. Es verdad que el hombre es el principal recurso —y esto lo dicen hoy tanto la ciencia económica como la DSI—, pero es también verdadero que el hombre no es sólo un recurso —y esto la ciencia económica no lo dice siempre, mientras sí lo afirma la DSI—. Sucede que, con la sofisticación de la más avanzada ciencia económica, el acento es colocado en la importancia de los elementos inmateriales (entre los cuales el famoso “capital social” asume un nuevo significado económico). El punto decisivo —nos repite la Doctrina Social de la Iglesia— es el sistema moral de referencia. Existen empresas de vanguardia, con “ligereza” organizativa e inmaterialidad, pero muy materialistas en los criterios, en el modo de considerar a las personas y en la persecución de los resultados económicos.

El mercado no es sólo mercado

La DSI afirma que el mercado en sí, el mercado como puro instrumento económico de colocación de los recursos, no existe. El mercado es siempre tanto un sistema técnico como un sistema cultural. Cómo decir que la economía, en sí, no existe, existe siempre en cuadros culturales de referencia. Es éste el motivo, ya antes visto, por el cual la economía necesita de presupuestos, que no sabe reproducir si alguna vez se pierden. En el mercado no se venden en sólo cosas materiales, como bien todos sabemos, sino bienes simbólicos, y cada sujeto activo en el mercado tiene una visión de sí, una jerarquía de valores y una concepción propia de las relaciones humanas.

No existe un mercado no orientado. Aunque un mercado des-orientado o no orientado es orientado precisamente en aquel mundo. Existe en realidad también la ideología según la cual el mercado no debe ser orientado, lo que ya es un modo de orientarlo. Un mercado no orientado sería un mercado abstracto y en consecuencia inexistente. El mercado no puede, en cuanto mercado, no ser orientado.

Aquí se encuentran dos características del mercado: por un lado es imprescindible, por otro, es inevitablemente orientado. Que sea imprescindible lo prueba la existencia de los mercados sometidos o clandestinos en los regímenes políticos que han negado el mercado, como los regímenes comunistas. Que sea inevitablemente orientado es demostrar el hecho de que no existen bienes que sean sólo materiales ni relaciones sólo materiales. Se dice a menudo que el mercado consistiría en relaciones sólo materiales: pero el materialismo es una ideología, no es un hecho técnico.

Este punto es de notable importancia: lo imprescindible del mercado afirma lo imprescindible de la racionalidad económica: no puede venir a menos, no debe venir a menos. Su necesaria orientación afirma la insuficiencia de la racionalidad económica. Una ciencia económica seria reconoce ambos elementos. Es como decir, con Benedicto XVI, que la lógica económica va honrada en todo ámbito de la racionalidad humana y la solidaridad no puede prescindir de ello, pero al mismo tiempo ella viene también purificada, para que pueda ser plenamente ella misma [5].

La lógica económica logra ser plenamente ella misma sola. La economía sin ética no logra ser plenamente economía. En consecuencia una economía ética produce mayor riqueza, es decir, es más economía. Esto se puede constatar en la práctica. Pero en ella se asiste también a la degeneración ética de las sociedades ricas. Es decir, respetando los principios morales se vuelven más ricas, pero volviéndose más ricas resbalan hacia el nihilismo. Mandeville había notado en su Fábula de los Alpes: los vicios privados no son una virtud pública, la corrupción es un costo que frena la economía [6], la delincuencia hace enriquecer a los vendedores de puertas blindadas pero mina el capital social de una comunidad. Pero permanece la paradoja: en la riqueza los hombres no comprenden. La economía necesita de la ética y de la religión para crecer, pero las necesita aún más para gestionar la riqueza así obtenida, evitando las degeneraciones.

Quién debe orientar el mercado

Un mercado no orientado no existe. Pero se nos pregunta: ¿Quién lo orienta? Un tiempo se respondía: el Estado. Hoy por fortuna no se responde más así, pero más por necesidad, dada la crisis del Estado, que por convicción, y sin saber quién deba sustituir al Estado en la orientación del mercado. La DSI ha estado siempre convencida de que el mercado debe ser orientado por muchos sujetos y por muchos elementos. Los mencionaremos brevemente: la ética personal de los empresarios, las Business Ethics Schools, las culturas que asignan prioridad a uno que otro comportamiento, los comportamientos del consumidor, el vértice legislativo del Estado, las políticas económicas de las instituciones, la capacidad formativa de las familias, los valores morales compartidos, la religión, las experiencias económicas de gratuidad, las formas de solidaridad viejas y nuevas presentes en la sociedad civil. Cada uno, naturalmente, en su lugar y según su rol. En otras palabras, el mercado va orientado subsidiariamente. Así como, según la DSI, orientar el mercado quiere decir direccionarlo hacia la solidaridad, se puede decir que la solidaridad es alcanzada a través de la subsidiariedad.

Una cosa es cierta: la vieja distinción entre privado y público, entendido como profit y non profit, ya no es suficiente. Es necesario salir de este paradigma, que nos ha acostumbrado a pensar que al mercado le compete producir riqueza y al Estado distribuirla. No sólo esto ya no es posible hoy, sino que no es ni siquiera justo. La distribución de la riqueza se inicia ya en la modalidad de su producción, como testimonia, por ejemplo, el Movimiento de la Responsabilidad Social de la Empresa (RSE) [7] y a menudo la “distribución” de la riqueza actuada por parte del Estado tiene costos demasiado elevados, es ineficaz e injusta, es decir, no es redistribución. La distribución de la riqueza puede ser hecha directamente por los ciudadanos con la subsidiariedad fiscal o también decidiendo adquirir esto en lugar de aquello. Si una empresa crea una fundación para la cultura o la solidaridad, actúa en concreto una redistribución de la riqueza. Cuando no se cubren las disfunciones del sistema, el voluntariado redistribuye.

Entre las empresas con fines de lucro y aquellas sin fines de lucro, hoy se han insertado muchas realidades nuevas, que están relacionadas con una u otra definición. Una empresa social, en la forma del modelo corporativo, no es propiamente ni una ni otra. Una S.p.A que establezca pactos sociales según los cuales el 30 por ciento de las utilidades son destinadas a potenciar las empresas partners en el tercer mundo; o también una sociedad de comercio equo y transparente; o una Community Foundation o las empresas que se adhieren a la denominada “economía de comunión”: toda esta realidad supera la distinción entre fines de lucro o sin fines de lucro. Las demás, siempre son menos las estructuras que tienen al Estado como jefe, podrán ser llamadas sin fines de lucro.

Esta dimensión nueva que está emergiendo —y que debe emerger aún más— ha sido denominada “meta-profit” [8]. La expresión es muy significativa. Ella quiere decir que la utilidad es un instrumento —meta en el sentido a punto de instrumento— y no es un fin, siendo el fin meta-profit, es decir algo más que la utilidad, más allá de la utilidad. Ella quiere también significar que la distinción entre con fines de lucro y sin fines de lucro es insuficiente y superada, en cuanto reflexiona la contraposición lib–lab —liberalismo/laborismo— como sostiene muy oportunamente Pierpaolo Donati, una frase que por mucho tiempo nos ha tenido encerrados en nuestros propios paradigmas, pero como ha afirmado también Juan Pablo II: «el individuo hoy, a menudo, es sofocado entre los dos polos: el del Estado y el del mercado»” [9]

La caridad purifica la justicia

Que el mercado no sea sólo mercado y que la economía no sea sólo economía, como habíamos visto hasta ahora, implica que la justicia no sea nunca sólo justicia. Justicia significa dar a cada uno lo suyo. La justicia nos da que hacer cuando debemos dar: o pagando, si se trata del mercado, u obedeciendo a la ley, si se trata del Estado. La justicia es importante y no puede existir caridad que descabalgue la justicia. Pero la justicia no lo es todo. En realidad, si es verdadero que la persona madura en sentido de la propia dignidad cuando es tratada con justicia, es también verdadero, y quizá aún más, que se experimenta originariamente la propia dignidad cuando se recibe más de cuanto es debido. Si aquello que recibimos es mayor respecto a aquello que damos, si es gratuito y representa para nosotros una sorpresa, ahora comprendemos que nosotros verdaderamente valemos mucho. En otras palabras, sólo en el amor la persona realiza auténtica experiencia de la propia dignidad. Quien no conoce la caridad madurará la noción de sus propios derechos, pero sin haber tenido la experiencia de alguien, que no sólo le haya dado cuanto le corresponde sino que se haya donado también a sí mismo, no comprenderá plenamente el propio valor inmensurable. Pensará sí en tener un valor, pero medible. Es por esto que Juan Pablo II ha escrito que la trascendente dignidad de la persona nace de la “llamada” de Dios [10], el cual, como nos ha recordado Benedicto XVI, es amor.

La justicia se fundamenta en el respeto de la dignidad de la persona, pero la dignidad de la persona no nace sólo de la justicia, sino del amor. En los orígenes existe el amor, que no sólo sigue la justicia sino que la precede. Normalmente se piensa que sea primero la justicia y después la caridad. Se piensa que ésta comienza donde termina la caridad. Es el mismo error que cometemos con la razón y la fe. Como si la fe comenzara cuando la razón ha realizado de manera autónoma su camino. De ninguna razón nacerá una fe que no haya estado presente al inicio, junto a la razón: «El Dios de la fe no es el Dios de la razón más algo más» [11]. Así la caridad no es la justicia más algo más. Sin la caridad la justicia no es ni siquiera justicia. «Sin la caridad fraterna es imposible ver en el fondo la dignidad de la persona humana y la llamada que cada persona débil y frágil se hace. Cierto, existe la justicia, que consiste en dar a cada uno lo suyo. ¿Pero es verdaderamente posible ver en el fondo en qué consiste aquel “a cada uno lo suyo” sin la caridad? ¿Es posible verdaderamente ver en el otro, especialmente en el indigente, no una carga sino más bien un recurso, como lo dice la encíclica Sollicitudo rei socialis?» [12].

La gratuidad en la vida económica

Ha llegado el momento de atar los cabos del discurso que se ha hecho hasta ahora, para llegar al punto conclusivo, y decisivo. Como la fe no se agrega a la razón, la caridad no se agrega a la justicia, así la ética no se agrega a la economía. Éste es el gran desafío de la DSI. El mercado no viene a ser condenado, porque la lógica económica forma parte de la racionalidad humana y entonces es un aspecto de la verdad. Ello es simplemente colocado en su lugar. Y colocarlo en su lugar no significa volverlo menos mercado. Ahora, ¿qué significa para el mensaje de la DSI, colocar el mercado en su lugar? Significa no considerarlo ajeno a la lógica central del cristianismo, que es la lógica del amor. El cristianismo propone la hermandad y relaciones sociales y económicas de gratuidad. La DSIpropone la gratuidad en la vida económica [13]. ¿Es una paradoja? No, es una exigencia del mercado mismo, si quiere seguir siendo una institución humana. El mercado, en realidad, como hemos visto, necesita de relaciones inmateriales no sólo de tipo económico. Tales relaciones inmateriales ya no se pueden conseguir a través de políticas estatales de redistribución, pero pueden emerger sólo de relaciones de gratuidad —o de reciprocidad, como dice algún estudioso—, institucionalizadas, promovidas y sostenidas dentro de la misma actividad económica y no fuera de ella. La riqueza producida hoy ya no permanece en el territorio donde ha sido producida y entonces ya no es sólo del Estado para redistribuirla. Es necesario que nazcan de la sociedad civil y económica formas de producción de riqueza donde ya esté implicada la lógica del don. No hay duda de que éstas deban ser antes que todo las del Tercer sector o de la Economía civil, pero no sólo ellas.

Es necesario alimentar formas de producción económicas que, a través de la utilidad, vayan más allá de la misma. La gratuidad no puede ser producida por el mercado y mucho menos por el Estado, sino más bien por ambos, como hemos observado varias veces. Ambas son necesarias.


NOTAS 

[1] Juan Pablo II, Centesimus annus, 39.
[2] Allí mismo, 38.
[3] Juan Pablo II, Menssaggio all’Asamblea delle Nazione Unite, 5 de octubre 1995.
[4] Juan Pablo II, Centesimus annus, 32.
[5] Benedicto XVI, Deus caritas est, 28.
[6] Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz, La lucha contra la corrupción.
[7] H. Alford – F. Compagnoli (edd), Fondare la responsabilita sociale dell’impresa, Citta Nuova, Roma 2008.
[8] Los responsables de esta denominación son Giorgio Mion, de la Universidad de Verona, y el staff de nuestro Observatorio.
[9] Juan Pablo II, Centesimus annus, 59.
[10] Allí mismo, 13.
[11] A. del Noce, Gilson e Chestov, en A. Del Noce, Verita e ragione nella storia. Antologia di scritti, a cura di Alberto Mina, Rizzoli, Milano 2007, p. 331
[12] G. Crepaldi, intervento a la Tavola rotonda sobre “L’attention au plus fragile, le respect de la persinne dansson integralite et sonenvironnmente: cle de voute ou pierre d’achoippement?”, Parigi 10 settembre 2008, en www.vanthuanobservatory.org
[13] S. Zamagni, La gratuidad en la vida económica: una exigencia del mercado, en “Boletín de Doctrina Social de la Iglesia”, IV (2008) 4, pp. 116-120.

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